Reino de Sombras y Esmeraldas

By AJTorrealba

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Un rey decidido a oprimir toda la magia del mundo, dispuesto a ser el causante de un genocidio en contra de t... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1: Moneda de plata
Capítulo 2: Hilos, nudos y señales.
Capítulo 3: De pieles y nada
Capítulo 4: Aún en el silencio
Capítulo 5: Vazzelort's
Capítulo 6: La capital de Ursian
Capítulo 7: Tinta insoluble
Capítulo 8: Lo que se esconde bajo la montaña
Capítulo 9: Invisibles a plena luz
Capítulo 10: Espectadores en la oscuridad
Capítulo 11: Cautela arrolladora
Capítulo 12: Cierta convicción
Capítulo 13: Líneas cruzadas
Capítulo 14: Sin descansos ni treguas
Capítulo 15: Que no te atrapen
Capítulo 16: Lo que une un puente
Capítulo 17: Desertores y esperanzas
Capítulo 18: Peticiones inesperadas
Capítulo 19: Contactos indeseados
Capítulo 20: Luz, algo inesperado en ese lugar
Capítulo 21 : Nuevo Fulgor
Capítulo 22: El valor se asoma
Capítulo 23: Entre máscaras
Capítulo 24: No te sofoques
Capítulo 25: Huir del huracán
Capítulo 26: Madrugadas inquietas, lo habitual
Capítulo 27: Fragua de incertidumbres
Capítulo 28: Elíxires
Capítulo 30: Secretos en común
Capítulo 31: Estrellas en la oscuridad
Capítulo 32: El exilio
Capítulo 33: Cien vidas de dolor
Capítulo 34: Té y dulces amenazas
Capítulo 35: Verdugos a la luz
Capítulo 36: El rugido del viento
Capítulo 37: El halcón siempre cumple
Capítulo 38: Sus nombres en el viento
Capítulo 39: El halcón y la primavera nunca los abandona
Capítulo 40: Los legítimos
Capítulo 41: Serpiente de plata
Capítulo 42: Jardín Vaie
Capítulo 43: Años por recuperar
Capítulo 44: Reencuentros, hielo y metal
Capítulo 45: Jaula de oro
Capítulo 46: Veintiún rosas
Capítulo 47: El viento y la oscuridad
Capítulo 48: Dominio de fuego

Capítulo 29: Círculo de fresnos

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By AJTorrealba

Año Caxacius, Mes de las Almas, día 2

09:10 horas

Llegado el momento, ella y su mellizo habían tomado caminos separados con sus grupos.

Castatis era grande, y esa había sido su medida para cubrir el terreno; desde temprano vigilaron las distintas propiedades en las que rondaban los patrocinadores de aquél asqueroso lío, contando cuánto personal de seguridad tenían para evitar sorpresas.

Cuando descubrieron las razones por las que Sawlorn, Brighsoth y Reid tenían a tanta gente ayudándolos -corriendo un inmenso y estúpido riesgo en caso de alguna fuga-, todos en el grupo se habían asqueado y enfurecido, y en su mente se habían formulado decenas de planes homicidas muy dolorosos, pero fue Rumi quien la sorprendió proponiendo un plan, sus ojos chispeando de rabia.

Ella y Bastian estuvieron de acuerdo con incluir el plan en el inicial con entusiasmo: no habían deseado dejarlos libres después de todo lo que sabían y la idea de Rumi era bastante... Complaciente.

Después de todo, parte del plan inicial era seguir de cerca a varios del séquito de Sawlorn.

Se encontraba para ese momento siguiendo a Karl Gakster, su amplia espalda y pesado cuerpo manteniéndose siempre a unos metros delante de ella. Caminaba con su gran barriga como si fuera el dueño de todos y lanzaba comentarios sucios a cada mujer con la que se cruzaba.

Las mujeres parecían avergonzarse bajo sus atenciones, bajando sus cabezas o dándoles falsas sonrisas antes de alejarse.

