Mi Emperatriz.

Por MakioMine04

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Basada en la teoría de la Emperatriz Kuja que habría muerto de amor, y el pasado misterioso del implacable pi... Mais

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Por MakioMine04


El terror era real, y como si fuese una verdad universal, Montbretia lo asumió: existían hombres así de estúpidos. 

Sonriéndole con todos sus dientes, confiado y galante, Doflamingo sacó pecho y se sonrojó en su pavoroso actuar de conquista. Algo como esto solo podría funcionar del todo bien en su cabeza.

Montbretia en su experiencia como pirata Kuja, luego Emperatriz Pirata Kuja, no se habría topado hasta ahora con un espécimen como ese. Atónita y llena de estupor por las vulgares y extravagantes acciones del idiota. Puso el grito en el cielo. —¡Sáquenlo de mi vista!— su mano destrozó el apoya brazos de su robusto asiento. Ese hombre le puso los pelos de punta como ningún otro antes. 

Cubrió su expresión con una de sus manos, dicha acción era expuesta cuando ella estaba repleta de la más repugnante ira. Sus doncellas no veían esa gesto en años. 

Todas sin excepción lo quitaron de su vista como la gobernante ordenó. Lo esposaron y arrastraron a las catacumbas del palacio, solo quedando un puñado de doncellas y el hermano del abominable esperpento de atroz tamaño, llorando en el suelo con la cabeza ojalá cada vez más enterrada en la tierra. Lleno de vergüenza ajena. 

Era su propia sangre y no lo reconocía. 

La Emperatriz necesitó de unos largos minutos de silencio para limpiar su mente, sanar su vista y recomponerse. Estiró sus dedos y su kisaru fue encendido a la brevedad. Solo bastó con agitar sus manos, puesto que sus doncellas hicieron todo. —Traigan papel y plumas para comunicarme con el otro espécimen. 

Fumó casi compulsivamente debido al estrés. 

Con papel y pluma a la disposición del hombre lloroso continuó lo que intentó hasta ahora, por tercera vez. 

—¿Qué tripulación pirata son?— La primera información confiable.  

<Donquixote> Escribió a la brevedad el arrodillado. 

Monbretia con un solo movimiento hizo traer lo periódicos guardados con el nombre de la tripulación de los Donquixote. —¿Quién es tú capitán?— Tenía que saber si podía tratar con algún ser pensante y no impedido. 

<Es mi hermano, a quien acabas de expulsar> La cara de eterna vergüenza se vio reflejada en los dos interlocutores. 

Definitivamente pasaría a la siguiente pregunta y así continuar con el interrogatorio. No iba a perder tiempo hablando con un fenómeno. —Un grupo de reconocimiento de mis mujeres ha desaparecido, ¿Tienes alguna idea de dónde podrán estar? 

<En nuestro camino no nos topamos con ningún grupo de Kujas hostiles> Escribió rápido <Pero arribamos hace bastantes horas y deambulamos por mucha selva antes de contactar con las aldeanas que celebraban> Aquella información iba a corraborarla más tarde con su Guardia real. 

La Emperatriz leyó con atención las noticias del alucinante, violento y nefasto paso de los tripulantes de la banda Donquixote. No quería tenerlos un minuto más en su isla. Se puso de pie mientras continuaba leyendo el diario, tenía que encontrar una solución que satisfaciera tanto su orgullo como a sus subordinadas, meditó. 

—¿Hay alguna forma de negociar y tener a mis mujeres de regreso?

Rosinante lo pensó. De tener a un grupo de Kujas cautivo en el barco, en ese caso, probablemente habría sido cosa de Trébol. <Negociar con cambiarlas por el capitán, tal vez>

Su orgullo le decía que debía acabar con estos hombres solo por pisar el suelo sagrado de su isla, una tierra únicamente habitada por mujeres. Su paraíso personal.

—Con varias condiciones podría ser factible. Habla con tu hermano, porque yo ya tuve suficiente con él. Espero no volver a verlo nunca más. 

Caminó y lo rodeó en su desfile de elegancia esperando que este asintiera rápidamente. 

—Su tripulación tiene estrictamente prohibido volver a arrastrar su barco hasta mi dominio. Y si alguna de mis mujeres tiene la más leve de las lesiones, la negociación no podrá continuar. Tampoco puede faltar ni la más pequeña de mis Kujas o serán inmediatamente culpados por su desaparición y enjuiciados según las leyes de esta civilización. 

