La Melodía de Aura 1 - Prelud...

By LenaMossy

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Aura terminó con su amor de la infancia la misma noche en que habían decidido mudarse juntos a la capital. Es... More

♡ AVISOS ♡
♡ Sinopsis ♡
❀ Dedicatoria ❀
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
♔ Obsidiana ♔

Capítulo 2

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By LenaMossy

Now you're knocking at my door

Saying please come out with us tonight

But I would rather be alone

Than pretend I feel alright

Ready to Start — Arcade Fire

☆★☆

No puede ser él.

¿Dimas? No, imposible.

Me precipito fuera de la cama y corro a encender la luz al lado de la puerta. Al girarme, está de pie observándome con la misma expresión de incredulidad que debo poseer.

El cabello castaño oscuro y rizado le llega casi a los hombros. Lleva la barba un poco crecida, incluso me hace dudar de que sea Dimas y es el brillo celeste de sus ojos lo que me obliga a convencerme. Viste una playera negra ajustada sobre un cuerpo al que no le es indiferente el ejercicio y bajo la manga derecha se asoma la parte de un tatuaje. El pantalón de mezclilla negro está deslavado y se ha quitado las botas que descansan a un lado de la cama.

Parpadeo varias veces, aun con la mano sobre el interruptor, y examino el medio corazón que lleva tatuado en la mano.

Es Dimas, no puedo creerlo.

—¿Te lastimé? —pregunto recordando que sé hablar.

—Sí.

Mis brazos caen a los lados, sintiéndome débil con su respuesta que se refiere a mucho más que a la patada que le he dado.

—Lo siento —murmuro acercándome con lentitud.

Dimas me observa sin inmutarse, apenas si ha movido los labios para responder, y parece estudiar cada uno de mis movimientos. Me pasa por muchos centímetros, tengo que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Antes de entender a mi cuerpo, mi mano se desliza sobre la barba crecida y lo noto estremecerse con mi caricia. Su piel blanca contrasta con la mía morena clara y ahogo una exclamación al sentir su mano sobre uno de mis hoyuelos en la mejilla izquierda, siempre hacía eso.

Conservo fotos suyas, pero ha cambiado bastante y ya no es el adolescente que se fue años atrás. Sus facciones se han endurecido y sus ojos adquirieron un brillo misterioso. Poseo tantas memorias suyas apiladas en el rincón de mi cerebro, se desbocan, me oprimen el pecho en formas que no creí posibles...

—¡Dimas, arriba!

La puerta se abre con brusquedad y ambos retrocedemos un paso como si el otro fuera radioactivo.

Una morena alta, casi de la estatura de él, nos observa con el arco de un violín en la mano. Tiene con una ceja enarcada y, cuando está a punto de hablar, aprovecho para escapar de la habitación con una disculpa torpe entre los labios. Los escucho conversar a mis espaldas, pero consigo abandonar el pasillo antes de entender lo que dicen.

—Nena, iba a despertarte —dice Federico, está sentado en una de las mesas vacías—. ¡Fue un éxito!

—¿Qué? —preguntocon voz temblorosa, me mira contrariado.

—La inauguración —responde—. ¿Por qué esa cara? ¿Te ha asustado Dimas?

Oh Dios, claro que es él.

Me sostengo de una silla y niego con una sonrisa fría; Federico me analiza de pies a cabeza.

—Parece que viste un fantasma.

—Algo así —balbuceo—. ¿Qué hora es?

—Pasan de las cinco... ¿Puedes conducir?

—Claro.

Escucho a Dimas y a la chica acercarse, congelándome en mi sitio. Federico me observa ya con preocupación y mira a los chicos detrás de mí.

—¿La asustaste?

—No —contesta él.

¡Su voz! ¡Es... vaya!

—¿Quieres que te lleve a casa? —me pregunta Federico cerrando una carpeta que está sobre la mesa—. Te ves muy mal.

—Estoy bien —miento y un escalofrío me recorre al notar a Dimas a mi lado—. Felicidades por la inauguración, debo irme.

Dimas me mira de soslayo y clavo la vista en la mesa.

