Salimos los tres de casa y nos dirigimos al vestíbulo. Veo varios osados ahí, los cuales no me reconocen, eso es buena señal. Puede que pase inadvertida con los veraces. Eso espero.
En el ascensor no se sube nadie más que nosotros tres. Tomo las manos de mis padres, y respiro profundo. Les cuento sobre las simulaciones que nos pusieron en la iniciación, y especialmente sobre la del elevador.
Mi madre se despide de mí, y baja en la séptima planta; mientras mi padre y yo, seguimos a la novena. Llegamos a un pasillo, en el cual sé que está su oficina. Entramos y su secretaria lo saluda, luego me ve y es como si le resultara conocida, pero no dice nada. Ella me vio hace más de un año, ¿qué tanto habré cambiado?
- Señor Austin, tiene un oficio. – dice ella, entregándole una hoja.
- Gracias, Marie. – contesta mi padre. Recibe el oficio y comienza a leerla.
- Jack Kang dijo que lo necesitaba a las ocho, en la sala de juicios de la décima planta.
- Perfecto. – consulta su reloj. – Faltan 20 minutos.
- ¿Quiere que asista, señor?
- No es necesario, gracias Marie. – mi padre me ve, y me hace una seña para que salga de la oficina. – Vamos.
Salgo con mi padre, y nos encaminamos hacia las escaleras. Llegamos a la sala donde será el interrogatorio. No es tan grande como la que usaron para mi interrogatorio, pero sí lo suficiente como para que haya eco. Mi padre no será el interrogador, pero será un miembro del jurado y yo, fingiré serlo también.
Me recorre una emoción inexplicable, es una mezcla entre adrenalina, ansiedad e incertidumbre por lo que ese estúpido dirá. Hay una botella de agua pura frente a mí, y comienzo a beberla. Necesito calmarme un poco, o empezaré a levantar sospechas.
La sala está en desnivel hacia abajo. Las butacas y mesas están en forma de media luna, por lo cual hasta abajo, está la silla del acusado y atrás de ésta se levanta una pared de casi 10 metros. Hasta arriba, tiene un reloj y un poco más abajo está tallado en el cemento, el símbolo de la facción de Verdad. A los lados, tiene cortinas del mismo largo, una blanca y otra negra. Por lo tanto, la sala es semi-oscura.
He visto ese maldito reloj casi siete veces en los últimos diez minutos. Mi padre luce tranquilo a comparación mía; tamborileo los dedos en la mesa que tengo al frente, cruzo la pierna derecha sobre la izquierda, me compongo, cruzo los brazos, los pongo a los lados...
Hasta que por fin veo que Jack entra, con dos personas más y Eric, recostado en una camilla, con una bata de hospital, color blanco. Una vez estuve hospitalizada y tuve puesta una bata así, fue a los 14 años, cuando me sacaron el apéndice. Ahora lo veo, ahí. Más pálido que de costumbre.
Me quedo quieta, por fin. Las manos están heladas, pero a la vez me sudan.
- Solo sigue el protocolo. – murmura mi padre, poniéndose de pie.
- Está bien. – contesto, con la boca seca. Imito.
Hay unas quince personas más en la sala. Todos se ponen de pie, tal como mi padre. Recitan algo que no entiendo del todo, por el eco, pero suena a "Entregué mi sangre a la verdad, y no dejaré que la mentira me haga traicionar mi facción". Lo dicen levantando su mano derecha, y luego se sientan. Yo, me quedo en el borde de mi silla.
- ¿Le pondrán el suero de la Verdad? – pregunto a mi padre.
- Sí.
Han levantado un poco el respaldo de la camilla de Eric, a modo de que queda casi sentado. Puedo ver sus gestos de dolor. Niles entra con una caja negra, en la que lleva la aguja con el suero. Ahora él sentirá su cuerpo más pesado de lo que ya debe sentirlo por su herida. La herida que yo le causé. Niles repite el protocolo de presentación y comienza.
- ¿Cuál es tu nombre? – pregunta Niles.
- Eric Coulter.
- ¿De qué Facción eres?
- Osadía. – contesta, con su voz ronca y rasposa.
- Pero, eres trasladado, ¿cierto?
- Sí. Nací en Erudición y me trasladé a Osadía.
- ¿Por qué te trasladaste, Eric?
- Porque Jeanine Matthews me pidió que lo hiciera.
- ¿Con algún propósito?
- Cambiar las reglas y formas de enseñanza en la iniciación de los osados. Para que en un futuro, las generaciones fueran crueles y pudieran formar un ejército.
- Lo cual sucedió.
- Sí.
