Capítulo 5

1K 172 252
                                    

Ana cantaba bajito mientras preparaba un pequeño bolso con un poco de ropa para dos días. Gustavo tenía que viajar a Rosario, Santa Fe, para reunirse con uno de los dueños del anfiteatro. El lugar era bien conocido por sus conciertos al aire libre y las bandas que recién empezaban tenían una oportunidad de mostrarse delante de muchas más personas que las que pudiesen entrar en una discoteca de la ciudad de Buenos Aires.

Hacía tiempo que su novio —sí, seguía llamándolo así— estaba en tratativas con los dueños, pero necesitaba el cara a cara para negociar los últimos detalles y, para su sorpresa, le había pedido que fuese con él. No solía llevarla en sus viajes de negocios y ella tampoco se lo había pedido nunca. No obstante, luego del desastre de emociones que había experimentado al conocer a su custodio, le venía bien un poco de espacio.

Dos semanas pasaron y por fortuna, no había vuelto a verlo. No de cerca, al menos. Cada vez que Gustavo se acercaba, él permanecía a una distancia considerable, atento a todo lo que sucedía a su alrededor. Su expresión seria y su porte erguido ponían una barrera imposible de ignorar. Y, lo más importante de todo, en ningún momento sus ojos habían vuelto a coincidir, lo cual era un alivio dado el efecto que estos tenían sobre ella.

No obstante, se sentía molesta. Cada vez que sabía que estaba, era incapaz de no buscarlo con la mirada y entonces, se encontraba con un muro, con una frialdad que lo único que hacía era aumentar, todavía más, su inoportuno y poco bienvenido interés. ¿Por qué le afligía tanto su indiferencia? Bueno, no importaba. Ahora se iría con Gustavo y eso le permitiría sacárselo de la mente de forma definitiva.

Estando lejos, podría centrar su atención en la pareja. Sabía lo mucho que eso complacería a Gustavo, quien era celoso y posesivo, y a ella le daría un respiro, porque no habían vuelto a dormir juntos desde entonces y el hombre comenzaba a impacientarse. Solo esperaba que, cuando llegase el momento de ir juntos a la cama, no sintiese el rechazo que venía experimentando hacia él desde el maldito día en el que Gabriel apareció en su vida.

Encontró a Estefanía sentada en el sofá con un libro en la mano cuando apareció en el living, lista para partir. Apartando los ojos de las páginas, la recorrió con la mirada y frunció el ceño. Se miró a sí misma para comprobar que estaba vestida. No sería la primera vez que, distraída, saliese de su habitación con menos ropa de la que correspondía —todavía se sonrojaba al recordar la primera mañana en la que Julián la había visto en tanga y eso que no era pudorosa—. Sin embargo, todo estaba en orden.

—¿Qué? —cuestionó ante su escrutinio.

—Nada —dijo encogiéndose de hombros.

Pero sus ojos no se apartaron de los de ella mientras dejaba el libro a un lado sobre el sofá.

—Dale, Estefi, desembuchá de una vez. Te conozco y sé que algo estás pensando.

Su amiga exhaló, resignada.

—¿Realmente querés irte con él?

La pregunta la tomó por sorpresa. ¿A qué se refería?

—¡Claro! ¿Por qué no querría? Me encanta viajar.

—Bueno, decíselo a tu cara entonces.

—¿Qué querés decir con eso?

—Ay, Ana, ¿en serio?

—¡Eso mismo digo yo! —explotó comenzando a enojarse—. ¿Cuál es tu problema?

—Mi problema es que pareciera que hubieses perdido de vista lo que te trajo acá —largó de repente—. Estabas aburrida con tu vida en Misiones. Querías salir, divertirte, probar cosas nuevas, y lo que menos estás haciendo es eso. Por el contrario, bailás al son de Gustavo como si de verdad fueras su maldita muñeca.

Su última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora