La Melodía de Aura 1 - Prelud...

By LenaMossy

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Aura terminó con su amor de la infancia la misma noche en que habían decidido mudarse juntos a la capital. Es... More

♡ AVISOS ♡
♡ Sinopsis ♡
❀ Dedicatoria ❀
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
♔ Obsidiana ♔

Capítulo 22

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By LenaMossy

☆★☆

Hace mucho que no salía así con Sofía, desde que Dimas se marchó de la ciudad. Hay cierto murmullo misterioso metiéndose bajo mis venas que me hace temer, pero no sé a qué.

El lugar se llama MalaCruz y está perdido en el centro de Mérida. Al parecer, en algún sitio cercano se realizó un evento musical y nos encontramos con decenas de personas abarrotando las calles cerradas para los automóviles. Las casas coloniales son las únicas testigos del alcohol que circula por ahí, así como otras cosas de las cuales percibo el aroma; cosas que Eric está comprándole a un chico que pasa cerca. Nadie más parece sorprendido, agradezco que Cedric mantenga distraída a Sofía como para fijarse en lo que hace Eric. Mi amiga me lleva de la mano, la siento tensa al caminar entre las personas.

Como es de esperarse, el bar está lleno y apenas son las diez de la noche. No se compara con Arabella y su valet parking o los clientes vistiendo casi de gala, es bastante diferente. Esperamos en la fila, al lado de un enorme mural de una Catrina sosteniendo un letrero viejo con el nombre del bar.

El chico que controla la entrada, con una cadena, señala en mi dirección; miro sobre mi hombro para saber si se refiere a mí. Sin soltar a Sofía, me acerco pasando al lado de varias personas que esperan en la fila.

—Pasen.

Levanta la cadena y la ola de quejas no se hace esperar, incluidos insultos. No obstante, callan al ver cuántas personas vienen con nosotras; Minerva los saluda con el dedo corazón para luego darles la espalda con un elegante contoneo de caderas.

No somos las más elegantes ahí, Sofía y yo, porque consulté en Facebook cómo era el bar debido a mi constante preocupación por ella. No quiero que una mala experiencia arruine sus nuevos deseos de retomar la vida que abandonó por tantos años. Ella tiene unos jeans ajustados y una blusa morada algo recatada, ni intenté hacerla sentir incómoda aconsejándole algo más destapado. Yo llevo una falda negra hasta medio muslo con una blusa de cuello resbalado en el mismo color que deja ver mi sujetador rojo; me he puesto unos botines con estoperoles y punta metálica en caso de tener que patear a algún listillo.

—Creo que hay una mesa al fondo —dice Eric.

Lo seguimos y tengo que abrazar a Sofía por la espalda, así evito que su cuerpo roce demasiado con las personas apretujadas que bailotean en la pista. Hemos corrido con suerte, pues la mesa está justo en el rincón y es lo suficientemente grande para todos. Dimas se sienta a mi lado, pero Minerva esta junto a él y es demasiada obvia la forma en que empuja a Nicolás para quitarlo del sitio. Sofía está a mi otro lado, todavía aferrada a mi mano, pero se ha pasado todo el tiempo platicando con Cedric.

—Es un sitio interesante —opina Minerva elevando la voz para hacerse escuchar por arriba de Soda Stereo.

Las paredes están cubiertas de murales o grafitis de catrinas y en algunos sitios se puede ver que las personas han garabateado firmas o notas con plumón permanente. La mayoría de chicos ahí parecen apenas mayores de edad, no diviso a una sola persona que pueda considerarse por arriba de los treinta años. Todos visten muy casual, van de un lado a otro con sus cervezas en la mano y gritan las canciones entre ovaciones de sus amigos. MalaCruz está dentro de lo que fuera una casa colonial, cosa que descubro por los arcos que conducen al jardín donde está la pista y el techo con esas vigas inconfundibles.

Mis amigos están sumergidos en pláticas privadas, incluido Dimas con Minerva, y soy la única callada esperando por las cervezas que pedimos.

—¿Tienes una hermana? —me pregunta Nicolás, sentado frente a mí.

—Sabes que sí.

—Además de Úrsula... —hay algo extraño en sus ojos y ruego que no siga los pasos de Eric.

—No, Úrsula es la mayor y no tengo otra hermana.

Nicolás bosteza, sólo tiene sueño... ¡Menos mal!

—¿Mayor por cuántos años? ¿Como para verse de la misma edad de tu mamá?