Aun recordaba la ira que había sentido cuando Gakster la había dado una nalgada frente a todo el mundo, así que cuando el tipo se sentó en una taberna a tomar, pidiéndole a gritos una bebida a la mesera, ella se acercó y vertió discretamente un líquido transparente e inodoro en la botella de whiskey que la mujer transportaba.

Eso ayudaría a prepararlo para Rumi.

Abandonó a Karl Gakster para seguir a otros dos hombres en sus rutinas, sin encontrar nada sospechoso o que delatara sus participaciones evidentes; no les puso nada en sus bebidas. A ellos no.

Cuando se encontró con Lia, Nion y Fai, tampoco habían notado algo que resaltara. Solo Lia y Nion habían vertido de los líquidos transparentes en las bebidas de sus objetivos.

No se encontrarían con Bastian, Rumi, Luther y Slate sino hasta mucho después, y se encontró intentando suprimir el hormigueo en su piel al estar tan separada de su hermano.

El sol se inclinaba hacia el horizonte plagado de montañas, colocando una delicada tela dorada sobre el cielo y ella se quedó tras una roca en el risco de una montaña al noreste de Castatis. Tras un descenso empinado había un camino de tierra que atravesaba el pueblo más cercano y múltiples bosques hasta llegar a Castatis discretamente.

Ella se había situado en una zona alta para vigilar. Cerca estaba Nion, cuyo cabello color arena sobresalía tras el arbusto que usaba como escondite, y estaba silbando despreocupadamente una melodía hasta que una piedra le golpeó en la cabeza, y se asomó por encima de su escondite con un siseo solo para descubrir a Lia al otro lado del camino, mirándolo con un gesto de molestia desde su escondite tras un árbol.

Nion le hizo un gesto obsceno a Lia antes de mirarla a ella, darle una mirada avergonzada y ocultarse tras su arbusto nuevamente. Ella rió, sin poder evitarlo.

Fai se mantuvo oculto y en silencio.

Un sonido ajeno a los habituales del bosque le hizo susurrarles una advertencia y preparar su arco. Pronto, en el camino aparecieron unos caballos arrastrando un par de grandes contenedores de madera con rejillas en el techo.

Avanzaban rápidamente y Nion encendió el mechero en el extremo de una esfera rellena de un líquido rojizo mientras ella disparaba su primera flecha.

Se incrustó en una de las ruedas delanteras del primer contenedor, haciendo que se tambalearan violentamente; los caballos se alarmaron y el conductor intentaba no caerse.

Disparó una segunda flecha –que se incrustó junto a la cabeza del conductor del segundo contenedor a modo de reto-, mientras Lia y Nion lanzaban nuevas esferas bajo los carros, que un segundo después explotaron, encendiendo un fuego de advertencia.

El fuego se extendió y el conductor del primer contenedor bajó de un salto, pero Fai ya estaba allí. Se produjo un choque entre sus espadas mientras ella se acercaba con rapidez.

De la parte trasera del contenedor saltaron dos guardias más y se acercaban a Fai, que acababa de dejar inconsciente al conductor, pero ella le disparó una flecha al hombro de uno de los guardias, quien soltó un aullido que se silenció medio segundo después al golpearlo en la cabeza con el mango de su cuchillo.

Fai luchaba con el otro guardia, pero debían ser rápidos.

Muy consciente del fuego que crecía bajo los carros y los golpes amortiguados que sonaban en su interior, del propio rugido en sus venas que le exigía derramar sangre, golpeó al guardia en la parte trasera de las rodillas, haciéndole caer y Fai terminó el trabajo.

El rugido en sus venas contrastaba con la absoluta calma en la que se sumergió. Su cuerpo vibraba de energía, pero su mente se instaló en una fría calma que le resultaba familiar y que disfrutaba.

El calor de la batalla, las tácticas para salir victoriosos.

El resultado final del juego largo.

Fai le guiñó un ojo, la mitad de su rostro cubierto por un pañuelo, cuando recogió las armas de los guardias caídos, dirigiéndose a Lia y Nion que luchaban contra los guardias del segundo contenedor.

Los guardias se enfocaron en Nion, quien dejó su costado desprotegido, pero ella ya estaba allí, cubriéndolo y frenando una estocada de la espada dirigida a Nion.

