CAPÍTULO 51

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Lo que más urgía en la nave para volver a su rumbo era arreglar la puerta del hangar. Las agujas espaciales no podrían salir por allí si no reparaban el mecanismo de apertura, y podían ser necesarias más adelante para huir o defenderse de algún ataque. Maddekj se afanaba en volver a conectar cada circuito, a la vez que Juan soldaba unas piezas de refuerzo junto a Tarigh desde el exterior. Procuraron ser rápidos y volver pronto a la seguridad de la nave comprobando que esta se abría con la misma precisión de siempre tras el trabajo en equipo. Deigh subió hasta la zona alta para comprobar el generador que daba energía a la radio. Aunque esta no debiese utilizarse por seguridad y no dar pistas de su ubicación a sus posibles atacantes, cuyas naves podían estar buscándoles, era necesario que funcionase.

Accrush se encargaba de ir sala por sala, con el detector de fugas y posibles hendiduras o roturas. La nave poseía unos quince camarotes privados, a los que tuvieron que darle acceso desde el puente de mando. En esos instantes era Soreigh la que se encargaba de la vigilancia.



Las mujeres habían acudido a visitar a Galia y a planear la mejor forma de bajar al planeta por alguna de las salidas discretas. El aire era respirable, la vegetación se veía hermosa y el tono entre rosa y purpúreo del cielo era una maravilla. No se resistían a abandonar ese mundo sin al menos recorrer los alrededores de la nave.

Por supuesto, no valieron los ruegos la noche anterior, con ninguno de ellos. Tenían que permanecer dentro de la nave «por su seguridad» a toda costa.

Agenciarse de ropa resistente no era problema, ninguna había abandonado sus trajes de protección exterior en la tierra. Quizás por nostalgia, demasiados años usándolos en sus obligadas salidas. Pero por suerte no necesitarían los equipos para respirar, el oxígeno era suficiente y los gases con lo que se mezclaba en su atmósfera inofensivos para sus pulmones.

Engañar a Soreigh era lo que más iba a costar. Ella no mostraba ningún interés por visitar el lugar. Debian aprovechar que estaba absorta en su turno de vigilancia de cualquier amenaza. Y abrir la sala de armas. Lucía se negaba a bajar sin llevar al menos fusiles terráqueos y algún cuchillo o machete.

Con la torpe escusa de ver a la mujer que aún guardaba cama por orden de la doctora, Lucía, Laura y la joven Danielle vistieron ropas de fuerte tela con protecciones, y llegaron hasta la sala dónde se guardaba toda la artillería.

Cerrada. Las tres se miraron entre sí. Los pasos de uno de los hombres hicieron eco en el pasillo. Era Accrush con el aparato en forma de pantalla algo pesada con la que hacía un barrido por la paredes de la nave que daban al exterior. Colgando de su cuello llevaba una especie de pase hecho de alguna aleación metálica, el cual posaba sobre cualquier puerta y esta se abría, ellas observaron silenciosas entre las sombras como entraba en otro de los camarotes sin problemas.

Se alejaron de allí hasta que calcularon que el guerrero no pudiese oirlas.

--¿Habéis visto eso?--preguntó Laura frotándose las manos.

--Debe ser una especie de llave maestra--concluyó Lucía.

--Pero quitarle ese objeto... la única que se podría acercar lo suficiente es Galia, y está dormida--dijo Laura--. Si ya estuviese en forma seguro que nos acompañaría.

--¿Qué podemos hacer?--inquirió Lucía cruzándose de brazos y mirando al techo.

--Le queda revisar otra sala antes de entrar en la que guardan las armas. No cierra la puerta cuando entra, alguna de nosotras podría...--dijo Laura.

--Yo lo haré--dijo Danielle sorprendiendo a las hermanas--. He estado en la armería con Madekj cuando dejaba sus armas. También cuando ayudaba a cargar las de la torre. Están en una simples cajas de madera sin cierre de seguridad, no como las suyas. Podría deslizarme sin que se diese cuenta...

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