El Misterio de Smenjkara (FDL...

By thewingedwolf

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Serie 'Fantasma de las arenas' Dos jóvenes arqueólogos en busca de la tumba de un místico faraón llamado Smen... More

El Misterio de Smenjkara ©
Sinopsis
Capítulo I: Destello entre las antigüedades (Editando)
Capítulo II: Timidez en las arenas (Editando)
Capítulo III: Rumores con sabor a tabaco (Editando)
Capítulo V: Enigmática soledad (Editando)
Capitulo seis: Primeras visiones (Editando)
Capitulo siete: Reencuentro (Editando)
Capitulo ocho: No están con vida. (Editando)
Capitulo nueve: ¿La verdad? (Editando)
Capitulo diez: Libres. (Editando)
Capitulo once: Una visita al hotel. (Editando)
Capitulo doce: ¿Sigue siendo misterio? (Editando)
Capitulo trece: Hasta pronto. (Editando)
Epílogo. (Editando)
Agradecimientos

Capítulo IV: Un mal presentimiento (Editando)

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By thewingedwolf

Monett Mubarak




El Gordo Louis nunca se ha aburrido de fastidiarme desde aquella vez que arruiné accidentalmente el plan que tenía pensado para el Director del museo. El único objetivo que tiene este desagradable ser, es saquear tumbas sin importar la historia que hay detrás de todas las reliquias, consiguiendo una gran cantidad de dinero, sumándole los créditos por estos hallazgos. ¿Cómo reacciona él ante todo esto? Fingiendo lo que no es. Le gusta dar largos discursos contando que fue tan arduo llegar a conseguir los objetos, que tenía cuidado para no dañarlos, y sobretodo que le dolía despojar a los muertos de sus objetos que los llevaban a la otra vida. ¡Todo lo que dice es vómito verbal! ¡Todo es falso! Nunca ha sido de esas personas que tratan las reliquias con delicadeza; nunca amó la historia que hay detrás de cada tumba; nunca respetó y jamás respetará el descanso eterno de estos fallecidos.

Me ha tratado de demente, y un peligro para la sociedad por decir estupideces dentro de una tumba egipcia. Admito que es algo que no lo puedo evitar. Imágenes borrosas me guían por diferentes caminos a lo que me suelen designar, sin embargo estas raras imágenes me han ayudado a salvarme de miles de trampas mortales que habían allí dentro. ¿Cómo no confiar en las cosas que se me presentan? Para mí ya ha formado parte de mi vida cotidiana, es normal y seguro, para otros simplemente creen que estoy perturbada, desquiciada, enferma. Soy normal, como todos los demás.

Isaac cada vez está tomando más confianza. Aún se siente un poco intimidado, debido por la tontería que le dijo ese fétido hombre que siempre emana un asqueroso hedor de su boca. Sus nervios de vez en cuando desaparecen y logra comentar frases con fluidez, y hay otras veces que no. ―eso me causa gracia―. Aquella timidez es un marca esencial de su personalidad. A veces evita que nuestras miradas se encuentren, balbucea algunas respuestas con temor de que estén erróneas, desvía su mirada cuando tenía que cambiar de una blusa a otra ―ahora tengo que entrar al baño para cualquier cambio―, y constantemente mantiene silencio cuando le explico algo relevante sobre los egipcios. Siempre me he sentido atraída hacia chicos que están frente tuyo, escuchando. Y sabes que lo hacen, porque no sacan su vista de ti. Es el único momento en que él me observa con atención, sin miedo, como si estuviera analizándome.

Hoy sería otro día, una nueva aventura para él y para mí. Conoceremos la tumba KV53, una tumba que, milagrosamente no ha sido saqueada por ningún arqueólogo, historiador o egiptólogo. Informé a Isaac que llevara una gran cantidad de baterías y agua, ya que esta vez será más difícil guiarlo porque que no está abierto al público, desconozco el camino, y nos tomará el resto del día en la investigación. Por primera vez será abierto a nosotros.

―¿Nervioso? ―pregunté mientras nos sentábamos en los asientos del bote, generando leves movimientos por el agua del río.

―Un poco ―dijo entrelazando sus manos.