—Bien... Pero déjame presentarte a Dimas y Minerva, son dos de los chicos que llegaron de la Ciudad de México —explica y me obligo a dirigirle a cada uno una media sonrisa—. Él es el guitarrista y ella la violinista.

La violinista, la novia del guitarrista de la banda... ¡Todo tiene sentido! Considero cortarme la mano izquierda para escapar de la vergüenza que siento.

—Ella es Aura —continua Federico—, una buena amiga.

—¿Aura? —repite Minerva con un dejo de... algo—. ¿Tú eres Aura?

Federico enarca una ceja y descubro a la morena mirando mi mano izquierda; la escondo con rapidez detrás de la espalda, pero estoy segura de que ha visto el tatuaje.

—¿Se conocen? —pregunta el dueño del bar.

—Sí —responde Dimas y las fuerzas abandonan mi cuerpo—, de hace mucho.

No quiero mirarlo, así que asiento con vaguedad y me aparto de la mesa. Su presencia a escasos centímetros me eriza la piel.

—Necesito un momento con Aura, chicos —dice Federico y quiero rogarle que me deje marchar, pero callo—. Ahora hablamos.

Minerva es la primera en marcharse con sus largas piernas apenas cubiertas con una diminuta falda morada y el arco meciéndose en su mano derecha. Dimas comparte una fugaz mirada conmigo y la sigue hacia el escenario donde descubro que hay otros chicos de la banda.

Eric está ahí, un amigo del trabajo. Me saluda con cierta diversión en el rostro y recuerdo que conoce la historia de mi tatuaje... ¡Debió descubrir todo desde que se conocieron!

—¿También lo conoces a él? —pregunta Federico—. Eres una chica popular.

Me encojo de hombros y tomo asiento en la silla que movió para mí.

—¿Qué pasa?

—Voy a ser directo, nena —suspira—. Sé que estás muy justa de dinero.

No estoy prestando mucha atención, pero asiento. Mis oídos intentan escuchar lo que dicen en el escenario y me cuesta controlarme para no observarlos.

—¿No te gustaría trabajar aquí?

—¡No! —exclamo capturando la atención no solo de los chicos del escenario, si no de varios meseros que van pasando—. No quise sonar así, disculpa... Es sólo que...

—Vaya, estaba a punto de decirte que necesitas unas clases de sutileza...

—No podría —explico y tomo una larga bocanada de aire—. Entro a trabajar a las diez de la mañana y aquí terminan los turnos en la madrugada ¿No? Además, sólo sé escribir y eso no sirve para nada.

Federico saca un cigarro de su cajetilla y me ofrece uno que acepto; es un vicio que no deseo abandonar.

—Me gustaría que fueras mi persona de confianza —señala la computadora en un escritorio casi a la entrada del pasillo por donde acabo de salir—. ¡Confío en ti! Después de todo lo de León...

—No lo menciones, por favor —interrumpo, incómoda—. No entiendo en cómo se relaciona... Además... ¿Tú persona de confianza?

—Serías la encargada de cobrar y me informarías de cerca sobre el desempeño de los demás empleados —explica como si fuera algo obvio, pero sigo sin captar por completo—. Sé sobre tu capacidad para manejar situaciones difíciles y eres una persona en quién se puede confiar.

Dimas no piensa lo mismo.

Federico continúa hablando de las buenas cualidades que no sé de dónde se ha inventado que tengo y por educación le escucho, sé que rechazaré el trabajo.

—Promete que lo pensarás —me pide con ojos de gato con botas y me encuentro asintiendo–. ¡Perfecto!

—Ahora, en serio necesito marcharme...

—Disculpa, nena. No creí que te asustara tanto que Dimas se durmiera en la habitación. No han dormido desde ayer y le vi muy cansado.

—No importa.

—¿De dónde se conocen?

—Colegio —respondo—. Hace mucho tiempo.

—¿También a Minerva?

—No, a ella no la conocía.

Intercambiamos unas palabras más sobre lo bien que fue en la inauguración y que espera que la noche siguiente, el sábado, fuera aún mejor. Nos despedimos con un abrazo de oso y camino hacia la puerta enfocándome en las puntas de mis botines, tendré que colocarles algunas piedrecillas o algo para contar siempre que llevo la vista clavada en ellas.

