—Peter, ven conmigo.—Pidió Moira.
Peter Pan se estremeció ante tal petición. Su mente siempre le decía que no y simplemente no, que aquello definitivamente no era una opción, pero Moira mostraba esa sonrisa y esos ojos tan bellos y potentes que parecían poder controlar a todo el universo si la chiquilla quisiese.
—No.—Contestó intentando no mirarla. Si lo hacía, sabía que perdería la batalla.
—Vamos Peter...—La niña rogó tomándolo del brazo.—Por favor. Conociste a mi madre, a mi abuela, a Wendy. Si lo piensas, tú en realidad deberías de estar...
—Muerto, ¿No es así?—Moira había evitado mencionar aquella espantosa palabra, pero Peter no tardó en pronunciarla, como si la palabra no le causara nada en lo absoluto.
—Pero aquello no es malo, en realidad, debe ser muy aburrido tener que vivir eternamente, ¿No lo crees?—Murmuró cerca de su oído para que solo él la pudiera escuchar, pues no quería que los niños perdidos oyeran aquella conversación. Sentía que la conversación era cosa de mayores y ellos, irónicamente, eran los mayores del lugar. —¿Qué dices?
El muchacho solo se limitó a observar el suelo sumergiéndose nuevamente sus pensamientos. Los niños perdidos no querían que se fuera; pues él era la única figura a seguir que tenían en aquel lugar y además su conciencia le pedía a gritos no partir.
—Será una mayor aventura, mayor a cualquiera que jamás hayas vivido. Te lo prometo. Te divertirás mucho ¡Y juntos podremos visitar a Wendy! Sé que estaría encantada de volver a verte. ¡Te lo prometo!—Moira no podía dejar de insistir ante tal descabellada idea logrando que él soltara una pequeña risita para después volver a su estado de seriedad y autoridad.
—Solo por una noche.—Contestó. Moira sonrió inconscientemente pues ni siquiera se imaginaba que Peter Pan aceptara su propuesta. Muy por dentro, imaginaba que Peter la desterraría por tal osada petición de su parte. Ni siquiera el mismo Peter Pan se imaginaba que contestaría algo tan absurdo como aquello. Y aun así, y por raro que le pareciera, la respuesta no le incomodaba en lo absoluto.
Al caer la noche, Moira se acomodó en uno de los amplios huecos del imponente tronco de la casa del árbol para poder dormir, o al menos eso era lo que intentaba. A decir verdad, sentía algo extraño dentro de ella, algo que crecía y crecía apoderándose de su pecho y su mente poco a poco hasta que ya la dominaba en absoluto.
Aquello, era la duda.
La castaña observó fijamente las estrellas a través de la copa del árbol y escuchó el típico gritillo de Dientes anunciar "Buenas noches, Nunca Jamás" para concederle el paso a la oscuridad.
Moira suspiró y observó a su alrededor. No podía negar que se encontraba muy feliz, más feliz de lo que había estado en todos aquellos últimos meses junto a su madre y su bisabuela en Londres.
La laguna de las sirenas, el campo indio, el temible barco pirata, la vegetación inimaginable y la magia de las hadas...
Todos aquellos paisajes se apoderaron de su mente. Y pronto les tendría que decir adiós.
Sin pensarlo mucho, la pequeña salió de su intento de dormitorio tratando de no causar algún ruido que pudiera llamar la atención a los presentes. Aquella sería su última noche en aquel lugar, en el maravilloso país de Nunca Jamás, así que sin pensarlo mucho decidió abandonar la casa del árbol para poder explorar el territorio por su cuenta. Necesitaba conocer todo aquello que había marcado a su bisabuela, aquello que la había hecho ser quién era.
Corrió metros, tal vez kilómetros, muchas medidas más que ella desconocía para poder encontrarse con la laguna de las sirenas y aunque estas al principio no estaban a la vista; ella solo sonrió orgullosa de sí misma y soltó una carcajada infantil mucho más fuerte de lo normal al notar a una sirena a lo lejos aletear hacia dónde ella se encontraba. Y, aunque Moira no lo supo en aquel momento, su risa comenzó a resonar por todo el país de Nunca Jamás. A las bellas flores del lugar les atraía aquel sonido encantador y estas no tardaban en repetir cualquier sonido que les llamara la atención, así que todas decidieron hacer eco por el país, por cada rincón de este, mientras Moira seguía disfrutando del espectáculo que la laguna le brindaba.
