CONTACTO EN LA ÚLTIMA FASE

By RanniaCurtis

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Año 2521 de nuestra era. Una tierra desolada, desértica, pocos humanos sobreviven guarecidos en arcas. Un pu... More

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
Capítulo 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75

CAPÍTULO 38

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By RanniaCurtis

Por la Diosa, cómo la presentía. Faltaban aún un tramo de escaleras por subir hasta la galería dónde se encontraba su dormitorio compartido cuando le llegó ese aroma conocido, sensual y atrayente. Rioeigh supo que ella volvía a esconderse entre las sombras. Respiró hondo, no sabía si por llenar sus pulmones de tal fragancia o para tomar fuerzas para negarse a sus avances torpes de joven inexperta. Tan inexperta como él, admitió, criado entre guerreros con la única presencia femenina de su madre en una nave cruzando el espacio. Podía huir, podía esconderse en esa habitación que compartía con cuatro de sus compañeros, pero no eternamente.

Creyó haberlo dejado claro después de haberse dejado llevar por ese interludio, por esa farsa de acto sexual casi bárbaro en los oscuros pasillos. Pero ella no le temía, como esperaba al principio. Ni siquiera al desprecio con el que le habló. Esa joven era obstinada, deseaba algo y pretendía conseguirlo al precio que fuera.

Pero Rioeigh no estaba dispuesto a dejar de lado siglos de tradición por el capricho de una terráquea. Para su asombro, terminó de subir la escalera, pero ella, aún oculta, no hizo por decir ni una palabra ni detenerlo de alguna forma. El guerrero caminó hasta su habitación incluso más despacio de lo que solía hacer, pero ella no se movió de su escondite. Sentía su mirada clavarse en su nuca, pero no hizo nada. Eso fue lo más inquietante. Entró en el dormitorio y cerró la puerta, solo entonces volvió a tomar aire. Procuró no hacer ruido para no despertar nadie. Permaneció largos momentos con la espalda apoyada sobre la puerta.

Escuchó sus pasos, suaves, casi inaudibles si no prestabas atención. El apartamento que compartía la joven con su madre, la doctora Elena estaba un par de niveles por encima del suyo. Hasta que el silencio no fue total, no caminó casi a tientas hasta su cama y tras sacarse las botas, se introdujo entre las mantas. No esa noche tampoco dormiría.



Nydia esperó, esperó largo rato, ya hacía casi una hora que la nave aguja había partido y su madre estaba en su cama, dormida seguro. Ella se entretuvo en la cocina, ayudando en cosas innecesarias, todos estaban agotados tras el largo día de emociones y solo querían sentirse seguros, protegidos por la nave que los cubría y dejarse llevar por el sueño.

Ella no. Fue paciente, no podía hacer otra cosa que observar al objeto de sus deseos, aunque fuese de lejos, oculta en la oscuridad como un ladrón. Robaría pequeños instantes, atisbo de una sonrisa aunque no fuese dedicada a ella. Una risa, un parpadeo, el reflejo de sus ojos. Aunque fuese en la distancia, sentía en lo más profundo de su ser que ella le pertenecía de la misma forma que él a ella. Ni sus desprecios, ni sus duras palabras, nada podría hacerla desistir de ello. El sentirle, el respirar un poco del aire que él respiraba debía de bastarle, el estar a apenas un par de metros de distancia, escondida, solo para verle pasar, era lo único que podía tener de él, y eso era lo que tenía.

Una vez que lo vio desaparecer en la habitación dónde descansaba, esperando unos minutos, intentando desacelerar su corazón que latía frenético y deseoso, pudo tener el suficiente valor para ascender las escaleras que le llevarían a su apartamento, a su lecho vacío de virgen inexperta. Si él no se unía a ella, era su destino, morir igual que nació, sin conocer el calor del amor verdadero, sino el recuerdo de la pantomima de un acto que hubiese sido hermoso, si él no fuese tan fiel a sus leyes.



Era tarde, pero en el hangar de la nave «Pueblo Errante» dos hombres esperaban la llegada de Maddekj y Danielle. A petición de Soreigh, dejaron sus horas de descanso solo para recibir a la pareja y casi <<secuestrar>> a la muchacha de los brazos de su futuro compañero.

Este no tuvo más remedio que dejarla ir con ellos, las órdenes de la teniente Soreigh eran tajantes. La tecnología a bordo de la nave era mucho más precisa que la de campaña que la acompañó en su viaje a la torre Alfa 1. Había solicitado un chequeo completo de la joven a su llegada y ambos doctores. Eisumn y Nertumn la arrebataron casi de sus manos para llevarlas a la zona medicalizada.

––No tardaremos demasiado Maddekj, todo estaba preparado para recibir a tu apreciada futura compañera. Con nosotros estará segura––dijo el más alto de los galenos, sintiendo respirar casi en su nuca al mal encarado compañero de la joven terráquea.

Danielle casi era llevada entre los doctores en volandas seguida por el guerrero que superaba casi en medio metro a los galenos, aunque estos no parecían tenerle ningún miedo.

––No voy a perderla de vista––gruñía Maddekj siguiéndolos por los pasillos de la nave.

La joven pelirroja miraba a derecha e izquierda, ambos doctores parecían hermanos, mismo color de cabello platinado y de ojos, solo que no eran tan enormes como guerreros, eran mucho mas parecidos a los humanos que había dejado en la tierra en proporciones físicas.

––Puedes quedarte en la sala de espera Maddekj. Y no molestar ni alterar a nuestra paciente. Bastante estrés ha sufrido hasta ahora––dijo Eisumn impidiéndole la entrada a la zona de reconocimiento.

El otro doctor la llevó con cuidado hasta una puerta lateral, abriéndola con una sonrisa.

––Si eres tan amable, Danielle, cambia tus ropas por la bata que hemos dejado sobre la encimera, y usa las zapatillas. No temas nada, no te hará daño nuestro reconocimiento, son órdenes de la teniente Soreigh que se preocupa mucho por ti y quiere asegurarse que estás completamente bien.

Dejada en una pequeña habitación parecida a un baño terráqueo pero mucho más sofisticado, le pidieron cambiar sus ropas coloridas por una bata de suave tela blanca, era bastante grande, se esforzó en poner sobre su delgado y flexible cuerpo con cierta dignidad.

La siguiente hora, a pesar de que ambos doctores fueron amables y respondieron todas sus preguntas, Danielle se sometió con paciencia a cada prueba y análisis de su cuerpo. Por suerte, salvo extraer cierta cantidad de sangre, nada invasivo. La mayor parte del tiempo lo pasó acostada sobre una camilla a una temperatura agradable bajo la urna acristalada, llena de luces que iban y venían iluminando con un haz de luz su anatomía de pies a cabeza. Los galenos discutían entre sí en voz baja observando las pantallas y anotando datos.

Ella se sometía con paciencia a las exploraciones de la extraña máquina que ni rozaba su piel y se sentía recorrer por una corriente serena y cálida que la calmaba. Casi estuvo a punto de caer dormida antes de que se abriese y la ayudasen a bajar de la camilla.

-–Ahora puedes volver a vestir, joven Danielle---sonrió el doctor más joven.

Uno de los médicos la guio de nuevo hacia la pequeña habitación donde dejó su vestimenta y se dispuso a cerrar la puerta tras ella para darle intimidad. Se sintió algo preocupada,  volvió su mirada para preguntar.

––Pero... ¿Estoy sana?––inquirió la joven.

El médico sonrió.

––Por supuesto, apenas llevas una semana con tratamiento casi experimental, y has alcanzado una altura de una mujer adulta, aunque temo que no puedas seguir creciendo,  te faltan algo de peso, pero con alimentación y algo de ejercicio, puedes cumplir con tu rol de compañera. No te preocupes por ello. Vístete. pronto estarás con Maddekj y podrás comer y dormir tranquila. Estarás a salvo con un compañero fuerte, y si la diosa te bendice, le darás hijos hermosos.

La dejó tras sus últimas palabras y Danielle respiró relajada. Bueno, al menos estaba sana, aunque nunca fuese a ser tan alta como Nydia, su fuerza se acrecentaba día a día.

A Eisumn le tocó en suerte salir el primero de la sala medicalizada. Un ceñudo Maddekj se levantó de un salto al verle aparecer. A pesar de su aspecto fiero, la voz del guerrero sonó temblorosa.

––¿Está ella... bien?––preguntó mirando al doctor directamente a los ojos deseoso y temeroso de la respuesta.

––Está sana. La teniente Soreigh, a pesar de no contar allá en la superficie con medios suficientes como aquí, ha conseguido sanar lo que los años de sufrimiento de la joven había dañado en su cuerpo. No conseguirá una altura igual a la de nuestras mujeres, pero bien alimentada desde ahora, podrá cumplir con su papel de compañera. Aunque tú habrás de ser cuidadoso. Eres un guerrero con el triple de peso de Danielle. Cuando los brazaletes de compañero sean puestos en vuestros brazos, no podrás perder el control. Es algo que sueles hacer con facilidad, todos te conocemos...

Maddekj se dio la vuelta en ciento modo avergonzado de la misma leyenda negra que él mismo se había forjado a su alrededor.

––Lo sé––dijo al fin el guerrero con voz taciturna––, comprendo a la perfección lo que me dices. Si es necesario esperaré varios ether antes de tomarla como compañera si puedo hacer el más mínimo daño a su cuerpo. Dominaré cada instinto que me empuja hasta ella si es necesario. Sólo dilo.

––Puedes tomar a tu compañera cuando lo estimes oportuno, desde ahora, solo necesita una comida, y unas horas de descanso. Está completa y será fértil si la Diosa así lo dispone. Solo has de ser cuidadoso, es delicada de huesos y aún no hay demasiada carne sobre ellos. Pero con un tratamiento medico personalizado a diario que le preparamos en estos momentos, no sufrirá ningún mal. Llévala al camarote que ya está preparado, en el que fue el tuyo, aunque desde ahora solo lo compartirás con ella.

Maddelk se volvió, en sus ojos una diminuta chispa de esperanza.

––Cumpliré cada necesidad de mi compañera, seré cuidadoso. Siempre os he hecho creer que no tengo honor...

––Quizás a los guerreros lograrías engañarlos...––sonrió Eisumn con cierta sorna––, pero nosotros, los eruditos vislumbramos más de lo que vosotros creéis. No solo cuidamos de vuestras fuerzas, si no que podemos vislumbrar vuestras almas. La tuya está atormentada, y con razón. Pero concede a ti mismo una tregua. A veces el futuro no es tan oscuro ni aciago como parece.

Danielle salió a la sala de espera tras que el doctor más joven le inyectara un nuevo compuesto, había utilizado su propia sangre como base genética. La mantendría fuerte para «lo que había de sobrellevar en un futuro cercano» dijo críptico. Ella tampoco se entretuvo en preguntar, deseaba volver al lado de Maddekj.

Corrió hacia él abrazándose a su espalda amplia, unió sus manitas sobre el estómago del guerrero, esta las acarició con ternura. Eisumn sonrió, él nunca se equivocaba. Era una verdadera unión de compañeros.

––Tendrán la comida preparada en el camarote. Vayan a alimentarse y descansar...por este ciclo ya han cumplido––aseveró el doctor.

Maddekj la atrajo junto a su costado, llevándola por solitarios pasillos iluminados con luz azulada. Ambos silenciosos, solo se escuchaban sus pasos, parecía que todo el mundo había desaparecido excepto ellos. El guerrero puso su mano sobre la puerta y su contorno sobre el duro tacto del acero se iluminó unos instantes. Colocó a Danielle ante la misma, la cual había permanecido más silenciosa de lo habitual en ella.

––Pon tu mano en el mismo lugar dónde he puesto la mía–– dijo empujándola un poco con la diestra.

Ella obedeció, mucho más pequeña y sonrosada, su forma se iluminó igual que la de Maddekj. Ella volvió la cabeza para mirarle tras que la puerta zumbara y se descorriese hacia un lado para dejarles paso.

––¿Porqué hemos hecho esto?––inquirió la jovencita.

––No tenemos llave, es nuestra palma la que nos garantiza que nadie ajeno pueda entrar. Solo los doctores, por alguna contingencia médica y el mismo comandante de la nave por alguna circunstancia de peligro pueden acceder sin permiso explicito Aún así, llamarían antes, Este será nuestro camarote hasta que lleguemos a mi planeta. Pasa...

