CAPÍTULO 59

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Todo había salido rematadamente mal, se autofrageló Tarigh mientras ordenaba elevar la nave a pesar de no haber finalizado con las reparaciones menores. No iba a perder a Lucía, Laura le mataría si le pasaba algo a su única hermana. Deigh le mataría si disgustaba a su compañera y madre de su hijo. Maddekj le mataría si abandonaba a alguien en ese planeta. y el resto...

En definitiva, el cien por cien de la tripulación acabaría con su miserable existencia, porque la vida sin ella no sería vida. Había querido ser un malnacido con ella, mostrarse cruel, indiferente, como si ella no le importase. No se se había pasado por la mente las múltiples variables que podían ocurrir si enviaba a Lucía sola afuera a auxiliar a ese ser primitivo. Creyó a resto de los que les acompañaba demasiado cobardes pero se equivocó.

Quería que ella le odiase a partir de ahora y que todos viesen que a él no le importaba su vida. Era la única manera que los que viajaban junto a él aceptaran la ruptura del pacto entre la pareja, sin menoscabar ni su posición ni la de ella. Pero no había salido como planeó. Ahora podía perderla para siempre.


Doomay era llevado entre dos de sus hombres a toda velocidad, tanta que ni sus pies rozaban el suelo seminconsciente. Otro de ellos llevaba cargada al hombro a la curandera. Por suerte le entendieron antes de lanzarse a por él. No le habían causado daño, pero la mujer parecía haber perdido el sentido por la rapidez con la que era trasladada y la posición incómoda. No podía pedir que pararan para reanimarla, era indispensable alejarse cuanto antes de la <<montaña brillante>>.

No tomaron el camino a su hogar, no llevarían el enemigo a casa, pero su jefe estaba herido, y su pequeño grupo parecía haber tomado la decisión por él. Aquellas veredas le era extrañamente conocido, aunque pronto Doomey perdió el conocimiento sin siquiera poder preguntar.

A pesar de el calor casi insoportable, apenas tomaban un sorbo de agua de sus odres, los cinco hombres tenían muy claro que si alguien y algo podía ofrecerle refugio era la ciudad abandonada. Hacía miles de soles que solo una persona habitaba en ella, como ermitaña la anciana curandera. Recibía visitas esporádicas de todo aquel que necesitaba ayuda para sus males tanto del cuerpo como de la mente, y todos los pueblos de alrededor procuraban que nunca faltase alimento en sus graneros ni ofrendas en sus altares a los que un día desaparecieron y de los cuales era guardiana.

Ni siquiera la noche que cayó como una manta fría les hizo perder la velocidad, estaban entrenados para ello, no pararían hasta llegar a la seguridad de ese sitio. Apenas descansaban un tiempo para tomar un bocado de carne ahumada y rellenar sus odres de piel en limpias aguas venidas de neveros más allá de las montañas sin nombre.

A ratos Doomay abría los ojos. Eran breves instantes, durante el momento que le daban de beber e intentaban que tomase alimento. La mujer la vio despierta la mayoría de las veces, silenciosa. Aceptaba algo de comida, pero solo bebía del agua que ella misma recogía en el extraño odre plateado igual que la montaña de donde había surgido. Tras esos instantes, otro de los suyos se turnaba para llevarla, y otros dos para tomarlo a él, ella les pedía que le dejaran ver la herida que tenía en su pierna, pero los suyos la miraban extrañados y no la entendían. ¿Por que solo él podía saber lo que decían sus palabras?

En otro de los descansos antes del mediodía consiguió hablar, tras tragar agua. Gritó a uno de los suyos que le impedía a la curandera de la<<montaña brillante>> acercarse.

––¡Maldita sea, idiotas! ¡Quiere curar mi herida! ¿No entendéis lo que dice?––les gritó Doomey sin saber de dónde sacaba las fuerzas.

Sus hombres se miraron como si estuviese loco. El más joven y atrevido de ellos se atrevió a hablar.

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