Sus condiciones fueron razonables en su posición, pero cada vez Rosinante sudaba más y más. El simple hecho que el resto de la familia no les hubieran tocado un pelo a las Kujas, él no podía fiarse ni poner las manos al fuego por ellos. 

Una guardia lo sujetó para que se pusiera de pie. 

Montbretia lo miró hacia arriba, otro hombre ridículamente alto para variar. También le quitaron las esposas y la Emperatriz Kuja en un acto de diplomacia única extendió su mano. —¿Estamos de acuerdo? Suena razonable para ser devueltos intactos a su barco, ¿O debo enviarlos pieza por pieza?. 

Rosinante estrechó su mano y asintió en respuesta. Sentía su estómago devorarse por dentro de los puros nervios. Estaba poniéndose la soga al cuello por una ligera posibilidad. Ahora era su trabajo hacer que su hermano desistiera de acosar a la Emperatriz Pirata y tomarlo para llevárselo lejos y no volver nunca más.  

Ella sujetó tan fuerte que sus huesos se resintieron sin hacer ruido alguno. 

—Nunca más quiero volver a verlos. 

Él solito le aseguró que no lo volvería a ver, se apuntó y negó. Para siempre, promesa al cielo. 

—Bien— lo soltó y se dirigió a sus guardias. —Llévenlo con el demente para que haga su parte. Mañana haremos el intercambio. 

Lo vio marchar rodeado de sus guardias y escribió una orden decretándola de inmediato: "cualquier intento de fuga será considerado como rebelión y el acuerdo quedara cancelado. En dicho caso permito la acción de ejecución inmediata de cualquier efectivo". Antes de hacer cualquier otra cosa, dio nuevas ordenes a su Guardia Real con puestos de vigilancia alrededor del perímetro donde se suponía estaría el barco de la tripulación Donquixote. Cualquier movimiento debía de reportarse inmediatamente, mientras que al resto de las ciudadanas se les puso en toque de queda, al menos hasta que la amenaza fuera resuelta. 

—Mi emperatriz, su comida. Hemos ordenado y dispuesto el comedor otra vez— le informó una doncella. 

Ella muy irritada respondió —no tengo hambre. Se me quitó todo el apetito. 

Con tan solo un encuentro con el nefasto capitán de la banda Donquixote, quedó completamente exhausta. Si hubiera estado a mar abierto no habría dudado un solo segundo en hundir su barco, pero los asuntos se manejaban de una manera diferente en la isla. Fue escoltada a su habitación donde se encerró, no quería ver a nadie, o ese insipiente dolor de cabeza se volvería una migraña crónica.

Las personas comunes suelen decir que no tener noticias es en realidad, tener buenas noticias. Aquello efectivamente funcionó de esa manera para Montbretia. 

Al día siguiente, después de su rutina matutina, salió con su séquito de doncellas las cuales se dispusieron en sus lugares usuales de servicio en su palacio. Montbretia, ella se dirigió junto con Spirarea y Adenium rumbo a la ubicación del barco de la banda pirata enemiga. No necesitaba más Kujas para esa tarea. 

Camomille traía a otro grupo de Kujas de la Guardia Real custodiando a los hermanos Donquixote. 

Montbretia habló con suma autoridad —¡Tripulación Donquixote!— El llamado en efecto hizo salir a una criatura de lo más repugnante, otro hombre —¡Ustedes tienen algo de mi propiedad y yo tengo "algo" que les pertenece!

La criatura identificada como "el moco repugnante", se espantó de ver a los dos rubios larguiruchos detrás de una formación de mujeres armadas, efectivamente estaban detenidos. 

A la primera señal de un indicio hostil una de las guardias dirigió un puñal hecho de la piedra kairoseki a la garganta de los dos hombres. No eran muchas las armas de kairoseki en la isla, es más, eran tan solo un puñado que servían únicamente para dichos casos. La enorme Emperatriz se acercó al barco esperando a que bajaran la escalera de madera tipo plancha para abordar la nave.

Vestida con un vestido escotado hasta el ombligo, espalda descubierta, con una falda que tapaba estrictamente lo necesario, y embestida con su descomunal serpiente albina alrededor de sus hombros como si fuera una bufanda. Subió diciendo lento y seguro. —Mis mujeres. Muéstramelas ahora. Por cada rasguño de ellas les entregaré un trozo por separado de tu capitán. 

