Experimento FOBIA ©

נכתב על ידי SolusStella

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El miedo es la sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. El miedo es... עוד

Sinopsis
P R Ó L O G O
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII

XIII

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נכתב על ידי SolusStella



Cuando todo termina, asqueada, consumada por lo que acababa de ver, Sandra, con las piernas débiles, bilis en la garganta y mucha torpeza, se levantó del viejo sillón de cuero, sosteniéndose del escritorio, sin dejar de respirar profundo.

Caminó temblorosa y adolorida por haber pasado sentada por mucho tiempo, se dirigió a una pared y allí se dejó recaer, caminando con desgano, y tratando de no pensar en el aturdimiento de sus piernas, salió de la habitación, se dirigió, entre puerta y puerta, a aquella donde se encontraba la cafetera. Llegó allí a duras penas, se dirigió a la cafetera y la cogió, sin embargo, se dio cuenta de que está estaba vacía, cuando al servirse, no cayó gota alguna. Con un suspiro de angustia y cansancio mezclados, llenó con agua la cafetera y espero a que la bebida se prepare. Se dispuso a estirarse un poco, estaba muy cansada, y cada vez más se le dificultaba mantenerse despierta.

Cuando vio que el café estaba listo, casi de un salto se lo sirvió; mientras lo hacía se preguntaba donde se entraría el doctor en aquellos momentos, y de pronto, la preocupación la invadió.

Terminó el café por completo, sintiéndose un poco mejor y despierta. Se quedó un momento allí, con el jarro en mano, con la vista perdida y la mente en las nubes.

Empezó a recordar de aquellos momentos en los que estudió psicología, y en ese momento en el que conoció a Javed Roosevelt aquel magnate de la época, el doctor que pasaba en la boca y mente de todos.

No sabría explicar, ni aunque sea en ese momento el por qué a ella le atrojo tanto aquel imbécil: era egoísta, ególatra, oportunista, presumido, manipulador y sobre todo drogadicto. Pero había algo en él, que hacía que todo aquello quedara bajo y que no tenga importancia, pues, para Sandra, el gran ingenio que se le otorgó era algo impresionante.

Regresó de nuevo al presente, cuando el jarro se deslizó por sus manos y cayó al piso, rompiéndose.

Un fuerte dolor invadió su cabeza haciendo que el ruido provocado por la caída sea más estruendoso de lo que en realidad era; cerró los ojos fuertemente, respiró hondo un par de veces, se dio un masaje en las sienes y se dispuso a recoger los pedazos del piso.

Cuando terminó, decidió dar una pequeña revisión a la edificación. Los zapatos de tacón resonaban fuertemente en los pasillos vacíos y fríos, produciendo un eco. De vez en cuando, al dar un paso, un escalofrío le recorría la espalda, provocando en ella desconfianza, como si alguien la estuviese espiando, sin embargo, le dio muy poca importancia y siguió caminando.

Cada que se encontraba con una puerta, la abría, algunas estaban totalmente vacías y otras cerradas con seguro. Tras haberlo hecho varias veces, encontró un pasillo oscuro, iluminado por la luz del espacio anterior, donde no podía ver mucho, a pesar de eso se aventuró y siguió caminando por él, una pequeña línea de luz cerca del suelo, hizo que se diese cuenta de que había una puerta, se acercó más y se puso al frente de la misma, la tanteó hasta encontrar la perilla, pero antes de que la girara para abrirla, alguien desde adentro lo hizo.

El doctor Roosevelt se encontraba ahí, respirando fuertemente por la boca, sudando y temblando, miraba a Sandra como si quisiera asesinarla, estaba furioso, dio un paso al frente y cayó, se retorció en el suelo como si de un perro con rabia se tratara y vomitó.

Sandra lo miró con cara inexpresiva, esperó a que el ataque terminara, y cuando lo hizo, se agachó y lo levantó: — Javed Roosevelt sufriendo un síndrome de abstinencia. ¿Tan bajo has caído corazón? —, el doctor solo la miró, pues no tenía las fuerzas para decir o mover algo. Sandra lo arrastró por el suelo, ensuciando su pantalón con su propio vómito.

La habitación contaba con una camilla, varias botellas de alcohol y el olor insoportable del vómito, Sandra retuvo la respiración, se dirigió a la camilla y tiró como pudo al doctor.