―Yo también ―confesé. Él me miró con sorpresa―. Es una tumba que no conozco, es normal sentir nervios. Siempre he tenido que entrar a tumbas que ya fueron registradas y que tuvieron intervención por parte de otros arqueólogos. Antes, sólo me dedicaba a recopilar algunas informaciones, siempre estaba acompañada por otros que eran superiores a mi ―respiré y con una tímida sonrisa observé las dunas de arenas que se encontraban frente a mi―. Pero ahora, es distinto. Ahora yo seré la persona guía, la que tendrá que estar atenta a cualquier acción que hagas, y pensar bien mis decisiones. Primera vez que sentiré una gran responsabilidad.

―No sabía eso ―comentó con suavidad―. ¿Y por qué el Director dijo que llevabas años investigando sobre este faraón, si no has entrado a una tumba por tu cuenta?

―A veces no es necesario iniciar una investigación en terreno, Isaac. Pasaba horas en mi oficina investigando, recopilando información que encontraba necesaria para crear un buen informe. Escribía teorías y algunas iban bien encaminadas.―agaché la vista y guardé silencio por unos segundos―. Hace meses había tenido las ganas de crear un proyecto, con el objetivo de desvelar la verdad de este faraón. Sentía que tenía la base perfecta para presentarla, luego de trasnochar todos los días de la semana, estaba segura de mi misma y convencida de que lo que tenía escrito estaba bien. Cuando presenté la idea de este proyecto, lo único que conseguí fueron algunos comentarios sarcásticos, y desprecio por varios arqueólogos. Podía ver en sus ojos como se burlaban de mí, dentro de sus mentes abundaban las carcajadas que no salían de sus bocas. Mi cabeza se había rendido, fue la primera vez que viví un fracaso en mi corta vida. Pero mi corazón dictaba otra cosa: lo había hecho bien, e insistía que no debía abandonar esta idea; que algún día se iba a presentar una oportunidad... ―lo observé―. Y llegaste tú. Ese día no pude dormir, era tanta la emoción que lo único que quería era que fueran las siete de la mañana ―sentí como mis ojos se aguaron. Disimulé con un bostezo y cambié rápidamente de tema―. No te pierdas de nuevo, mira que no quiero volver a ver la cara de eso gordo pasado a tabaco.

Me dedicó una sonrisa ladeada sin señales de coquetería. Tragó hondo y preguntó:

―¿Puedo...?

―Louis Sadat es un hombre codicioso, lleno de lujuria y poder ―comencé a contar sabiendo a que iba la pregunta―. Su pasión es la fama y no estudió arqueología por amor a los cambios que se producían en sociedades antiguas a través de estos restos materiales. Durante todos estos años se ha dedicado a saquear tumbas para encontrar objetos de valor para ser entregados al museo y cobrar el doble, dando diferentes razones. Le gusta ver que su trabajo es bien recibido, y siempre te refriega en la cara el logro que hizo, y ninguneando el ajeno. Es un hombre cuya marca es el don del habla, te puede decir la mentira más estúpida y aún así llega a convencer a las personas de que lo que dice, es cierto.

―¿Y los demás?

―Son sus pollos. Lo siguen a donde van y siempre lo apoyaran. Por eso te digo, Isaac ―dije tomando su cara y mirándolo fijo a los ojos―, no confíes en él, no creas en las cosas que te dice, no caigas en sus redes. ¿Me entendiste?

Asintió.

Eché mi cuerpo al respaldo del asiento y volví a fijar mi vista a las montañas arenosas del Valle.

Cruzamos el mismo sector que el día de ayer, en ese carro repleto de nuevos turistas a conocer la tumba de Tutankamón. Sí, solo esa tumba, y si les alcanza la hora del día conocen cualquiera sin saber que tan importante fue el faraón. A veces pienso que recorren estos lugares sólo para sacar fotografías y mostrarles a sus amigos que estuvieron en la necrópolis más famosa del mundo, sin saber la historia de origen. Sé de lo que hablo. Hubo un tiempo que asistí a estos tours, y dos de cada quince prestaban atención a las charlas.

El día nos toco privilegiado: está nublado, raro en Egipto, pero aún así el calor no quiere desistir. Lo bueno, es que no está tan sofocante como suele ser en estos días de invierno.