Más sirenas se acercaron sigilosamente hacia la persona desconocida y un hada también detuvo su vuelo junto a la castaña para poder ser observada y admirada por los ojos inocentes de la muchacha. Ella contempló a los seres enfrente suyo totalmente maravillada y el hada; al sentirse tan halagada por los bellos sentimientos que su mirada le transmitía, terminó por obsequiarle unos polvillos con los que pudo levantarse de manera delicada hasta perder la sensación del suelo.
Las sirenas solo aplaudieron con alegría.
Por su parte, Peter Pan había escuchado las risas repetidas en todo Nunca Jamás preguntándose el por qué las flores habían captado tal sonido así que salió en búsqueda de respuestas para alimentar su curiosidad hasta llegar a la laguna. Rápidamente, se escondió detrás de un árbol para poder escuchar las fuertes palmadas de las sirenas y las carcajadas que Moira les ofrecía a cambio.
¿Por qué su corazón latía tan fuerte? Quería sonreír, pero no podía.
Moira se sentía realmente libre al mecerse por los aires; un poco torpe tan bien cuando daba unas brazadas algo exageradas, pero más que nada libre.
Su risa también llamó la atención de los niños perdidos que a su vez se asomaron por los huecos del árbol para saber quién era la portadora de esa bella risa.
Su risa comenzaba a darle vida a aquel lugar. Y ella ni siquiera lo sabía.
Por su puesto que los piratas no fueron la excepción. Su capitán se mostró molesto e irritado, pero sin duda alguna intrigado al escuchar el sonido que las flores habían encontrado tan agradable.
Así solía sentirse uno en Nunca Jamás.
Libre, sin preocupación, sin miedo a ser quien realmente eres.
¿Por qué debía abandonar un lugar así?
Moira sentía que aquello era lo que más necesitaba. Si eso era cierto, ¿Por qué tenía tantas prisas por regresar a casa?
El niño que nunca crece pisó una rama sin querer, logrando que ella dejara la risa aún lado y bajara de los aires de golpe gracias al susto que el sonido le había provocado. La castaña tragó saliva. Tenía que volver de nuevo a la casa del árbol por su seguridad. Peter solo la siguió con su mirada.
Moira no tardó en sentarse sobre el pasto, algo agotada a pesar de que estaba a mitad del camino. No recordaba haber caminado tanto. Seguramente, la emoción por conocer algo nuevo la había impulsado a llegar tan lejos. Una vez relajada, comenzó a pensar.
¿Qué pasaría si se quedaba?
No, no podía.
Miró a su alrededor para así; poder admirar la belleza de su entorno hasta que sintió la mano de alguien sobre su hombro causándole un pequeño escalofrío. Su cuerpo volvió a la normalidad al ver que el dueño de la mano era alguien conocido.
—Quédate.—Pudo identificar la voz de Peter Pan aunque este estuviera murmurando y Moira solo se pudo preguntar cómo había logrado leer sus pensamientos.—Por favor, quédate. Podemos hacer cosas increíbles día con día, tener más peleas con los piratas, salir a jugar con las sirenas...—La intentó convencer, negándose a admitir que el culpable de iniciar aquella conversación, había sido un creciente sentimiento de soledad.
Ella no tardó en mirarlo a los ojos, perdiéndose en estos. Intentando descifrar como siempre, qué era lo que Peter Pan guardaba dentro de ellos. Seguramente ahí dentro existían muchos secretos que ni la misma Wendy Darling podía desenterrar.
—Debo irme.
Nada la haría cambiar su opinión.
Y cuando llego la hora de volver y acomodarse en aquel tronco hueco para poder dormir, la pequeña no podía comprender cómo Peter Pan no se abrumaba de que su vida fuera siempre así: Tan monótona, tan "para siempre".
¿Qué se sentiría ser eterno?
Pues mientras la castaña más pensaba en ello, más asociaba su reflexión hacia ella misma y la respuesta a la que siempre llegaba la hacía sentir completamente culpable. Culpable por no poder comprender al niño que nunca quiso crecer.
Para ella no cabía duda alguna de que vivir es crecer. Y si vivir era una aventura, crecer también debía serlo.