Capítulo 29

681 136 202
                                    

El movimiento de su reflejo en el vidrio debió alertarla de su presencia, ya que a una velocidad impensada y con una fuerza de la que no la creía capaz, se desplazó hacia un costado, moviendo la silla con ella para quedar de frente a él. Se detuvo en el acto al ver que el cuchillo volvía a estar sobre su garganta.

—¡Gabriel! —Ana sollozó al verlo. Su mirada, una mezcla entre alivio y terror.

—Tranquila, preciosa, ya estoy acá —afirmó con seguridad, permitiéndose mirarla por un instante antes de regresar sus ojos a los de la chica, de pie detrás de ella—. Dejala ir, Estefanía —ordenó, brusco, y dio otro paso en su dirección.

—¡No te acerques más o la mato! —exclamó, nerviosa.

—No te conviene hacer eso —señaló con una calma que en verdad no sentía—. La policía está en camino —advirtió—. Lo saben todo y vienen a arrestarte.

Su risa reverberó en el lugar.

—Si eso fuera cierto ya estarían acá. ¿Acaso me creés estúpida? No vas a engañarme tan fácilmente —replicó, bufona, aunque se podía ver la duda brillando en sus ojos, en especial cuando miró hacia la puerta con disimulo en un claro intento por verificar que estuviesen solos. Aprovechó la distracción para dar otro paso hacia ella—. ¡Te dije que no te acerques! —gritó, apretando aún más, la hoja sobre el cuello de Ana.

Gabriel se detuvo de nuevo y alzó ambas manos en ademán de rendición. Había enfundado su pistola antes de entrar en el living, por lo que ella no sabía que se encontraba armado. De todos modos, tampoco le servía de mucho. Por muy rápido que fuese, no llegaría a dispararle sin poner en riesgo la seguridad de la mujer que amaba. Tenía que tener mucho cuidado. No podía arriesgarse a que la lastimase bajo ningún punto de vista. Debía actuar con inteligencia, calma y precisión. Tal vez, si conseguía acercarse un poco más...

—Estoy diciendo la verdad —continuó, avanzando con extrema lentitud—. La policía no tardará en llegar —repitió. La chica comenzaba a aflojar su agarre y no podía dejar pasar ninguna oportunidad. Un poco más y podría arrojarse sobre ella de forma segura—. Prometo no detenerte si querés irte antes de que lleguen. Solo, no la lastimes.

—¡No te muevas! —siseó ella, entre dientes, volviendo a ubicar el cuchillo en su sitio.

—¡Por favor, no! —clamó Ana al sentir el frío metal.

Gabriel maldijo al ver la gota de sangre que emergió justo donde la punta presionaba la piel. Su corazón se disparó en su pecho a la vez que su respiración se volvió rápida y superficial. Cerró los puños en un intento por contener el fuerte impulso de abalanzarse sobre ella.

—Tranquila, no me muevo —se apresuró a decir, sin apartar los ojos del maldito cuchillo.

¿Dónde mierda estaba Lucas? No había chance de que tardase tanto en llegar hasta allí.

—No sé cómo hiciste para encontrarnos, pero te aviso que no va a servirte de nada. Ya tomé mi decisión y ni vos ni nadie va a detenerme.

—Por favor, Estefanía. Sé que en verdad no querés hacerle daño.

—¡Por supuesto que no! —replicó, molesta, como si el solo pensamiento le resultase absurdo—. Hubiera preferido cualquier cosa antes que esto, pero ustedes no me dejaron otra opción.

—Siempre tenemos opción —aseveró, dando otro paso más hacia ella. No pudo evitar que sus palabras resonaran en él. Ahora entendía que era así. Uno siempre tiene la decisión final.

—Yo no.

Advirtió la determinación en sus ojos y supo lo que pasaría a continuación. Había estudiado muchos casos similares mientras se formaba como policía y todos los crímenes pasionales acababan del mismo modo. La mataría y luego se quitaría su propia vida. ¡No! ¡No la dejaría hacerlo!

Su última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora