¿Existen los finales felices...

By Anilec_

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Los caminos siempre se cruzan, las personas conocen a otras que pueden terminar siendo o no parte de sus vida... More

Prólogo: La vida de los nuevos saiyajin.*
Capítulo 1: Rumbo a Namekusei.*
Capitulo 2: La joven extraña.*
Capítulo 3: La cosa celeste flotante.*
Capítulo 4: Llegada a la Tierra.*
Capítulo 5: Familia.*
Capítulo 6: Memorias e integraciones.*
Capítulo 7: Amistad en paz.*
Capítulo 8: Malentendidos, flores y un viaje.
Capítulo 9: Los preparativos para el viaje.
Capítulo 10: El entrenamiento va a comenzar.
Capítulo 11: El miedo de Koron.
Capítulo 12: Siente el ki.
Capítulo 13: El súper saiyajin.
Capítulo 14: El valor de la familia.
Capítulo 15: ¿Le gusto?
Capítulo 16: Volvamos a entrenar.
Capítulo 17: Un cumpleaños "perfecto"
Capítulo 18: Te quiero Fuko.
Capítulo 19: Sentimientos no entendidos.
Capítulo 20: Hermanos.
Capítulo 21: Una noche divertida.
Capítulo 22: Nuevo obstáculo, nueva meta.
Capítulo 23: Orgullo vs pequeño orgullo.
Capítulo 24: Fuerza de voluntad y novias bonitas.
Capítulo 25: Amores y despedida. (Capítulo alargado)
Capítulo 26: Pan, tartas y más pan.
Capítulo 27: Locura primaveral.
Capítulo 28: Verdades.
Capítulo 29: Similitudes extrañas.
Capítulo 30: Plan arruinado.
Capítulo 31: El gran ataque.
Capítulo 32: Confusiones.
Capítulo 33: Lágrimas de amor.
Capítulo 34: El mensaje.
Capítulo 35: Llegada inesperada.
Capítulo 36: Entre llamas.
Capítulo 37: Riesgos.
Capítulo 38: Gotas de sangre.
Capítulo 40: Tal cual como Freezer.
Capítulo 41: Espada de salvación.
Capítulo 42: El inicio.
Capítulo 43: Venganza dorada.
Capítulo 44: Destrucción o salvación. (Capítulo alargado)
Capítulo 45: ¿Un deseo es suficiente para ser feliz?
Capítulo 46: Felicidad...
Epílogo: Torneo de Artes Marciales.
¡Z Awards!

Capítulo 39: Vida.

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By Anilec_

No podía correr adecuadamente debido a las grandes botas para lluvia y la gran campera que llevaba encima de ella, parecía una pelotita de ropa corriendo por las calles. Llevaba algo entre las manos y parecía estar muy feliz por aquello.

Llegó hasta un edificio casi a los límites de la ciudad del Norte, subió rápidamente las escaleras hasta llegar al piso número cinco y abrió la puerta en donde marcaba el número ciento treinta y cinco. Arrojó su mochila teniendo cuidado de no estropear su pequeño objeto, luego fue corriendo hasta llegar donde estaba su madre.

–¡Mamá! ¡Hoy hice una montaña con arcilla en el colegio!– la pequeña empezaba a saltar de alegría con el pequeño bulto con barro y hojas entre sus manos llenas de tierra –¡Hasta le puse arbolitos! Qué es muy bonita no ¿no?

La mujer se volteó a verla sonriente, se agachó y le acarició los cabellos casi azules, oscuros como los suyos. Tomó el pequeño trabajo de su hija entre sus manos, con mucha delicadeza, lo colocó sobre un pequeño mueble junto otros proyectos manuales de la pequeña.

–Echa un vistazo Mirai, es el tercero que haces en la semana– le dedicó una amable sonrisa a su hija mientras apreciaba los objetos reciclados de barro, madera o plástico, tal como cualquier niño a su edad de seis años lo haría –Estoy muy orgullosa de ti.

