Warrior | l. t. |

By NephilimGirl

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~Falling in love can be a dangerous game ~ ❝ En un pueblo donde los secretos, el pasado y la venganza son pro... More

Demons.
Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 34
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71

Capítulo 1

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By NephilimGirl

They know you walk like you are a God.

They can't believe I made you weak.

Noviembre de 2005

Callie

Aún recuerdo perfectamente el día del funeral de mi padre.

Recuerdo perfectamente cómo las cortinas de espirales que teníamos en el salón se balanceaban suavemente por la brisa que se colaba por las ventanas abiertas, cómo el tic tac del reloj parecía clavarse cada vez con más fuerza en mis oídos, cómo los pésames de gente que no había visto en mi vida llenaban cada vez más el cuarto hasta el punto de que resultaba insoportable, y cómo mi hermana Olivia, que por aquella época tenía seis años, estaba sentada al otro lado de la habitación y hacía chocar los talones de sus bailarinas negras, sin saber qué estaba ocurriendo ni por qué todos esos desconocidos habían venido a nuestra casa.

También recuerdo que yo estaba recostada sobre mi brazo en la mesa en la que tantas veces había comido con mi familia cuando aún estaba completa, mientras jugueteaba con ese artefacto del despacho de mi padre que siempre me había fascinado tanto: Era una especie de columpio en cuyo centro había una sucesión de bolas de metal colgando que chocaban entre ellas cada vez que tocabas la primera o la última de ellas.

Recuerdo que, desde que había muerto mi padre hacía ya unos días, me había sentido a todas horas inusualmente sedienta, necesitando ir al baño a todas horas y atenazada por un sórdido cansancio que parecía no querer abandonarme. A mis nueve años era lo suficientemente ingenua como para creer que se debía simplemente a la tristeza que sentía por la muerte de mi padre.

Me habían arrebatado a la persona a la que más quería en el mundo, ¿qué peor mal iban a poder hacerle a una inocente niña de nueve años?

Aunque vayamos poco a poco.

Desde aquella mañana había actuado como un completo autómata: Desde el momento en que me desperté y también mientras mi madre, siempre tan dulce y cariñosa, me ponía ese vestido negro que hacía juego con mi pelo y me decía que todo iba a ir bien. Incluso permanecí completamente impasible mientras estábamos en la Iglesia y un párroco con calvicie incipiente daba la misa, tratando de hacerme creer que mi padre se había ido a un lugar mejor. Ni si quiera solté ni una maldita lágrima cuando me acerqué con mi madre y mi hermana pequeña al féretro de mi padre y le dimos nuestro último adiós, algo que sé que no me he perdonado nunca a mí misma.

Nada había conseguido hacerme reaccionar en lo que llevábamos de día.

Hasta que apareció un chico que, sorprendentemente, lo consiguió.

Un chico que se desvaneció de mi memoria durante muchos, muchos años.

***

Louis

El chico de casi trece años no entendía qué demonios estaban haciendo él y su madre en el funeral de una persona a la que él ni si quiera había oído nombrar ni una sola vez en su vida.

"Vamos a ir porque ha muerto el marido de una vieja amiga", le había dicho su madre un par de horas antes, mientras le arreglaba el nudo de la corbata y trataba de mesar su siempre indomable pelo castaño.

"Es tu amiga, no la mía, no entiendo qué hago yo allí" Había respondido Louis, enfurruñado, mientras se cruzaba de brazos.

Su madre esbozó una de esas cansadas sonrisas que tanto decoraban su rostro desde aquel fatídico día de hacía tres meses y le acarició el pómulo con ese cariño que solo con capaces de procesar las madres.

"No dejarías sola a tu madre, ¿verdad?", respondió ella, pellizcándole el carrillo de esa forma que él tanto odiaba.

"Pues que te acompañen Em o Nora, que para eso son las mayores", dijo él, con un tono acusatorio y mordaz que no tuvo el efecto deseado en su madre.

"Necesito a un caballero que me acompañe", respondió su madre, con un guiño, para después abotonarle la chaqueta del traje y levantarse de la cama.

En ese momento el joven tuvo que contener toda la furia de su interior, que no era poca, para no decirle de forma punzante a su madre: "Si papá siguiese aquí, podrías ir con él". Era cierto que se había convertido en un chico que ya no sabía lo que era la compasión por los demás ni lo que eran sentimientos tan puros como el amor o el cariño. Para él, ahora solo existían el dolor, la frustración y el desprecio, pero, por alguna razón, había momentos en los que con su madre no conseguía ser tan cruel como de costumbre. Había ocurrido pocas veces, pero ya era algo.

