La Melodía de Aura 1 - Prelud...

By LenaMossy

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Aura terminó con su amor de la infancia la misma noche en que habían decidido mudarse juntos a la capital. Es... More

♡ AVISOS ♡
♡ Sinopsis ♡
❀ Dedicatoria ❀
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
♔ Obsidiana ♔

Capítulo 16

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By LenaMossy

Kids wanna be so hard

But in my dreams we're still screamin'

and runnin' through the yard

The Suburbs — Arcade Fire

☆★☆

Deshacerme del cerrojo donde guardo los recuerdos de Dimas es una de las cosas más difíciles que he hecho. Revivir las imágenes del niño de rizos revueltos, que recogió uno de mis cuentos cuando fallé al arrojarlo a la basura, o del adolescente enfundado en su elegante traje para la graduación a la que fue con otra chica.

A veces, creo que todo eso sucedió muchas vidas atrás cuando me permitía soñar con el amor verdadero y el príncipe azul. Era una chica romántica, leyendo novelas cursis o fantásticas donde un amor prohibido podía desatar una de las peores guerras. Siempre escondida detrás de mis libros, estudiando su narrativa, las figuras literarias que empleaban o el desarrollo de sus personajes para conseguir escribir algo que mi madre no tachara de basura. Si pudiera regresar en el tiempo, le diría a esa niña que es inútil y no hay remedio para la decepción que siempre provocará en los ojos de su madre.

En alguna ocasión, una de las tantas noches que nos escapamos a la playa y dormimos bajo las estrellas, Dimas me confesó que llevaba años observándome. Se preguntaba sobre la tímida niña devora libros y los bonitos hoyuelos que decoraban su sonrisa. Fue por eso que rescató el cuento del basurero y lo dejó en mi pupitre con una nota:

Creo que Laura no debe morir al final. Me gustó, escribes bien. Dimas.

Fue mi primer lector ajeno a mi familia y, debo decir, el que fue menos duro conmigo. Ahora sé que le encantaba todo lo que escribía por el simple hecho de ser yo quién lo hacía, pero mentiría si dijera que es una sensación molesta. Con un cuento iniciamos nuestra amistad que se intensificó con los años y, no sé con exactitud cuándo, nos enamoramos.

Estaba acostumbrada a mirarlo rodeado de personas, pues durante la secundaria se convirtió en el quarterback estrella del equipo. Siempre salía con alguna chica los sábados por la noche, pero los viernes eran nuestros. Íbamos al cine, a la librería o nos quedábamos en su casa a jugar videojuegos. Sus padres siempre estaban viajando o no prestando atención, creo que nunca se enteraron de las noches que me quedé a dormir con él y, en mi defensa, no sucedió nada más que conversar o algún abrazo amistoso.

La primera vez que sentí celos fue cuando una de las chicas populares declaró a los cuatro vientos, o sea gritando, en el salón de clases que Adem la invitó a la graduación. Habían hecho una apuesta sobre quién sería la chica que iría con Dimas al baile y perdí; ni él ni nadie me había invitado... No podía creer que prefirió ir con una chica popular y no conmigo, su mejor amiga.

De todas formas, y para sorpresa mía y del mundo, me invitó otro chico del equipo de futbol americano de la preparatoria y amigo de Dimas. Así que acudí a la graduación, con mi esplendoroso vestido esmeralda, en compañía de otro chico casi tan guapo como mi mejor amigo. Él estaba furioso y mi pareja de baile no supo lo cerca que estuvo de que Dimas lo golpeara, conseguí detenerlo al preguntarle si podíamos hablar.

El enojo de Dimas cambió por nervios y tardé en entender lo que intentaba decirme, le dio tantas vueltas que consiguió perderme en un dos por tres. Tengo ese momento grabado con fuego en mi memoria.

—No quiero que nadie más te abrace...

Él miraba al suelo con las manos en los bolsillos y sus palabras habían acelerado mi corazón a un ritmo que no sabía que era posible alcanzar.

—No quiero que nadie más lo haga —murmuré.

