Warrior | l. t. |

Por NephilimGirl

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~Falling in love can be a dangerous game ~ ❝ En un pueblo donde los secretos, el pasado y la venganza son pro... Mais

Demons.
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 34
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71

Capítulo 6

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Por NephilimGirl

Remember when we couldn't take the heat. I walked out and said "I'm setting you free", but the monsters turned out to be just trees. When the sun came up you were looking at me.

Devi ~ 1988

-No puedo soportarlo más, de verdad. – Se lamentó Devi, con un suspiro de frustración, para después tirarse de espaldas en la cama de su mejor amiga. Inspiró profundamente y dejó soltar el aire lentamente por la boca, observando el techo azul de la habitación. – Cada día en casa es como un infierno que a cada momento arde cada vez más y me consume cada vez con más fuerza. – Frunció el ceño y una intensa ira se adueñó de todo su interior; algo que, sin duda, dejó entrever en sus siguientes palabras: - ¿Cómo es posible que mi padre sea una persona tan increíblemente machista y retrógrada y mi madre tan sumisa y...?

Antes de que a Devi le diese tiempo a continuar despotricando con esa ardiente pasión que la caracterizaba, Vanessa, su mejor amiga, apareció junto a ella y se tumbó a su lado, entrelazando su brazo con el de Devi y desparramando su mata de rizos castaños sobre el colchón.

-Eh, tranquila, rubia. – Dijo Vanessa, arrugando su nariz llena de pecas. Sus oscuros ojos azules brillaron con una cierta compasión y, entonces, esbozó una sonrisa con la que trató de transmitir algo de tranquilidad a su amiga: – Tan solo nos quedan unos meses. Unos meses y nos iremos a la Universidad, y abandonaremos esta mierda de pueblo y nadie podrá decirnos qué debemos hacer y qué no. Solo tienes que aguantar un poco más.

Devi observó a su mejor amiga con una sonrisa burlona y, a continuación, se echó a reír de esa forma fácil y musical tan común en ella.

-Cuando lo dices tú suena tan fácil... - A pesar de la sonrisilla que bailaba en los labios de Devi, Vanessa se percató de la oscura tristeza que destilaban los ojos de su amiga; esa tristeza que siempre quedaba escondida tras el carácter divertido, alegre y abierto de Devi.

Vanessa era consciente de que, a pesar de lo optimista y siempre sonriente que era su mejor amiga, había una parte de sí misma que ocultaba en un rincón de su corazón y que no permitía ver a nadie: esa parte que era terriblemente desgraciada e infeliz. Y precisamente por eso, Vanessa siempre trataba de animarla y hacer que los días de su amiga fuesen lo más fáciles posible; era consciente de la difícil situación que vivía en su enorme casa, con un padre que siempre estaba denigrándola tanto a ella como a su hermana y que las trataba como si no tuviesen más valor que una fregona, y una madre que siempre permanecía con la cabeza baja y a las órdenes de su severo marido.

Por ello, en parte se sentía como responsable de conseguir endulzar un poco la vida de Devi, incluso con los más pequeños detalles.

Así que se incorporó con una sonrisa pícara curvando sus labios y, pasando por encima de Devi, se levantó de la cama y fue directa hasta su equipo de música. Entonces introdujo una de sus muchas cintas de remix de música en él y dejó que la primera canción llenase la pequeña habitación de su humilde casa.

Devi soltó una carcajada cuando Girls just want to have fun de Cyndi Lauper comenzó a sonar y Vanessa se puso a mover las caderas de una forma tremendamente exagerada. Bailó como una loca por la pequeña habitación hasta que saltó a la cama, tratando deliberadamente de pisar a Devi para hacerla bailar junto a ella. Entonces, se acercó a ella y, señalándola con el dedo índice de una forma paródica, cantó el verso que decía: I come home in the morning light, my mother says: "When you gonna live your life right?". A partir de ese momento Devi no lo pudo evitar y, tomando la mano que su mejor amiga le ofrecía, se incorporó en la cama y ambas se pusieron a cantar a pleno pulmón mientras saltaban y reían sin parar.

Y así estuvieron hasta que, con la canción casi terminando, ambas cayeron una encima de la otra sobre la cama y una nueva carcajada estalló en sus pechos hasta el punto de que apenas podían respirar.

Durante unos segundos, ambas permanecieron simplemente tumbadas bocarriba en la cama, riendo y tratando de recuperarse de ese ataque de risa que acababan de sufrir, hasta que, cuando comenzó a sonar Papa don't preach de Madonna, Vanessa rodó sobre su costado y, apoyada sobre el codo, se quedó observando a Devi con una amplia sonrisa.

-Por cierto, no me has contado lo que ocurrió en la fiesta del otro día. – Dijo, esperando a que fuese su amiga la que abriese la boca al respecto.

El rostro de Devi se tiñó de un adorable tono rosado y fingió que no sabía de lo que le estaba hablando.

-Oh, vamos, Deborah. – Insistió Vanessa; solo llamaba a Devi por su nombre completo cuando, según ella, debían mantener una conversación seria. – Ya sabes... cuando Phil comenzó a tontear contigo y al final...

-Oh, Dios, no. – Se quejó Devi, entre risas, tapándose el rostro con sus delicadas manos. – Sabes que me pasé un poco con el licor de menta... - Añadió, unos segundos más tarde, entreabriendo los dedos para poder observar a Vanessa a través de ellos.

Entonces, volvió a dejar caer las manos, se encogió de hombros y se mordió el labio inferior con una sonrisa pícara.

-¡Oh, Santo Dios, Deborah! ¡Te liaste con uno de los chicos más buenorros del pueblo! ¡Al menos disfruta de ello! – Exclamó Vanessa, haciéndole cosquillas a Devi.

-¡Eso fue un error! – Se defendió Devi, empujando a Vanessa de forma amistosa. – Ya sabes que a mí no me gusta Phil.

-Pues, nena, no es por nada, pero ahora Phil está babeando por ti. Bueno, por lo que se dice llevaba ya tiempo haciéndolo, pero ahora que le has dado falsas esperanzas al pobre...

-¡No me hagas sentir culpable! – Exclamó Devi, lanzándole una almohada a la cara a Vanessa. – Si no hubiese bebido... - Soltó un suspiro de resignación. – Voy a tener que hablar con él y explicárselo... - Se quedó unos instantes pensativa y, en el momento en el que se percató de que Vanessa tenía intención de continuar con la conversación, dijo: - Necesito ir al baño. – Tenía la esperanza de que, al cambiar radicalmente de tema, o al huir de la habitación, Vanessa olvidase todo el tema de Phil.

Entonces, Devi se levantó de la cama y se dirigió a la puerta de la habitación de Vanessa; esa pequeña habitación en la que había pasado tan buenos momentos y en la que siempre había encontrado cariño y consuelo.

-¡No puedes hacerle eso a tu Romeo, Julieta! – Dijo Van, exagerando el tono típico que se usaba en las obras de melodrama. Entonces, repentinamente comenzó a cantar la famosa canción de Abba: – Gimme, gimme, gimme a man after midnight...

-¡Que te den! – Dijo Devi, con un pie fuera de la puerta, mientras le enseñaba a Vanessa su dedo corazón. – Te odio, Tomlinson. – Añadió, sacándole la lengua en un gesto burlón.

-Qué va, Matthews; me adoras.

Aquello fue lo último que Devi escuchó, porque a continuación cerró la puerta a su espalda, ahogando el sonido de la música, y se quedó sola en el estrecho pasillo de la casa de los Tomlinson; esa casa en la que se sentía más bienvenida que en la suya propia. Trató de tragarse una nueva risa que le subía por la garganta cuando escuchó a Vanessa cantar desde dentro del cuarto y, finalmente, torció a la izquierda en el pasillo. Hasta que, justo cuando pasaba por delante de la escalera, vio a alguien subir por ella.

No, alguien no.

Era Jack, con su pelo revuelto tapándole los ojos y esa mirada taciturna y pensativa en sus ojos azules que siempre le acompañaba.

Al instante, el corazón de Devi pareció detenerse como un tambor que da un último golpe y, repentinamente, se queda callado, rompiendo el ritmo. Como si se hubiese topado contra una pared de cristal, Devi se detuvo en medio del pasillo y se quedó observando a Jack de esa forma que temía que la hiciese parecer una completa estúpida.

