Su última esperanza

By almarianna

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Libro 3 Serie Peligro. ♡ Luego de un tiempo en la cárcel, Gabriel necesita empezar de nuevo. Sus acciones del... More

Sinopsis
Booktrailer
Nota de autora
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo
Personajes
Nota de autora

Capítulo 20

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By almarianna

Después de una semana, y de la inesperada confesión de Gabriel, la vida de Ana se había vuelto del revés. Recordaba haber escuchado en ocasiones a su hermano y cuñada mencionar su nombre, seguido por algunas maldiciones por parte de Lucas, pero nunca prestó la debida atención. Sin embargo, sabía lo que había pasado y cómo, por su culpa, Lucila había vivido una experiencia aterradora y corrido un grave peligro.

Hacía días que venía sintiendo una horrible opresión en el pecho. Él había sabido en todo momento quién era ella y, aun así, decidió ocultarlo. Lo que no entendía era por qué. ¿Qué ganaba al no decírselo? O, mejor dicho, ¿qué perdía? Para peor, no podía sacarse de la cabeza la idea de que todo había sido parte de un plan para acercarse a Lucila. Después de todo, conocía la historia. No había mucho más que indagar, ¿cierto?

Se sentía nerviosa, inquieta. Gustavo había vuelto de su viaje esa misma tarde y le había pedido de hablar. Al parecer, su mal desempeño en el concierto del fin de semana anterior, justo después de su discusión con Gabriel, había llegado a sus oídos y no estaba para nada contento. No le importaba, la verdad. Ya había tomado la decisión de regresar a Misiones en cuanto dejara todo resuelto allí y nada la haría cambiar de opinión. No obstante, odiaba tener que enfrentarlo.

Desde el día en el que este había golpeado la pared en medio de una pelea, evitaba quedarse a solas con él. Había algo en su actitud, en la forma en la que la miraba, que lograba intimidarla. Era extraño, nunca nadie lo había logrado hasta ese momento. Aun así, no lo dilataría. Escucharía lo que tuviese que decirle y se encargaría de hacerlo ella también. Cuanto antes lo solucionase, más pronto volvería con su familia.

Todavía faltaba una hora para que abrieran al público cuando entró en la discoteca. Saludando a cada uno de los empleados con los que se cruzaba conforme avanzaba, se dirigió al despacho del representante. No necesitaba verlo para saber que Gabriel andaba cerca. Aunque se aseguraba de mantener la distancia, no había dejado de estar pendiente de ella. Había seguido cuidándola, incluso después de haberle pedido que no lo hiciera.

Por un momento, sintió el impulso de girar la cabeza y mirar hacia atrás. Podía sentir su presencia a su espalda. No obstante, se contuvo. No tenía nada qué decirle y tampoco quería escuchar sus excusas. Odiaba las mentiras, los secretos y el engaño, y él había hecho todo eso.

Tras inspirar profundo, golpeó la puerta y la abrió. A continuación, entró en la oficina. Un escalofrío la recorrió entera en cuanto su mirada se cruzó con la de Gustavo. Parecía molesto.

—Hola, muñeca, tanto tiempo sin vernos —ronroneó con una sonrisa seductora que contradecía por completo la dureza que mostraban sus ojos.

—Hola —se limitó a responder.

Se tensó al verlo incorporarse y avanzar hacia ella. No estaba segura de lo que tenía pensado hacer, ni siquiera de cómo la saludaría, pero se apartaría sin dudarlo si atinaba a besar sus labios. Por mucho que él se negara a aceptarlo, ya no estaban juntos.

Cerró los puños hasta sentir la presión que ejercían las uñas en su piel. El dolor la mantenía firme en su lugar cuando todo en su interior la instaba a alejarse. Se relajó cuando le besó la mejilla y aunque le pareció que se demoraba más de la cuenta, se lo permitió.

El hombre era un conquistador, un seductor nato, eso no podía negarlo. Se mostraba seguro de sí mismo, se veía increíble y olía impresionantemente bien. Sin embargo, no le generaba nada. Ya no. Por el contrario, sentía un profundo y marcado rechazo.

—Estás tan preciosa como siempre —señaló, moviendo la mano con la que sostenía un vaso de lo que parecía ser whisky.

Se envaró al oír el apelativo que solía usar con ella Gabriel cada vez que le hablaba. ¡Dios, cómo lo extrañaba! A pesar de todo, de la decepción y el enojo, seguía añorándolo con una intensidad que la asombraba. Incluso había llegado a soñar con él, con sus caricias y sus besos, con la sensación de sus brazos alrededor de su cuerpo, pero luego despertaba y la realidad volvía a golpearla con fuerza.

—Tenemos que hablar —anunció, tajante, ignorando el cumplido.

Él amplió su sonrisa, sorprendiéndola.

—Oh, ya lo creo que sí —concordó en un tono de voz tan bajo y calmo que la hizo estremecer—. Me contaron que anduviste un poco... distraída.

Ana apretó aún más los puños.

—¿Quién...?

—Eso no importa, muñeca. Sabés que tengo ojos y oídos en todas partes. Creí que ya sabías eso.

Estaba alardeando, por supuesto. De lo contrario, ya habría descubierto lo de ella y su guardaespaldas. No obstante, era un hombre de recursos y dinero y eso le daba ventaja. Era evidente que alguien le había informado sobre ella. Tal vez Gabriel tenía razón respecto a que era peligroso.

—¿Y qué más te contaron, a ver? —preguntó, desafiante.

"No lo provoques, Ana", una voz masculina, que reconocería donde fuese, se filtró de pronto en su mente. Sabía que solo eran sus pensamientos, pero de algún modo logró que se aplacase. Lo que menos necesitaba era enfurecer a Gustavo.

—Bueno, básicamente que tu actuación fue insulsa y apagada. Que se te notaba perdida y que incluso te olvidaste la letra en varias oportunidades.

¡Mierda! Había pasado exactamente así. Se había sentido tan triste la noche siguiente a la salida al bowling que apenas si había logrado cantar. Su cuerpo se movía en automático, totalmente desconectado de su mente. Estaba allí y al mismo tiempo se encontraba lejos. Y cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver el rostro de Gabriel mientras le rogaba que lo escuchase.

—No me sentía bien. Eso es todo.

No sabía qué más decir para justificarse. No había querido cancelar las funciones para no perjudicar a la banda y al final había provocado exactamente eso.

—Más te vale haberte recuperado entonces —aseguró él con brusquedad. Ya no había diversión en su rostro—. No pienso perder dinero por tu culpa.

Inspiró profundo para calmarse. ¿Quién se creía que era? Nunca nadie le había impuesto nada, ni siquiera su padre. Había crecido en un hogar sano y amoroso en el que siempre había sido escuchada y todos a su alrededor la respetaban. No iba a permitir que nadie le hablase de ese modo, ni siquiera él.

—Tendrás que buscar otra cantante entonces porque me vuelvo a Misiones.

Notó como la expresión de su cara se transformaba en el acto. De fastidio y prepotencia pasó en un instante a mostrar una cruda y escalofriante ira.

—¡No vas a irte a ningún lado! —exclamó a la vez que se irguió en toda su estatura—. ¿O debo recordarte que firmaste un contrato?

Quería gritarle por dónde podía meterse ese documento, pero las palabras no salieron de su boca. Lo tenía a escasos centímetros y todo su cuerpo estaba paralizado.

—¡Vas a irte cuando yo lo diga! ¡¿Está claro?!

—No podés obligarme a quedarme —murmuró, pese al miedo que estaba experimentando.

—¡Puedo hacer lo que me dé la gana!

Se sobresaltó cuando este arrojó el vaso contra la puerta provocando que se rompiera en pedazos. Pero antes de que pudiese reaccionar, alguien entró en la oficina y se interpuso entre medio de ellos.

—¿Qué estás haciendo acá? Yo no te llamé. ¡Dejanos solos!

—Me temo que no puedo hacer eso, señor.

La voz de Gabriel, grave, dura, contenida, fue como un bálsamo para ella. Exhaló despacio, recuperando la capacidad de respirar. Tan solo su presencia le brindaba la seguridad que necesitaba en ese momento.

—¡¿Qué dijiste?!

Ana apoyó la mano en la espalda del guardaespaldas para detenerlo. Si se enfrentaba a Gustavo, perdería su trabajo y no podía permitir que eso pasara. No importaba que él la hubiese lastimado al ocultarle su pasado o la verdad de quién era. No soportaba la idea de que se perjudicara por culpa de ella. No obstante, él no se movió.

—Están por salir al escenario. Los demás la están esperando. No tardarán en venir a buscarla.

No hacía falta conocerlo para saber que no era esa la razón por la que había intercedido. Toda su postura indicaba peligro, como si tan solo hiciera falta una palabra inadecuada para que finalmente dejara salir a la bestia contenida. Y, por supuesto, Gustavo lo notó.

—Ustedes siempre creyéndose héroes —escupió en alusión a su profesión, claramente malinterpretando su reacción—. Como si todas las mujeres fuesen damiselas en apuros.

Él no respondió. No podía. No sin golpearlo y llevarse a Ana de allí. Lo cual sucedería pronto si no dejaba de hablar. ¡Imbécil! ¿Acaso pensaba que iba a dejar que la agrediese así sin más?

—De acuerdo. Andá, llevátela. Que vuelva con los otros y se prepare para dar el mejor espectáculo de su vida.

Ana permanecía estática, petrificada, incapaz de mover un solo músculo. Era como si Gustavo la anulara como persona, le quitara su fuerza. Solo reaccionó cuando sintió el roce de la mano de Gabriel sobre su brazo instándola a salir de la oficina.

Prácticamente la arrastró por el pasillo, sin duda, urgido por alejarla del representante. No podía verle la cara, pero estaba segura de que tendría la misma expresión de siempre, esa que le resultaba imposible de leer.

Estaban llegando al camerino cuando el recuerdo de la última conversación que tuvieron regresó a su mente. Por acto reflejo, retrocedió deshaciéndose de su agarre.

—¡No me toques!

Mantenía la mirada baja, no se atrevía a mirarlo a los ojos. Sabía que, si lo hacía, rompería en llanto y no le daría ese gusto.

—Ana, por favor. —Su tono de voz era bajo y pausado.

Intentó volver a sujetarla, pero ella dio otro paso hacia atrás. No tenía idea de hacia dónde quería llevarla, pero no iba a ir a ningún lado con él.

—¡No! —repitió con determinación—. No te debo nada y de seguro que vos a mí tampoco. No necesitás seguir protegiéndome. Puedo cuidarme sola.

Aunque ya no la tenía agarrada, Ana no se movió. Él seguía en su camino y era demasiado fuerte y alto para que pudiese derribarlo, incluso sabiendo cómo hacerlo —sí, su hermano le había enseñado a defenderse—. Al parecer, con Gabriel sí podía reaccionar, como así también dejar salir esa personalidad fuerte y combativa que siempre la había caracterizado. Tal vez era porque a su lado no se sentía indefensa. Curioso, ¿no?

—Dijiste que confiabas en mí —señaló él, pasándose una mano por el cabello—. Confiá ahora también —rogó—. Sé que la jodí en el pasado, pero esto es diferente. Gustavo algo trama y no sé qué es, pero no voy a dejar que te lastime de ningún modo.

—No, claro, para eso estás vos —replicó, ahora sí mirándolo a los ojos.

Se arrepintió nada más hacerlo. Alcanzó a ver en estos el dolor que sus palabras le causaron y se sintió una mierda. Después de todo, ni siquiera le había dado la oportunidad de explicarse.

—Entiendo que estés enojada conmigo y confundida, pero te aseguro que ese Gabriel del que escuchaste quedó atrás en cuanto puse un pie fuera de la cárcel, así como todo lo que creía sentir. Ya no soy el mismo, Ana.