–Me alegra oír eso, mami– la niña corrió a brazos de su madre para abrazarla con mucho aprecio, la mujer se agachó y le correspondió el abrazo levantándola entre sus brazos –Te quiero mucho mami.

–Yo también te quiero hija...

Mamá...

Era como la novena vez en que el pequeño niño le indicaba que se callara, era malditamente irritante escucharlo hacer un susurro con un dedo frente los labios. Se detuvieron unos segundos cuando la manga de su blusa quedó atascada en una rama. Luego tuvieron que interrumpirse nuevamente cuando una ardilla los asustó. Y la última fue cuando llegaron finalmente hacia una gran cascada.

–¿Estás seguro que él está aquí?– la pequeña niña de ocho años realizó un puchero con sus cachetes al no confiar en su amigo de la misma edad.

–Por supuesto que sí, Yamcha y el señor Piccoro me habían dicho que tu padre siempre entrena hacia estos lugares.

–¿Seguro Gohan?

–Seguro segurito.

–¿En serio?

–En serio.

–¿De veritas?

–De veritas... Oye ¿te pasa algo?

–Estoy nerviosa, nunca vi a mi padre, según lo que recuerdo...– confesó escondiéndose entre sus cabellos largos y ondulados –Quiero decir... seguro lo conocía cuando era una bebé, cuando crecí mamá me dijo que él no tenía tiempo para nosotras.

–¿Qué?– el pequeño hijo Son quedó confundido ante las palabras de la niña, la tomó de la mano para intentar tranquilizarla –No te pongas así, Ten Shin Han es una buena persona.

–¿Quién es buena persona?

Ambos niños voltearon asustados al escuchar aquella gruesa voz proveniente del guerrero tríclope, se hallaba cerca de ellos con los brazos cruzados observándolos de manera amigable y divertida. Mirai se escondió tras su amigo en menos de un segundo, sintió que el rubor subió hasta su cuero cabelludo.

–¡Gohan! ¿Qué haces aquí?– pregunto el chiquillo cara de payaso que siempre acompañaba al hombre en todas partes –¿Tu madre no se enfadará?

–No creo...– negó mientras se rascaba la nuca. Típica inocencia de los Son –Ten, hay alguien que quiero presentarte.

–¿Presentarme?– preguntó riendo. Mirai se encogió aún más escondiendo su rostro entre sus manos –¿Acaso es aquella niña que está detrás de ti?

Mirai finalmente salió de su escondite bajando la cabeza y colocando las manos hacia tras su espalda, maldijo a medio mundo por haber pasado aquel momento de tensión. Avanzó lentamente hacia, al parecer, su padre; tragó saliva y esperó que su amigo Son la ayudara.

–Ten, ella es mi amiga Mirai...– explicó el pequeño colocando su mano en el hombro de la niña –Y al parecer es tu hija...

–¡No tenías que ser tan directo, Gohan!– ella dio un golpe en la cabeza del chiquillo estallando de rabia y vergüenza.

–Mirai ¿En serio eres tú?

Ella sintió como el tríclope se estaba aproximando hacia donde estaba, intentó retroceder pero chocó contra el pecho del pequeño Son, y por el dictamen no se iba a hacer a un lado por ningún motivo. El hombre posó su mano en la cabeza de la niña alborotando sus cabellos, se tomó la molestia para agacharse y cargarla en sus fornidos brazos; Mirai observó aquella sonrisa dibujada en su rostro, seria pero a la vez muy cálida.

Igual al de ella.

–Has crecido mucho, pequeña...

Papá...

Sentía un dolor terrible, la cortadura no era demasiado grave pero era atrozmente aguda. Esperaba impaciente que Son Gohan terminase de vendar media parte de su rostro, aunque le aturdía que él esté muy cerca de ella se sentía algo cómoda y segura.

–Listo– aclaró el joven ajustando los últimos toques de la venda de Mirai –Gracias a esta medicina que me enseñó a preparar mi padre hace años tu herida sanará muy pronto.