- Dime, Eric, ¿cuáles eran tus órdenes al entrar al complejo de Verdad?
- Inyectar el suero de una nueva simulación, a todos los miembros, tanto de Osadía como de Verdad. Y, llevarme a dos divergentes.
- ¿Qué harías con los otros divergentes que capturaron?
- Matarlos. A todos.
- ¿Tenías a alguien específico para llevarte?
- Dos divergentes, mayores de 25 años.
- ¿Importaba quiénes fuesen las personas?
- No.
- ¿Cuándo te hirieron, ya tenías a quién llevarte?
- Sí. Mas, no iba a entregarla como divergente.
- ¿Sabes su nombre?
- Maud Austin.
- ¿Por qué no la entregarías como divergente?
- Quería incluirla en mis filas, de nuevo. Para salvar su vida. – dice, y yo me quedo estupefacta. No es la respuesta que yo esperaba. Jeanine me engañó... ¿qué es lo que realmente Eric siente hacia mí? ¿Por qué, siendo la divergente indicada, no me quiere entregar?
- ¿Sabes algo más sobre lo que Jeanine quiere hacer a los divergentes de nuestra facción?
- No.
- ¿Jeanine atacará nuevamente a Verdad?
- No.
- ¿Sabes cuál es su próximo plan?
- No.
- Bien, Eric... dime, ¿hay algo de lo que te arrepientes de haber hecho?
Su rostro mira hacia todos lados, como si se hubiera desubicado por un momento. Luego, sonríe. Es esa sonrisa cruel que odié desde el primer día. El día que dijo, "¿cómo dices que te llamas?".
- ¿Eric? – repite Niles. – ¿Te arrepientes de algo?
- No. – contesta, orgulloso.
Ni siquiera se arrepiente que yo esté embarazada. Hay murmullo en la sala, que solo denotan la sorpresa.
- Bien. – dice Niles, con cierta decepción. – Gracias por tu sinceridad.
Todos los presentes repiten la frase, pero yo me abstengo de decirla. Me he quedado como un estafermo luego de que mencionó mi nombre. Niles ordena que se lleven a Eric y esperan hasta que sale del lugar. Luego, todos se juntan abajo. No sé qué hacer en este momento.
- Vete. – me pide mi padre, tomándome del brazo. – Ahora. Jack te verá y nos meteremos en problemas.
- ¿Y, su condena? – pregunto con los ojos muy abiertos.
- Es la muerte. – exhala y me toma una mejilla. – Cuídate mucho, Maud. – me dice, como si se sintiera impotente. – Te quiero.
- Yo también te quiero, papá. – le beso la mejilla y salgo a gatas de la fila de butacas.
Mi padre se encarga de llamar la atención de todos hacia el lado contrario de la salida, y es el momento de correr.
Salgo por el mismo lado donde han regresado a Eric, pues es el único lugar donde puedo salir, sin llamar la atención.
A mi derecha, queda el ascensor para ir al vestíbulo, y al otro lado del pasillo, quedan los ascensores para el hospital. Comienzo a caminar, con paso firme y el sonido de los tacones por el silencioso pasillo. Nadie me pone atención.
Entro al ascensor y me voy hasta el fondo. Más gente se sube conmigo. Bajo la cabeza y cierro los ojos para no sentir la presión del encierro, para no recordar las simulaciones y para no entrar en pánico. Cierro mis ojos y comienzo a respirar profundo.
Por fin se abre, y ya solo hemos quedado dos personas. Salgo un poco mareada, pero me estabilizo al poco tiempo de ir caminando. Aunque paso desapercibida con las mujeres, no sucede lo mismo con los hombres. Nunca me había pasado algo así cuando estuve aquí. Y, de cualquier manera, esto se torna peligroso.
- Buenos días, vengo en nombre del juez Frank Austin, necesito entregarle un oficio importante a un paciente.
- ¿El nombre? – me pide la recepcionista.
- Eric Coulter. – digo. Ella me ve confundida. – Es el líder de Osadía que apuñalaron – apuñalé. – anoche.
- Ah, claro. – contesta con una sonrisa. – Dos pasillos más allá, cruzas a tu lado derecho, encontrarás una puerta que reza "Heridas, arma blanca", habitación 19. Acaban de traerlo del interrogatorio, ¿cierto?
- Sí. El mismo.
- Pasa.
"Heridas, arma blanca". Me dirijo al pasillo donde la chica me ha indicado. Es increíble que, a pesar de que le mentí no interrogó, ni desconfió en lo mínimo de mí. Habitación 15, 16... 17, 18.
Siento un hormigueo en el estómago, algo como ansias y confusión. Necesito respuestas.