Ella no se movió. Sin embargo, ni siquiera echaba una ojeada al interior sencillo pero cómodo. Parpadeaba un poco confusa.

––Pero viene una nave de rescate... ¿Nos quedaremos en la órbita de la tierra?––preguntó preocupada la muchacha.

––Nuestras naves son acoplables. Volveremos unidos a ella. Otra nave se quedará en nuestro lugar e intentará rescatar a los habitantes de otras torres.

Ella asintió pero seguía sin pisar siquiera el umbral de la habitación. Maddekj se preocupó de la aptitud de la mujer. ¿Tendría miedo en esos momentos?

––¿Ocurre algo Danielle? Si lo que deseas en tranquilidad, dormiré en otra habitación.

Ella negó con la cabeza y alzó sus manos para ponerlas en los anchos hombros del guerrero.

––Si esta va a ser nuestra morada, donde viviremos como «compañeros», hay una antigua costumbre en mi planeta. El hombre ha de traspasar la puerta con su mujer en brazos para tener buena suerte.

––¿De veras?––sonrió Maddekj mucho más tranquilo––. Si a ti te complace, a mí más.

La alzó entre sus brazos, notó que había ganado algo de peso además de altura, ya su cabeza casi llegaba a sus hombros cuando estaba de pie a su lado. Cruzó con ella la puerta y esta se cerró con el mismo suave zumbido que al abrirse. Ahora el lugar se iluminó por completo. ¿O era la presencia de su futura compañera la que hizo ese pequeño acto de magia?



Los ojos de Lucía no se desdijeron. Desnuda sobre la cama esperaba la respuesta de Tarigh. Este parecía paralizado.

––Lucía...––dijo al fin el comandante––. Estás haciendo todo lo posible porque rompa cada una de mis convicciones.

Ella apenas se volvió, su seno desnudo fue del todo visible para el guerrero, ella echó con orgullo la cabeza hacia arriba en un gesto tan suyo.

––Te dije que aceptaría las condiciones de tu planeta. Comprendo que has de cumplir tus promesas, pero también conozco por ti que puedes tomar concubina, y lo acepto. No interferiré en tu vida con tu compañera. Esperaré a que vengas a mí cuando lo desees. No exigiré nada que no quieras darme. Pero Tarigh... ahora te necesito, aquí, sobre mi cuerpo, dentro de mí. De todas formas será un acuerdo entre ambos. Yo continuaré con mis libros, y tú entrarás en el Consejo de tu planeta. No estorbaré en tu vida. Viviré una vida espartana, como he hecho siempre, pero al menos tendré el consuelo de que de vez en cuando un hombre por el que siento atracción, al que amo, compartirá un poco de su tiempo conmigo. ¿Qué tengo ahora? Nada. Al menos con esta situación podré poseerte al menos unas horas de vez en cuanto, que es algo más de lo que he tenido hasta ahora.

Tarigh pareció cavilar unos segundos.

––Nunca podrás tener otro compañero, nunca podrás concebir, aunque es imposible sin el brazalete, serías expulsada de cualquier territorio en que habitase mi pueblo, pues eso querría decir que has compartido tu cuerpo con otro que no sería yo. Eso si no fueses condenada a muerte por traicionarme. Sería el «amo» de tu vida, yo decidiría dónde vivirías, si tendrías o no servicio, sería mi obligación proveerte, pero a mi antojo. No tendrás más derecho que una esclava.

––¿Me permitirías seguir con mis libros?––dijo Lucía un poco asustada.

––No podrías ser la alcaldesa de tu pueblo. Ellos vivirían quizás muy lejos, apenas podrías verles. Y cada visita que recibieras, sería bajo mi permiso––dijo él con tristeza.

––¿No permitirías que les viera más? ¿Ni siquiera a mi hermana?––ahora si sintió miedo.

––Tendría el poder para hacer con tu vida lo que quisiera––quiso asustarla, darle la oportunidad de desdecirse.

––Pero... ¿Me dañarías de alguna forma?––preguntó Lucía con voz temblorosa.