Todo su cuerpo estaba en tensión, sus músculos contraídos y sus puños cerrados. Quería decirle muchas cosas en ese momento, contárselo todo y demostrarle que estaba equivocada respecto a él. Lo que alguna vez creyó sentir por Lucila había desaparecido hacía tiempo, incluso antes de cumplir su condena, y en cuanto a Iris, nada de lo que pudieron haber compartido tenía punto de comparación con la inmensidad de lo que experimentaba cada vez que estaba con ella. Sin embargo, ese no era el momento adecuado para hablar, aun cuando el miedo a perderla le quitaba la respiración.

—Yo... tengo que...

El nudo en su garganta no la dejó terminar. Necesitaba poner distancia antes de derrumbarse frente a él. Tenerlo tan cerca y no poder arrojarse a sus brazos, desear besarlo contra toda lógica o sentido de autopreservación alguno, estaba acabando con ella. Necesitaba alejarse y respirar. Ponerse de nuevo la armadura que la protegería del mundo y adueñarse del escenario como si nada malo pasara en su vida.

Con lágrimas en los ojos, pasó por su lado en dirección al camerino para reunirse con sus amigos. Ninguno de ellos le había dicho nada sobre su estado de ánimo, pero no eran tontos, sabía que algo intuían y no quería darles una excusa para empezar a preguntarle. Por esa noche, haría de cuenta que todo estaba bien. Ya pensaría en algo cuando el fin de semana acabara. Porque si de algo estaba segura era de que no se quedaría mucho más en ese lugar.

Estaba por entrar cuando la puerta se abrió de golpe y Rodrigo salió con una sonrisa en el rostro. ¡Dios, ese chico siempre estaba feliz! Según su hermana, se debía a que no se tomaba nada en serio. Mientras pudiese tocar su batería y salir con mujeres, nada más importaba. Sin embargo, ella sabía que no era tan así. No solo se había dado cuenta de lo que se proponía en el bowling, sino que le había seguido la corriente y estaba segura de que ahora mismo podía ver la tristeza en sus ojos.

Sin decirle nada, vio cómo el joven extendía sus brazos en una clara invitación que no fue capaz de rechazar. Tal vez no era su abrazo el que deseaba en ese momento, pero era más que bienvenida la muestra de afecto. Hoy más que nunca necesitaba sentir que no estaba sola.

—Todo va a estar bien, Anita —le susurró al oído mientras la apretaba contra su cuerpo.

De alguna manera, ese gesto la reconfortó, dándole la fuerza para enfrentar las horas que tenía por delante.

Gabriel contempló la escena experimentando una creciente ira en su interior. No por el baterista, sabía que este tenía un genuino cariño fraternal por Ana, sino por no poder ser él quien le brindase la contención que ella tanto necesitaba.

Durante una semana se había estado conteniendo, intentando respetar su decisión, aunque esta doliese. Se había prometido a sí mismo no volver a cometer el mismo error del pasado, no presionar las cosas cuando estas no fluían y confiar en que todo terminaría acomodándose eventualmente.

Sin embargo, su determinación se resquebrajaba con cada minuto que pasaba y verla en los brazos de otro hombre tampoco ayudaba demasiado. Removía viejos fantasmas y agitaba emociones en su interior que no deseaba volver a sentir.

Y lo peor era la culpa que lo invadía al comprender que él era el único responsable de que ella sufriera. Intencionadamente o no, la había lastimado al no hablarle de su pasado y de su historia, y no había nada que pudiese hacer para arreglarlo. Había roto su confianza y no tenía idea de cómo recuperarla.

La vibración de su celular lo regresó bruscamente al presente. Maldijo al ver el nombre de su jefe en la pantalla. ¿Qué carajo quería ahora? Sin molestarse en contestarle, dio media vuelta y se dirigió a su despacho. Necesitaba calmarse antes de volver a enfrentarlo o diría algo equivocado o, peor aún, terminaría agrediéndolo. Sin duda, había estado a punto de hacerlo antes.