A pesar de que Jack se había mudado hacía ya casi un año a su propio apartamento, a veces se pasaba por su casa porque de vez en cuando trabajaba en el garaje de la casa, compaginándolo con su trabajo de aprendiz en el taller de su padre.

Devi siempre deseaba poder encontrarse con él, y todas y cada una de las veces que visitaba la casa de los Tomlinson no podía evitar prestar atención para ver si escuchaba la grave voz del hermano mayor de Vanessa o si, justo como acababa de ocurrir, se encontraba de repente con él. Pero tratar de ver a Jack era como tratar de identificar a un camaleón mimetizado en una maraña de plantas todas del mismo tono de verde, así que al final siempre se daba por vencida y se decía que tal vez tuviese más suerte la próxima vez.

Devi no sabía cuánto llevaba sufriendo en silencio por unos sentimientos hacia Jack que, obviamente, no eran correspondidos; aunque conocía a Vanessa y a su hermano desde que las chicas tenían cuatro años, aquellos sentimientos se habían ido desarrollando poco a poco y de forma prácticamente invisible, hasta que llegó un momento en el que Devi se percató de que siempre buscaba al joven en aquella casa o que, por la noche, sus pensamientos volaban involuntariamente hacia él. O que parecía como si todo el aliento abandonase su pecho cada vez que pensaba en él.

En cuanto Jack terminó de subir las escaleras y se percató de la presencia de Devi en medio del pasillo, esbozó una leve y tímida sonrisa, y dijo, con esa voz grave que a Devi le parecía increíblemente deliciosa:

-Buenas tardes, Devi.

Jack pronunció aquellas palabras con la distante cortesía de un joven que está más que acostumbrado a ver por allí a la mejor amiga de su hermana pequeña pero que, más allá de eso, ella es invisible para él.

No obstante, fueron más que suficientes como para que a Devi le diese la sensación de que su cerebro colapsaba y de que sus funciones motoras parecían detenerse de golpe.

-Ho-hola. – Consiguió mascullar con voz ahogada, mientras trataba de convencerse a sí misma de que debía decir algo más, porque si no nunca tendría la oportunidad de, al menos, mantener una conversación con Jack que fuese más allá de un cortés saludo.

Sin embargo, antes de que terminase aquella guerra consigo misma Jack ya se había alejado por el pasillo y había vuelto a dejarla sola, con el corazón a punto de explotar dentro de su pecho y las mejillas ardiendo como dos fogones.

***

Callie

Durante unos interminables e intensos instantes, el taller se quedó sumido en un profundo mutismo en el que la tensión era tan palpable que casi parecía que se podía masticar. Mi madre y aquel hombre se quedaron mirando el uno al otro de una forma que me resultó extrañamente íntima y que me hizo sentir increíblemente violenta, como si estuviese interrumpiendo un momento muy importante; un momento que solo pertenecía a ellos.

No obstante, jamás había visto a aquel hombre, y que yo sepa mi madre jamás había dicho nada al respecto de algún amigo o conocido llamado Jack, así que aquella situación me resultaba confusa a la par que surrealista.

Esa tensión que parecía masticarse se hizo tan pesada que, al final, estoy segura de que podría haberla cortado un cuchillo, y no fue hasta que aquel hombre volvió a hablar que fue como si, de repente, el lugar volviese a estar en consonancia con el paso del tiempo; como si, hasta este momento, ambos hubiesen estado detenidos en el tiempo.

-¿Qué estás haciendo aquí? – Dijo él, con una voz en la que se mezclaban la perplejidad, el pasmo y una especie de dolor a partes iguales. Su expresión se frunció y sus ojos azules no abandonaron el rostro de mi madre en ningún momento.

Poco a poco, y muy lentamente, mi madre me soltó el brazo y se irguió aún más, alzando la barbilla en ese gesto de mudo orgullo que tanto la caracterizaba. Entonces, dijo, con voz engañosamente firme:

-Mi coche se ha parado a unos metros del taller. Mi hija se lo ha dicho a uno de tus mecánicos y, por lo que sabemos, éste había ido a buscarte.