—Pero... ¡Huh! — El hombre se respingó, una sola mirada le dió a entender al integrante de la banda de Donquixote, que ella tenía el control de la negociación. 

Su equipo perdido de siete Kujas fueron traídas encadenadas de cuellos, manos y piernas. Ellas no levantaron la vista frente a su Emperatriz, estaban avergonzadas. Su orgullo como guerreras había sido destrozado. Montbretia miró con una ira fulminante a la mujer extravagante que no demoró en soltar los grilletes de sus chicas, entonces pudo revisarlas, buscar alguna lesión, algún rasmillón, el más pequeño indicio de que fueron mancilladas. Sin embargo las mujeres fueron tomadas con ningún tipo de daño. 

Entre más pensaba en la razón de esa acción más enfurecía, guió a sus chicas para bajarlas de regreso al lugar donde ellas pertenecían. Su isla. Las condujo seguras detrás de sí, solo entonces hizo que el grupo de la guardia moviera a los hermanos Donquixote, Doflamingo y Rosinante. 

La Emperatriz inamovible, con una expresión adusta no dio el más mínimo indicio de su estado de humor. —Espero que seas un hombre de palabra— se aseguró de decir en tono de amenaza. 

Rosinante avanzó asintiendo y sonriendo lastimosamente. Estaba agradecido con ese acto de generosidad, pero quien no estaba agradecido en absoluto fue Doflamingo que no pudo evitar intentar acercarse a ella deliberadamente con una sonrisa sádica. Él quería tener la última palabra. 

—¿Acaso no quieres formar una alianza con mi tripulación? Puedo traerte las joyas más hermosas— Intentó seducirla con poder y dinero. Ya que se dio cuenta que era una mujer dura de talar.

Derribar a una mujer en su posición iba a ser difícil. 

Su cuerpo ofreció una sombra por completo encima del cuerpo de la Emperatriz Pirata, sin ninguna falta de decoro, le hicieron retroceder a punta de armas unos centímetros más lejos de ella.

La mujer bufó —tal vez puedas ser útil de sombrilla pero dentro de mi palacio no necesito una. Me eres inútil— resopló con tono despectivo y riéndose del hombre de poco criterio. 

Rosinante lo agarró de un brazo para tirarlo, debían irse. Doflamingo se largo a reír, ella era tremenda en muchos aspectos, sus ojos no se ponían de acuerdo hacía donde mirar. Estaba en un estado hilarante, su pecho martillaba como un enfermo. —Dame una oportunidad y te demostraré que puedo ser indispensable. 

—Paso, ahora vete. 

Su risa se cortó ante la nueva negativa. Más la mirada llena de repulsión en ella dio pie para que intentara por última vez. Se tomó su pecho enterrando sus dedos con violencia sobre su carne lastimándose en el proceso. Recuperando los pasos de distancia que su hermano arrastró hacia su barco, él se movió hacia la Emperatriz Pirata una vez más. —Conquistaste mi corazón Emperatriz Pirata, no puedo irme con las manos vacías si haz tomado algo tan importante de mí. 

Sus palabras sonaron como una amenaza a los oídos de todas la Kujas presentes. 

El osado pirata se encimó sobre la postura de Montbretia, ella ya estaba harta de su presencia, haría cualquier cosa para que sacase sus asquerosos pies de su domino. —No recuerdo haberte pedido que me dieras tú corazón. Siquiera me agradas ¿Por qué razón querría algo tan sucio y retorcido?

Las manos de Doffy se movieron compulsivamente sin tocarla alrededor de ella y su magnífico cuerpo. Vino buscando oro y encontró eso y más, como ese diamante con forma de mujer grande, fuerte y que lo tenía enculadísimo, con todo y sus desprecios.  —Sólo dime ¿Qué quieres que haga por ti?

—Que desaparezcas de mi vista. 

Su hermano tiró tan fuerte como pudo. En este punto al pobre ya no le quedaba colón. 

Montbretia tomó una decisión determinante. Era tal la atrocidad frente a ella que hizo el GRAN sacrificio de su vida, sellando para siempre su destino con este nefasto ser humano. Lo tomó sin ninguna pizca de cuidado de su abrigo emplumado. —¿Te vas a largar de una buena vez?

Sin aliento, jadeó ante la expectativa de su toque maravilloso. Ella por fin lo había tocado, o sea, no a él si no su ropa, pero era lo más cerca que estuvo de ella. Dentro de sus gafas sus ojos temblaron ante la expectativa, su garganta se secó y un nuevo movimiento brusco lo llevo a un nuevo éxtasis de placer. 