Pese a que no debía hacerlo, había entrado en su oficina en cuanto oyó los cristales romperse y se interpuso entre ambos, dispuesto a protegerla. Había notado lo molesto que estaba y se había quedado junto a la puerta a la espera de cualquier indicio que le indicase que Ana lo necesitaba. Y no se equivocó. Gustavo estaba al límite. No sabía qué le habría dicho ella para que él reaccionara de esa manera, pero se hacía una idea de lo que podía ser y no le gustó nada.

Estaba por golpear cuando vio que la puerta estaba entornada. Gustavo se encontraba de espaldas hablando por teléfono, por lo que no se percató de su presencia. Parecía nervioso, agitado, como si la conversación lo inquietara de alguna manera. Aprovechando que los pasillos estaban despejados, se quedó allí, inmóvil, mientras aguzaba el oído.

—¡Tengo muy en claro lo que está haciendo! —exclamó entre dientes—. Crecí bajo su sombra, no tenés que recordármelo. No importa cuánto me esfuerce en superarlo, siempre es a él a quien todos siguen. El negocio es de los dos y, aun así, él es quien toma las decisiones. Pero eso va a cambiar, te lo aseguro, y para eso necesito tu ayuda.

No tenía que escucharlo decir su nombre para saber que se refería a su hermano. Gabriel había notado lo mucho que su jefe buscaba siempre la aprobación de este. Y también se había percatado de la incomodidad que sintió durante el encuentro en la bodega con el narcotraficante.

—No te preocupes, se va a arrepentir de haberte reemplazado por ese tipo. Pero entendeme, necesito tiempo. Tengo que planificarlo todo bien. No es tonto y no tardará nada en darse cuenta de lo que estoy haciendo. Como te dije, vas a recuperar lo que es tuyo y yo voy a tomar por fin el control absoluto del negocio.

Era evidente que Gustavo pensaba traicionar a Ariel y quedarse con todo. Jamás lo habría podido anticipar. Pese a la soberbia y arrogancia que siempre demostraba, se notaba que admiraba a su hermano, que deseaba ser como él. No obstante, ahora estaba claro que también lo envidiaba y si a eso se le sumaba la ambición y la codicia, el resultado podía llegar a ser muy peligroso.

¡Mierda! Se estaba quedando sin tiempo, tenía que ubicar a Alejandro de una vez por todas. Por mucho que lo intentara, no podía resolverlo solo. No tenía los recursos necesarios para hacerlo. Precisaba la ayuda de alguien no solo capacitado, sino habilitado para actuar. Necesitaba a un policía.

Apretó la mandíbula cuando la imagen de Pablo se cruzó por su mente. Sin duda era el más indicado para esto, pero no podía llamarlo. No después de todo lo que había pasado. Por otro lado, Lucas era su compañero, no había forma de mantenerlo al margen. No pudo evitar preguntarse cómo reaccionaría él al enterarse de que estaba con su hermana. De seguro, no muy bien. Sin duda, lo mataría con sus propias manos, no sin antes torturarlo sin piedad ni arrepentimiento, claro. Definitivamente, lo haría pagar por todo el daño que había hecho en el pasado.

Lo mejor era que volviese a intentar hablar con Alejandro y si no podía dar con él, entonces iría a la comisaría donde trabajaba. Allí, alguien podría darle información sobre su paradero. Si había alguien que jamás le negaría su ayuda era él, en especial cuando se enterase de que Martina estaba involucrada.

En cuanto lo oyó cortar, entró de nuevo en el despacho. Este no se molestó en disimular su agitación. No le gustaba nada que fuese tan descuidado. No ahora que sabía por donde venía la mano. Ariel era un hombre inteligente y poderoso y Gustavo no hacía bien al subestimarlo. Tenía que alejar a Ana de toda esta mierda antes de que la policía tomase cartas en el asunto y todo se saliese de control.

—Bien, ya estás acá —dijo al verlo al tiempo que se sirvió otro vaso de whisky—. Quiero que me lo cuentes todo. ¿Quién es el hijo de puta que se está cogiendo a mi chica?