El tipo gruñó con rabia y arremetió contra ella, pero logró deslizarse a su alrededor para clavarle el cuchillo bajo las costilla.

Le sonrió al rostro adolorido del tipo aun cuando no podía verle la sonrisa por el pañuelo que le cubría el rostro desde la nariz, pero un golpe de Nion dejó al guardia inconsciente.

Fai se acercaba con el ceño fruncido.

—Dijimos que no mataríamos a nadie –dijo con voz tensa, mirando al tipo que se desangraba en el piso.

Ella pasó a su lado, quitándole una de las espadas que sostenía.

—Ese estuvo a punto de matar a Nion –replicó ella planamente, acercándose al contenedor más cercano. Vio a Lia tomar una espada y correr hacia las puertas del otro contenedor-. Y luego vino a mí. ¿Qué hubieras preferido?

—Y tampoco está muerto –intervino Nion, agachándose a regañadientes para vendar al guardia, evitando que se desangrara en el suelo.

Cierto, había dirigido el cuchillo para que no perforara ningún órgano vital, evitando que la herida fuera mortal.

Bajó con fuerza la espada mientras Fai y Nion arrastraban a los guardias fuera de la vista, y cortó las cadenas que mantenían cerradas las puertas traseras del contenedor.

Al abrirlas, lo primero que le impactó de lleno en el rostro fue el olor a humedad y agrio sudor corporal. Luego los siseos, y los pocos rayos de luz al atardecer iluminando el interior reveló a más de una decena de feéricos apretujados al final del carro, con harapos cubriendo sus cuerpos.

Miraban en su dirección con recelo, incluso odio, y se dio cuenta de que aún tenía el cuchillo ensangrentado en la mano. Con una mueca, lo guardó en su cinturón para luego quitarse el pañuelo del rostro, levantando las manos desnudas frente a ella de manera cautelosa.

—No teman, venimos a sacarlos de aquí –dijo ella, pronunciando con cuidado.

A penas podía hablar, su corazón latía dolorosamente en su pecho.

No le había sentado nada bien observar los rostros asustados de los feéricos, sucios y amoratados, sus cuerpos visiblemente desnutridos, con cadenas en sus manos y pies, la piel donde tocaba el hierro dejándoles feos moratones.

Un macho tembloroso situado contra la pared del fondo habló.

—¿Por qué confiaríamos en ti, humana? –preguntó con una voz rasposa.

Los demás seguían en silencio y ella los observó a todos detenidamente.

—Les han quitado la libertad que tienen por derecho y yo solo quiero devolvérselas –dijo ella, enderezándose y haciendo un gesto hacia afuera del carro-. Arriésguense conmigo o esperen sentados a que sus secuestradores regresen con más guardias.

La respuesta fue de inmediata: negaron violentamente con las cabezas e intentaron levantarse. Cuando notó que varios no podían caminar correctamente, entró al contenedor sin pensarlo dos veces para ayudarlos.

El contacto con sus pieles le avivó cierto hormigueo que había estado intensificándose con el paso de las horas ese día, haciéndole sentir nerviosa ante las reacciones. Pero logró ocultarlo estoicamente.

No podía mostrarse nerviosa y hacer que aquellos feéricos desconfiaran aún más de ella, y el colgante en su pecho pareció percibir sus emociones, dejando salir una pequeña y relajante ola de calor.

Lo habían logrado.

Fai y Nion se acercaron a ayudar en silencio y cuando todos estuvieron en tierra, los feéricos manteniéndose muy juntos, escuchó un grito que los sobresaltó a todos.

—¡Annelisa!

Ella prácticamente voló en dirección al siguiente carro, donde encontró a Lia frente a las puertas abiertas.

Lia, quien había luchado momentos antes tan ferozmente, ahora la llamaba llorando a mares.

—Lia, ¿qué sucede? –preguntó ella con premura, examinando a la muchacha de pies a cabeza y luego al interior del carro.

Los feéricos de allí se mantenían mirándolas con cautela, sin hacer ademán de moverse.