Dimas me miró y tragué saliva al entender lo que eso significaba. No hubo una declaración formal, sólo nos volvimos inseparables y esa noche me llevó a mi casa; antes de bajar nos besamos por primera vez en su automóvil.

Éramos la pareja más peculiar de la preparatoria, él siendo el señor popular y yo la chica que siempre estaba leyendo. No obstante, vivíamos observándonos, besándonos y buscando cada instante para estar juntos.

Tuvimos nuestra primera vez y, en ese instante, creí que también sería el último hombre de mi vida... Es gracioso recordar eso y envidiar la inocencia de esa edad cuando todavía no te enfrentas a la vida en su cruel realidad.

Nuestro tatuaje es la prueba de que el amor existe, pero no dura para siempre. Los tatuajes sí, pequeño detalle.

—Ya se enfrío tu café.

—¿Cómo?

Minerva está recargada del otro lado de la mesa, con su larga melena recogida en una coleta alta y un atuendo gris deportivo de generoso escote.

—Tu café se enfrió.

Miro la taza y asiento, al tocarlo descubro que tiene razón. Estoy sentada frente a la mesa leyendo, o fingiendo hacerlo, la gruesa carpeta con la información de mi nuevo trabajo.

—Aura.

Levanto la vista sin ánimos de hablar con ella, sólo quiero volver a refugiarme en mis recuerdos sobre Dimas.

—Sé lo que pasó.

Ay, no.

Bajo la vista y recargo la mejilla en una mano aparentando indiferencia. Dimas se está demorando demasiado en salir de su habitación.

—¿Qué pasó?

Minerva suspira y mueve las manos sobre la mesa, como si se preguntara qué tan posible es ahorcarme antes de que salga Dimas.

—Gabriel los vio y me contó —contesta—. Deja de fingir, ya somos bastante adultas para hablar sobre esto.

Cierro la carpeta y enfrento sus enormes ojos inundados de preocupación.

—Entonces no te metas en lo que hago o no con mi vida ¿De acuerdo?

—No me interesa tu vida —burla—. No te confundas, me preocupa Dimas ¿Sabes cuánto le afectó que lo dejaras en el aeropuerto? Te importó tan poco que ni consideraste decirle las cosas con anticipación...

—Tú no sabes nada de lo que sucedió en realidad —espeto, esta mujer no comprende lo delicado del tema.

—Oh, créeme que lo sé —contradice—. Recuerda que fui yo quien estuvo ahí para él.

—¿Y? ¿Quieres un premio o qué?

Minerva pone los ojos en blanco, siento deseos de abofetearla con la carpeta.

—Mira, no pretendo que peleemos como niñas por un chico —dice señalándome con un dedo—. Si de verdad lo amas y estás dispuesta a no herirlo de nuevo, demuéstraselo; yo me apartaré. Pero, si sigues enamorada del tipejo que te engañó, entonces aléjate de Dimas porque yo sí lo amo y quiero estar con él.

Trago saliva, no es fácil enfrentarse a la chica que ocupó mi lugar.

—Entonces... ¿Lo amas?

Quiero decirle que sí, pero mis labios no se mueven y permanecemos en silencio largo rato. La puerta de la habitación de Dimas se abre, Minerva ríe por lo bajo meneando la cabeza de un lado a otro.

—Lo sabía —finaliza ella.

Dimas nos observa con sorpresa, tiene un pantalón negro deportivo y una camisa sin mangas que deja ver su tatuaje, se ve irresistible. Todos en el gimnasio deben pensar que son novios.

Tal vez deberían serlo.

—¿Qué sabías? —le pregunta mirándome.

Desvío la vista y vuelvo a abrir la carpeta, las lágrimas están aglomeradas al borde de mis ojos.

—Nada —responde ella—. ¿Nos vamos?

—Sí...

Minerva abre la puerta, pero Dimas ha ocupado su lugar frente a mí.

—¿Estás bien?

—Sí, es sólo que es mucha información para estudiar —respondo sin levantar la cabeza—. Nos vemos al rato.

