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Sus nervios quedaron socavados con aquella aberrante, indecorosa y vulgar proposición. Al menos el cretino había desaparecido por unos cuantos días, permitiéndole un descanso de su bizarra y perturbadora presencia. 

A este paso iba a terminar por desarrollar una fobia por los hombres. Si ese espantaviejas profesional seguía visitándola terminaría por cambiar sus ambiciosos planes y acabaría recluyéndose en una isla lejana y olvidada para llevar una vida modesta y de bajo perfil, algo muy lejano a lo que pretendía realizar.

Una de sus labores era conocer y bendecir a las nuevas y pequeñas Kujas que llegaban como pequeñas flores en los brazos de sus madres. Y aquella era época de conocer a sus más jóvenes adeptas. 

No era una fanática de los críos, pero aun así no podía evitar pensar en una criatura suya cuando sus Guerreras Kujas le pedían que sostuviera a sus hijas. 

Una de sus guerreras insistió demasiado —Mi Emperatriz, por favor escoja un nombre para mi bebé. Será bendecida toda su vida si escoge su nombre— ella le acercó a un bebé del tamaño de un repollo rojizo. 

Montbretia había intentado no tomar esa responsabilidad pero tan pronto sostuvo a la bebé, cargándola con genuina naturalidad, lentamente su rostro se llenó de satisfacción. Su corazón se alegró. —Veamos— quería pensar en un bello y distinguido nombre para que fuese una destacada mujer guerrera. La bebé tenía un color de piel similar al suyo, cabello negro y ojos negros, miró a su subordinada, eran sus ojos al menos y todo lo demás del susodicho desconocido. —Chantieri, suena adecuado para ella.

La guerrera lució muy contenta, Montbretia cuidó de la niña un poco más en sus brazos antes de intentar devolverla a su verdadera madre. 

Cuando estaban haciendo el cambio de brazos, la bebé se aferró al tirador del vestido de Montbretia, agitó su manita y descubrió buena parte de su pecho. La mujer lejos de molestarse por el percance se rió suavemente para no asustar a la bebé con sus graves carcajadas. Todo eso fue un golpe crítico para la madre quien perdió la conciencia. El aire seductor y maduro de la Emperatriz seguido de esa pequeña cuota de dulzura, la mató. 

Con un brazo Montbretia alcanzó a tomarla de la cintura. Era mejor sujetar a la mujer antes que se azotara la cabeza. De pronto una figura apareció detrás de ella, como la Emperatriz estaba acostumbrada a tener mucha gente a su alrededor; subordinadas, doncellas, y nativas. Sus mujeres. En su otro brazo estaba la bebé, preocupada de sujetarla mal pidió inmediatamente —sostén a mi hija.

La costumbre arraigada de tratar a cada pequeña niña con el apodo de "hija", brilló otra vez. Una certera casualidad. 

Detrás de ella esas manos bronceadas anaranjadas sostuvieron a la bebé sin la menor idea de cómo sujetar uno. Sólo porque lo pidió ella.

Montbretia sujetó correctamente a la madre entre sus brazos y la condujo a la entrada del palacio, una doncella trajo una especie de diván para recostarla. —Trae un poco de agua, se desmayó— descubrió el rostro lleno de felicidad de la inconsciente mujer. 

Arregló su vestimenta desaliñada, la bebé había tirado fuerte de su pechera negra. Luego extendió los brazos para sostener a la bebé nuevamente. La cuidaría hasta que la madre se recuperase de su fugaz enamoramiento por ella. Una cosa que sucedía diariamente, si es que no varias veces al día.   

La sonrisa amplia de su aterrador acosador la dejó con los pelos de punta pero su cara de poker no dejó huellas de su incomodidad. 

—¿Tienes muchas hijas?— Impresionado por su muestra de afecto filial, Doflamingo tenía la impresión de que Montbretia era una mujer fría y calculadora como él, desapegada y fuertemente ligada a su título como Emperatriz. 

Mi Emperatriz.Место, где живут истории. Откройте их для себя