Levanto ambas cejas al imaginar la reacción de Úrsula si escuchara esa pregunta y me río con ganas.

—No, es mayor por siete años.

Nicolás hace un gesto afirmativo y vuelve a sumergirse en sus pensamientos por un rato, hasta que Gabriel le pregunta algo que no alcanzo a escuchar.

—¿A qué hora empieza la banda? —le pregunta Eric al mesero que deja una cubeta con varias cervezas dentro al medio de la mesa.

—Van atrasados —contesta éste mirando hacia el escenario—. Deben empezar en un rato.

—Estos son el rival fuerte —dice Eric cuando el mesero se marcha—. Ya he escuchado a las otras bandas.

—¿Siguen siendo amigos? —pregunta Cedric.

—Claro, pero tiene un rato que no hablamos.

El ruido de una batería capta nuestra atención y descubrimos que es casi imposible ver algo desde donde estamos. Los demás continúan platicando mientras la banda afina sus instrumentos, los de Aura suelen tenerlos afinados.

No puedo creer que usen mi nombre... ¡Es odioso!

—¡Buenas noches! —saluda el vocalista y las mujeres me rompen los tímpanos con los chillidos descontrolados que lanzan—. ¡Disculpen el retraso!

Más gritos.

—¡Creo que he quedado sorda! —grito.

—Vamos —dice Dimas levantándose—. Venimos a verlos.

Por instinto miro a Sofía, me espera con una tierna sonrisa.

—Ve, me quedaré con Cedric.

—¿Estás segura? Porque puedo...

—Ve, Aura. Diviértete —me empuja.

Lanzo un largo suspiro y me levanto, pero cuando busco a Dimas veo que Minerva lo lleva de la mano hasta la pista; él parece pasar de mí por completo.

Nicolás aguarda por mí, ya que los demás se han mezclado entre las personas de la pista, y caminamos hasta llegar casi al principio del escenario. No veo a ninguno de los demás cerca y tardo un rato en escuchar a Nicolás diciéndome que mire hacia el escenario.

¡Ahora entiendo por qué gritaban!

El vocalista parece un vikingo, es claro que no es del país y es posible que ni del continente. No obstante, su acento no revela nada de eso.

—Ya puedes cerrar la boca —me burla Nicolás.

Le doy un codazo y regreso a mirar al chico que está hablando con los demás de la banda. Punto en contra de ellos, no poseen a ninguna chica como integrante y Minerva puede arrancar la misma ola de alaridos en el público masculino.

—Mérida y su diversidad étnica —digo y Nicolás se parte de risa.

—¡Tienes razón!

Sólo basta dar una mirada a mí alrededor para distinguir a varios turistas, estoy muy segura que muchos de ellos ya se han quedado a vivir aquí.

El inicio de la música me saca de mis pensamientos. Comienza primero la guitarra, segundos después se une la batería y ya sé qué canción.

—¡Me encanta esa canción! —le grito a Nicolás.

El vikingo tiene una voz áspera que le impregna su sello a Last Nite de The Strokes y doy pequeños saltos en mi sitio al ritmo de la canción. Estoy siendo empujada, apretujada y casi aplastada, pero por primera vez hay libertad en el aire y se filtra hasta mis pulmones. Nicolás casi no se mueve, está más ocupado cuidándome, me parece adorable. Le tomo de las manos y canto el coro de la canción obligándolo a moverse. Ríe y entorna los ojos, pero se me une en ese ritmo despreocupado hasta terminar gritando la canción.

—¿Divertida?

Lanzo un grito y escucho la risa de Eric a mis espaldas.

—Está muy divertida viendo al vocalista —dice Nicolás.

—¡No es cierto!

—Tienes una debilidad por los vocalistas ¿Verdad? —burla Eric enarcando una ceja—. Se llama Henrik, puedo presentártelo.

—¡No!

—Debo admitir que es un poco imponente —dice Nicolás.

—¿Un poco? —bufa Eric—. No has escuchado nada.

Resulta que Henrik, de nórdico sólo tiene el nombre y el físico, porque conoce todos los clásicos de rock en español y me hace corear Hoy Tengo Miedo de Fobia con una cerveza en la mano que me ha entregado Eric, a quién por cierto saludan ambos guitarristas de la banda. Henrik se demora un poco más en ver a Eric entre el público y deja de cantar un rato para acercarse hasta nosotros.

—¡Vives! —le grita—. Hablamos cuando termine ¿Sí?