Solo fue cuando mi madre me nombró que aquel hombre pareció reparar por primera vez en mi presencia, como si hasta ese momento tan solo hubiese tenido ojos para mi madre. Cuando su atractiva mirada se deslizó hasta mí, un extraño dolor, como si hubiese recibido una patada en el estómago, cruzó su rostro con la intensidad de un rayo, y pareció examinarme tal y como si estuviese tratando de encontrar en mi aspecto algún rasgo característico.

-Ya... - Dijo, volviendo a clavar sus ojos en mi madre, quien se estremeció notablemente ante la mirada del hombre.

Justo en ese momento, y gracias a Dios, el mecánico que nos había atendido hacía un rato llegó corriendo desde dentro del taller y se colocó junto al hombre.

-Jefe, le estaba buscando. – Dijo, con voz entrecortada.

-Ya, eso es evidente. – Respondió el hombre, con cierto tono brusco; sin embargo, al instante siguiente le dio un par de palmaditas en el hombro al joven mecánico y añadió: - ¿Y bien? ¿Qué ha pasado con el coche de la señora?

Noté cómo mi madre se ponía en tensión ante la fría y repentina distancia del hombre; no obstante, permaneció completamente impasible junto a mí incluso mientras el mecánico le contaba al hombre (quien, por lo visto, era el dueño del taller) el problema de nuestro coche. Entonces, el hombre asintió y le dijo al chico:

-De acuerdo, vamos a remolcarlo hasta aquí. Llama a Kirk para que nos ayude y dile a mi sobrino que se encargue de tu arreglo mientras tanto.

El joven mecánico volvió a desaparecer en el interior del taller, pero, por suerte, tan solo unos segundos más tarde volvió a aparecer el mismo mecánico de pelo castaño con uno pelirrojo. El jefe del taller les dio unas instrucciones y, finalmente, volvió a centrar su atención en mi madre.

Y en cuanto lo hizo, esa especie de tensión espesa volvió a llenar el ambiente.

-¿Te importaría venir con nosotros...? – Preguntó el hombre (Jack), con una cierta reticencia.

-Claro, no hay ningún problema. – Respondió mi madre, con esa misma calculada frialdad que siempre adoptaba durante sus juicios. Entonces, se giró a mí y, dulcificando su mirada, añadió: - ¿Te importa esperar aquí, cielo?

Asentí, y apenas un segundo más tarde apareció una nueva persona desde dentro del taller, casi como de la nada, y se colocó junto al dueño.

En cuanto lo vi, sentí como si me hubiesen tirado un cubo de agua congelada encima del taller, o como si me hubiesen arrancado del pecho el corazón de cuajo.

Porque quien acababa de aparecer era el chico que había intervenido durante mi "pelea" con aquel asqueroso macarra. Ese chico de ojos azules y sonrisa facilona que desde el primer momento me había parecido un completo imbécil.

Me puse en tensión al instante y, con el corazón latiéndome como un loco de pura ansiedad, bajé la cabeza hasta que mi denso cabello azabache me tapó el rostro por completo, con la absurda esperanza de que el chico no se diese cuenta de mi presencia.

No sabía por qué, pero parecía la típica persona que, al verme, podría decir, con esa sonrisa de idiota: "¡Oh, vaya! Eres la chica a la que ayudé con aquel macarra. ¿Has vuelto a meterte en algún lío?", y entonces mi madre se enteraría de todo lo que había ocurrido y... bueno, lo que vendría después sería una completa hecatombe.

Intentando pasar lo más desapercibida posible, me aparté mientras veía a través de los mechones de mi pelo cómo tanto mi madre como los tres mecánicos salían del garaje, ella tratando en todo momento de mantenerse lo más alejada posible del tal Jack.

Entonces, y aprovechando que de reojo vi cómo el chico observaba con atención cómo se marchaba el grupo, me deslicé hasta la pared de la izquierda y, tratando de mantener en todo momento la vista fija en el suelo, me apresuré en sacar de mi bandolera el libro que estaba leyendo en ese momento. Rezando internamente para que el chico no advirtiese en mí, escondí mi rostro entre mi pelo y el libro.

