21

117 9 0
                                    

Sintió un aroma delicioso, abrió los ojos y lo primero que vio fue esos ojos rojos profundamente enamorados, se cubrió sus ojos ciega por su luz, eran demasiado brillantes para ser lo primero que veía por la mañana. Se sintió como un viejo ciego de pronto.

Como cumplir las expectativas de alguien tan romántico como este. 

Se sentó para enfrentarlo —¿Otra vez no dormiste?— Ya no era una sorpresa que su amante tenía trastornos del sueño severos. 

—Dormí un poco después que acabamos— le acercó lo que tenía preparado. 

Montbretia ya estaba acostumbrándose a que cada mañana le tuviese un detalle o una sorpresa, hoy era un desayuno a la cama. Cariñosamente Doflamingo le acercó un bocado, ella abrió la boca ordenando su cabello detrás de su oreja. 

La comida sabía diferente, parpadeó un poco. Esto no había sido preparado por ninguno de los tripulantes de los Donquixote. Y Rosinante no era una opción viable, su amigo no podía ni hervir agua sin hacer un desastre. Sin ninguna otra opción preguntó —¿Lo compraste?— Había cubierto su boca con la mano para hablar. 

Este le sonrió —no, no tenía sueño así que lo preparé todo por mi mismo— de hecho estaba temeroso que supiese algo mal. Ella asintió y no dijo nada, observando con atención como se ponía cada vez más ansioso, sin recibir ni una sola señal si estaba bueno, si estaba malo, alguna señal que aclarase su inseguridad. 

Sin embargo colocó su mano sobre su mejilla —mira lo cansado que luces ¿Seguro no quieres que cuide de tu sueño?—. No iba a regalarle ese placer. 

—Estoy bien—. Extendió el servicio con un bocado más. Necesitaba hacer que ella lo pusiese en palabras, toda su apreciación, pero Montbretia continuó comiendo sin decirle nada, devorando a cada bocado su jugosa autoestima.   

—Sabes que luces horrible con esas enormes ojeras y tus ojos cansados. 

Lo dejó aturdido, bajo la bandeja con platos de la cama y tiró de él. Se sintió tímido por su culpa, además estaba vistiendo adecuadamente, todo por sus preferencias para que le dijese que se veía bien. Y después de todo eso le decía que estaba horrible, iba a llorar, una cosa es que desestimé sus habilidades y otra que muy distinta es que rechace su apariencia.    

Diferente a la decepción incipiente en Doflamingo, Montbretia lo acuno e intento hacerlo dormir, agradecida por el bonito y romántico gesto, ella estaba muy a gusto pero ponerlo en palabras era un poco más complicado, primero era muy vergonzoso y segundo si lo decía no sabía como podía reaccionar este pajarraco. Podía volverse sumamente molesto, ya tenía problemas para lidiar con este desbordante amor de un solo lado para lidiar con más intensidad. 

Si, era mejor hacerlo dormir y mimarlo medio somnoliento o inconsciente. Sin que nadie la viera. 

—No quiero dormir... — Se hallaba casi rendido, solo quería un simple elogio. Entre el suave ritmo del corazón de Montbretia que sonaba tan fuerte y despacio, sus manos que lentamente lo relajaban junto a su aroma dominante.  

No tardó en hacer lo que ella le indicó antes, quedarse dormido. Montbretia continuó cuidando su sueño aunque ella ya no quería seguir acostada. Siquiera tenía el periódico para distraerse, la luz que entraba por la ventana de hecho era la mejor dentro de toda esta mugrosa guarida, el niño fanático de su capitán tenía razón.  

Doflamingo la abrazo hundiéndose en su pecho. 

—Oye te vas a ahogar— intentó separarse de su agarre pero dormido incluso era mucho más fuerte que despierto. 

Resopló. La puerta sonó en unos golpes casi silenciosos, ya sabía quien era. 

—Buen día Rosi. 

Mi Emperatriz.Where stories live. Discover now