—Me repugnas. — dijo y acomodó al doctor, parte por parte, luego, cuando este cerró los ojos, Sandra salió de la habitación, consiguió una toalla en una de las habitaciones abiertas y regresó a donde se encontraba el doctor, le limpió el sudor y lo miró.

Se masajeó las sienes de nuevo, evitó vomitar y salió a la oficina, casi corriendo. Fue directo al escritorio, revisó el proceso del experimento y las cámaras. Dándose cuenta de donde se encontraba la morgue, fue lo más rápido posible.

Quitándose los zapatos y corriendo descalza, entró a la cabina principal de cristal, buscó morfina, una aguja y su inyección; al conseguirla, regresó al botadero donde se encontraba el doctor, casi de inmediato y sin importar nada, le clavó la aguja en la pierna y vertió la morfina, esperando a que eso lo ayudara.

Como si de oxígeno tratara, el doctor respiró hondo y equilibró su respiración, pero volvió a vomitar.

Se quedó dormido luego de algunos minutos. Sandra, entonces, trató de mover al doctor hacia su oficina. Con el peso muerto del cuerpo del doctor, Sandra, arrastrándolo por el piso, caminó lo que más pudo. Llegó a medio camino cuando el doctor empezó a moverse un poco.

Desistió, pues los brazos ya le estaban doliendo, con el frío de la baldosa en los pies, caminó hacia donde la cafetera se encontraba, consiguió de uno de los muebles una cubeta, la llenó de agua, que por alguna razón salió marrón oscuro y se la llevó consigo hacia la mitad de la edificación donde el cuerpo casi inmóvil del doctor se encontraba.

No lo pensó dos veces cuando le echo el agua al doctor, empapándolo y ensuciando más su bata. Lo único que logró Sandra con lo que hizo fue que el doctor vomite nuevamente: —Espero que ya te estés muriendo.

El dr. Roosevelt estaba tendido en el piso con la mejilla llena de vómito, para ese momento, él mismo, en su inconciencia esperaba que fuera la última vez, pues ya se estaba sintiendo mejor. Con el mayor esfuerzo que su cuerpo le dio, abrió los ojos como pudo, mirando los pies descalzos de Sandra.

Un parpadeo cambió su perspectiva, pues, cuando sus ojos enfocaron nuevamente los pies de Sandra, una de sus piernas cambió de color, y luego se encogió. Se alteró, trató de levantarse y advertirle, pero apenas se arrimó sobre su brazo izquierdo, Sandra ya no estaba.

No supo cómo reaccionar pero casi de inmediato, con la ropa y el pelo empapado y las gotas del agua sucia bajando por su cara, quedó inconsciente de nuevo.

Despertó con el grito que salía de su boca y también con los chillidos de las ratas. Javed Roosevelt, por primera vez, sacó su ira interior, o por lo menos así lo sintió.

Quiso levantarse y tomar agua, pero no pudo. Sus piernas ni cadera reaccionaban, apretó la mandíbula tan fuerte que de los molares le salió sangre. Javed Roosevelt estaba desesperado y más que molesto.

Olvidándose de lo que antes de su desmayo pasó y con todo el esfuerzo que pudo, se arrastró con los brazos a través de la edificación, con un dolor punzante en la unión del último lumbar y el coxis, hasta por fin llegar al pasillo donde se encontraba su oficina.

Con un gruñido proveniente de lo más profundo de su garganta, se dio cuenta de lo adolorido que se encontraba. A lo lejos escuchó el sonido de unos tacones chocando contra el suelo y una risa femenina profunda y amarga.

Arrastrándose llegó a su oficina; todavía escuchaba la risa a la distancia.

Tenía un nudo en la garganta, tenía el olor agrio de su vomito en la nariz, se sentía repulsivo y no sabía que hacer. Sus piernas seguían sin reaccionar y empezaba a sentir la necesidad de su droga.

No supo cuánto se arrastró, pero cuando al final llegó a su silla de cuero y como puso se sentó sobre ella, acomodándose las piernas con sus brazos cansados sintió el bilis subiendo nuevamente por su garganta, pero se lo tragó, se quitó la bata y la camisa y lo botó todo en el basurero, casi de inmediato empezó a sentir ese frío húmedo que rodeaba todo el edificio.

