8: El hombre al que habia estado esperando

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A la mañana siguiente, Julián entró en la oficina del Campo Toscana y se encontró a Dalila Fox consultando su agenda.

Su jefa era una mujer menuda de piel curtida, pelo cano y voz grave. Además, era la persona más desorganizada que Julián había visto en su vida.

—¿Te vas a tomar un descanso? —le preguntó mirándolo a través de las gafas, que le caían sobre la punta de la nariz.

—Si no le importa —contestó Julián, que había empezado su turno más pronto de lo normal para ayudar a los empleados del campo con las reparaciones del cobertizo.

—Por supuesto que no me importa. Trabajas mucho.

Julián sonrió.

Lila se dedicaba a alquilar caballos para los turistas y la temporada alta estaba a punto de empezar. Por eso, precisamente, necesitaba un ayudante que organizara el lugar.

—¿Le importa que utilice el ordenador? —le preguntó.

—Claro que no —contestó Lila—. Ya sabes que yo odio esa horrible máquina.

Sí, Julián ya se había dado cuenta porque, en lugar de tenerlo todo bien ordenado en soporte informático, había tenido que organizar un montón de papelotes.

Julián se sentó en la otra mesa.

—Lo compré única y exclusivamente porque Harold  me dijo que me tenía que modernizar, que tenía que tener una página web para anunciarme en
Internet.

A Julián le entraron ganas de sonreír, pero no lo hizo porque sabía que a Lila no le hubiera gustado. Mencionaba a Harold por lo menos una vez al día.

—No debería haber escuchado a ese viejo jamás.

En aquella ocasión, Julián sonrió. Cuando Lila lo miró con acritud, se encogió de hombros y comenzó a trabajar.

Se pasó los siguientes diez minutos buscando información sobre los
melanomas, intentando entender qué le ocurría a Rosana.

Su jefa se levantó para servirse un café y se tomó la libertad de mirar por encima de su hombro lo que Julián tenía en pantalla.

—¿Qué haces?

—Investigar.

—¿Ahora se llama así cuando un hombre está obsesionado con una mujer?

—Yo no estoy obsesionado —contestó Julián frunciendo el ceño.

—No mientas. No puedes dejar de pensar en esa encantadora camarera.

Lo cierto era que Julián se había pasado buena parte de la noche pensando en Rosana, recordando su pasado, la pérdida de su esposa, el horror de la enfermedad que se la había llevado.

—Quiero ayudarla, pero no me deja.

—A lo mejor, le estás ofreciendo un tipo de ayuda equivocada. A lo mejor, está harta de preocuparse por la operación y lo que necesita es salir por ahí un rato.

—¿Debería invitarla a salir?

—¿Te da miedo que te diga que no?

—Puede ser —admitió Julián—, pero creo que podría sobreponerme.

Atraccion IntensaWhere stories live. Discover now