Ella con su propia voluntad lo besó en la boca, uniendo sus alientos. Completamente derretido por ese violento beso hasta que la acción se terminó, él estuvo sumergido en el más completo trance. Cuando recuperó el sentido intentó besarla de regreso ¡No! ¡Una vez más! Fui estafado. Sin darse cuenta de lo que pasó su momento de brillar se apagó súbitamente. Montbretia lo jaló agarrándolo del cabello y con los ojos en completo blanco y llena de ira le resopló al oído. —Es todo ahora lárgate. 

Rosinante le tiró y se lo llevo al barco tambaleando y mirando hacia atrás con los labios estirados, tratando de revivir el efímero momento. El barco no tardó en irse, un Doflamingo colgando de las barandillas laterales del barco con los brazos caídos y mordiendo un pañuelo completamente emocional, viendo a la distancia al nuevo flechazo de su corazón proteger y cuidar a sus nenas. 

—Ella será mía. Lo juro. 


Los días pasaron y la tranquilidad reinó una vez más en su isla paradisíaca. No era una persona religiosa pero si debía vender su alma a algún culto para orar que ese dañino sujeto no volviera a pisar su tierra, de seguro lo haría. Dentro de toda la desgraciada experiencia "Doflamingo", el  equipo de exploradoras, las siete Kujas contaron como fue que las capturaron en el momento que estudiaban el barco y si este poseía más tripulantes, los detalles le dieron la información suficiente a la Emperatriz de todo el panorama caótico y confuso de aquella vez. 

Las habían capturado para tenerlas de esclavas. La ira ardió en su interior, sus mujeres no eran ganado. No había cultivado una generación de hermosas guerreras para que terminaran en manos de degenerados repulsivos. 

Esperaba que terminaran de pintar sus uñas de un negro noche para poder continuar escribiendo el diario para su sucesora. Sus doncellas trataban de contentarla con una alegre conversación pero sinceramente no tenía ánimos, sonrió diplomáticamente mientras ellas hablaban hasta que su paz fue cortaba por el demente imbécil que vino a reclamar su corazón, otra vez. 

Para variar no rompió la ventana ni entró violentamente, peor. Entró como si aquella fuese su propia casa. Abriendo la ventana en un show que solo podría resultar atractivo para sí mismo. Moviendo las piernas y luego el torso, con un pasito tieso y poco atractivo. 

—Ugh— su muestra de asco fue suficiente para que su serpiente lo atacase. 

—Hola— dijo casi en el suelo siendo inmovilizado por la enorme Sirius que frenó la intención de abalanzarse sobre su ama. —Te he extrañado tanto— embozó una sonrisa tímida con una cara llena de sonrojo, como un baboso enamorado.  

Ella respondió con un gesto lleno de desagrado, enseñando sus dientes. Un gesto nada femenino. —¿Qué haces aquí? ¡No tienes palabra! Quedamos en que no volverías a tocar mi tierra. 

Ese lunático sonrió y alzó su dedo indice en su apretada prisión de constricción. —Técnicamente no estoy tocando tú tierra, por lo que mantengo nuestro trato aún. No quiero hacer nada que pueda espantarte. 

Montbretia se quedó sin palabras, ese tipo era en verdad demasiado. Se acercó para ver que era lo que sustentaba esa pedante arrogancia. Movió sus manos hasta tocar un fino e invisible hilo. 

Hilos que lo sostenían evitando que tocará el "suelo", por tanto, su tierra. Caminó hasta la ventana abierta de par en par, también había sido forzada por aquel extraño y resistente hilo, y hasta donde su aguda vista dorada podía ver un brillo casi inexistente se extendía a través del cielo, así fue como llegó. 

Agitó su mano. Una guardia se acercó mirando con evidente desprecio. —quiero que inspecciones en toda la periferia, encuentren su barco y húndanlo si está dentro del territorio de mi soberanía. 

—¡Sí, mi Emperatriz!— La Guardia salió contenta con sus ordenes bélicas. 

La sonrisa confiada le dio la negativa de la noticia que llegaría más tarde, ese enfermo cruzó una muy extensa distancia con aquella extraña habilidad. —Tú fruta ¿Qué es? ¿Paramecia?— Ella estaba al tanto de las frutas del diablo por experiencia en el Grand Line, pero no era así con sus compatriotas.

Su risa se esparció algo cortada y cada vez más sofocada. Sirius seguiría oprimiendo hasta que Montbretia diría otra orden. —La Hito Hito no mi. Una paramecia— dijo casi sin aliento. 

—¿Qué sucede con esta insistencia?, ¿Entiendes que no es halagador, ni tampoco agradable?, ¿Sabes algo de eso?

En su vida alguien se le resistía de esa manera, no es que en la vida le faltaran relaciones o afecto. Es solo que esa mujer no quería nada con él, cada negativa era un golpe crítico a su inflado ego y una provocación que lo excitaba. 

Se sonrojó cuando intentó ver algo debajo de su falda sin éxito alguno. 

Montbretia se colocó su kiseru en sus labios y una de sus doncellas lo encendió por ella. —¿Te importa si fumo?— A estas alturas ella sabía que no podía responder nada, había pasado el limite que un hombre normal podía mantenerse vivo después de la consecutiva constricción de su adorada Sirius. Ella solo se sentó a esperar que perdiera la conciencia.

Aquello se había vuelto un juego de voluntades. Y esa ronda la había ganado ella, sonrió satisfecha cuando lo vio escupir espuma por la boca, dejó unos segundos más a Sirius y luego la enorme serpiente regresó a ella para enroscarse a su alrededor. —Arrójenlo al calabozo pero déjenlo abierto y no lo esposen. Ah, y traten de no tocarlo mucho, los hombres cochinos como este tienen infecciones y son contagiosos. 

Las guardias que ya lo habían cogido en su inconsciencia lo tiraron al suelo y se limpiaron las manos asqueadas. 

El sonido de su cabeza sobre el piso resonó en la amplia sala. La Emperatriz puso cara de inocencia y sus doncellas trataron de no reírse. Una vez las guardias enguantaron sus manos lo arrastraron cumpliendo con las ordenes al pie de la letra. Mientras su no-invitado dormía en su cómoda dependencia ella trabajó en un plan de contingencia. Necesitaba a las mejores Kuja con detección en las torres de control y un protocolo para activar cada vez que ese cuco emplumado rosa quisiese entrar a su palacio sin advertir antes.

Tendría un ejercito listo para repeler su nefasta presencia. 

Alucinaba si creía que lo volvería a besar para negociar su exilio. 

Un asustado Doflamingo despertó en el frió suelo de piedra, ese lugar, se sentó mirando el techo. Era el lugar donde lo arrojaron y luego su hermano vino a implorarle por su cordura para que dejase en paz a la Emperatriz de ese maravilloso reino. 

La celda estaba abierta y sus manos se sentían ligeras. Solo había sido puesto ahí, podía irse cuando quisiera o a dónde quisiera. 

Se puso de pie y salió en busca de su enorme amazona, la grande, la que tenía todo en abundancia, comenzó a reírse solo de su propio hilo de pensamientos. Encontró un gran despacho y vio a su futura reina allí sentada junto a una Kuja que tenía una cría en sus brazos. Montbretia estaba sonriendo y en pocos gestos mostró que compartía la dicha de la guerrera. 

Una mujer de tamaño menudo y curvas acentuadas salió de ese despacho cargando a su bebé y con el vientre pronunciado. 

Doffy esta vez tocó la puerta antes de entrar con sus característicos pasos zancadas de pato. Montbretia de tan sólo verlo caminar así no podía evitar pensar que veía a un animal exótico, la sensación que estaba en un safari se hizo plausible. —¿Me permites una audiencia, mi Emperatriz? 

—Ya estas aquí. 

Se sentó y buscó cuidadosamente las palabras para sacar su curiosidad de forma apropiada. —¿Cómo es que se reproducen las mujeres aquí? ¿Entre ustedes? 

La cara llena de seriedad de Montbretia fue inamovible —¿Qué crees tú? 

Alzó los hombros —No sé. Es una isla repleta de mujeres de todo tipo. 

Montbretia asintió, asumiendo que esa brillante estupidez era parte del desencanto del hombre. —Lo que acabas de ver salir es a mi hija, con esa mujer. Se llama Sunflore. 

Los lentes de sol casi se le cayeron debido a la sorpresa. El hombre se llenó de asombro e iba a volver a preguntar cómo fue que lo hizo, sin embargo fue callado por las palabras de la Emperatriz.