–Pero dejará una cicatriz ¿verdad?– preguntó sujetándose el largo cabello azulado en una cola de caballo.

–Posiblemente– musitó al guardar el pote de hierbas machucadas en una mochila vieja y rasguñada.

–Genial.

–¿Genial qué?

–Sería genial que se me quede una cicatriz.

Gohan rió procesando el sarcasmo de su amiga que solía ser muy típico en ella. Cuando estaba apunto de marcharse volando sintió que algo lo agarraba de la muñeca obligándolo a descender, volteó y vio a Mirai bajando la cabeza mientras lo sostenía con fuerza.

–¿Qué sucede?– preguntó inocentemente. Ella sólo seguía cabizbaja sin mencionar ninguna sola palabra –¿Mirai?

–Gohan... Tengo... tengo algo que decirte...

–¿Qué?– él enfocó a un rostro serio, tal como el gran guerrero que era. Mirai se resignó a seguir teniendo la mirada baja y la levantó observando fijamente a los ojos de su maestro y a la vez la persona que siempre amó.

–Gohan... yo...– dejó las palabras al aire justo cuando vio a una mujer dirigiéndose hacia ellos saludándolos agitando el brazo. Era una joven muy bella, cabellos largos y negros, y tenía unos hermosos ojos zafiro.

–Oh, Videl...– dijo el muchacho abandonándola y dirigiéndose a la mencionada.

Ella logró ver con detalle el momento en que él se zafaba inconsciente y delicadamente de su mano, el momento en donde sabía que ella no le correspondía. Observó su abrazo, la manera en como sonreían entre sí, como eran bastantes tímidos antes de besarse. Eran la pareja perfecta.

–Cierto...– murmuró el guerrero observando a su amiga con una cálida sonrisa –¿Sobre qué querías hablarme?

Ella quedó helada ante eso, empezó a juguetear con sus dedos planeando una manera sutil de huir, algo debía hacer ¡Algo!

–Yo... en serio creo que una cicatriz sería muy bonita en mi rostro...– aunque sonaba muy raro fue lo único que se había ocurrido en aquel momento.

–¿En serio?

–Sí... Tengo que irme...

Ella tomó sus cosas y se marchó por los cielos velozmente sin tener miedo que los androides la detecten, se odiaba a sí misma por haber estado allí, se odiaba por enamorarse de él...

Y se odiaba por ser tan débil para llorar justo cuando salió volando...

Gohan...

Observó la explosión. Observó el derrumbe. Observó su cuerpo caer. Observó como aquellos dos monstruos se marchaban del lugar con una sonrisa maliciosa.

Pero a pesar de todo lo que más dolió fue observarlo morir.

Chocó su espalda contra la pared de un edificio interrumpiendo su retroceso, se llevó la mano a una de sus orejas tapándola, y la otra hundió entre su cuello y hombro para cubrir los gritos desgarradores que resonaban por todo el lugar.

–¡Gohan! ¡Gohan!

Las lágrimas empezaron a recorrer por sus mejillas ardiendo sus raspaduras y humedeciendo el suelo al caer como suicidas. Jadeó cubriéndose el rostro antes de perder la cordura, se culpaba por no detenerlo, por saber su destino y no realizar nada al respecto.

–¡NO...!

Apreció la energía de aquel híbrido que aullaba de sufrimiento incrementar descomunalmente luego de aquel grito, logró también percibir el aura dorada que emanaba de él y el suelo quebrarse cuando estrelló los puños llenos de ira.

No lograba soportar el desconsuelo de aquel chico que era tan duro como el suyo. Luego recordó a Oliver y Goten, se descolocarían al saberlo. Videl y la pequeña bebé, se sentirán tan solas por el resto de su vida. Y Milk, la pobre no aceptaría la muerte de su hijo, ya no se recuperaría luego de esto, y tanto la culpa como la angustia la perseguirían por el resto de su vida.