Ahora, mientras observaba con ojo curioso la casa en la que se encontraba, aburrido mientras esperaba a que su madre terminase de hablar con una mujer a la que tampoco había visto nunca, lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que lo odiaba todo y en las ganas que tenía de marcharse.

Hasta que, de repente, se percató de que un chico le estaba observando apenas a unos metros de distancia. El chico, cuyos ojos eran de un verde curioso, aunque era visiblemente más joven que él ya le superaba en altura, lo que no hacía más que avivar su odio hacía él, a pesar de no conocerlo de nada.

-¿Qué estás mirando? - Le espetó con desdén al joven de ojos verdes, casi bufándole.

El niño abrió los ojos como platos, sorprendido de que el enfurruñado pre-adolescente le hubiese dirigido la palabra, y, con las mejillas teñidas de un adorable rubor, masculló:

-Solo pensaba en que no te he visto nunca por aquí. - Tragó saliva con fuerza y trató de deshacerse un poco el nudo de la corbata.

-Ya, bueno, es que nunca he estado aquí. - Espetó, queriendo cerrar de una vez esa absurda conversación.

-Soy Harry. - Dijo el joven de ojos verdes, simplemente tratando de ser cortés.

-Bien por ti. No me importa. - Repuso el chico, para después girarse sin molestarse en decirle a su madre que se iba a dar una vuelta por la casa y pasar junto al tal Harry sin dirigirle ni una sola mirada más.

Se alborotó el cabello castaño hasta que unos cuantos mechones rebeldes le ocultaron parte de la frente, asqueado por la forma en que su madre había tratarlo de domarlo con gomina, y se metió las manos en los bolsillos de ese pantalón de traje tan feo, con la mirada clavada en el suelo de madera.

Caminó hasta el salón, sorteando a todas las personas con las que se cruzaba, y dado que iba con la mirada clavada en el suelo no se percató de que, en la mesa junto a la que iba a pasar, estaba sentada una niña con la mirada perdida en la nada.

Por ello, y antes de que pudiese evitarlo, Louis se chocó con la niña, casi tirándola de la silla, lo que hizo que ambos alzasen la mirada al mismo tiempo.

Y ese fue el momento en el que el hielo se cruzó con el fuego, en el que la frialdad chocó contra la ira, y una línea invisible se cruzó entre ambos.

-Mira por dónde vas. - Le soltó la niña, con sus ojos azules casi soltando chispas de ira.

Durante unos instantes, lo único que pudo hacer Louis fue quedarse completamente quieto, sorprendido como estaba de que tan solo una niña le hablase con tanto descaro.

Desde hacía varios meses se había acostumbrado a caminar como si el mundo le perteneciese, como si él y su odio estuviesen por encima del resto de personas, y por eso no se esperaba que un renacuajo como lo era aquella niña le hablase de esa forma.

Por ello, le respondió, con ese tono tan agrio y desdeñoso que reservaba para contadas ocasiones:


-¿Es que acaso no tienes que ir a jugar con muñecas o algo? ¿Qué demonios hace una niñita como tú en un funeral?

***


Callie

Recuerdo que la respuesta de aquel chico me pilló totalmente desprevenida, más que nada porque ni si quiera esperaba que me oyese cuando mascullé esas cuatro palabras. Sin embargo, la fiera mirada de sus ojos azules y su postura tensa, a parte de su soberbia respuesta, me hicieron ver que, obviamente, no había sido así.

Durante unos instantes, lo único que pude hacer fue quedarme mirando los ojos del chico, no sé si porque no sabía qué decir o porque, tan solo durante unos segundos, precisamente esos ojos habían conseguido sacarme de mi infierno personal.

Lo cierto es que esa es, precisamente, una de las pocas cosas que mi memoria no ha decidido devolverme.

Lo que sí recuerdo es que, cuando se evaporó esa especie de fascinación, sorpresa o lo que se suponga que fuese, mis ojos se llenaron de lágrimas y, con piernas temblorosas, me incorporé y dije, con la voz rota:

-Es mi padre quien ha muerto.