—¡Aura! —me llama Eric.

Considero ignorarlo, pero la verdad es que Eric me cae muy bien. Él baja de un brinco del escenario y me llama otra vez, pero está al lado de Dimas.

—¡Hablamos luego! —me despido tartamudeando y esbozo una débil sonrisa.

Eric se cruza de brazos y exclama.

—¡Todo saldrá bien!

Asesino con la mirada la bonita cara de Eric y salgo del bar aceptando las llaves que me entrega un chico del valet parking. Mi automóvil está estacionado frente al bar justo detrás del auto deportivo de Federico. Intento meter la llave en la boquilla de la puerta, pero las manos me tiemblan y se me cae el llavero varias veces. Frustrada, pateo el aire y las recojo de nuevo, observo hacia el cielo rojizo antes de intentar una vez más.

—Hola.

Es la voz de Dimas, mi corazón se acelera apenas la reconozco y lo miro sobre el hombro.

—Hola —respondo, no sé qué más decir.

—¿Quieres que conduzca?

No, no quiero. Quiero que un agujero negro aparezca frente a mí y me trague para dejar de pasar tantas vergüenzas en tan poco tiempo.

—No estoy borracha —me defiendo—. Puedo conducir.

—No dije que lo estuvieras.

Resoplo y cierro los ojos, él es así. Con discreción acaba de decir que me ve alterada y prefiere conducir. Pero necesito evitarlo porque es cuestión de tiempo para que me pregunte el motivo por el que no me marché con él y es imposible decirle la verdad, necesita seguir creyendo que lo abandoné.

—Estoy bien —digo abriendo los ojos sólo para ver que se ha recargado en el auto con los brazos cruzados—. Gracias, Dimas.

Sus ojos celestes se clavan en los míos y luego mira hacia el bar. Sospecho que Minerva está observándonos y prefiero quedarme de espaldas a ella.

—Escuché algunas cosas sobre la amiga de Federico que estaba pasando un momento muy fuerte en su vida —murmura—. Fue antes de abrir el bar y dijo que quería presentárnosla porque esperaba que trabajara aquí.

Me muerdo los labios conteniendo las lágrimas y aprieto los puños clavándome las uñas en las palmas de la mano.

—No sé de quién hablaba Fede —miento.

Dimas vuelve a mirarme y odio la situación. Odio todo porque sé que nunca será como antes cuando éramos los mejores amigos y no necesitábamos palabras para comunicarnos, con un simple roce nos entendíamos.

Pensar en su contacto me hace observar sus labios, cuya suavidad recuerdo, y temo que se percate.

—Vamos, Aura —dice y se aparta del auto—. Yo conduzco.

—No, en serio.

Dimas me quita las llaves y el pequeñísimo contacto de su piel envía miles de cosquillas a mi corazón.

—Dimas —intento detenerlo.

—Vamos, Aura —repite.

Mi nombre en sus labios adquiere un significado diferente y no logro contener las emociones que embargan mi rostro. Él toma mi mano izquierda, la que completa su tatuaje con el mío. Me dejo llevar hasta la puerta del copiloto que abre como el caballero que recuerdo es.

Entro al auto y lo sigo con la mirada cuando ha cerrado la puerta. Él se acerca a la entrada del bar donde, en efecto, está Minerva fumando. Ella no parece muy feliz con su decisión de llevarme a casa, pero no los veo besarse o algo parecido.

Dimas regresa a mi automóvil y acomoda el asiento cuando ha entrado. No puedo dejar de mirarlo y sé que lo sabe, por momentos lo descubro observándome también.

—¿Sigues viviendo con tu madre?

—No, vivo sola —contesto—. ¿Estás seguro? No creo que a tu novia le guste esto.

—¿Qué es esto? —pregunta, sé lo que intenta.

Evito su mirada concentrándome en mis manos.

—Sabes a lo que me refiero.

—No, no lo sé.

—No lo hagas, Dimas —pido atreviéndome a mirarlo y me arrepiento, está más apuesto que nunca incluso con las ojeras—. Por favor.