Fingí que leía (ya que, obviamente, en una situación así me era imposible prestar la más mínima atención a las frases de la novela) y presté atención a los ruidos que escuchaba, para después atreverme a alzar levemente la mirada y comprobar, con un suspiro de alivio, que el chico se había puesto a trajinar con el capó abierto de un Citroën que estaba a unos sanos metros de mi posición.

Sentí un alivio inmenso cuando me di cuenta de que, efectivamente, y como ocurría siempre, yo había pasado completamente desapercibida, prácticamente como si fuese invisible. Supongo que esa era una de las maldiciones que acarreaba: durante toda mi vida, los únicos momentos en los que alguien se había percatado de mi presencia había sido por parte de un grupo de jóvenes altivos que se ponía a cuchichear sobre mí y a reírse en voz baja. Esos cuchicheos o esas miradas deliberadamente indiscretas que al final recaían sobre mí.

-Ha pasado mucho tiempo, ¿eh?

Casi pegué un salto de sorpresa cuando el muy imbécil dijo aquellas palabras de esa forma tan sarcástica; al instante, mi corazón volvió a sacudirse de una forma exagerada dentro de mi pecho, de esa forma tan llena de ansiedad que parecía llenarme por completo y que se expandía por todas mis articulaciones.

Por lo visto, mi estúpida estrategia para no ser reconocida no había servido para nada. Aunque, claro, ¿qué esperaba? ¿que esconderme tras un libro fuese mejor protección que la capa de invisibilidad de Harry Potter?

A pesar de sus palabras, traté de mantenerme lo más impasible posible y, simplemente, hice como si no le hubiese oído, con la nariz prácticamente metida en el libro.

Pero el chico no parecía querer darse por vencido, porque al instante después añadió, con una risa:

-¿Qué pasa, no puedes hablar? ¿Eres una especie de monstruo, como Frankenstein o ...?

No le dio tiempo a terminar la frase, porque antes de ello sentí cómo, casi involuntariamente, mi voz salía de mi garganta. Sin alzar la mirada del libro, respondí:

-Frankenstein no es el monstruo.

Mierda, mierda, mierda. ¿Pero, qué haces? Me reprendí a mí misma, arrepentida al instante de haber hablado.

Durante unos instantes, el chico no dijo nada, por lo que albergué la vana esperanza de que no me hubiese oído. Hasta que, finalmente, esa esperanza volvió a romperse cuando le oí responder, con la voz llena de una inesperada confusión:

-¿Qué?

Entonces, levanté la mirada del libro y, sacando de lo más hondo de mi ser un valor que ni si quiera sabía que tenía, alcé la barbilla y, con ese retintín de sabelotodo que a veces no podía evitar mostrar cuando de literatura se trataba, añadí:

-Frankenstein es el doctor: Victor Frankenstein. En realidad, el monstruo que crea no tiene nombre, tan solo es nombrado en la novela como "ser demoníaco", "engendro", "la criatura"... - Me encogí de hombros, aunque noté que una parte de mí no parecía tan segura de sí misma como había querido aparentar.

¡Deja de ser tan jodidamente bocazas! Me volvió a regañar una parte de mí.

-Vaya, así que sí que puedes hablar. – Dijo el chico, girando el cuerpo hasta que quedó frente a mí, y mostrando en todo momento esa estúpida sonrisa de suficiencia.

-Bueno, me veo en la obligación de hacerlo cuando alguien le pega tal puñalada a la literatura, como tú acabas de hacer. – Respondí yo, fría y distante.

El chico soltó una risa, lo que no hizo más que aumentar mi indignación y, dicho sea, mis ganas de darle un puñetazo en la boca, y añadió, con tono pícaro:

-¿Siempre corriges a todas las personas con las que hablas?

Pues no sabría decirte, ya que, por lo general, no suelo hablar con nadie. Fue la primera respuesta que mi mente formuló; sin embargo, fui lo suficientemente inteligente como para no ponerla en palabras, así que simplemente respondí, con los ojos entrecerrados y un tono a la defensiva:

-Eso no es de tu incumbencia.

El chico respondió a mi expresión de forma pareja, pero le dotó de una cierta chispa paródica cuando añadió a sus ojos entrecerrados una ceja alzada y una media sonrisa:

-Eres una conversadora nata, por lo que veo.

Capullo, gruñó mi mente.