Dimas se queda un instante más hasta que Minerva lo llama y sale del departamento cerrando tras de él. Escucho la risa femenina de la violinista y luego la de él, parece feliz.

No hemos hablado desde ese pequeño beso. Lo escuché regresar por la noche, pero se metió a su habitación y no intentó entrar en la mía. Quizá es mejor así... ¿no? Recuperar nuestra amistad sin confundir más los sentimientos... En algún momento deberá dejar de dolerme así, como si acribillaran mi corazón dentro de una pequeña jaula y sólo pudiera quedarse ahí, sufrir un poquito más.

☆★☆

—¿En serio no estabas ocupada?

Federico está sentado a mi lado y enciende su laptop. Me envió un mensaje cerca de las cuatro de la tarde preguntándome si podría pasarme temprano por el bar para algo de unas fotografías.

—Acababa de terminar de escribir —contesto—. Así que ya estaba libre.

Sonríe y enciende la impresora frente a mí.

—¿Ves la pared roja que está detrás de la barra?

—¿La que está vacía?

—Sí, quiero pegar fotografías en blanco y negro ahí y he seleccionado algunas que han hecho en el bar. Pero no soy muy bueno en esto de las decoraciones y sólo confío en ti para dejarte las llaves del bar.

—¿Quieres que las imprima y las pegue?

—¿Podrías? —sonríe casi suplicante—. Tengo que salir y regresaré a las ocho.

No tengo nada mejor por hacer y es una buena forma para distraerme, así que acepto. Federico me explica cómo usar la impresora fotográfica y deja abierta la carpeta que contiene las imágenes. Sin embargo, descubro la pésima idea de todo esto cuando encuentro muchísimas fotografías de Minerva y Dimas; en una incluso se están besando y la elimino sin miramientos, no sé dónde quedó mi lado maduro. Son como cincuenta fotos, pero me ha pedido que imprima sólo veinte y las pegue como un collage. También hay fotos mías, pero son pocas; son de la noche en que bailé con Nicolás y cuando me presentó a sus amigos.

Termino eligiendo varias de la banda, algunos clientes y una mía; es imposible dejar fuera las de Minerva porque se ve asombrosa tocando el violín. Las imprimo todas y pongo manos a la obra con la lista de canciones que tiene Fede en su laptop; no es mi estilo, pero las conozco y en cuestión de minutos ya estoy cantando a Milky Chance mientras bailo de un lado a otro en busca de más fotos.

Estoy concentrada en un vago intento por seguir las letras de las canciones y bailando confiada de que nadie me observa. Así que casi escupo el corazón por la boca al escuchar que alguien golpee en la puerta de cristal del bar.

Toda la banda está ahí y me han visto bailar.

Típica suerte de Aura, en serio.

Bajo de la silla, donde me he subido para pegar las fotos, y voy a abrirles intentando no parecer tan avergonzada como me siento.

—Deberíamos subirte en ese mini short al escenario —comenta Eric al pasar a mi lado—. Así nadie se percataría si nos equivocamos o no.

Entorno los ojos y tiro del short hacia abajo sin que pueda cubrir más piel.

—Eres un idiota.

—Creo que tiene razón —comenta Nicolás y me toma del brazo—. ¿No tocas algún instrumento?

—No —contesto evadiendo a Dimas y Minerva que van detrás de nosotros—. Puedo tocar la pandereta.

—Podríamos intentarlo —murmura Cedric.

—¡Es broma! —exclamo y me aparto para regresar hasta la mesa con la laptop—. ¿Van a ensayar?

—¡No! ¡No lo digas! —pide Eric al sentarse sobre la barra—. Minerva es peor que un esclavista.

—Es por el concurso —dice Gabriel—. Vamos.

Quiero preguntar por el concurso, pero me muerdo la lengua. Suben al escenario y descubro que Dimas lleva el estuche de una guitarra, así como Minerva el de un violín. Eric baja de la barra y me lanza una mirada de fastidio, le sonrío para animarlo.