Ambos observamos nuestras manos con los tatuajes, pero es él quien habla.

—¿Estás comprometida?

—No, ya no.

¡Esto es una tontería!

Miro por la ventanilla, pero no escondo la mano. Al parecer, ya sabía mi historia con León, sólo que no sabía que era yo la triste protagonista. La vergüenza me sonroja, siento deseos de volver a llorar.

—¿Automático?

Se refiere al auto y hago un gesto afirmativo.

—Sabes lo mala que soy con los automóviles de velocidades.

Él sonríe y me siento morir. Continúa poseyendo esa asombrosa habilidad de parecer cómodo en cualquier situación con los movimientos pausados y precisos. Se acomoda un mechón detrás de la oreja y enciende el automóvil mientras pregunta:

—¿Hacia dónde?

—¿Recuerdas La Quinta Montes Molina?

—¿En Paseo de Montejo? ¿Cerca del Hyatt?

—Sí, es por ahí.

—¿No por ahí vive tu tía?

—Hizo algunas remodelaciones en su casa y convirtió las habitaciones en departamentos.

Dimas pone en marcha el automóvil y no puedo evitar lanzar una mirada a Minerva, nos observa. En su lugar, yo estaría furiosa y lo que le sigue.

—¿En la casona vieja?

—Sí... Igual me sorprendió.

—Me encantaba esa casa.

No sé qué más decir, es difícil hablar de eso cuando me parece que fue hace mil vidas y no unos años atrás. Enciendo el estéreo del auto, por hacer algo, y muy tarde recuerdo que iba escuchando un disco de Arcade Fire, nuestro grupo favorito en aquel entonces y todavía el mío.

—Esa canción —dice él.

Suspiro, no puedo cambiarla porque sería peor. Es Ready To Start y no estoy segura de poder escucharla sin derramar alguna lágrima, así que decido recurrir a mis habilidades parlanchinas para concentrarme en otra cosa.

—¿Quién es el vocalista de la banda?

—Un chico llamado Alan ¿Lo conoces?

—No, pero no me gustó mucho cómo canta.

Él sonríe como si acabara de adivinarle el pensamiento y muerdo mi labio inferior.

—A veces canto los coros.

—Oh, eras tú —murmuro—. Tu voz, creo que la reconocí.

Claro que lo hice, fue cuando comencé a sentirme mal.

—¿En serio?

—Creo que sí.

—¿Y a Eric de dónde lo conoces?

—Es un amigo del trabajo. Es el freelance consentido del Diario Meridiano —contesto recordando lo mal que lo traté con una punzada de remordimiento—. Ya sabes, el periódico que es de los padres de Sofía. También trabajo ahí, pero como editora.

El ambiente dentro del automóvil está cargado de electricidad y va de su cuerpo al mío. Puedo sentir sus miradas de soslayo, así como sé que siente las mías.

León moriría de celos si se enterara de que estoy en el mismo automóvil con el chico con quién comparto un tatuaje. El recuerdo de León me oprime el corazón y la confusión se impregna en mis ojos sin conseguir apartarla. Dimas parece notar que algo anda mal y permanece en silencio el resto del recorrido.

Volvemos a hablar cuando le indico cómo llegar hasta mi departamento que está una calle detrás del Paseo de Montejo; me presta mucha atención hasta que se estaciona frente a la vieja casona blanca bordeada por un impecable jardín y una alta reja negra.

—No se ve ninguna remodelación —dice cuando me abre la puerta—. ¿Cuántos departamentos tiene?

—No muchos, dos grandes y cuatro pequeños. Ella vive en uno de las grandes y yo en el otro —contesto—. Sólo que ya sabes como es mi tía Katya con sus viajes por Europa, casi nunca está aquí.

Dimas observa la casona, con los primeros rayos del sol en el cielo, y me embeleso con su perfil. Sus rizos me seducen a acariciarlos y doy un respingo cuando me descubre con mi cara de boba observándolo.

—Pediré un taxi —dice y saca su celular.