Solté un resoplido de escarnio y volví a centrar toda mi atención en la novela (o, más bien, fingiendo que lo hacía), para después decir, como forma de cerrar esta absurda conversación con este desconocido presuntuoso:

-Déjame en paz.

Puede que, efectivamente, aquellas respuestas por mi parte no fuesen más que la forma que yo había desarrollado para protegerme de los demás, para evitar que me hiciesen daño o que no me atacasen, pero, claro, por aquella época yo no me daba cuenta de ello. Ni si quiera me percataba de que, tratando de escudarme tras un muro contra cualquier forma de dolor, también me apartaba del amor, aunque tampoco es que me importase demasiado; como ya dije, no me importaba estar sola y, desde luego, casi hasta lo agradecía.

Si acertaba con esa actitud o no... bueno, eso dependía de a quién le preguntases.

Por suerte, el chico pareció pensárselo dos veces antes de volver a soltar alguna de esas estupideces que parecían tan propias de él, y pocos minutos después volvieron a aparecer los mecánicos y mi madre, quien, de nuevo, parecía mantenerse lo más alejada posible del dueño del taller.

Me pregunté por qué volvían a aparecer sin el coche, pero simplemente no dije nada.

Entonces, ella se acercó a mí mientras los mecánicos hablaban con el chico y, con la tensión y preocupación marcando su boca y ceño, mi madre me dijo:

-Cariño, al parecer lo del coche va a causar más problemas de lo que en un principio creía. Voy a tener que quedarme un rato más y...

-No te preocupes. – Respondí, encogiéndome de hombros con indiferencia. – Puedo volver sola a casa.

Mi madre torció la boca en un gesto inquieto y, lanzando una efímera mirada a la calle, respondió:

-Estamos muy lejos de casa, y ya sabes que no me gusta que andes sola por la calle...

-Joder, mamá, tengo casi veinte años. Deja de tratarme como a una cría. – Respondí, a la defensiva. – No me va a pasar nada.

Mi madre siempre había sido muy protectora, especialmente conmigo, como ya dije. Y aunque ella me daba bastante libertad para ir a mi aire, había momentos en los que aún me trataba como a una niña. Y lo odiaba.

-No creo que, andando o en autobús, llegues a tiempo a casa para la inyección... - Añadió, en voz lo suficientemente baja para que tan solo la escuchase yo.

Su forma de buscar excusas para que no me fuese sola me parecían tan solo una forma desesperada de conseguir lo que quería, y estaba segura de que cada una iba a sonar más absurda que la anterior. Aunque, siendo sincera... lo cierto es que tenía razón con lo de la inyección: Dentro de poco me iba a tocar ponerme mi segunda dosis de insulina del día y, aunque no tenía ni idea de la zona del pueblo en la que nos encontrábamos (a pesar de llevar viviendo ya once años aquí, aún había lugares de él que desconocía), lo que sí intuía es que aún tenía una larga caminata hasta casa.

-Mi sobrino puede acompañarla con el coche, si quieres. – Dijo de repente Jack, por lo que mi madre se giró hacia él, al parecer sorprendida de que volviese a hablarle de forma directa. ¿Qué demonios pasaba entre ellos dos?

No, no, no, no, no, no. Suplicó mi mente, aterrorizada ante la perspectiva de tener que compartir más tiempo en compañía de ese irritante chico.

-Eso sería fantástico. – Respondió mi madre, complacida de haberse salido con la suya. Le dedicó una sonrisa resplandeciente al chico, pero no se me escapó esa misma mirada mezcla de tristeza y dolor con la que me había mirado antes el tío del chico a mí. – Bueno, si a él no le importa, claro... - Añadió al instante, ligeramente avergonzada.

Por favor, que no quiera. Por favor, que no quiera. Supliqué en mi fuero interno; cualquier cosa que tener que seguir en su compañía.

No obstante, y a pesar de que por unos instantes realmente había llegado a convencerme de que no había forma de que ese chico aceptase a acompañar a una desconocida hasta su casa, finalmente se encogió de hombros y, lanzándome una mirada pícara, respondió:

-Claro, no habrá problema.

En ese momento, lo único que pude pensar fue:

Oh, oh. ¿Por qué a mí?

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