Llegamos al centro del Valle. Tomé la mano de Isaac y lo llevé a rastras al notar como el Gordo Louis se acercaba a nosotros, nuevamente. Mientras más rápido marcaba el paso, tenía más posibilidades de que él se perdiera entre la multitud. Una vez perdido lo solté y seguimos caminando en una sola dirección; doblamos a la izquierda, dimos unos pasos más y ya teníamos la tumba frente a nosotros junto a una cinta que impide nuestro paso.

Prendimos las linternas y comenzamos bajar por las escaleras dañadas. Nos tuvimos que ayudar entre ambos, ya que con la poca que luz que alumbraba nuestras linternas, descubrimos que a los costados no había una pared para apoyarse en caso de un pequeño desequilibrio. Por la curiosidad, me detuve y comencé a observar en aquel y gran agujero que se encontraba al lado de escalera. ¿Cuántos metros hacia al vacío habrá allí? Esto realmente era una trampa mortal, al más mínimo desequilibro tu vida formará parte del grupo de los espíritus, y tu cuerpo será nada más ni nada menos que una decoración grotesca en el suelo con todos tus sesos como principal objeto de atracción.

El olor a humedad era indudable, el calor desapareció apenas entramos a este cubil. La escalera se nos hizo infinita, pero de seguro encontraríamos más maravillas que los demás, y si Dios quiere, mi objetivo.

Ya seguros en el suelo y alejados de los peldaños mortales, comencé a alumbrar con la linterna las paredes. Las imágenes se me hacían familiares, lo había visto en algún inscrito en el museo del Cairo o tal vez en algún sitio de internet, pero mi mente me hizo una mala jugada al igual que mi memoria, no recordaba donde la había visto.

―Isaac ―lo llamé. No sabía dónde estaba, pero tenía consiente que no se había ido más allá de las sombras―. Alúmbrame aquí.

El destello circular alumbró el tabique, y la cantidad de ilustraciones aparecieron frente a mis ojos. Colores como el marrón, blanco, azul, amarillo, negro y rojo eran esenciales para destacar estas estampas. Colores desgastados y algunas zonas picadas demostraban completamente que esta tumba no ha sido intervenida por algún restaurador, dándonos la esperanza y confirmando mi teoría de que nadie ha entrado a este hipogeo.

Saqué mi libreta de dibujo y comencé a hacer copias de los jeroglíficos para luego poder traducirlo al idioma común.

Seguimos caminando e Isaac seguía alumbrando las paredes, yo dibujaba lo más rápido posible. Mi mente calculaba que la momia que está aquí debió de ser muy importante por los mensajes que se transmitía a través de los jeroglíficos. Hice una seña para que Isaac dejara de alumbrar. Prendí mi linterna y ambos comenzamos a caminar por el oscuro salón. Se siente extraño el ambiente, tenso y frívolo.

Pensar que este hallazgo mejorará mi estado en el museo y ya no seré conocida como: «La Demente Monett; la que habla estupideces; la que nunca ha logrado un hallazgo en todos los años»... todo eso desaparecerá.

Dos pilares se presentaron frente a nosotros, al parecer ya nos encontramos en la sala principal. Ambos comenzamos a recorrer por diferentes lados. La humedad emanaba entremedio de las fisuras de los muros; el ambiente estaba silencioso y denso. Las ilustraciones eran cada vez más clara y definidas. Se repetía mucho la figura de un hombre con cabeza ovalada junto a niños. ¿Cabezas ovaladas? ¿Dónde lo habré visto? Pestañeé rápido, y aquella imagen desapareció. Volví a ver los jeroglíficos dañados y vetustos. Refregué mis ojos, mi mente no logra concentrarse a la situación.

―Monett ―escuché la voz terciopelada de Isaac―. Ven, encontré algo en una pared.

Caminé hacia él. Tenía alumbrado una esquina de dicho paredón, en ella se encontraba un cuenco de barro. Toqué el interior, tenía algo pegajoso y húmedo. Lo llevé a la altura de mi nariz y lo olfateé, era aceite.

―Encontraste linternas de aceite ―dije mientras comenzaba a buscar de mi bolso algo parecido a un cordel―. Nos ahorraremos baterías.