Lo escucho decir la dirección que ya sabe, pues solíamos venir a almorzar los domingos con mi tía. Casi puedo verlo de nuevo en el jardín, sentado bajo uno de los árboles con la guitarra y cantándome al oído.

Estoy tan sumergida en mis recuerdos, que su voz me provoca otro sobresalto y lo hace reír.

—¿Nerviosa?

—¿Decías? —pregunto ignorando su pregunta.

—Dije que Minerva no es mi novia.

—Oh...

No puedo evitar sonreír, pero me concentro en mis botines para que no lo note. A decir verdad, ni yo sé muy bien por qué estoy sonriendo.

—Terminamos hace unos meses —explica—, pero seguimos siendo amigos.

—Es buena, creo. No la escuché muy bien.

—Es muy talentosa y puede repetir las canciones en el violín sólo escuchándolas. Fue quien me motivó a aceptar el trabajo de Federico...

De acuerdo, no tengo más deseos de sonreír.

—¿Cómo es que conoces a Federico?

—Es amigo de mi padre –responde.

—Vaya, la maldición de Mérida.

Solemos llamarle así porque es muy normal que quienes menos tuvieran en común resultaran ser amigos o incluso familiares, es una ciudad pequeña.

—Supongo —sonríe—. Nos habló del bar y dijo que ya tenía a un grupo de chicos. Nosotros teníamos una banda en la capital que acababa de desintegrarse y nos agradó lo que estaba planteando, así que venimos... Pero yo no quería regresar...

Lo obvio es que pregunte el motivo, pero ya lo sé; así que me quedo en silencio observando la casona. Dimas saca un cigarro y me ofrece uno, pero lo rechazo. No quiero hablar, temo romper en llanto presa de todo lo que ocurrió desde la noche de ayer.

—Quiero entender... —empieza y doy un largo suspiro—. Necesito saber por qué...

—Detente —interrumpo negando con la cabeza—. No puedo decirte, sólo déjalo así.

—¿Que sólo lo deje así? —pregunta con enojo— ¿Sabes lo que pasé en la capital sin saber por qué decidiste abandonarme en el aeropuerto?

No quiero mirarlo, me abrazo y bajo más la vista.

—Lo siento, Dimas... Yo quería ir, sabes que sí...

—¿Entonces por qué no lo hiciste?

—¡No podía! —exclamo y por fin lo miro a los ojos— ¡Déjalo así!

Su mirada es fría y me hiere recibirla cuando mis defensas están destruidas.

—Tú tampoco quisiste escuchar —contraataco—. Intenté llamarte, te envié correos electrónicos e incluso llamé a la universidad... ¡No querías hablar conmigo!

—Oh, hablé contigo y me dijiste lo mismo que ahora... ¡Que no podías decirme nada!

—¡Te dije que no podía y no quisiste volver a hablar conmigo!

Dimas deja caer el cigarro y lo pisa con furia contenida.

—Te amaba —suelta de pronto y las palabras me rodean la garganta—. Te amé más que a nada en este mundo, Aura.

Estoy muy cansada, un par de lágrimas caen por mis mejillas y las aparto rápido. Necesito que todo se detenga un rato para reunir más fuerzas y continuar enfrentándome a León y Dimas.

¿Me amaba? ¿En pasado?

Claro, tonta. Los años pasaron y yo amo a alguien más, no a Dimas... Mi corazón se comprime en el pecho y niego a mí misma, no sé lo que siento.

—Yo también —musito.

—Pero había alguien más —puntualiza con ira—. León, fue por él.

Dejo caer los brazos a los lados y luego los subo en una expresión muda de sorpresa.

¡No entiendo cómo llegamos hasta León!

—¡Ni si quiera lo conocía!

—Federico dijo...

—¡Federico no tiene idea de nada sobre mi relación con León! —grito— ¡Nadie tiene idea sobre nosotros!

Apenas suelto las palabras y quiero atraparlas antes de que lleguen a sus oídos, su mirada celeste y herida me demuestra que es muy tarde.

—Esto es una tontería —musito recargándome en el auto—. Es demasiado.

El taxi dobla en la esquina y se estaciona detrás de mi automóvil.