Tampoco sé si lo dije porque sentía que necesitaba darle una explicación de mi presencia allí a ese altivo chico o porque, por primera vez, era plenamente consciente de esa realidad que, hasta ese momento, me había obstinado en guardar en una caja con cerradura en mi corazón.

Aunque estoy casi segura de que lo dije por la segunda razón.

El caso es que en cuanto pronuncié esas dolorosas palabras empujé al chico para apartarlo de mi camino, algo que le pilló tan por sorpresa como a mí me había pillado su respuesta y, con las mejillas empapadas de lágrimas, me abrí paso entre toda la gente que había en mi casa y corrí como alma que lleva el diablo hasta el jardín trasero, deseando poder escapar de esa realidad que no paraba de acecharme.

***

Louis

Mientras la niña salía corriendo, con su largo y denso cabello negro azabache bamboleándose a su espalda como en una cortina de carbón, lo único que pudo hacer Louis fue quedársela mirando, abrumado por una nueva sensación que había sacudido su corazón.

Una sensación que no había experimentado desde aquella tarde de agosto, hacía ya tres meses: Compasión.

No sabía si se debía a la forma en que esos ojos azules se habían clavado en los suyos de una forma en que parecían estar pidiendo ayuda desesperadamente, o por cómo la niña había tratado por todos los medios de contener las lágrimas mientras decía que era su padre el que había muerto, como si lo más importante para ella fuese el que un desconocido no la viese débil.

No lo sabía.

Pero lo cierto es que se sintió como el capullo más ruin e infame de la Tierra.

Por Dios, tan solo era una niña.

Quería convencerse de que, de haber sabido que era el padre de la pequeña el que había muerto, no le habría dicho lo que había dicho, aunque era plenamente consciente de que eso no era excusa para justificar su comportamiento.

Durante unos instantes lo único que hizo Louis fue quedarse mirando el lugar por el que había huido la niña, aún demasiado sorprendido por lo que había pasado en los últimos momentos como para moverse.

Entonces, consiguió volver a reaccionar, y repentinamente se sintió como si todas las personas que estaban en la casa supiesen lo que le había dicho a la niña, como si todos hubiesen clavado sus acusatorios ojos en él y murmurasen palabras de desprecio hacia él.

Algo que, obviamente, no era cierto, pues la verdad es que nadie se había percatado de la escena que se acababa de desarrollar entre ambos chicos.

Sin embargo, para Louis no era así. Para él, todo el mundo estaba juzgándolo, no solo por su actitud de hace unos instantes, sino también por aquélla que había estado manteniendo desde hacía ya tres meses.

Como si esas personas que no había visto en su vida se hubiesen convertido en los demonios que no paraban de acecharlo.

Por eso, abrumado por una repentina ansiedad, y sin pensar siquiera en que estaba siguiendo el mismo camino por el que se había ido la niña hacía tan solo unos instantes, Louis trató de aflojarse el nudo de la corbata y se dirigió al jardín trasero de la casa unifamiliar, necesitando desesperadamente algo de aire fresco.

Dirigiéndose de nuevo hasta la pequeña de pelo color carbón y tristes ojos azules, como si ese invisible hilo hubiese comenzado a tirar de ambos.

***

Callie

Me abracé las pequeñas piernas y enterré el rostro entre ellas, llorando como nunca lo había hecho. En ese momento supe que estaba llorando todo lo que no lo había hecho desde que había muerto mi padre, pues desde ese día no había soltado ni una sola lágrima.

Sollocé y cerré con fuerza los ojos, sintiendo cómo esas desagradables sensaciones que llevaba ya un tiempo experimentando se acrecentaban. No obstante, en ningún momento le di importancia: Para mi inocente mente tenía sentido que, ahora que esa amarga tristeza se había manifestado de verdad, mis síntomas se hubiesen incrementado.

Entonces, solté un respingo de sorpresa cuando, repentinamente, alguien carraspeó a mi espalda. Al instante alcé la mirada y me sequé el reguero húmedo de lágrimas de mis mejillas, para después girarme sobre la hierba.

Y cuál fue mi sorpresa cuando vi a unos pasos de mí al chico de ojos azules al que había empujado hacía tan solo un rato, quien mostraba una mirada de absoluta incomodidad.

Aquel chico que, hacía tan solo unos minutos, había actuado como el detonante que necesitaba para hacerme explotar como una granada.