Lo peor de todo era que ella debía transmitir las terribles noticias a todos.

¡No...!

Salió volando del edificio en donde se refugiaba junto con su hermana con intención de localizar al sujeto misterioso y encapuchado que había escapado de allí. No quería hacerle daño pero si le había robado algo le daría unos buenos golpes.

Se deslizó entre las paredes casi derrumbadas de las otras edificaciones siguiendo a aquella persona con la vista, finalmente aterrizó malhumorada por no atraparlo, no lograba detectarlo ni aunque fuera sintiendo el ki. Gruñó y dio vuelta para poder marcharse.

Pero no pudo.

Apenas dio un paso y uno de los edificios se desplomó sobre ella, antes que algo malo sucediese estiró su brazo desatando una gran esfera de ki que hizo estallar en pedazos todo el concreto. Sonrió viendo lo destructivo que puede llegar a ser sus habilidades, al momento que bajó la mirada otra pared se desplomó. Pero se dio cuenta muy tarde.

El sujeto la empujó de su lugar mandándola a más de un metro, Mirai logró divisar cuando aquella persona intentaba arrastrarse para huir aquel muro lo aplastó desde la mitad del cuerpo. Le dio náuseas al escuchar es sonido desgarrador de los gritos de la persona, que al parecer era una mujer, y se estaba revolviendo entre la sangre y el cal que inundaba el ambiente.

–¡Por Dios!– Mirai se dirigió hacia ella con prisa, levantó el concreto con su único brazo y dejó que ella logre sujetarse de sus piernas para arrastrarla y sacarla de allí.

Cuando finalmente la mujer estaba fuera del área peligrosa Mirai soltó el muro levantando polvo de yeso y tierra. Observó a la persona que se aferraba débilmente de su cuello y le arrebató la gorra de la capucha para lograr identificarla.

Quedó perpleja al verla y soltó un grito silencioso. La dama era una mujer rubia de ojos verdes, estaba pálida y con heridas por todas partes; pero lo que más la conmovió era la sonrisa apagada que ella tenía... Y el parecido de su rostro con la de ella...

–Mi... Mirai...– susurró la mujer sujetándose de la camiseta de la mencionada –Hija...

Sintió como el aire se escapaba de sus pulmones y su corazón se estrujaba con tan sólo oír la delicada voz de su progenitora, aunque su apariencia cambiara casi siempre con tan sólo escucharla sabía a la perfección que se trataba de ella.

–Ha pasado tiempo ¿no?– pues claro que sí, Mirai no la veía desde poco antes del primer ataque de los androides. Hace más de quince años.

Ella empezó a llorar, no podía decir nada, el nudo que se formaba en su garganta la atormentaba con tan sólo pasarse por la cabeza que aquello realmente estaba sucediendo. Percibió la mano helada de la rubia, manchada de sangre, posada sobre su mejilla dejando una clara huella de color rojiza.

–Te quiero...

Hundió su cabeza entre las doradas cortinas de cabellos de su querida madre sintiendo, últimamente, sólo el peso físico de su cuerpo yaciendo sin vida.

¡NO...!

Observó por la ventana de la casa abandonada la tormenta que se aproximaba. Tanto adentro como afuera estaba desoldado, nadie se hallaba por los alrededores. Su mano temblaba y empezaba a sudar con tan solo acercarse al pequeño cajón descuidado que se hallaba en una esquina de la habitación, abrió la misma y extrajo un arma, un pulcro revólver.

En aquel momento ya no importaba nada, no le interesaba apuntar la boca del arma a su sien, no le importaba a quien le afectaría su muerte... Ya no. Estaba decidida y posó su dedo índice en el gatillo.

Justo al jalarlo algo golpeó el arma desviándolo completamente y ella disparó hacia la ventana saliendo completamente ilesa. Volteó pálida hacia la persona que realizó eso, sintió que su pulso paraba al ver a su hermana, helada, aún con la mano extendida hacia donde había desviado aquel objeto. Mamoru estaba completamente decepcionada.