Detengo la música para que ensayen, pero no lo hacen. Están sentados al borde del escenario con unas hojas que se pasan entre ellos. No quiero prestarles mucha atención y he evitado mirar a Dimas o Minerva, pero cuando voy a recoger la última fotografía me encuentro al primero con ésta en la mano.

Lo peor, es que es una de ellos dos.

—¿Tú las elegiste?

Me entrega la fotografía y aplico una ligera capa de pegamento atrás.

—Sí, aquí se ven muy bien.

Dimas observa las fotografías y cruza los brazos.

—Sólo hay una tuya.

—No creo que a muchos les interese ver fotografías mías.

Coloco con esmero la última fotografía y escucho el ruido inconfundible de un celular al tomar una foto.

—¿Qué haces? —le pregunto a Dimas.

—Tomándote una foto —contesta como si fuera tonta—. Mira.

Me veo alisando la otra fotografía en la pared y tengo que admitir que mi short es muy corto. Tengo una blusa transparente verde que deja ver el top deportivo que llevo debajo y mi cabello está recogido en un chongo alto con varios mechones escapando de éste.

—Elimínala —digo con una mueca al regresarle el celular—. No pegaré eso aquí.

—Lo sé.

Dimas se entretiene un rato con el celular y bajo de un brinco de la silla. Apago la laptop y comienzo a recoger los cables que atraviesan parte del área para ambos aparatos.

—¿Vas a ir al departamento a cambiarte de ropa?

Él se sienta al lado de mí en la mesa y me ofrece un cigarro de su cajetilla, ya tiene uno colgado de sus labios. Acepto y enciende el mío con el suyo.

—No, traje mi uniforme —respondo luego de dar una calada a mi cigarro—. Está en la oficina de Fede.

Dimas me observa con una sonrisa en los labios y dice.

—Creo que me gustaría que ese fuera tu uniforme.

—No digas eso —murmuro abochornada—. No pensé que viniera alguien antes.

—Me alegra.

—¿Sí?

—Sí, mucho.

—Tal vez debería vestirme así en casa.

—Me parece perfecto.

Nos miramos en silencio un segundo y comenzamos a reír. No puedo creer que estoy tonteando con él.

—¿De qué concurso están hablando? —pregunto intentando aminorar el bochorno que me ha inundado.

—Uno al que quieren entrar Minerva y Gabriel, pero piden un repertorio de quince a veinte minutos —contesta—. Sólo tenemos dos canciones propias.

—¿Sólo? —pregunto—. ¡No sabía que tenían canciones propias!

Dimas recibe un mensaje en el celular y lo lee con vaguedad.

—Las teníamos desde antes —dice—. Minerva, Gabriel y yo con una banda que tuvimos en la capital, pero se separó antes de volver a la ciudad. Por eso aceptamos venir, ya no quedaba nada ahí para nosotros y según Fede los chicos que estaban ya eran buenos.

—Eric es muy bueno —comento notando que le incomoda que opine eso—. Lo he escuchado cuando ayuda a alguna banda local que necesita un guitarrista de último minuto.

—Sí, lo es —acepta de mala gana—. Estamos en los últimos arreglos para la tercera canción, pero no nos hemos inscrito porque no tenemos nombre.

—¿Sólo por eso?

—Sí —sonríe—. No es fácil, todos quieren un nombre diferente.

—¡Dimas! —le llama Gabriel.

Dimas me extiende la mano y me pregunta con la mirada si lo acompaño; acepto en silencio y le sigo hasta el escenario, disfruto de la calidez de su mano envolviendo la mía.

—Sinergia —dice Nicolás—. Insisto en que es perfecto.

—Que no —contradice Minerva—. Bonito significado para una palabra fea.

—No es fea —opina Cedric—, pero no sé si me gusta para nombre.

Continúan opinando sobre diferentes nombres, Eric es el único que permanece callado y deduzco que no le interesa en lo absoluto.

Dimas se recarga en el escenario y me atrae hacia él, abrazándome por la espalda. Minerva me observa atentamente, pero la ignoro y recargo la cabeza en el pecho de Dimas. Es el lugar al que pertenecí mucho tiempo y al que anhelo volver cada noche.