Corté un pedazo de cordel y lo coloqué en el aceite. Luego saqué un pequeño paquete de fósforo que suelo meter en caso de que sea necesario y encendí la mecha. Toda la esquina se iluminó pero no fue suficiente para alumbrar toda la habitación.

―Deben de haber más ―dije mientras alumbraba las paredes―. Sigue buscando.

Encontramos alrededor de cinco cuencos con aceite, lo suficiente para mantener alumbrado esta fría y desolada sala por unas cuantas horas. Siendo sincera, el pequeño toque y raído destello que daban las lámparas de aceite, le daba un toque bien antiguo a la tumba, suficiente para sentirnos de esa época.

Seguimos leyendo las paredes y sacando con un pequeño pincel el manto de polvo que las cubrían para continuar traduciendo el mensaje. Iba a tardar horas, pero teníamos varios días para continuar, mejor dicho todo un año.

Isaac se dedicaba a limpiarlos y yo a dibujar.

―Después seguimos ―dije guardando mi libreta en la mochila. Saqué una botella de agua y tomé un sorbo―. Continuemos, quiero familiarizarme con el lugar antes de comenzar a trabajar.

Bajamos por otra escalera. Los primeros peldaños pudimos distinguirlos gracias a la escasa luz que propiciaban las lámparas, ya en el décimo peldaño, tuvimos que sacar nuestras linternas y volver a ayudarnos al bajar. Caminamos por un pasillo angosto hasta llegar a otro salón. Entramos al mortuorio.

Incomodidad, aquella era la sensación que recorría por todo mi cuerpo al ver toda la penumbra que abarrota toda la sala de preparación. La luz de la linterna iluminaba con una ancha y larga línea en cada esquina en busca de algo novedoso. Entre pasada y pasada, un pequeño resplandor llamó mi atención guiando mi vista hasta el suelo compuesto de piedra caliza. Di unos cuantos pasos y me agaché quedando a la altura de la mesa de preparación, tomé aquel objeto que mi linterna había descubierto. Llamé a Isaac para que pudiera alumbrar mientras yo le quitaba el polvo al objeto. Liso, frío, amarillo con decoraciones azules y rojos, junto con una exótica y extravagante cabeza era lo que mi mano sostenía.

Observaba maravillada el vaso canope con una cabeza de gato. Me sorprendió el estado en que se encontraba este vaso, no estaba completo.

―¿Ves algo raro en este vaso? ―pregunté girando el objeto. Ambos admirábamos el dorado y destrozado vaso que brillaba ante el destello de la linterna.

―Está...roto ―respondió mientras buscaba más con la mirada.

―Alguien ya estuvo aquí ―Coloqué el vaso sobre la mesa. Tomé mi linterna y alumbré en la misma dirección, ahí estaban los otros cinco vasos canopes, todos en el mismo estado, deteriorados.

―Saqueadores, tal vez ―supuso Isaac.

―No ―negué mientras tomaba el resto de los vasos y los colocaba en la mesa. Sacudí mis piernas y logré notar como todo el polvillo se elevaba en el aire―. Se lo hubieran llevado, por algo son saqueadores, no dejan ni un alma.

El silencio fue más que suficiente para asegurar que yo estaba en lo correcto.

Seguí alumbrando lo que quedaba de la habitación, tomará un buen tiempo saber de quién pertenecía este pestilente sepulcro. Más de un año, tal vez.

Mi cuerpo tomó una actitud brusca. Un peso se posó en mi cuello, hombros y espalda. Quité mi mochila y aún así no sentí ningún alivio. Comencé a sentirme perturbada, el ambiente estaba demasiado tenso para mí; mi pecho comenzó a recogerse hasta cierto punto que mi respiración comenzó a dificultarse. Miré la hora, aún era temprano pero algo me decía que ya era hora de irnos.

―Siento que es hora de marcharnos, no me siento a gusto en este lugar. ―Traté de sonar lo más calmada posible. Me estaba ahogando, no lo quería asustar.

―Pero aún es temprano ―contestó él aún entusiasmado con lo que sus ojos lograban captar―. Queda mucho por...

―Isaac, hay que irnos ―dije tomando mi mochila. Iba a perder la paciencia si me quedaba a discutir―. Aquí hay alguien más, y no es necesariamente alguien de carne y hueso.