—Tienes razón —masculla—, es una tontería.

Dimas se gira hacia el taxi y consigo sacar unas pocas fuerzas de mi interior para caminar hasta él. Lo tomo de la muñeca y siento su cuerpo rígido bajo mi mano.

—Nunca quise lastimarte.

Él deshace el agarre y evita mirarme.

—Vaya forma de intentarlo.

—Dimas...

—No digas mi nombre —susurra suavizando la voz.

Avanzo hasta colocarme frente a él y repito su nombre. Él deja sus manos sobre mis hombros y una triste sonrisa se dibuja en sus labios. La calidez de su piel traspasa la delgada tela de mi blusa blanca y memorizo ese momento para atesorarlo por mucho tiempo.

—Debemos intentarlo... —digo y noto su sobresalto—. ¡Ser amigos! —añado a toda velocidad—. Creo que... lo nuestro fue hermoso y...

—Es tonto perderlo así —añade.

Hago un gesto afirmativo y me sumerjo en el azul de su mirada, en la que solía ahogarme muy a menudo hasta que me rescataba con un beso. El recuerdo me vuelve a provocar cosquillas en el corazón y sonrío con melancolía.

Perdí algo hermoso y no regresará.

—¿En dónde vives ahora?

El taxista nos mira con impaciencia, pero lo ignoramos.

—En un hotel del centro mientras buscamos casa.

—¿Vivirán los tres juntos?

Él asiente y no puedo evitar una mueca de disgusto, lo cual es muy absurdo porque si Minerva fue su novia es bastante obvio que han compartido la cama...

—Mi departamento es para dos personas —lanzo antes de pensar mis palabras y continúo con un resquicio de conciencia rogándome que me detenga—. La otra habitación que tiene baño privado era para Sofía, pero ella no quiere salirse de su casa por ahora.

—¿Me estás ofreciendo tu departamento? —pregunta con aquella sonrisa divertida que hacía años que no veía.

—Necesito que alguien me ayude a pagar la renta —miento porque mi tía me cobra poco, pero es muy tarde para otro pretexto—. Puedes decirle a Minerva, aunque creo que es algo pequeño para tres personas.

La última parte es gracias al poco sentido común que parece continuar despierto en mi cabeza, le agradezco en silencio así ruegue que esa mujer jamás ponga un pie en mi casa.

—¿Sofía no se enojará? Supongo que planean vivir juntas...

—Ella no puede por ahora —murmuro.

El taxista nos pregunta si usaremos el taxi o no, Dimas pone los ojos en blanco y le pide que espere un momento más.

—Lo pensaré —me dice—. ¿Tienes el mismo número de celular?

—No...

Sé que un manto gris me nubla las expresiones y anoto mi número de celular en el suyo bajo su atenta mirada. Mi antiguo número lo conservé por muchísimos años, pero cuando empecé las terapias y León no dejaba de llamar, la psicóloga me sugirió cambiarlo debido a que mi debilidad siempre me hacía contestarle.

La despedida es torpe, un simple apretón de manos y verlo partir dentro del taxi amarillo.

Está amaneciendo, pero camino lento hasta el interior de la casona. Puedo dormir unas horas si es que el sueño decide visitarme antes del trabajo, aunque sólo quiero repasar todo lo que ocurrió desde que entré a aquella elegante iglesia.

Me deshago del uniforme, apenas cierro la puerta de mi departamento, y me tiro en el sofá sólo con la ropa interior. No tengo ánimos de nada, me duele el corazón y mi mente es un revoltillo monumental.

León acaba de tener su noche de bodas, recuerdo. Contodo lo que pasó olvidé eso por completo y sonrío agradecida a un Dimas que noestá ahí. Aquello es bueno, mi psicóloga siempre me aconseja retomar las amistades que abandoné durante aquella posesiva relación y, por primera, vez comprendo el peso de esas palabras.

Podemos iniciar una nueva amistad. Con suerte olvida mi ofrecimiento de compartir departamento y las cosas marchan tranquilas. Si Sofía y Dimas están de mi lado, estoy segura de superar cualquier obstáculo sin importar lo duro que sea.

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