––Creo que conoces mi corazón, Lucía. No te prohibiría nada de ello, salvo en apariencia, ante mi pueblo, serías siendo igual de libre. Pero nadie de mi círculo te tendría en consideración, serías una concubina a mi servicio. No te obligaría a compartir mi vivienda con mi compañera. Buscaría un lugar tranquilo para ti, tus libros, y quien te cuidase y ayudase en mi ausencia. Nada te faltaría, incluso aunque pereciera, dejaría todo atado para que fueras libre y volvieras a tu pueblo. Pero...––él intentaba permanecer frío, pero cada vez le resultaba más difícil.

––Estoy dispuesta a ello. Ven a mí, hasta que lleguemos a tu planeta serás solo mío...––asintió la mujer. 

Ella estaba decidida, no se echaría atrás, él guerrero había intentado disuadirla, pintándole el futuro más aciago, pero eso no la echaba hacia atrás. Tarigh se acercó poco a poco al lecho, se deshizo de su camiseta color negro. Con el pecho desnudo, puso una mano en su corazón.

––Te prometo, por la Diosa, ofrecerte mi protección, mi cuerpo, mi alma. Serás ante los demás mi única concubina, a la que trataré con respeto, incluso con devoción. Nada te faltará que esté en mis manos. Serás la compañera de mi soledad, la de mis días oscuros, la luz de mis tiempos de libertad, los cuales no sé cuantos podré ofrecer, pero en los momentos que pase entre tus brazos solo seremos tú y yo, nada ni nadie ajeno a nosotros se interpondrá, es mi derecho pero lo tomo con tu consentimiento.

––Y yo juro ser tu cobijo ante los problemas, darte la paz que necesites, que el tiempo que puedas darme, sean de dicha y cuando sea una anciana y solo podamos unir nuestras manos porque nuestros cuerpos estén decrépitos, recordar contigo días y momentos felices pasados. No tengo nada más que darte, pero es tuyo.

––Me das tu libertad, me das tu vida, Lucía, no pides joyas, ni bellos vestidos como otras, ni siquiera esclavos que te sirvan en tu propio hogar, solo tus libros. Renuncias a tener tu propio compañero y tus propios hijos. Nadie puede dar más que tú, lo mío es simple limosna al lado de el resto de tu preciada vida.

Se inclinó para besar su frente con suavidad y reverencia, Lucía alzó sus brazos para arrastrarle con ella a la cama. Tarigh se dejó caer sobre ella a medio vestir, sacando sus botas, intentando no dejar de recorrer con sus labios esa piel dorada. Suya, aunque fuera en las sombras, suya para siempre. Tras la ceremonia de compañeros con la que ya habían elegido como esposa y completar el celo y darle un hijo legítimo, se prometió a sí mismo no volver a esa mujer de la que ni recordaba su rostro ni su nombre.

Lucía gimió al sentir como Tarigh mordisqueaba entre su cuello y su hombro, una zona sensible para ella. Acariciaba esa espalda musculosa que apenas alcanzaba a abarcar. ¿Frío? Ahora mismo, a pesar de escuchar la ventisca fuera y el ruido de la nieve al chocar contra las placas cerámicas que protegían la torre, no sentía ninguno. En ese momento, en ese lugar solo existían el uno para el otro.

Ni siquiera la borrosa memoria de su primer esposo se interpuso como tanto temía Lucía. Fue un buen hombre, pero entre ellos hubo apenas momentos de pasión, salvo por los libros. Sin embargo El guerrero que cubría su cuerpo sin dejar de acariciarla, humedecía su centro como jamás sintió en su vida. Deseosa llevó sus manos a los pantalones de Tarigh. Le necesitaba dentro de sí como el mismo aire.

––No...––le escuchó susurrar al hombre, tras sus ojos cerrados––. Déjame rendirte tributo.

Los labios del guerrero bajaron por sus clavículas hasta sus pechos, dedicando caricias a un seno y al otro, lamiendo sus puntas y succionando hasta convertirlos en duros picos ansiosos de más. Lucía arqueó su cuerpo desnudo con total abandono, Tarigh siguió dejando un reguero de besos húmedos hasta llegar a su ombligo. Lo rodeó un par de veces siguiendo más hacia abajo.