–Mamoru...– murmuró Mirai sollozando arrojando el arma inconscientemente al suelo. Mamoru no tardó en reaccionar y fue a abrazarla intentando consolar, por primera vez, a su hermana mayor.

–Tranquila...– susurró acariciando los cabellos cortos y azulados de Mirai. Ella se rindió y cayó de rodillas al suelo cubriendo su rostro en el hombro de la pelirroja.

–Lo siento...

Tengo... miedo...

–No te preocupes, yo podré hacerlo sola.

–Son Gohan y yo sólo nos conocimos hace unos años... Y salíamos sólo para entrenar, nunca fuimos amigos.

–De hecho siempre odié esta maldita vida.

–Ojalá nunca me hubiera arriesgado a perder el brazo.

–A mi no me interesa la vida de mis padres.

–¿¡A quién le importa si pierdo la vida!? ¡Maldición!

–Comprende que este es un mundo en donde los débiles no sobreviven.

–No es mi culpa crecer en un mundo que me volvió una insensible.

–¿Acaso planeas derrotar tú solo a esas máquinas?

–Ya no quedan esperanzas.

–Yo no tengo miedo la muerte...

¿En qué me he convertido...?

¿Por qué he mentido toda mi vida?

¿Por qué siempre pretendí que eso sería lo mejor...?

–Uno de nosotros morirá...

Si tan solo... no tuviera aquel don...

Abrió los ojos en medio de la oscuridad, era el mismo lugar en donde ella podía entrenar mentalmente. Sentía que estaba cayendo al vacío pero no sentía la gravedad ni la presión, todo era completamente nulo y desconocido. Todo era nada.

¿Qué... qué es eso...? ¿Es un claro...?

Logró observar un punto de contraste ante la oscuridad, algo que crecía o se acercaba, no conseguía percibirlo correctamente. De repente distinguió que había aterrizado sobre unos brazos extendidos, tan fuerte que le hizo sentir como si hubiera caído de varios metros de altura. Aún se sentía herida como lo estaba antes de llegar allí, entonces sólo se limitó a levantar la caza para observar quien la había cargado.

No podía describir lo aliviada que se sentía al saber que él estaba cerca suyo, atajándola como nunca pensó que podría haberlo hecho alguna vez. El golpeteo de la blanca capa y sus facciones verdosas la sacó completamente de dudas, sin duda se trataba de él.

–Piccoro...– murmuró emocionada por dentro, sabía que él sólo estaría allí para ayudarla aunque sea indirectamente. Pero más que nada la tranquilizaba sentir su presencia cuando más lo necesitaba.

–Mirai... Tranquila, estoy aquí– su voz no sonaba igual como lo hacía en su mente ni tampoco como aquellas veces que entrenaban mentalmente creando un mundo vacío en donde encontrarse, esta vez sonaba como si estuviera vivo y no como espíritu.

–¿Dónde estoy?– preguntó dando vueltas sus ojos por todo el lugar, aunque sabía que era un lugar donde ellos podían encontrarse no comprendía porque estaba allí.

Él la bajó lentamente hacia donde, al parecer, había un suelo seguro. Sin poder colocarse de pie ella sólo se sentó apoyándose por el brazo del namekiano que estaba a su lado.

–En la línea entre el mundo de lo vivos y el mundo de los muertos– Piccoro parecía preocupado, sus manos temblaban y fruncía el ceño con irritación –Estoy rompiendo las reglas, Enma Daioh podría arrebatarme mi alma y no obtendré oportunidad ni de reencarnar.

–¿Por qué?

–Estoy impidiendo que un alma pase al otro mundo– admitió mirándola a los ojos con preocupación.

–¿Y por qué no me dejas ir?– dijo en voz baja y cerrando los ojos, aunque diga eso tanto Piccoro como ella no deseaban que aquello ocurriese.