—¡Están muy débiles y no se quieren mover! –exclamó Lia, visiblemente afectada.

Ella se sintió relajarse en su lugar, golpeando a Lia débilmente en un costado.

—Me asustaste –dijo ella entre dientes y la muchacha parpadeó, sorprendida.

—¡Es un desastre, ¿no lo entiendes?! –siguió gritando.

Pero ella se giró hacia los feéricos, adoptando una expresión calmada.

—Quiero ayudarlos, pero necesito que colaboren un poco conmigo –habló ella en el mismo tono cauteloso que había usado con los feéricos del otro contenedor, extendiendo una mano hacia el interior lentamente-. Mi amiga y yo los reuniremos con sus compañeros acá afuera y les vamos a explicar todo.

Una muchacha de cabello rojo oscuro, al igual que sus ojos, se removió en su lugar.

—¿Los otros están bien? –preguntó suavemente, temerosa.

Ella asintió, rogando para que viera la verdad en su rostro.

—Déjenme ayudarles para que los vean ustedes mismos.

Los ayudó a todos a bajar, dándose cuenta de que, tal como Lia dijo, estaban muy débiles, y su corazón se rompió un poco más cuando se reunieron con los demás bajo las sombras de los árboles y no pudieron abrazarse ante la evidente emoción de verse, las esposas de hierro dantus y sus cuerpos maltrechos haciéndolo imposible.

Una vez frente a ellos, Fai lanzó hacia ella el manojo de llaves que le robó a uno de los conductores y ella lo atrapó, alzándolas a la vista de los demás.

Los feéricos la miraban atentamente.

—Ahora me acercaré a ustedes para quitarles las esposas, para que se muevan libremente y sus energías se liberen –manifestó ella en voz alta y luego se acercó un poco más, poniendo tres dedos sobre su corazón y luego en su frente-. Que los espíritus de los árboles que nos rodean y los Dioses que estén atentos sean testigos de mi promesa: sólo los voy a liberar, luego mis amigos y yo los llevaremos a un lugar seguro y cuando se recuperen serán libres de hacer con sus vidas lo que les plazca. Pero eso sí, no se dejen capturar de nuevo.

Los rostros de ellos se iluminaron y ella lo tomó como un permiso.

Se acercó para quitarles las cadenas y esposas. A medida que lo hacía, sabía que algo cambiaba en ellos; quedaban momentáneamente paralizados, sintiendo su energía y poderes volver al dejar de estar en contacto con el hierro dantus.

Era una sensación abrumadora que les invadiría, aturdiéndolos y dejándolos enfermos por unos segundos, asimilando el regreso de sus poderes feéricos después de solo los Dioses sabían cuánto tiempo.

Ella se había preparado para eso.

Fai, Nion y Lia extrajeron frascos de una mochila que les había dado y se los empezaron a entregar a cada uno de los feéricos. Había preparado brebaje para ayudarles a que la asimilación fuera un poco más llevadera: un conjunto de hierbas que, preparadas, conformaban un líquido espeso y violeta.

Era un brebaje que aprendió a preparar cuando era pequeña, y nadie tenía que saber cómo lo había preparado, pero los feéricos abrieron mucho los ojos y los bebieron rápidamente.

El colgante emitía un débil zumbido en su pecho y cuando una mujer fae la tomó del brazo con fuerza, estuvo a punto de soltarse de un tirón, alarmada.

—Lo siento –murmuró la mujer, viendo su rostro pero sin soltarle el brazo-. Creo que ahora que estamos aquí deberías saber algo más.

Ella frunció el ceño, lejos de relajarse.

—¿Qué sucede? –inquirió ella de inmediato.

La mujer se señaló a sí misma y al grupo de feéricos que aún se recuperaban atrás de ella. Aunque no lo pareciera, sabía que todos estaban atentos a su alrededor y a la conversación, sus sentidos aún más sensibles gracias a la asimilación reciente.

—No somos los únicos –respondió la mujer, su cabello negro cortado en mechones irregulares alrededor de su rostro-. No hace mucho que nos regresaron a los contenedores, pero dejaron atrás a un montón de nuestros compañeros. Escuché a los humanos hablar: a los otros los compraron para... otros fines.