—Sí, sí.

El vocalista regresa a continuar cantando y atrapa en el aire una bola de papel que alguien le ha lanzado. Al abrirla le hace un guiño a una chica que está a unos metros de nosotros, grita eufórica.

—¡Apaga eso! —pide Nicolás.

—Calla, niño.

—Eric, si nos ven...

—Es mi problema —dice él.

Odio detener mi canto, pero me giro para ver de qué hablan y entiendo a lo que se refiere Nicolás.

—¿Cuánto tiempo tengo respirando esa cosa?

—Bastante —sonríe Eric—. ¿Quieres?

Él me acerca una pipa metálica de color negro y niego poniendo los ojos en blanco.

—¿Nunca la has probado? —pregunta atónito.

—¡Claro que sí! Una vez y fue la cosa más horrible que he hecho en mi vida. Vomité hasta el alma y juré jamás fumarlo de nuevo.

—Sabía que eras una aburrida.

Me encojo de hombros e intento alejarme un poco, pero es inútil. Nicolás parece desanimado y no importan mis intentos por animarlo con brincos tontos.

—¿Qué?

Él suspira.

—Son buenos —responde preocupado—. Y el vocalista es más desenvuelto que Dimas.

No me gusta que los compare, pero tiene razón. Claro que a mi ex novio nunca le pareció ser vocalista y lo hace porque no hay de otra.

—Y apuesto —añade Eric.

—No es cierto —espeto haciéndolos reír—. ¿Qué?

—¡Nada! —exclama Nicolás.

Anuncian un receso de quince minutos, he pasado más de una hora brincando sin percatarme. Hay algo en el ambiente capaz de hacerte olvidar todas las preocupaciones y entregarte al ritmo de una canción.

—¿Te han gustado? —me pregunta Cedric cuando regreso a la mesa.

Por su mirada de borreguito a medio morir sé que no le importa para nada la banda, pero asiento con una risita.

—Ya entendí por qué todas gritaban como locas.

—¡Lo vi! —exclama Sofía—. ¿También gritaste?

—No, sólo me quedé boquiabierta media canción.

Estallamos en risas y le pido otra cerveza al mesero que va pasando. No tengo que preocuparme por conducir, nadie trae automóvil.

—¡Ven, Aura! —me grita Eric—. ¡Muévete!

Agarro la cerveza, que acaba de entregarme el mesero, y le sigo hasta el frente del escenario cuando la banda empezará otra vez a tocar. No sé dónde está Nicolás o Dimas o nadie y me siento algo abandonada.

—¿Qué? —pregunto y doy un largo trago a mi cerveza.

—Que ya han escuchado sobre Aura —dice y tardo un segundo de más en comprender que habla de la banda y no de mí—, pero nunca los han visto en vivo y están algo preocupados también.

—¿Saben que estás en la banda?

—Sí, obvio —contesta—. No iba a mentirle a mi primo.

Mi vista se debate entre mirar al vikingo y al chico que tengo a mi lado... ¿De dónde es Eric?

—¿Henrik es tu primo?

—Muy lejano, pero sí.

—¿De dónde eres?

Eric desvía la mirada con esa media sonrisa en los labios.

—Estás muy chismosa.

Bufo y me cruzo de brazos para ver a la banda.

—Creo que es el mejor de la banda —digo—. Los demás son decentes, pero nada más.

—Y tenemos a Minerva.

—Sí, eso... —Gracias, Eric—. ¿Cómo se llaman?

—Mjölnir.

—Claro, tenía que ser algo así —sonrío; luego me preocuparé por pronunciarlo bien.

Descubro a los demás acercándose y una punzada de celos explota en mi pecho al notar que Dimas y Minerva van tomados de la mano.

¡No puede hacer eso! ¡Besar a una y tomar de la mano a otra! Me giro en redondo ignorándolos, o fingiendo, porque estoy muy atenta a lo que dicen.

—Mina no se siente bien —dice Dimas lo suficientemente alto para que lo escuche.

—Estoy bien, quiero escuchar la segunda parte —contradice—. Creo que el vocalista es muy bueno, pero los demás no sé.

—Un poco lentos —explica Gabriel— o eso me pareció.

—Sí, el batería es nuevo —dice Eric—. Quita esa cara, Aura.

—Déjame —espeto.

Henrik se gira un segundo y nos mira... ¡Me mira y sonríe! Bajo la vista hasta mis botines, dispuesta a contar los estoperoles de ser necesario, y escucho a Eric riéndose a mis espaldas.