Gélido, ese era el clima que nos abrazaban en este mismo momento. Tuve la necesidad de colocarme mi chaleco aún sabiendo que afuera me depara un calor infernal.

―Vamos.

―No te llevarás los vasos...

―No ―contesté con brusquedad.

Él dio un respingo, agachó su cabeza, estaba avergonzado. Sentía mucha energía negativa y el peso en mi espalda aumentaba, quería marcharme, irme de ese lugar de una vez por todas, había algo molestando y no le agradábamos.

―Ya hemos interrumpido lo suficiente.

Marqué el primer paso. La luz de mi linterna alumbraba apenas el camino del interminable pasillo oscuro que nos ocultaba más de una trampa. El olor de la humedad se hace cada vez más penetrante, empañando las paredes decoradas con sus desgatadas ilustraciones. Siento el lento andar de Isaac detrás de mí, a veces para y luego vuelve retomar el paso, así es sucesivamente.

Ya pude distinguir como los escasos rayos de sol tratan de traspasar y alumbrar la entrada de la tumba. Entre cada paso que doy, más rápido las paredes desparecen de mi campo visual, y no es por la oscuridad, aquel truco era una de las miles trampas mortales que logré admirar al entrar al sepulcro. Nos queda subir esa enorme escalera que tengo frente a mí, pero algo generó un leve movimiento en el suelo compuesto de caliza. Un estremecedor ruido abundó el lugar y nuevamente el movimiento telúrico se hizo presente. Traté de subir con rapidez los peldaños que componen las escaleras, pero me es imposible mantener un buen equilibrio. Caída tras caída, raspado tras raspado impuso que pudiera mantener un paso firme.

Ver frente a mis ojos, como dos grandes sombras se encontraban con una postura firme en la entrada de la tumba, fue inevitable no pensar que el Gordo Louis estaba detrás de todo esto. En cualquier momento esto colapsará y nuestros cuerpos estarán enterrados en estas piedras calizas y arena.

Nuevamente me levanté al sentir un extraño ruido cerca de mí. La puerta comenzó a moverse, como si la hubiesen hechizado o le hayan instalado algún tipo de motor para que se moviera automáticamente, ya que ninguna sombra se esmeró en evitar frenar la puerta. Subí como un bebé suele hacerlo cuando ya tiene la facilidad de gatear.

Es tarde, demasiado tarde. La oscuridad nos abrazó como una madre a su bebé; como nuestras sábanas nos abrazan cuando nuestro cuerpo ya no puede más del cansancio y nos ayuda a sumergirnos a los brazos de Morfeo. Comencé a golpear bruscamente la puerta olvidando completamente la reliquia que tengo en frente, pero el simple hecho de estar encerrada en un sepulcro donde la mismísima alma no nos quiere aquí; una tumba que es completamente nueva para nosotros y carecer de conocimiento de la cantidad de trampas que se encuentre en este lugar, generó que mi mente entrara en la desesperación, tratando de buscar una salida, aún sabiendo que no lo iba a conseguir.

―¡Desgraciados! ―Grité dando los últimos golpes a la gruesa puerta.

Tomé mis cabellos que se soltaron de mi cola y los apreté con furia, no sé qué hacer. Inhalar y exhalar no me fue de ayuda, tampoco contar los números hasta relajarme. Nada me sirve en este momento, simplemente nada.

Observé a mí alrededor, tomará tiempo para que mis ojos se acostumbren a la oscuridad, ya que mi linterna cayó al vacío al lado de las escaleras. Todo jeroglíficos, paredes, peldaños, suelo y techo desaparecieron completamente de mi campo visual y solo veía oscuridad.

Mis sentidos no me engañan, sabía que me faltaba algo más que mi linterna, y no era mi mochila, algo mucho más importante: un joven de carne y hueso.

―¿Isaac? ―Pregunté mientras estiraba mi brazo en busca de alguna extremidad de su cuerpo―. ¿Isaac? ―volví a preguntar.

Nada. Ni siquiera una simple palabra, alguna señal de su respiración, un suspiro, nada. Silencio, un incómodo silencio.

―No es chistoso Isaac. ¡¿Dónde estás?!

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