CAPÍTULO 11

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Laura no veía el instante en que aquel trasto volador negro azulado la dejase en tierra firme. Había hablado con su hermana, anunciando su llegada y, a trompicones, su reciente unión con uno de los extraterrestres, omitiendo por supuesto los detalles escabrosos. Lucía se había quedado sin palabras. Si le lo contase todo con pelos y señales sí que hubiese quedado muda. Apenas fueron unos minutos, pero comunicarse con ella fue un alivio, al menos por el momento.

A los mandos, su compañero procuró que el vuelo fuese lo más suave y tranquilo posible, pero ella solo necesitaba poner los pies en esa roca yerma a la que llamaba hogar. El asiento del copiloto lo usaba la teniente Soreigh, pero todo el camino transcurrió vigilando con ojo de halcón su más mínima expresión. Por ello procuró parecer mucho más tranquila de lo que realmente estaba.

¿Cómo diablos iba a explicar a su hermana y a la comunidad todo lo trascurrido en tres únicos días?

Es decir, lo que realmente se pudiese contar, miró la nuca de su compañero «por el resto de sus vidas» e inconscientemente se acarició la aún plana tripa.

Esto no puede estar pasando, pensó. Por suerte no sintió nauseas por el viaje, era la primera vez que volaba. Los aparatos construidos por los humanos hacía mas de un siglos que dejaron de planear sobre las cabezas y tejados de los humanos. Y menos mal, porque en su mayoría lo hacían para matar o destruir a todo lo que se moviese o fuese refugio. Los arneses de seguridad la mantuvieron firme en el asiento que ocupaba.

––¿Te sientes mal? ¿Alguna incomodidad?––preguntó Soreigh, mirando por encima de su hombro hacia la parte trasera.

Joder, la habían pillado tocándose la barriga por encima de la ropa sin acabar de creerse lo que hubiese un «ocupante más» en su cuerpo. Sobre todo en la locura que había ocurrido en apenas tres días y había vuelto su vida del revés y se sentía irremediablemente atada al ser desconocido que en ese instante pilotaba la nave.

––No te preocupes, solo es la primera vez que monto en una nave o como llaméis a esto, al menos consciente...––quiso restar importancia.

––Intentaremos que el vuelo sea lo más plácido posible, llevamos una carga demasiado preciada.

Los hombros de Deigh temblaron apenas, pero en sus manos no se notó. El descenso continuó siendo suave, a pesar de cruzar la barrera de la ionosfera. El material que recubría el aparato soportaba con comodidad los cambios de presión y de temperatura. Dentro del habitáculo tanto el calor como el oxigeno no sentían nada de ello, incluso poseía su pequeña propia gravedad, no tan fuerte como la de su nave o la de su planeta de procedencia, pero sí lo suficiente para hacer que nada estorbase el vuelo.

Planeó con delicadeza, como nunca lo había hecho, trató con tal dulzura los mandos como si fuese la mas tierna amante. Dentro de esa nave viajaba el futuro de su especie y el suyo propio. Hubiera querido volverse a mirarla mil veces durante todo el trayecto, pero no se atrevía ni un segundo de apartar sus ojos del panel de mando y de las pantallas que le indicaban la basura espacial, lo único que podría dañar el casco, pues viajaban a la velocidad de un proyectil, a pesar de su dura carcasa y del pequeño campo de fuerza que la protegía.

Solo respiró al descender a la ultima capa de la atmósfera, ya en plena oscuridad y visualizar en las pantallas la figura del arca, en breve aterrizaría con todo el cuidado. La nave escogida era especial para que pudiese entrar dentro del hangar más grande sin dificultad.

Dentro del arca habían tenido que mover ingentes cantidades de trastos inútiles en principio, pero que siempre servían para arreglar cualquier avería. Todo el mundo quiso colaborar en ello, dejando el espacio suficiente según el comandante para que aterrizara sin dificultad la nave. Una vez listo, la geste salió del hangar, abriendo las puertas a la llegada del por suerte estilizado aparato, el cual penetró en el reducido espacio tras sobrevolar dos veces en derredor de la torre.

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