Por ello, y sin saber de dónde venía toda esa rabia, me incorporé y, con mis pequeñas manos cerradas en puños a ambos lados de mi cuerpo, me acerqué a él hasta que quedamos frente a frente.

-¿Qué estás haciendo aquí? ¡Déjame! ¡Quiero estar sola! - Grité, casi como si fuese una súplica, para después empujarle por el pecho con la poca fuerza que tenía.

El chico trastabilló hacia atrás, pero no mostró nada de esa rabia con la que había actuado hacía tan solo un rato. Simplemente, se me quedó mirando con una mezcla de impasibilidad y compasión, con las manos en los bolsillos y sus ojos azules mostrando una infinita tristeza.

Y yo, por mi parte, me lo quedé mirando entre sollozos y, finalmente, y sin ni si quiera saber por qué lo hacía (supongo que las acciones de los niños muchas veces no tienen explicación) volví a echarme a llorar.

Me tapé el rostro con las manos y dejé que las lágrimas se deslizasen por entre mis dedos, sintiendo en mi inocencia que aún debía mantener algo de orgullo y no dejar que ese chico me viese llorar.

Hasta que, de repente, sentí cómo sus brazos me envolvían.

Lo inesperado de ese sencillo gesto me pilló tan desprevenida que, durante unos instantes, el llanto se detuvo. Solté un respingo de sorpresa, y entonces sus brazos me rodearon los hombros y me hizo apoyar la cabeza sobre su pecho, que subía y bajaba lentamente con el ritmo de su respiración.

Y entonces, con la misma facilidad con la que había parado de llorar, volví a dejar que las lágrimas se derramasen por mis ojos y mi pecho se desgarrase con cada sollozo.

En ese momento dejó de importarme que el chico me viese como una niña débil, y tampoco me importó que me viese llorar. Aferré su camisa blanca en mi pequeño puño y escondí el rostro en su pecho mientras su brazo me mantenía cálidamente firme contra su cuerpo y su mano me acariciaba suavemente el pelo.

El chico no dijo ni una sola palabra: simplemente se limitó a abrazarme con fuerza y dejar que mis lágrimas le empapasen la camisa mientras yo, por mi parte, dejaba que, por primera vez desde que había muerto mi padre, la oscuridad comenzase a filtrarse hasta llegar hasta el centro mismo de mi pecho.

Pero entonces ocurrió algo.

No recuerdo lo que pasó exactamente en ese momento, probablemente porque mi mente ha decidido olvidar los momentos más traumáticos de mi infancia, pero lo que sí sé es que, por lo que me contaron, perdí la consciencia de repente, aún entre brazos del chico.

Y no desperté hasta unas horas más tarde, en una sobria y deprimente habitación de hospital y con mi destino sellado para siempre.

Tras ese día, no volví a ver a aquel chaval que, a pesar de su hosca actitud con el mundo, había estado junto a mí cuando más lo necesitaba, dándome un mudo consuelo que ni si quiera sabía que necesitaba.

Ese fue el día en que mis demonios consiguieron romperme.

Y también fue el primero de los muchos días en los que me dediqué a huir y esconderme de ellos para que no pudiesen volver a destrozarme de la forma en que lo hicieron aquel día.

______________________________________________

Hello, lectoras :)

Si estáis leyendo esto es que habéis leído tanto el prólogo como el capítulo 1 de la historia, así que muchas gracias :) 

Antes de que toméis la decisión de no seguir leyendo porque os parezca una historia aburrida o confusa, debo deciros que el principio de las historias no suele ser muy "entretenido", ya que son una introducción tanto a la historia como a los personajes. Pero no os preocupéis, a partir del capítulo siguiente la historia comenzará a narrarse en el presente (es decir, 2016) y comenzará lo bueno :) 

Este capítulo es muy importante porque la infancia-adolescencia de los protagonistas va a influir muchísimo en cómo van a ser en el momento en el que la historia se narra, así que era necesario que comenzase la novela con este flashback. A lo largo de la historia, como ya dije, va a haber muchos flashbacks que ayudarán a encajar el puzzle de la historia, y esta ha sido la primera pieza.

Si te ha gustado esto, por favor, vota y comenta, y comparte la historia para que otras personas la lean, eso me haría muy feliz :)

Muchas gracias por leer, y espero veros más adelante en la historia :)

*La frase del comienzo del capítulo es de la canción "Strange love" de la cantante Halsey*

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