Una nueva emoción sustituyó con fuego sus inquietudes.

—¿Hay alguna posibilidad de que podamos llegar a ellos? –preguntó ella, mirando a la mujer con fuego en sus ojos plateados.

La mujer la observó, sorprendida, y se dio cuenta de que sus compañeros también la observaban con los ojos muy abiertos.

La mujer soltó una risa nerviosa y luego observó el cielo, visible entre las ramas de los árboles. Estaba oscureciendo.

—Estos humanos son idiotas, nos dejaron observar el cielo por todo el camino –dijo la mujer, y luego regresó la mirada hacia ella-. Y el cielo nunca miente.

Ella asintió, dirigiéndose a todo el grupo.

—Bien, porque nadie se queda atrás.

Lograron convencer a los feéricos para que regresaran al carro que seguía en pie mientras el que estaba maltrecho fue ocultado en el bosque por Fai y Nion: solo tenían que esperar un poco más, regresar con sus demás compañeros y luego escapar todos juntos.

La mujer fae –que se presentó como Kolen-, guió el camino, subida en un caballo junto a Nion mientras regresaban por sus pasos, señalando al cielo a cada tanto.

Ella y su equipo habían estudiado los mapas, por supuesto, y sabían que allí cerca había un pequeño pueblo, pero no había manera de esconder allí a una gran cantidad de feéricos sin ser expuesto.

Por lo tanto, no se sorprendió cuando Kolen le indicó un camino oculto entre los árboles. El contenedor guiado con los caballos pasó sin mayor dificultad y al adentrarse más pudieron divisar una destartalada construcción en medio del bosque de fresnos que perdían sus hojas.

En todo el camino no había dejado de pensar en todas las cosas horribles que los feéricos debían de haber pasado, observando sus desnutridos cuerpos, sus muñecas y tobillos destrozados, lo mucho que les costaba moverse sin quejarse o hacer una mueca de dolor.

La furia en su interior solo aumentaba, avivando las chispas en sus venas que le rogaban que las dejara tomar el control, amenazando con devorarlo todo a su alrededor y perder el rumbo de su misión.

Debía aclarar sus pensamientos.

Pero cuando ella y Fai se acercaron a abrir la puerta de la casa, encendiendo una lámpara en la oscuridad, sintió sus esfuerzos abandonarla.

El interior estaba completamente a oscuras, y cuando alumbraron, solo pudo contener el aliento, su propio interior derrumbándose ante el dolor, horror y furia.

Vio los rostros de los feéricos, pálidos y chupados, ojos vidriosos y multicolores apagados por la mala alimentación y el evidente maltrato que habían sufrido. Los cuerpos apiñados al fondo, todos juntos como para mantener el calor entre ellos en la fría noche.

Desnudos.

Mujeres y niños, desnudos.

Despojados de sus ropas, hambrientos y muriendo de frío, aguantando cualquier cantidad de abusos.

Las palabras de Kolen resonaron en su mente.

<<Vendidos con... Otros fines>>.

Otro tipo de esclavitud.

Ahora la furia la había ensordecido, el chisporroteo en sus venas convirtiéndose en un huracán, removiéndose por todo su cuerpo y prácticamente saltando de su piel.

Escuchó lejanamente gritos de Nion, Lia y Fai, advertencias asustadas de Kolen justo antes de que algo le golpeara la cabeza con fuerza, pero ni siquiera sintió el golpe.

Su visión se oscureció, pero estaba más consciente que nunca, los rostros asustados de los feéricos al fondo de la habitación grabados en sus retinas.










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Holaaa mis corazones! Cómo están?

Sé que digo esto practicamente en todos los capítulos, pero este disfruté mucho escribirlo, y lo que viene es...

Bueno, lo dejo aquí JAJJAJAJA. Déjenme sus comentarios, que para el próximo Annelisa y Bastian estarán pendientes de leer!

Por ahora, sólo vamos a sufrir un poco por Annelisa...

Los amamos mucho, hasta la próxima semana!

-AJ

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