Respiró profundo varias veces, hasta que se dio cuenta que el monitor de su computadora transmitía el cubículo de E13, lo miró restregándose el brazo con la mano izquierda, su piel estaba erizada.

» Sientes como la sangre recorre tu cuerpo, te sientes en medio de tanta tranquilidad que hasta la estas escuchando recorrerte. Nos sabes el tiempo de espera, pero tanto has estado aquí que te estas desesperando; ni siquiera sabes si tienes lo ojos abiertos o cerrados y mucho menos te podría importar.

— ¿Qué le pasa a este?

» —Oye—, mueves los ojos de un lado a otro, sin saber que estás haciendo porque no ves absolutamente nada, tu cuerpo salta, tu respiración se corta y saltas nuevamente, cayendo sobre algo más suave que el piso en el que estabas, sintiendo también el movimiento. Un movimiento ininterrumpido como el de un automóvil, y luego lo escuchas.

»Las llantas rodando por un camino irregular y la luz filtrándose por tus párpados haciendo que te de dolor de cabeza y que los ojos te ardan. Los dedos de tus manos están amortiguados, pero de igual manera te restriegas los ojos con ellos, te estiras la cara y te apoyas sobre los codos mirando hacia afuera, solo notas como la luz de los faros se filtra por la ventana cada cierto tiempo. No ves más que un desierto y el automóvil se mueve bruscamente, haciendo que te despegues del asiento, te caigas y te golpees el cuerpo. La parte delantera del auto está tapada, tiene un vidrio negro y no puedes ver quien está conduciendo.

»Te pones serio, tratas de sentarte pero apenas te estás por acomodar el auto para rudamente y te golpeas la cabeza contra el vidrio. Estás en un estado de perder la conciencia, tienes los ojos cerrados y la cabeza más dolorida aún.

»Alguien abre la puerta de donde te encuentras, te tapan los ojos apenas tratas de mirar algo, te tapan la boca con algo redondo y te entre tres te alzan como si de un saco se tratara. Por alguna razón no puede moverte y sientes como si no pudieras respirar, te desesperas.

»No te resistes, ahora lo único que te preocupa es respirar. No sabes a donde vas, ni qué te va a suceder, pero no te importa, solo necesitas aire.

»Después de un tiempo, te quitan la venda que cubre tus ojos y ves a tres figuras sin rostro que inclinan la cabeza de un lado a otro, como si se estuvieran comunicando. Sientes que te miran al mismo tiempo, luego, te sujetan nuevamente, ves que uno abre una compuerta pequeña por la cual te lanzan y caes. Escuchas risas y gritos de enojo y angustia.

»Te golpeas el cuerpo mientras caes por lo que parece un pozo metálico. Todo es muy oscuro y no puedes ni siquiera moverte. Finalmente, caes estruendosamente contra el metal del fondo del "pozo", tu cuerpo está adolorida, escuchas en tu oído izquierda un largo silbido molestoso y agudo, acercas la mano a ella y sientes algo húmedo y caliente, lo saboreas. Tu oído está sangrando.

»Tragas saliva duramente, tratas de respirar y te quitas lo que sea que tienes en la boca, la respiración se relaja mucho cuando lo haces y también sientes tranquilidad.

»Sigues sintiendo como tu sangre baja por tu oído y cuello, no haces nada por ello. Te centras en buscar una salida y te paras, pero el techo te toca la cabeza, caminas lentamente, cojeando y sosteniéndote las costillas derechas con la mano, todo te está doliendo.

»Caminas derecho, dejando de cogerte las costillas para poner las dos manos en las paredes que están muy cerca de ti y poder encontrar una salida. No muchos pasos después, encuentras un camino a tu lado derecho y curvas, guiándote así por un tipo de laberinto, luego de haber cambiado de camino unas cuantas veces, al final puedes ver a lo lejos una luz muy tenue y te diriges hacia ella. Cuando llegas, bajas una grada y te das cuenta de que todo el lugar en el que estas es completamente de metal negro y blanco. La puerta por la que cruzaste, se cierra estruendosamente y el sonido produce un eco tan grande que el silbido de la oído regresa y se queda más tiempo que antes, te tapas la cara y sientes que las luces intensifican, así que cuando abres los ojos, la luz se cala por tus pupilas, cegándote, hacía ya mucho que no veías algo.