Por un momento Lucía sintió algo de vergüenza, su esposo nunca le había dedicado esas atenciones a su área más íntima, pero Tarigh parecía decidido a ello. Y ella no podía impedirlo, ni quería. Cuidaba que su sexo estuviese aseado y arreglado, pero no acostumbraba a depilar por completo la zona íntima.

––Siento tener vello en...––dijo entre jadeos al notar que él paraba apenas unos segundos antes de llegar a su monte de venus.

Sabía que la estaba mirando ahí... Por Soreigh sabía que las mujeres del planeta de Tarigh, al menos las «sangre pura» no tenían un solo vello allí ni en ninguna otra parte.

––No sientas nada de pudor. Solo estaba memorizando tu aroma, tu forma, tu cuerpo completo, serás quién siempre esté en mi mente a pesar de todo. Eres perfecta. Yo tampoco soy un «sangre ancestral» como Rioeigh o Maddekj, mi cuerpo tiene vello púbico y no es ningún problema para mí que tú también lo tengas. No pienso negar mis orígenes, no niegues los tuyos. Te deseo tal y como eres. No sabes lo que me estoy conteniendo para no...

Calló porque estaba demasiado excitado, y necesitaba que ella también lo estuviese. Quería que su primera vez juntos fuera memorable. Su lengua se introdujo en la deliciosa raja de la mujer mientras empujaban bien abiertas esos muslos apretados y fuertes. Separó con los dedos los labios interiores para llegar más profundo, y buscar arriba ese delicioso nudo de placer femenino.

Ella gimió cuando lo encontró y sintió cómo lo raspaba apenas con sus dientes para succionar con premura y deseo incontenible.

––¡Tarigh! No, te deseo dentro de mí, no quiero llegar sin ti clavado en mis entrañas. Te necesito ahora...––gimió Lucía agarrando el cabello del guerrero para detenerle. Si seguía un segundo más, llegaría al clímax, estaba preparada para ello, demasiado tiempo esperando ese momento.

Tarigh se irguió, arrodillado entre sus muslos abiertos, quitó los broches de su propio pantalón que se ceñía su hombría que llevaba constreñida desde el primer momento que contemplo la desnudez de Lucía. Se contenía a duras penas sacando su ropa del cuerpo, para quedar desnudo sobre la cama. Ella se apoyaba en sus codos, se mordía los labios contemplando su cuerpo fuerte, trabajado en años de lucha. Era como una estatua viviente y de color dorado, no había nada en él que no le atrajese.

El guerrero no fue demasiado cuidadoso ahora, su lengua había saboreado la humedad del sexo de la mujer y cómo quemaba su calor emanado de su interior. No era una virgen inexperta, no había barrera que romper, sin embargo sintió que era el primero en poseer esa alma que habitaba en el cuerpo de mujer plena de Lucía.

Ambos suspiraron a la vez cuando el duro miembro de Tarigh se envainó en las tiernas entrañas de Lucía, las uñas de esta se clavaron en sus músculos de los biceps. Al principio parecía estrecha, demasiado tiempo sin tener relaciones sexuales ambos. Sin embargo ella se adaptó en segundos a su tamaño, y alzó sus fuertes piernas para que él se introdujera con más profundidad.

Era maravilloso, un solo cuerpo, una sola alma, un solo deseo, el sudor de sus cuerpos se mezclaba en una danza ancestral. Los ojos de Lucía permanecían cerrados, estimulada al máximo, no hallaba la orden en su cerebro para mantenerlos abiertos, hasta que le escuchó entre sus jadeos y los de él.

––Mírame, mujer, quiero que sepas el momento justo en que serás y yo tuyo––dijo con voz profunda Tarígh.

Lucía buscó en el atisbo de voluntad que aún le quedaba las fuerzas para que su mirada se clavara en la del guerrero que la poseía en esos instantes. Sintió como el se abandonaba sin dejar de observarla, como el placer cruzaba el cuerpo masculino y el suyo le acompañaba, en unos instantes únicos que les trasportaron a otra dimensión, en las que sus almas se fundieron con la misma fuerza que sus cuerpos, se convirtieron en uno solo, en algo que ni el tiempo, ni el espacio, ni el resto el mundo podría separar jamás.

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