7: Madam Myra

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A pesar de que no quería tomárselo como una cita porque no lo era, Julián estaba nervioso y se puso su mejor camisa para ir a cenar con Rosana y Lorenzo.

De camino a su casa, paró a comprar un ramo de flores para ella y un coche de juguete para el niño.
A pesar de que no se parecían en nada y de que ni siquiera tenían la misma edad, Lorenzo le recordaba a su hijo.

La última vez que lo había visto tenía diez meses. Ahora, ya andaría y
hablaría y llamaría «papá» a otro hombre.

Su niño había nacido durante el año y medio en el que Gabriela, su hermana y él habían estado huyendo de la mafia.
Cuando llegó a casa de Rosana, comprobó que Lorenzo se había quedado dormido y se ofreció para ayudar a Rosana con la cena.

—¿Sabes cocinar? —le preguntó ella oliendo las flores.

—Un poco.

—Entonces, sígueme.

Rosana lo condujo a una pequeña, pero bien equipada cocina en la que había cestos de fruta y verdura sobre las encimeras y olía de maravilla.

—¿A qué huele? —le preguntó mientras ponía las flores en agua.

—Hay un asado en el horno.

Julián miró a su alrededor y reparó en un cuadro que le llamó poderosamente la atención. Era el retrato de una mujer mayor de pelo rojo y reflejos plateados que tenía un velo sobre la cabeza y unas cartas del tarot al lado.

Lo más impresionante eran sus ojos.

—Es fascinante —dijo.
Rosana se acerco a él.

—Es Madame Myra —le dijo—. Pasó por aquí con un circo y me gustó tanto que le pedí que posara para mí.

Julián la miró sorprendido.

—¿Lo has pintado tú?

—Sí, es mi hobby.

—No, es mucho más que eso, es parte de ti.

Se quedaron mirándose a los ojos como aquella primera noche y a Julián se le antojó que no había nadie más en el mundo aparte de Rosana.

—Me leyó las cartas, pero creo que no acertó —dijo ella.

—¿Por qué? ¿Qué te dijo?

—Me dijo que iba a… conocer a un hombre alto y moreno —dijo tomando aire—. Pero eso es muy típico…

De nuevo, se quedaron mirando a los ojos y Julián pensó que era como si la gitana hubiera hecho un conjuro para que se conocieran.

¿No sería, después de todo, que Dios lo había puesto en El Hoyo para estar con ella, con una mujer que tenía cáncer, la misma enfermedad que había matado a su mujer?

—Quiero llevarte al hospital —le dijo de repente—. Quiero estar contigo en el hospital.

—¿Cómo? No —dijo Rosana apartándose.

—Entonces, quiero que me prometas que me vas a llamar al día siguiente, en cuanto llegues a casa.

—¿Por qué?

Por el conjuro, por la magia, por los ojos de aquella gitana.

—Porque necesito saber que estás bien y tú necesitas…

—¿Qué necesito?

—Me necesitas a mí —contestó Julián.
Rosana tomó aire.

Atraccion IntensaWhere stories live. Discover now