—Aura —bromeo—. Suena bien.

Un silencio se extiende y es Nicolás quien lo rompe.

—Me gusta.

—¡No, no! ¡Si es así mejor que se llame Minerva! —exclama ella—. ¿Cómo se te ocurre?

Pongo los ojos en blanco y recibo un cariñoso beso de Dimas en la nuca.

—No conocen el sarcasmo ¿Eh?

—¡No! —exclama Nicolás callando a Cedric y Gabriel que se disponían a hablar—. Es genial. Véanlo así, Aura Reyes es hija de José Antonio Reyes y nuestra amiga, con ese simple hecho ya captamos la atención de algunos.

Levanto ambas cejas con sorpresa, el chiquillo resultó astuto.

—Además, si les molesta por sus asuntos personales —continúa mirando a Minerva—. Recuerden la obra de Carlos Fuentes que, de hecho, es por la que llamaron así a Aura.

—Estás muy informado —digo.

—Aura es un clásico y un nombre precioso —me dice—. Igual a mí me encantaría que se llamara Teresa, como mi novia, pero tengo que admitir que el nombre de Aura es ideal.

Minerva mete el violín en su estuche con movimientos bruscos.

—Si se va a llamar así no cuenten conmigo.

—Mina, no seas ridícula —espeta Eric—. Es sólo un nombre.

—En realidad, estaba bromeando —comento al notar que hablan en serio.

¡No quiero que la banda se llame como yo!

¡Todo es tu culpa, papá!

Me giro entre los brazos de Dimas y coloco ambas manos en su pecho; baja la mirada hacia mí.

—Detén esto —le pido—. Te juro que era una broma.

—Mina —la llama él—. ¿Se te ocurre algo mejor? Mañana es el último día para inscribirnos.

Minerva se planta en medio de todos con una mirada asesina hacia Dimas.

—Estás de acuerdo ¿Verdad?

—Me gusta el nombre.

¡No! ¡Tienes que decir que no! Me aparto dispuesta a intervenir, pero Nicolás me da un suave codazo y me indica, con un dedo sobre los labios, que no diga nada.

—¿Te gusta sólo el nombre? —pregunta ella y coloca las manos sobre su pequeña cintura—. Porque recuerdo que hace unos años sentías mucho odio al escucharlo...

—Vamos a hablar en privado...

—¿Por qué? Si ya todos saben que de nuevo te estás acostando con ella.

—¡No nos estamos acostando! —grito, pero me ignoran.

—No es de tu incumbencia lo que hagamos.

—¿Hagamos? ¿Ya hay un nosotros? —dice moviendo los dedos en forma de comillas en la última palabra.

—¡No! —chillo abrumada.

¡Todos ignoren a Aura!

—Mina, es un jodido nombre —espeta apartándose de mí con ira contenida—. Llama la banda como quieras porque no estarás feliz hasta que así sea... ¡No me importa! ¡Yo ni quiero entrar en el jodido concurso!

—¡Amén! —grita Eric.

Minerva aprieta los puños y mira a Gabriel en busca de ayuda.

—¡Sabes que hablo en serio!

—Mina, yo...

—¡Ahora recurres a él porque sabes que siempre dice que sí a todo lo que pidas!

—¡¿Y a ti qué te importa si lo hago o no?!

Gabriel suspira y se levanta poniéndose en medio de ambos que habían comenzado a acercarse durante la discusión.

—No se llamará Aura —sentencia el chico.

—¿Qué? —dicen a coro los demás menos Gabriel y Minerva.

Pongo los ojos en blanco y digo.

—Estoy de acuerdo con Gabriel.

—¡Pero es perfecto! —exclama Nicolás—. No puedo creer que seas tan infantil, Mina. Siempre actúas como la más madura y resulta que no lo eres.

—Nico, tú no sabes nada —dice ella quitándole importancia—. Ya dije lo que haré si se llama así el grupo.