»Sigues caminando sin saber hacia a donde ir, no puedes ver a ningún lugar y ya estás empezando a hiperventilarte pues el lugar es demasiado reducido y crees que ahora está menos espacioso que antes. Sigues caminando, escogiendo pasillo y siguiendo los únicos caminos que aparecen.

»Llegas a un punto donde la luz empieza a ser menos luminosa y el camino simplemente se reduce hasta que solo puedes avanzar por el gateando, la desesperación que sientes es tan fuerte que tu respiración se hace pesada, pero eso no te impide seguir y de vez en cuando simplemente te detienes, respiras lo más profundo que tus costillas te permiten para que no duelan, cierras los ojos y sigues cuando te recuperas.

»El cambio de color del metal te marea a un punto que podrías vomitar, por eso, cada vez vas más lento, el encierro y todo lo demás te están agobiando.

»No sabrías describir, si alguien te pregunta, como te sientes en este momento, es la combinación de sentimientos desagradables junto a la sensación de que algún momento vas a caer nuevamente por un hueco sin fondo, uno igual por donde te lanzaron, solo que esta vez, caerías tan fuerte contra el fondo que tus huesos se romperían en su totalidad y tú mueres lentamente con un dolor insoportable. Sin embargo, lo que si podrías describir es tu angustia, esa falta de aire que cada vez se intensifica. Esa desesperación que sale desde lo que podrías decir tu estómago.

»No sabes cuánto has recorrido y por alguna razón esta sensación te parece muy familiar. Las risas amargas junto a los gritos de desesperación vuelven a aparecer. Una lágrima sale por tu ojo, recorre tu mejilla, luego otra y otra, para que, después, una gota gorda recorra tu mejilla, toque tu barbilla y caiga en el suelo, casi de inmediato escuchas como puertas corredizas, igualmente de metal, se van cerrando a lo lejos y que el metal se empieza a hacer blando.

»No sabrías decir si es miedo lo que sientes, pero escuchas muy cerca de ti como las puertas se van cerrando y crean un estruendo ensordecedor. Miras por sobre tu hombro, a lo que se te permite y ves que las puertas se van cerrando. Están cerca...

»Con la adrenalina en la punta de los dedos de los pies, te arrastras rápidamente para que las puertas no te alcancen. Miras a lo lejos una luz, el sonido de la llegada de un elevador y te arrastras más rápido aún, hasta que entras por la puerta del elevador y la puerta se cierra. El elevador empieza a subir a una velocidad impresionante, una velocidad que te provoca nauseas.

»El elevador se detiene tan de repente que, por la velocidad a la que iba, te empuja hacia el techo y caes nuevamente al piso. El dolor de las costillas se intensifica, el silbido del oído se hace más intenso aún y te empieza a sangrar nuevamente. Un grito de dolor sale por tu garganta, sin embargo no llegas a escucharlo.

»Al abrirse las puertas del elevador, aparece ante ti un camino estrecho, sin embargo, puedes caminar por él con dificultad, pues tu estrágalo, de hecho, está muy mal y el cojeo hace que te vuelvas más lento. Es un camino tortuoso, te golpeas dolorosamente con vigas y salientes que se van presentando ante ti, aunque intentes evitarlas, es imposible esquivarlas del todo.

»Te das cuenta, tiempo después, de que el color del metal ha cambiado, ahora amarillo y negro, no de manera lineal, sino de manera circular, la combinación parece una ilusión óptica, la cual hace que te marees y el dolor punzante de las costillas vuelva, haciendo que te duela el respirar y ya no puedas aligerar más tu mareo. La bilis sube por tu garganta y finalmente, después de soportarlo tanto, vomitas tan fuerte que hasta tu nariz sale afectada. El sabor agrio queta en tu boca, te limpias con el brazo la boca y te suenas la nariz con la camisa, te duele tragar saliva...

»La luz empalidece cuando sigues caminando con sangre por el cuerpo, el dolor interno y la angustia y falta de respiración en tu sistema, más eso no te impide seguir. Pasas por pasillos tan estrechos que solo los hubieses podido cruzar de lado y pasillos tan anchos que te causaban desconfianza, lo podías distinguir por el suave eco de tus propios pasos. Al igual que las risas provenientes de quien sabe dónde. Escuchas cerca un elevador nuevamente, sin saber si es el mismo, sin embargo, pensando que eso te podría llevar a la salida, lo buscas desesperadamente y entras a él. Este es otro elevador y lo sabes por su tamaño y la velocidad a la que vas, es tan lento que simplemente no lo soportas y empiezas a gritar desquiciadamente y por ello te das cuenta de que tu oído, el que sangraba, ya no funciona.