–¡No digas tonterías, Mirai!– ella se sobresaltó al escuchar su gruñido, lo observó sorprendida al ver su mirada llena de ansiedad –¿Acaso piensas rendirte fácilmente?

–Pero si estoy muriendo...

–Eso no es excusa para que no sigas– la interrumpió aflojando un poco más sus duras facciones –Aún hay una manera para que continúes...

–¿Y qué si continúo?– se arriesgó a decir, el namekiano se sorprendió ante aquel comentario repentino –No quiero volver a sufrir, odio que me lastimen; pero si estuviera en esta situación hace unos años elegiría morir inmediatamente.

Él se quedó callado perdiendo su vista en ella, la conocía a la perfección: sus gustos, su pasado, sus miedos, sus malas y buenas acciones. Toda su vida completa. Y además de todo sabía exactamente lo que ella estaba soportando en ese momento.

Todo porque ambos son una sola mente dividida en dos cuerpos.

–Pero esta vez no, necesito regresar pero ya no tengo fuerzas para continuar– presionó su puño y bajó la cabeza mientras crujía los dientes –Esta vez mis fuerzas mentales no fueron de ninguna ayuda ¡Soy malditamente débil!

–¡Pero qué pesimista!– gruñó parándose inmediatamente, tomó a Mirai del brazo obligándola a levantarse también pero ésta no lograba ni siquiera colocar firme una pierna –¡Vamos, sé que puedes levantarte!

No había caso, Mirai se tambaleó y cayó en seco gritando de dolor y rabia. Piccoro se asustó y actuó rápidamente extendiendo su brazo pero cuando ella iba a tomarlo su mano atravesó la de él como si se tratara sólo de una ilusión.

No era necesario que se hagan preguntas, ambos sabían claramente lo que sucedía, Mirai estaba dirigiéndose al otro mundo y estaba perdiendo su forma física. El tiempo se estaba agotando.

–Necesitamos que te repongas antes que algo malo sucediese, recuerda que estamos sobrepasando los límites entre lo vivo y lo muerto.

–Piccoro, yo...– murmuró volviendo a intentar aferrarse a él obteniendo el mismo resultado, Piccoro sí logro sostenerla de la muñeca atrayendo a Mirai hacia él –Yo... no quiero volver a morir...– confesó con los ojos llenos de lágrimas mientras intentaba sujetarse por la ropa de su maestro –Yo no quiero...

Piccoro no tenía idea como reaccionar, verla llorar sin ningún lugar que atajarse le estrujaba el pecho con un fuerte dolor agudo. Se sentía un tonto por estar justo allí evitando que alguien muera, tal y como aquella vez que se había sacrificado por el pequeño híbrido cuando atacaron los saiyajines. Todo por un solo sentimiento...

La compasión.

Estaba consiente que apreciaba algo en ella, por eso la entrenó, por eso fusionaron sus mentes en uno solo, por eso rompió las normativas naturales para salvarla, y ahora estaba a punto de realizar algo que nunca en su vida pensó que llegaría a hacer.

La abrazó, sin duda alguna lo hizo, no porque era débil sino porque deseaba hacerlo. Llevó su dedo índice hacia la frente de Mirai, justo en su fuente de poder, y descargó toda su energía en ella. Mirai lograba sentir como un choque eléctrico inundar su cerebro, no podía reaccionar, sólo podía ver como el aura del namekiano brillaba con intensidad.

–¿Qué estás haciendo?– estaba paralizada, su cabeza dolía y no podía hacer nada para impedirlo.

Finalmente Piccoro se detuvo jadeando, su rostro sudaba y su boca se secaba a cada expiración que hacía. Mirai se alteró al momento que su cuerpo empezó a emanar una especie de aura brillante de color verde mientras que el cuerpo de Piccoro empezaba a distorsionarse como una imagen de humo.

–¡Piccoro! ¿¡Qué...!?