Gabriel sintió una oleada de furia recorriendo su columna con violencia y por acto reflejo, deslizó la mano hacia su arma. Por fortuna, el movimiento fue imperceptible para su jefe quien parecía más concentrado en la bebida que en su persona.

—La señorita Ferreyra no frecuenta a ningún otro hombre, señor —afirmó con expresión imperturbable.

Gustavo alzó la vista hacia él y arqueó una ceja.

—¿Me estás tomando por boludo, acaso? —cuestionó mientras hacía girar el vaso en su mano provocando que los cubitos de hielo chocaran entre sí—. Espero que no la estés encubriendo. Eso no sería nada bueno para vos.

—Por supuesto que no, señor.

El representante lo observó por unos segundos antes de rodear su escritorio y sentarse. A continuación, se terminó la bebida de un solo trago.

—Por tu historial y entrenamiento, supuse que te sería fácil seguirle el rastro. Veo que estaba equivocado —aseguró con sarcasmo, sus ojos fijos en los suyos—. Digo, si una pendeja puede engañarte...

Cerró los puños. No le importaba lo que pensara de él, pero no soportaba que se refiriese a ella de ese modo. Y su jefe parecía saberlo, ya que se notaba que elegía cada palabra con precisión con la única intención de provocarlo. ¿Y si ya había descubierto la verdad y solo estaba jugando con ellos? No, su ego no lo dejaría fingir lo contrario. O eso quería creer.

—No te estoy pagando para que seas su amigo, Acosta. Necesito saber a quién está metiendo en su cama. No me importa lo que tengas que hacer para averiguarlo. Traeme pronto un nombre o andá olvidándote de tu trabajo.

Conteniendo el impulso de decirle que era a él a quien buscaba y destrozarle la cara a trompadas, asintió en silencio y se marchó. No necesitaba darle la orden de no despegarse de ella. Era justamente lo que iba a hacer. De hecho, ya lo venía haciendo, incluso desde lejos. No obstante, a partir de ahora, no se despegaría de su lado, estuviese ella de acuerdo o no.

Miró el reloj. Faltaban unos pocos minutos para que la banda terminase de tocar y, a juzgar por el entusiasmo del público, probablemente se demorarían un rato más. Se quedó de pie en una esquina de la discoteca mientras la observaba actuar. Debía reconocer que estaba haciendo un buen trabajo fingiendo que todo iba bien, pero a él no lo engañaba. Podía ver la tristeza detrás de su sonrisa.

Esperaría hasta que terminase y luego la llevaría a casa. Era consciente de que se opondría, al igual que lo había hecho cada día desde la última vez que estuvieron juntos, pero también que eso no lo detendría. Nada ni nadie le impediría cuidarla. Se aseguraría de que todo estuviese en orden antes de dejarla en su departamento y se quedaría despierto toda la noche, vigilando la entrada desde su auto. Nunca más alguien volvería a acecharla. No mientras él pudiese evitarlo.

En cuanto bajaron del escenario, un grupo de chicas se les acercó para sacarse unas fotos con ellos. Sin embargo, Ana no tardó en despedirse, apurada por regresar al camerino. Sus amigos, en cambio, se quedaron conversando con sus fans. Ni siquiera lo miró al pasar junto a él y decidió que ya era suficiente. Podía gritarle si estaba molesta, arrojarle cosas, incluso, pero no iba a tolerar más que siguiese ignorándolo.

Se apresuró a seguirla, aprovechando que se encontraba sola. No tenía idea de qué iba a decirle, pero no podía esperar un minuto más. Se estaba muriendo por dentro por no poder abrazarla, tocarla, besarla... Necesitaba que lo perdonase o se volvería loco.

Todas sus alarmas se encendieron cuando, nada más entrar, la encontró de pie con la mirada fija en el espejo de la cómoda donde solía sentarse a retocar su maquillaje. En este, pintado con labial rojo, había un dibujo de una mariposa y justo debajo, una frase escrita: "Todo tiene su final y el de ustedes está muy cerca. Como yo..."

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Este capítulo se lo dedico a MnicaDazOrea. ¡Feliz cumple, bella! ¡Te quiero mucho! ❤️

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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