—¿Ahora eres tímida?

Abro la boca y lo encaro.

—¡Es tu culpa!

—¡Sólo le he dicho que admiraste su larga caballera rubia!

El sonrojo llega a mis mejillas y aprieto los puños.

—No he dicho eso.

Las guitarras me interrumpen y luego la voz de Henrik canta las primeras líneas de Take Me Out de Franz Ferdinand haciendo que el sitio tiemble por los gritos. Yo estaría chillando de alegría si no fuera porque el vikingo se baja del escenario frente a mí de un solo brinco y me lanza una mirada imposible de ignorar. Eric me empuja, tardo en clavar los talones en el suelo y Henrik me toma por la muñeca, conduciéndome hasta unas escaleras al lado del escenario sin dejar de cantar.

No recuerdo sentirme con semejante pánico escénico en... ¡Nunca! Me sudan las manos y estoy temblando bajo el firme agarre de Henrik. Desde arriba se ve una marea de personas que termina en la entrada donde el gorila de seguridad está mirando hacia donde estoy; debe pensar que tomó una excelente decisión al dejarnos entrar rápido.

Trago saliva, no sé qué hacer y creo que salir corriendo es mi mejor opción. No quiero ni mirar hacia Dimas y los demás... ¡Minerva debe estar deleitándose con mi cobardía! ¡Pero nunca superé mi pánico escénico!

Henrik me quita la cerveza y da un largo trago en la parte donde no canta. Las mujeres gritan histéricas, completamente locas, como si acabara de desnudarse o algo parecido.

—Aura —articula y asiento—. ¿Cantas?

Niego con la cabeza y me abraza por la cintura volviendo a adueñarse del micrófono. Por alguna razón, me río porque todo es demasiado estúpido y Henrik me imita mientras canta haciendo que las palabras suenen chistosas. Acerca el micrófono hasta mí y, luego de tomar tanto aire como si estuviera a punto de sumergirme en el Atlántico, comienzo a cantar el coro a la par de él.

Es reconfortante que ambos guitarristas también canten así que mi voz apenas se escucha, pero me agrada distinguir mi propio timbre femenino en las bocinas. No puedo creer que un completo desconocido me subiera al escenario sólo por cumplir el capricho de un primo como Eric, pero una gota de confianza se ensancha dentro de mí. De pronto, estoy bailando con Henrik y cantamos con el micrófono en medio de nosotros. Las personas están gritando la canción y en cada vuelta, que me obliga a dar, una ola de gritos femeninos sobrepasa la música de las bocinas. Al terminar, los aplausos me ensordecen, creo que lloraré por la simple emoción de haber hecho aquello. Henrik se despide dándome un beso en la mano y las mujeres enloquecen. Estoy demasiado nerviosa para caminar hasta las escaleras así que me siento al borde del escenario para bajar y entonces me encuentro con Dimas.

Un Dimas muy molesto...

¡No se siente lindo, eh!

Él me toma de la cintura, ayudándome a bajar sin que se lo pidiera, y cuando creo que nos dirigiremos hasta donde están los demás, tira de mí para llevarme lejos de la pista. Es una reacción muy típica de León y me duele ver que Dimas esté haciendo lo mismo. Es uno de esos círculos viciosos de pelear, gritarse y reconciliarse, muchas personas amarán eso, pero por experiencia sé que apesta.

Dimas se detiene y mira en varias direcciones. Vuelve a tirar de mí hasta un pasillo que conduce a una habitación parecida a una bodega; me guía hasta su interior, cerrando detrás de mí.

—¿Qué? —pregunto con enojo—. ¿Celoso? ¿Te enoja que alguien más decida confiar en mí en lugar de ti?

Coloca ambos brazos a mis lados, arrinconándome entre él y la puerta. Puedo sentir su gélida mirada intentando intimidarme, pero no permito que aplaque la furia que hay dentro de mí.

—¡Fuiste tú el que se ha pasado la noche con Minerva! ¡Primero me besas y luego te vas con ella!

Dimas no dice nada, pero tampoco se mueve.

—¿Esta es una de esas peleas en las que hablaré sola todo el tiempo hasta que me sienta mal y pida disculpas? Porque si es lo que estás intentando, es mejor que te sientes a es...