–Te di toda mi energía...– explicó antes de caer de rodillas lanzando un bufido de dolor –Me recuperaré en un tiempo, no te preocupes si no me llegas a escuchar en tu mente– aunque estaba allí, completamente en mal estado mientras desaparecía, mantenía una cálida sonrisa –Ahora vete.

–Pero Piccoro...– intentó replicarlo por lo que hizo pero su sentido común no la dejó, eso era lo correcto y ella sólo debía aprovechar lo que él realizó por ella.

–¡Vete Mirai!

Ella sintió que abrió los ojos y dejó exhalar una gran burbuja de aire en medio del agua, empezó a ganar conciencia a medida que se movía en el fondo de la laguna. Se sorprendió al ver que su arma continuaba funcionando a pesar del agua, levantó la mano derecha y la movió frente suyo con delicadeza.

Sí, estaba viva, y todo gracias a Piccoro.

Nadó con una inhumana velocidad hacia la superficie, salió por los aires continuando su trayectoria con una fuerza colérica emanando de todo su cuerpo. La herida que ella tenía era grave pero ya no le causaba daño, no le impedía continuar, esta vez dará todo de por sí en nombre de todos sus seres queridos, todas las personas que amó y sigue amando.

Sus padres, sus amigos, su hermana y Piccoro... Los rostros de todos aparecieron como flashes en su mente.

Lanzó un atroz grito que ahogó a todos los sonidos exteriores a ella, el aura verde que había despertado en ella anteriormente volvió a nacer de su cuerpo con la misma intensidad. Gorak se había dado cuenta de su regreso y no tardó mucho en ir a atacarla.

Ella lograba ver muy atenta aquel hocico repleto de dientes filosos como cuchillos desde la lejanía, las púas y las garras tampoco estaban de lado, debía estar preparada. Planificar los ataques, ajustar los circuitos de su brazo, controlar cada gramo de energía; todo lo realizó en el periodo en que aquel monstruo se avecinaba a ella.

Gorak abrió su mandíbula con el objetivo de aferrarse a Mirai, ella sólo dejó que aquellos colmillos atraparan a su brazo mecánico a propósito. Aprovechando la confusión de su enemigo ella lo golpeó la barbilla haciendo que sus dientes se trancaran en medio del acero, él intentaba salirse agitándose como una lombriz realizando escándalos y lanzando aullidos apagados.

Mirai, aprovechando el brusco movimiento de su contrincante, se arrancó el brazo mecánico sin cordura. Los tornillos que unía el brazo de su hombro estaban ajustados por una placa de metal y por eso no lograron desprenderse, lo que se desgarró de ella fue aquella placa que estaba sujetada por su piel y músculos.

Su enemigo continuaba agitándose como loco, ella se dirigió de nuevo hacia él y, con una fuerte patada, trastornó el arma que se hallaba obstruido en su hocico. El dispositivo empezó a chispear y sus luces se alteraban generando un chasquido agudo, ella sólo se cubrió sabiendo con perfección lo que sucedería.

El aparato estalló junto con Gorak dejándolo completamente destrozado, lo único que cayó al suelo fueron sus piernas y restos de carne calcinadas. Aquello le daría asco si estuviera estable pero ambas heridas la estaban llevando de nuevo a un desmayo, antes de llegar a eso descendió rápidamente evitando una fatal caída, se arrojó en la arena sintiendo la victoria tan esperada.

Desvió su mirada hacia la cara impactada de Redice y las de sus amigos, juraría que esa expresión no era porque asesinaron a Gorak sino porque ella sobrevivió a pesar de todo el daño que recibió. Soltó una carcajada de alivió y estiró un brazo apuntando a Redice enseñándole groseramente el dedo del medio.

–¿Ahora quién tiene la victoria? ¡Idiota!

Finalmente quedó inconsciente en medio del campo de batalla. Esta vez se sintió bien por haber fallado, por comprender que su predicción, por primera vez, no era cierta.

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