Las Runas de Julia

By ShelyCash

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Julia Lan es una muchacha que vive con su hermana Sara y su padrastro en un pueblito colonial perdido a las o... More

(1) Día de feria en el pueblo.
(2) Alejo versus Heist.
(3) La familia.
(4) La querida.
(5) Un submarino humano.
(6) Tiempo de pensar.
(7) Las piedras de Julia.
(8) El destino.
(9) Mon chéri.
(10) El acuerdo.
(11) Rutina.
(12) Una tina caliente.
(13) El adversario.
(14) Un Mustang.
(15) Tras la tormenta.
(16) Un espetón.
(17) Con las defensas bajas.
(18) Una jugarreta.
(19) Giussepe.
(20) El gato y el ratón.
(21) Un vestido nuevo.
(22) Escrito en la piedra.
(23) Lauder rompe el silencio.
(24) Harina de otro costal.
(25) Hechizo roto.
(26) La casa sobre la roca.
(27) La despedida.
(28) La danza del fuego.
(29) De la mano con el asesino.
(30) Regresar a casa.

(31) EPÍLOGO

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By ShelyCash

Julia estaba sentada sobre la mesada de la cocina, los pies colgando y tambaleándose lentamente, observando como Marla batía la crema y aprovechando sus distracciones para meter el dedo en cualquier recipiente. Últimamente no tenía mucho apetito, pero le encantaba molestar al ama de llaves pellizcando bocaditos de todo lo que encontrara por allí. Las cosas dulces, sobre todo, la traían loca. Y desde temprano, aquella mañana, la cocina estaba colmada de preparaciones para tortas, caramelos y confituras.

-Julia, ¿podrías permitirme abrir la alacena? –preguntó Tiara, una de las sirvientas que ya llevaba cuatro meses trabajando en la casa.

Julia comenzó a moverse, sintiéndose pesada y frustrada una vez más por su limitada agilidad.

-¡Qué diablos estás haciendo en la cocina! –rugió Kail, que de pronto había abierto la puerta como un torbellino.

-¡Vete de aquí! –gritó Julia, justo en el momento que sus manos daban con el tarro de harina.

Observó el contenido y de pronto sonrió, recordando aquella vez en que había lanzado harina sobre él. Esa fue la primera vez que estuvieron juntos. Era un recuerdo dulce. Kail también pareció recordarlo porque a pesar de su ceño fruncido, no pudo evitar una sonrisa. Sus ojos la alentaban a lanzarlo: Vamos, hazlo, y ya verás lo que te pasará... Pero no podían distraerse justo ese día. Era muy importante para ambos.

-¡Déjate de tonterías, Julia, y ven a ayudarme con estas malditas guirnaldas!

Julia lanzó una carcajada al percatarse de lo ridículo que se veía con todo ese papel de colores enredado en el cuello y en los brazos.

- Seguro que Lauder puede ayudarte –le respondió quitándole importancia al tema.

Se volvió a Tiara, que le guiñaba el ojo y sonreía solo de pensar en el señor Heist y Lauder luchando con las guirnaldas. Se había encariñado bastante con ella. Era una muchacha educada y divertida, una compañera de travesuras, una amiga como nunca había podido tener en la niñez. La quería.

Esa misma mañana había discutido con Kail sobre las sirvientas. Ya no quería que pasaran por la casa sólo por unos meses. Estaba cansada de conocer personas buenas, surcadas por un destino incierto, y sentirse impotente tratando de arreglarle la vida a cada una de ellas. Kail había dicho que todo eso se podía arreglar si dejaba a las sirvientas en paz y dejaba de refugiarse en la cocina como si fuera un santuario.

Allí había comenzado la cosa.

Haciendo valer sus derechos como señora de la casa, ya no soportaría más gente encontrada y perdida. Quería quedarse con Tiara, y con otras cinco chicas que habían ganado su confianza. Quería afianzar lazos con su personal y formar un bonito equipo permanente.

Kail estaba consternado. ¿Acaso no era lo suficientemente grande la familia? ¿Acaso no estaba rodeada de afecto? Aparte de Marla y Lauder, ahora también tenían a Alicia, quien había vuelto gracias a sus efusivos berrinches. A pesar de no haberla conocido muy bien, Julia había atinado al decidirse por ella para que la ayudara con la crianza de Alan. El niño festejaría su cumpleaños número 3 ese día. Era el sol de sus ojos, la criatura más tierna y delicada, el ángel más hermoso sobre la tierra. Pero tenía el carácter de su padre, decía ella, y él decía que sin dudas ese temperamento lo había heredado de la madre. Lo cierto es que en cuanto comenzó a andar, Alan requirió más de cuatro ojos sobre él. Y el carácter resignado, paciente y dulce de Alicia habían sido el remedio perfecto para que sus padres pudieran recuperar algo de tiempo para ellos.

Ahora faltaba dos meses para el nacimiento de su segundo hijo, esta vez una niña, había vaticinado la vieja Lailuka. La forma de su vientre tras siete meses de embarazo, saliendo desde las caderas, y sus antojos dulces le daban la pauta. Se llamaría Mailén, y Kail tuvo que hacerse el tonto y fingir que no sabía que aquel era un nombre indio, y que posiblemente hubiera sido una sugerencia de Alejo. El maldito indio seguía vivo, seguía fastidiando y revoloteando por las propiedades de Heist. Ahora tenía permiso para cruzar el puente, aunque nunca había entrado en la casa hasta ese día. El tercer cumpleaños de Alan iba a ser la ocasión, pues Alejo era uno de los invitados al festejo.