»El elevador no sube mucho o por lo menos eso parece. Se detiene y se demora en abrirse, escuchas el tintineo a lo lejos.

»Sales por las puertas, agachándote, la luz es casi escasa y cuando tratas de pararte, te golpeas la cabeza y ahora tienes que ir gateando, de vez en cuando te detienes, te sientas apoyándote a una de las paredes metálicas en posición fetal.

»Para tu mala suerte, empiezas a toser tan fuerte que para cuando te das cuenta, tu cara está empapada por las lágrimas y ya muy poco puedes respirar. Ya no aguantas el dolor, ya no aguantas el encierro y por un momento empiezas a tener miedo, miedo a no salir y quedarte en el encierro de ese laberinto metálico. Sientes en el brazo un frío que te cala la piel y te la pone de gallina, sientes el sonido penetrante de más risas agrias y los gritos de desesperación. Aquellos sonidos te dan ansiedad, te cortan la respiración más y hace que te concentres en el dolor.

»Sigues caminando y encuentras una especie de pasillo, ya no quieres seguir, sin embargo quieres salir de ahí, y arrastrándote por el pasillo sin apenas poder moverte más que para adelante. Escuchas nuevamente un elevador y como si de ello dependiera tu vida, sigues hacia allí. Te sientas en posición fetal cortando más tu respiración cuando ya entras en el elevador y este, en vez de subir, baja, a una velocidad normal, pero bajas. Sales a un pasillo nuevamente estrecho que te toca arrastrarte reiteradamente. Ya no sientes las piernas, te cosquillean. A lo lejos, de nuevo, escuchas puertas cerrarse y por segunda vez entras en un estado de pánico. Ya ni siquiera sabes respirar.

»Empiezas a sudar, a temblar y las lágrimas recorren tus mejillas en abundancia. El estruendo de las puertas y las risas se hacen tan intensas que empiezan a dañarte el oído sano que tienes.

»Tu respiración se vuelve rápida a pesar de que es pesada y dificultosa. Ya apenas y puedes moverte. Evitas algunos pasillos y sigues de largo, ya no importa la luz ni el color del metal. Pero llegas hasta el final del pasillo, ya no tienes adonde ir, sigues escuchando el estruendo de las puertas y no sabes que hacer, quieres ir hacia atrás, regresar a alguno de los pasillos que antes evitaste, sin embargo, no puedes ya moverte, pues algo te lo impide, escuchas más puertas cerrándose cada vez más cerca de ti. Hasta que sientes una presión en las piernas, sintiendo la presión una y otra vez encima de ti, hasta que quitas las piernas y te acomodas en el último bloque del pasillo, donde te acomodas de nuevo en posición fetal y te pones a llorar. La angustia que tienes es intensa, las lágrimas bajan, la respiración es casi es casa y por último que en el encierro del último cubículo que encontraste, quedando en un cubo. Te sientes como un humano pequeño, sin defensa alguna, débil y sin voluntad. El miedo te invade tanto que cuando te das cuenta ya no estás respirando, tratas de inhalar el aire por tu boca pero solo entra aire caliente y eso no ayuda en lo absoluto, el encierro te desespera al igual que las risas y gritos que no han cesado. El aire ya no está contigo, ya no respiras. Tratas de no ahogarte, tragas saliva como puedes, tratas de respirar por donde puedas, pero eso no te ayuda en absolutamente nada. El ahogo y la desesperación son tus únicos compañeros.

»Las risas es lo único que escuchas cuando das tu último aliento y tu cuerpo se contrae. El ahogo y la desesperación te ayudaron a ahogarte, como aquella vez cuando eras un infante...

—Mierda...— El doctor Roosevelt escucha la voz masculina detrás de él, luego, su risa amarga, casi similar a la de Sandra...—Me encanta que seas tan vulnerable Javed—. Y un pinchazo en el cuello fue lo que sintió antes de caer inconsciente encima del escritorio.

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