Todavía tengo los ojos abiertos cuando me besa con ira contenida y sus labios se mueven con fiereza sobre los míos. Lo empujo sin convicción, mis ojos se cierran al recibir su lengua dentro mi boca que explora cada rincón como si quisiera recordar todas las veces que hicimos aquello.

No sé cuándo o cómo, pero estoy rodeando su cintura con las piernas y me aferro a su cuello mientras deja una fila de besos por el mío hasta la clavícula. Sus manos se meten debajo de la falda y acaricia el borde de mi ropa interior. Estamos sudando, no sé si es el calor que hay en el ambiente o el que produce nuestros cuerpos ansiosos de quitar la barrea de ropa que nos separa. Acaricia mi espalda hasta el broche del sujetador y libera mis pechos aún bajo la prenda; sus manos se deslizan al frente y los sostiene haciéndome gemir. Vuelve a capturar mis labios y a beberse cada gemido que escapa de mí mientras sus dedos pellizcan mis pezones con suavidad.

Se recarga en la puerta y resbala sobre ésta hasta que quedamos en el suelo conmigo a horcajadas arriba de él; siento su erección presionándome y gruñe cuando me muevo. La única luz entra por la rendija inferior de la puerta, puedo ver sus ojos nublados por el deseo y sé que si no me detengo terminaré por explotar. Sin embargo, mi cuerpo no obedece, sólo sigue el ritmo de sus caricias. Sujeta mi cintura, mientras me muevo arriba de él, y me acaricia por debajo de la ropa interior, hace que pierda por completo la noción de la realidad.

—Estás muy húmeda...

No recuerdo con exactitud el número de veces que me dijo aquello en el pasado, pero mi cuerpo siempre está listo para él con una simple caricia. Clavo las uñas por arriba de su camisa y la íntima caricia se adentra muy despacio en mi cuerpo.

Dimas captura mi boca con la suya, conteniendo mis gemidos, y aumenta la velocidad cuando sabe lo cerca que estoy de terminar. Conoce mi cuerpo como yo el suyo, cada reacción y el por qué.

—Así... —susurro mezclando nuestros alientos—. Así, Dimas...

—Aura...

—Oh...

Me cubre la boca con la mano al escuchar el primer gemido que escapa embargada por un orgasmo devastador que lleva su nombre en cada exhalación. Sus labios vuelven a besarme con desesperación y respondo con torpeza, el calor que se propaga desde mi vientre es tan placentero que no quiero que termine.

Con lentitud regreso a la realidad envuelta en la calidez de sus brazos, su respiración sigue agitada. Por un instante, creo que estoy soñando y demoro en convencerme de que no es así.

—Lo siento —murmuro.

Dimas deja un beso en mi cabello y habla contra mi oído.

—¿Por qué?

No sé qué decir, una lágrima cae por mi mejilla y me aparto.

—No sé, sólo sé que tú no confías en mí y...

—Estoy intentándolo —murmura—, porque no tienes idea de cómo me sentí cuando te vi arriba del escenario cantando al lado de alguien que no era yo...

—Eso fue culpa de Eric.

—No importa de quién fuera. Sé que eres tímida y que no harías eso al menos que confiaras en la persona que está a tu lado... Pero yo no era esa persona, sino un completo desconocido que te ayudó a hacer algo que yo nunca he podido.

Tomo su rostro entre mis manos, su barba me hace cosquillas en las palmas de las manos, y comienzo a besarlo. No puedo creer que estemos haciendo esto... Muerdo su labio inferior provocándole un gruñido de placer. La oscuridad es nuestra cómplice mientras comienzo a desabrochar su camisa y a dejar besos a lo largo de su pecho.

—¿Qué haces...?

No respondo mientras mis manos, algo torpes después del orgasmo, desabrochan el cinturón.

El cuerpo de Dimas entra en mi categoría de perfecto. No es indiferente al ejercicio, pero no está cubierto de músculos, es exactamente como me gusta. Siempre fue así con Dimas, él fue y ha sido un sueño hecho realidad para mí.

—Aura, para...

No quiero detenerme, si pienso lo que voy a hacer terminaré por acobardarme. Vuelve a pedir que me detenga cuando ya he desabrochado el pantalón.

—¿Estás seguro? —susurro contra su piel.

—No creo que...

Deslizo la lengua a lo largo de su erección con la vista fija en cada una de sus reacciones. Dimas lanza una maldición por lo bajo y golpea la puerta al echar la cabeza hacia atrás. Me gusta torturarlo así, aprendí a descubrir lo mucho que a él le encantaba.