—Creí haber sido clara cuando tus subordinados secuestraron a mis mujeres. Pero lo diré otra vez para tu necedad. Estas son mis mujeres, soy la Emperatriz y puedo hacer lo que quiera en mi dominio, con mis mujeres. 

Sus palabras fueron como un gran golpe crítico con muchos otros golpes críticos uno tras otro. La emperatriz abrió la ventana y en un movimiento muy elegante le invitó a irse de su palacio. Sin decir nada y con el rostro lleno de depresión mezclado con confusión se tiró por la ventana y luego se deslizó por hilos invisibles a través del cielo. 

Montbretia no era una desconocedora del tema, sabía perfectamente la parte reproductora que las mujeres no contaban y a la que ella enfatizó de poseer en frente de su indolente enamorado. Entrecerró los ojos. —Espero que con esto no vuelvas más. 

Sus palabras no fueron escuchadas por ningún dios. 

Por la mañana con los primeros rayos de sol, Montbretia despertó al sentir el intenso deseo en una mirada sobre su persona. No eran las miradas cálidas y llenas de afecto y admiración de sus mujeres. Era un mirada cargada y pesada, buscó su procedencia, se incorporó de entre la suavidad de sus sedas y cobijas para ver al imbécil colgando de un fino hilo entre el dossier de su cama. Ahí mirándola como un pajarraco de rapiña. 

Sus ojos dorados solo querían matarlo. 

—Estaba pensando, tus palabras me hicieron reaccionar. Mis subordinados pecaron de muerte contra tus preciosas mujeres. No negaré mi responsabilidad, aunque yo no haya hecho nada—. Manifestó Doflamingo. Cada estúpida frase era aún peor y más nefasta. 

Estuvo mirando como ella dormía por horas, llegó poco después de las horas del nuevo día. Su melena negra lacia pegándose a su piel, mientras resoplaba y dormía plácidamente, no había visto a antes nadie más encantadora durmiendo, sus ojos se desviaron al escote desordenado de la pijama blanca satinada corrida y arrugada. Tragó grueso. Ella se levantó y buscó una bata, también quería buscar un arma para espantar a ese pájaro de mierda acosador. 

Ella gruñó al no encontrar nada largo para golpearlo. 

Doflamingo giró sobre sus zapatos puntiagudos en su hilo y bajó de un salto, casi al lado de Montbretia. —No sé cómo pagarte esa gran ofensa, pero en vista y consideración de nuestra cercanía y amistad, ten toda confianza y certeza que puedo pagarte con mi cuerpo. 

Montbretia quedó como de piedra ante las palabras de ese espantaviejas de nivel mundial. 

El rubio deslizó su estridente abrigo rosa cayendo al suelo con un efecto dramático, tocando su cuerpo marcado en cámara lenta y luego se volteó con sus manos sin dejar de tocarse lascivamente, se bajó los pantalones enseñándole el culo. —Cóbrate por favor, morena mía—. Dándole la espalda alzándole el culo a la cara. 

Dio un paso para atrás ante esa aberración y apartó su mirada asqueada por la vista de la zanja peluda, gritando con todas sus fuerzas. —¡¡Quiero su cabeza en bandeja de plata!!— Su templanza mental se quebró.

¿Cómo y por qué, el universo le mandaba semejante maldición? 

Su grito fue tal que se escuchó incluso fuera del palacio, en las aldeas colindantes del palacio y en el proceso asustó incluso a la fauna silvestre isleña, reyes de mar nadaron ahuyentados por su grito.  

Las guardias entraron con gritos llenos de furia para salvaguardar la dignidad de su Emperatriz de semejante bestia. Encontrándose en plena acción bochornosa, el hombre casi desnudo posando su trasero sin nalgas. 

Recogió su ropa para salir pitando sin antes decir y apelar por sus preciosos puntos de vista. 

Doflamingo en un intento más deshonroso y atrevido gritó delante de todas las guerreras Kujas que espantadas lo quería matar por ofender hasta ese extremo a la divina Emperatriz. —Bebé, te amo ¡Lo tienes todo! ¡Eres perfecta! ¡Nunca una mujer fue tan perfecta!— Montbretia se cubrió el rostro horrorizada. Ahora cómo lo espantaba si la espantada era ella —¡Si te cansas de hacerlo, cambiamos y luego lo hago yo! ¡Podemos tomar turnos! ¡Será maravilloso!— Le llegó un golpe en la cabeza pero siguió ladrando agarrado de la ventana en lo alto del arco —¡Solo piénsalo, imagínate!

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