—Deberíamos llamarnos el club de los incompatibles —sonríe Eric.

Cedric ríe por lo bajo y Nico se les une después. Minerva nos fulmina con su mirada gélida y se marcha con grandes pasos. Gabriel mira a Dimas, y éste se encoge de hombros.

—No voy a ir a darle la razón —dice él—. Es demasiado caprichosa.

—Ella te ama —recuerda Gabriel—. Tienes que entender que es difícil.

Mi exnovio suspira y mete las manos en los bolsillos del pantalón.

—Vamos —dice Dimas de mala gana—. Los dos o ya sabemos cómo terminará.

Dimas evade mi mirada. Ambos la siguen hasta el pasillo por donde desaparecen. No sé a qué se refirió Dimas con eso, pero parece que soy la única que no lo comprendió. Eric y los demás sólo intercambian una mueca de fastidio.

—¿Siempre es así? —pregunto y acepto el cigarro que me entrega el chiquillo.

—Sí —contesta Cedric con pereza—. Es una chica difícil.

—Consentida, diría yo —agrega Eric—. Y se la pasa babeando por Dimas todo el jodido tiempo...

—Mientras el pobre de Gabriel babea por ella —completa Nicolás.

Abro mucho los ojos... ¡¿Qué?!

—¿En serio?

—Sí —dicen a coro.

—¿Y ella no lo sabe?

—¿Cuándo has conocido a una mujer que no se entere de algo así? —me pregunta Nicolás arrebatándome el cigarro de la mano—. Porque yo no he conocido a una.

—Yo a unas cuantas —burla Eric—, pero Minerva no es una de ellas.

—¿Y qué dice Dimas? —pregunto.

—No sé —responde Cedric—. Sospecho que ese triángulo amoroso ya se había formado desde antes de que llegaran a la ciudad.

¡No puedo creerlo!

—En realidad es un hexágono si agregamos a Aura y al innombrable —comenta Eric como si nada.

Nicolás ríe y le doy un golpe en el hombro.

—Muy graciosos —me quejo—. Y un hexágono es de seis lados, no cinco...

Eric ladea el rostro con una amplia sonrisa.

—Es verdad, me confundí... —ríe de su propio error—. Nunca fui bueno en geometría.

Entorno los ojos y no logro molestarlo un poco más con eso, pues Cedric interrumpe:

—¿Todavía te molesta ese tipo?

Tengo que agradecerle a Fede por ventilar mi vida privada... ¡Bien hecho, Fede!

—Ya regresó a la ciudad, pero no nos hablamos.

Se puede escuchar a Minerva levantando la voz y a Dimas gritando más fuerte que ella, pero no se entiende una palabra. De pronto, Nicolás se aparta y me mira con los ojos muy abiertos.

—¡Estás vestida de verde!

—Sí... —murmuro—. Me alegra que no seas daltónico, creo.

—¡No! —dice exasperado—. ¡Como la Aura de la novela!

—Ah... —Palmeó su hombro—. No se llamará Aura.

Nicolás vuelve a recargase en el escenario con expresión desilusionada. Miro el reloj, siete y media, es hora de ir a cambiarme. Algunos meseros y demás personal ya han comenzado a entrar por las puertas que dejé abiertas, estoy segura de que presenciaron la discusión.

Entre los tres chicos llevan la impresora y la laptop hasta la oficina de Fede. Luego me dejan a solas para cambiarme, pero regreso a la barra en busca de mi celular. Al volver por el pasillo encuentro a Gabriel recargado en la pared mirando hacia el suelo, la puerta a su lado está entreabierta. Dimas está abrazando a Minerva, quien llora entre sus brazos, y le susurra algo al oído. Me aparto y cruzo la mirada con Gabriel.

—Siempre salimos sobrando ¿No? —me dice.

No respondo, me marcho de ahí con el pecho helado.

La peor parte no es que Dimas puede seguir sintiendo algo por ella... La peor parte es entender con exactitud cómo se siente Minerva y saber que eres culpable de provocarle ese dolor a alguien más.

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