Gime mi nombre cuando por fin lo deslizo dentro de mi boca, me ayudo con una mano a marcar el ritmo. Dimas enreda los dedos en mi cabello, puedo sentir cómo se está controlando para no ejercer presión. No importa, porque sé el ritmo exacto para hacerlo perder la razón, así como él conoce el mío. Conocía su cuerpo mejor que el mío y todos los puntos para hacerlo explotar con mi nombre en sus labios.

—Detente... voy... ¡Aura, para...!

Aumento la velocidad y, cuando suelta un gruñido con mi nombre, recuerdo su sabor dentro de mí.

Me separo con lentitud, apenas divisando su silueta y enredo sus dedos con los míos. Vuelvo a recostarme arriba de él y escucho cómo su respiración comienza a controlarse. Él acomoda su ropa y acaricia mi mejilla.

—Lo siento —dice él—. ¿Tú...?

—Sí...—admito, algo avergonzada porque eso es algo que casi nunca hago con él ni con nadie—. No te preocupes.

—Claro que me preocupo —murmuro—. No quiero obligarte a hacer algo que no quieres... ¿Te sentiste presionada o...?

—Nada de eso —interrumpo—. Sólo quería hacerlo, es todo...

Alguien intenta abrir la puerta, pero el cuerpo de Dimas no se lo permite. Me incorporo con brusquedad, el mundo está de cabeza por un horrible instante, y Dimas me ayuda a abrochar mi sujetador. Escucho su risa baja mezclada con la oscuridad y se convierte en una especie de adicción. La puerta se abre, el cuerpo de Dimas me refugia de la luz que entra, y escucho a un hombre hablar.

—No pueden estar aquí.

—Disculpe —dice Dimas.

Él toma mi mano y procura cubrirme con su cuerpo hasta que salimos al pasillo. Nos detenemos antes de regresar al frente del bar... ¡Y descubro que es un milagro que casi siempre vista de negro!

—¡Te he llenado el cuerpo de labial!

—¡¿Qué?! —exclama buscando una superficie donde mirarse.

—¡No, no! —abro mi bolso, que llevo cruzado sobre el torso, y saco un pañuelo desechable—. ¡Tienes que ir al baño!

Dimas comienza a limpiarse el cuello con el pañuelo y, de pronto, sus ojos se abren como platos al mirarme.

—¡Necesitas una bufanda!

—¡¿Qué?! —ahora soy yo la que grita rebuscando el espejito en el bolso.

¡No pude ser! ¡No, no, no! ¡Tengo dos marcas en el cuello imposibles de esconder con la blusa que llevo!

—El baño está por allá —nos dice el mismo hombre de la puerta.

Es el mismo que nos ha dejado pasar y parece la mar de divertido con nuestra pinta de calenturientos sin remedio. Dimas me conduce hasta ahí, sin dejar de pasarse el pañuelo por la cara, y nos separamos al entrar a los baños. Una ola de vítores masculinos estalla en el baño de los hombres, pero por fortuna aquí parece que la mayoría de las chicas ya tienen algunas copas arriba y no se percatan de lo que hago.

Aura: So, necesito ayuda. Urgente, muy urgente...

Sofía: Qué pasa? En dónde estás?

Aura: Ven al baño, por favor.

Casi grito de alegría cuando unos minutos después entra Sofía.

—Dimas está afuera.

—Ya sé...

—¿Y en qué necesitas ayuda?

Sofía me examina cuando no respondo y repara en las marcas que tengo sobre el cuello... ¡Y ríe! ¡La muy linda de mi mejor amiga estalla en risas hasta que tiene que recargarse en la pared para no caer!

—¡No lo puedo creer! —exclama—. Como en los viejos tiempos...

Oh, bien... También tiene razón eso... ¡Siempre tiene razón en todo!

—Toma... —Se desamarra la mascada blanca que lleva al cuello y me ayuda a colocarla—. Y como en los viejos tiempos te he salvado.

—Siempre me salvas —le sonrío a través del reflejo en el espejo—. ¿Cómo te sientes?

Sofía ladea la cabeza y muerde su labio inferior.

—Cedric es muy agradable.

Eso no es como en los viejos tiempos... Sofía habría utilizado adjetivos como lo bueno que está o lo mucho que le gustaría acostarse con él y no una palabra como agradable.

—Creo que piensa lo mismo de ti.