Nunca le agradaría el indio aquel, pero nada podía hacer para que Julia no lo recibiera con alegría cada vez que aullaba como un lobo escondido entre los árboles del bosque. Desde la ventana del segundo piso, Kail solía mirarlos. Julia se transformaba en una niña cuando estaba con Alejo, y jugaban entre las ramas de los árboles, subiéndose hasta la cima, recogiendo hojas y hierbas, investigando insectos y nadando en el río.

Sonrió con malicia pensando en el indio. Estaba tentado a decirle lo que pasaba. Julia podía parecer una niña cuando estaba con él, pero el indio jamás sabría en lo que se convertía tras las puertas del dormitorio. A pesar de que no le agradaba el amigo de su mujer, se había acostumbrado a soportarlo, y esperaba ansioso sus visitas. Porque cuando Alejo llegaba, Kail se enfadaba mucho, buscaba excusas para impedir que Julia saliera con él, y como ella nunca le hacía caso, terminaba pataleando y enfureciéndose. Pero después de estar con el indio, Julia regresaba a la casa con una energía renovada, y se esmeraba para que Kail dejara de estar enfadado. Ese placentero juego se había transformado en una rutina que lo deleitaba. Cuanto más furioso parecía estar Kail, más se esforzaba ella por suavizarlo, cediendo a todos sus deseos y buscando recompensarlo por haberlo desobedecido. ¡Si el indio supiera lo que hacían ellos después de que él se iba, entonces no volvería más! Y eso no les convenía a ninguno de los tres.

Así que había aceptado que el muchacho formara parte del festejo de Alan, pero se las cobraría más tarde, y muy caro, con Julia.

William, el muchacho auxiliar de Lauder, había partido en el auto para trasladar a Sara desde la fábrica, para que también estuviera presente en el festejo de los 3 añitos de su sobrino, como había estado en todos los anteriores. De paso en ese viaje recogerían a Lara, la parienta de Alicia, y se reencontrarían por primera vez después de casi 4 años sin tener más que noticias de boca.

No había que olvidarse de Raúl, el padrastro de Julia, que también participaría del festejo. Muy a pesar suyo, Kail tuvo que reconocer que Raúl se portaba como un verdadero padrino, y que a Alan se le encendían los ojos cada vez que esa mole enorme lo levantaba por los brazos y lo lanzaba por los aires. Odiaba que tuvieran que ir a visitarlo en la casita de la colina, pero Alan amaba esas travesías, sobre todo sabiendo que Raúl siempre tenía preparada alguna sorpresa para él. Cuando no fue la camita de mimbre para que pudiera dormir la siesta bajo los árboles, era el pesebre para el árbol de navidad, o la hamaca que había colgado de la rama, y lo último había sido una carretilla de tablas que Raúl se ataba a la cintura y paseaba con Alan como si fuera su caballo. Así que, como fuera, no podía negarse a aceptarlo en el festejo.

Ese día las puertas de su casa se abrirían para personas que jamás soñó recibir. Iba a levantar las barreras de su imperio por su hijo, y por su mujer.

Y Julia todavía tenía el descaro de encerrarse en la cocina y dejarlo solo a él y a Lauder con la decoración de la casa, ¡como si ellos supieran algo de fiestas infantiles! Nunca parecían alcanzarle los afectos y ahora también luchaba para que Tiara se quedara en la casa, para siempre.  

Bueno, sus motivos habían sido nobles. Alan estaba creciendo y se apegaba mucho a las personas, más siendo un niño simpático y travieso que atraía las miradas y las caricias de todos. Julia no quería que sufriera cada vez que una sirvienta dejara la casa. El niño necesitaba raíces, bases sólidas, armonía, estabilidad...

Aunque,... claro, pensó, cuando sus propios caprichos no alcanzaban para lograr el objetivo, siempre ponía a Alan en el frente. ¿Y cuando naciera Mailén? ¿Qué iba a ser de él? Entre su mujer, su hijo y la futura bebé, lo habían transformado en un monigote.

Pero un monigote feliz, pensó.

- De acuerdo... –susurró entre dientes Heist, todavía en el marco de la puerta y sin atreverse a dar un paso al interior de la cocina.

Julia giró los ojos hacia él inmediatamente.

- ¿Qué has dicho?

- Me escuchaste bien...

Julia fingió destaparse los oídos con un dedo.

- No creo. ¿Podrías repetirlo, Mon Amour?

- Tiara puede quedarse, Madame Cher.

- ¿Para siempre?

Sí, nunca era fácil con Julia Heist.

- Siempre es para siempre, Madame –aclaró Kail.

Ella se acercó con pasos lentos y le rodeó el cuello con los brazos antes de darle un ligero pero sentido beso en la boca.

- Los ayudaré a poner las guirnaldas –dijo, quitando una de las que llevaba como collar.

- Siempre tienes que ganar, ¿cierto? –preguntó Kail, risueño tras de ella.

- Oui, siempre...

FIN

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