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Despertó cuando en el cielo solo podían verse unas pálidas estrellas. La Emperatriz tenía la garganta seca, aquel mocoso era insaciable. Sujetó su frente en sus manos y comenzó a deshacerse del fuerte agarre de pulpo de parte de Doflamingo. Se descubrió y lo tapó con cuidado, lo último que quería era que despertara, con todo el trabajo que le llevó dejarlo sin energía. Sin hacer ruido fue por un abrigo para cubrirse pero nada más abrir su ropero, el brillante y estridente color rosa sin igual entre sus ropas de colores sórdidos se destacó del resto.

Cogió el abrigo y se envolvió en este. No era su color pero le resultaba muy calentito el plumaje vistoso. Sacó el tabaco y armó su kiseru para fumar sentada en el borde de la ventana, ligeramente abierta, con una pierna subida y la otra descansando colgando. Contempló la calma del castillo. Ayer a esa misma hora todo había sido caos y ahora todo se encontraba en tanta calma que parecía que había despertado de una terrible pesadilla. Lo cierto era que desde ahora todo dependía del antojadizo humor de Doflamingo. Días y noches como esa solo iban a ser posibles cuando él decidiera visitarla, y cuando no, ella padecería su enfermedad junto con todas sus dolencias.

Si no lograba mantener su interés en su persona, este se encapricharía con alguien más y le daría la espalda sin saber que ella podría perecer. Se largó a reír por lo irónico de todo. Aunque dependiese de mantener su atracción no podía evitar tratarlo cruelmente, sin embargo de la misma forma se debatía entre sus propios impulsos de mimarlo. Resopló el humo. Pero es que es demasiado arrogante. Definitivamente no soportaba ver tanta confianza en un sujeto como ese.

¿En dónde respaldaba tanta confianza? Si solo era un aberrante ser emplumado con pésimo gusto en la ropa. 

Doflamingo despertó casi de un sobresalto al percatarse que ella había desaparecido de su lado. Después de dormir entrelazados largo rato su lado se había enfriado, un sentimiento de pérdida lo invadió. Luego de todo lo que ocurrió se quedó con la amarga sensación de que Montbretia podía desaparecer de la nada. Antes que la encontrara la escuchó hablarle.

—No te asustes niño, estoy aquí.

Este se relajó y se estiró. Ella estaba sentaba en el alfeizar de la ventana mientras fumaba.—Pensé que habías escapado— sus acciones lo desconcertaban tanto que creyó que ella desaparecería si se descuidaba un momento. 

—No me escaparía de mi propio palacio ¡Qué ridiculez! Tienes ideas muy locas— Caminó hacia el lado de la cama donde él se encontraba tirado cómodamente —solo no quería despertarte con el olor del humo. 

Los ojos de Doflamingo se desviaron al cuerpo de la morena, ella estaba parada allí sin nada más que su abrigo y el humo que exhalaba. No se había percatado antes pero ella no carecía de ni un poco de pudor. Antes también la había visto desnuda, cuando estaba compartiendo el baño con su hermano Rosinante. Estrechó su vista. Fuera de la isla ese detalle iba a ser un dilema.

—¿Qué ocurre?— Terminó su kiseru y caminó a su baño dentro de la habitación. 

Doflamingo se levantó tras ella. No se arriesgaría a la posibilidad de que ella se desvaneciera, después de todo él solo estaba construyendo castillos de arena. Con Montbretia no tenían una relación realmente. Entró al baño viéndola verter el agua hirviendo a la bañera, era tan tranquila y digna, no necesitaba hacer gran cosa para desatar una tormenta en su interior. 

—¿Quieres compartir el baño?— Le dijo casi terminando las preparaciones. Parecía de buen humor ¿Hace cuanto tiempo no preparaba un baño? No recordaba con exactitud, aunque la última vez que lo hizo fue cuando su adorada Emperatriz le dijo que "era" la siguiente. 

Doflamingo la abrazó por detrás —me has hecho el hombre más feliz en este asqueroso mundo. 

Resopló —eres muy dramático, niño. 

Mi Emperatriz.Where stories live. Discover now