La rubia se sonroja, me dice que regresará a la mesa para dejarme a solas con Dimas. Me preocupa que vaya sola de regreso, pero me recuerda que así ha venido y que puede hacerlo... Yo no soy nadie para decirle lo que puede o no hacer, así que me despido de ella con un abrazo.

Me observo de nuevo en el espejo, con el brillo inconfundible en los ojos gritando lo que acaba de pasar... Que he tenido un orgasmo con las caricias de Dimas y yo le he provocado uno. Debería dejar de sonreír como si me hubiera ganado la lotería.

Reviso mi bolso y, aliviada, compruebo que he llevado mi cepillo de dientes de viaje y su respectiva pasta dental. No lo traje porque supiera lo que iba a pasar, sino por costumbre... Me repito eso varias veces, así quizá logre convencerme.

Al salir del baño lo encuentro recargado en la pared con los brazos cruzados. Camino hasta él, observo la sonrisa tenue dibujada en sus labios delgados, y ríe por lo bajo.

—También tengo una marca.

—¿En serio? —pregunto.

—Sí... ¿No escuchaste los aplausos?

Río, sabía que eran por él... ¡Debió ser un verdadero espectáculo ver a un chico entrar cubierto de labial rojo!

—¿Sólo una?

—Sí...

Rodeo su torso con ambos brazos llenando mis pulmones de su aroma y me regresa la caricia.

—Creo que debo solucionar eso —murmuro antes de volver a besarlo.

—¿Y cuándo planeas solucionarlo?

Su mirada celeste me desarma y suprimo los deseos de echarme a llorar. Mi corazón no puede latir más fuerte y el alma dolerme más. Todas esas noches, añorando volver a sentirlo a mi lado sin creer que fuera posible, parecen lejanas; escondo el rostro en su pecho presa de demasiadas emociones difíciles de explicar.

—Siempre.

☆★☆

Es una sorpresa ver a Henrik en la mesa con una cerveza en la mano y compartiendo un cigarro común y corriente con Eric. Minerva está a su lado y es todavía mucho más sorpresivo que la ignora por completo, a pesar del ajustado vestido gris que lleva.

—¿Tú eres Dimas? —le pregunta Henrik.

Dimas acerca dos sillas de otra mesa y nos sentamos cerca de los primos.

—Sí —contesta estrechando su mano—. Me gustó su presentación.

—No estuvo muy bien, pero gracias. —Muestra una sonrisa digna de anuncio para dentista y luego se gira hacia mí—. Y tú eres la famosa Aura.

No entorno los ojos sólo para no ser descortés, pero comienza a ser odioso eso de famosa.

—Y tú debes ser el primo favorito de Eric.

Por las expresiones de los demás descubro que mi amigo ha omitido ese detalle.

—Es adorable, tenías razón —ríe el vikingo y Eric lo imita—. Lo siento, Dimas. No sabía que era tu novia.

¿Eric dijo que soy adorable?

Un momento... ¿Acaba de decir que soy la novia de Dimas?

Clavo la mirada en mis manos, sobre el regazo, y trago saliva con los nervios a flor de piel.

—Está bien —dice él y mi sobresalto me obliga a mirarlo—. La ayudaste a superar su pánico escénico.

—¿Tú eres de la banda? —me pregunta.

No quiero mirar a nadie más de los que están en la mesa porque temo sus reacciones. Dimas, Sofía y Eric son los únicos que me conocen de tiempo atrás, por lo que no sé cómo lo tomarán los demás si creen que aquello pueda interferir en la banda...

Además... ¡No negó que era su novia! ¿Lo soy? ¿Somos algo?

—No —respondo, alisándome el cabello sólo por hacer algo con las manos—. No sé nada de música.

—¡Eres un espectáculo!

Escucho a Minerva aclararse la garganta y Henrik agrega.

—Es decir, he visto videos tuyos Minerva y eres maravillosa. Pero Aura puede atraer gente sólo paseándose por ahí y cantando en los coros.

—No lo creo... —murmuro.

—Yo tampoco —agrega Gabriel con cierto filo en la voz.

Eric endurece su expresión al escuchar al chico, pero no dice nada.

—En ese caso ¿No quieres estar con nosotros? —me invita con aquella mirada seductora—. Nos hace falta una chica.

—No sabe cantar —interviene Minerva—. Estuvo muy desafinada.

—No le estoy pidiendo que interprete una ópera —dice con cierta sorna—, sólo le pregunté si quería subir al escenario con nosotros y divertirse un poco.

—¿Qué dices? —pregunta Eric.

De pronto, todos me miran y vuelvo a sentir aquellos nervios que se adueñaron de mí por un instante en el escenario.

—No, para nada —respondo—. Los escenarios no son lo mío. Me provocan muchos nervios.

—¡Pero si lo hiciste muy bien!

—Suerte de primeriza.

Henrik deja una cajetilla de cigarros sobre la mesa y saco uno que enciende con caballerosidad. El vikingo se queda un rato más con nosotros hasta que se disculpa diciendo que su novio lo espera afuera, una triste noticia para el público femenino. Sin embargo, no puedo negar que me ha provocado una curiosidad muy grande por el escenario, me enoja que no puedo probar más de ello con el grupo que se llama como yo... ¡Menuda ironía!

Minerva y Dimas se lanzan miradas asesinas mientras están sumergidos en lo que parece una discusión por mensajes de celular. Sofía pregunta, con una amplia sonrisa, por mi mascada y evado la respuesta con habilidad al preguntarle a Cedric cosas de su negocio. Así descubro que el nuevo pretendiente de mi bella amiga se ganó el café en una apuesta en Cancún, de donde es originario.

Intento seguir las pláticas, pero mi atención regresa constantemente hasta Minerva y Dimas. Es por eso que no logro controlar el sobresalto al sentir a Sofía sacudirme del hombro.

—Te pregunté si querías venir a bailar con nosotros.

—¿Vas a bailar?

Sofía asiente apretando los labios... ¡Esa es mi chica!

—No sé, yo... —miro a Dimas—. ¿Vienes?

Dimas parece debatirse entre continuar peleando en el celular o venir conmigo. No aguardo su respuesta y me levanto fingiendo que aquello no me ha dolido.

—Vamos —escucho a mi vocalista susurrarme al oído.

Miro sobre el hombro al tiempo en que me abraza por la cintura y caminamos así hasta la pista. Es como volver en el tiempo con los mismos nervios y preguntas sin respuestas.

Cedric y Sofía bailan con cierta timidez, no puedo apartar la mirada de ellos porque, en el fondo, temo que ella se presione demasiado. Dimas y yo estamos muy juntos, así la canción no sea lenta, nuestros cuerpos están pegados con mis manos alrededor de su cuello y las suyas en mi cintura.

—Es un buen chico —me dice intentando tranquilizarme—. Te preocupas mucho por Sofía.

Aparto la mirada lejos de mi amiga y negó con vehemencia.

—No es cierto.

—Te has pasado el camino hasta aquí cuidándola y...

—Estás imaginando cosas —interrumpo.

—¿Segura? —pregunta mirando hacia la pareja a unos metros de nosotros—. Sofía luce diferente... ¿Ella está bien? ¿Le ha pasado algo que no sé?

—¡No! —exclamo con más convicción de la que quiero—. Tuvo una mala experiencia con un ex novio, es todo.

Dimas no parece convencido, pero asiente y deja un beso en mi frente.

—¿Y tú estás bien? Te vi discutiendo y...

—Estaré bien —sonríe.

Su cabello cae revuelto por los lados de su rostro y enrollo uno de sus rizos en mi dedo.

—No negaste que era tu novia.

—¿Te molesta?

—No, pero creo que los demás...

—Ellos tienen que meterse en sus vidas y dejarme en paz —sentencia con cierto enojo—. En especial Mina.

—¿Se enojó?

—Bastante.

Resoplo y recuesto mi cabeza sobre su pecho, inhalo su aroma una vez más. El ritmo de la música para nada va con nuestra lentitud al movernos, pero no nos importa.

—Me gustaría que me cantaras algo —admito, mirándolo de nuevo.

—¿Y qué quieres que cante?

—No sé...

Una risa ronca hace vibrar su pecho y muerdo mis labios cuando baja el rostro hasta mí para susurrarme al oído. Un estremecimiento me recorre al escuchar esa canción de Muse que tanto me desconcertó la primera vez. Mis manos se aferran a sus hombros y cierro los ojos deleitándome con cada palabra derramada sobre mi piel. Permanecemos así un rato hasta que mis labios lo reclaman interrumpiendo la canción, necesito sentirlo una vez más. Dimas responde, retomando la misma desesperación que nos invadió antes, y es como si estuviéramos apartados de todos a nuestro alrededor. Pero un hormigueo se instala en mi corazón y es imposible apartarlo, entiendo lo frágil de lo que tenemos.

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