Capítulo 19

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El camino de regreso al departamento transcurrió en el más absoluto silencio. Ana parecía nerviosa, inquieta, y él se sentía furioso. Con las manos aferradas alrededor del volante, cerraba los dedos con fuerza mientras recordaba el modo en el que Ana se había comportado con su amigo con el claro objetivo de provocar una reacción en él.

Desde el rincón al que había ido para atender la inoportuna y poco bienvenida llamada, había visto cómo ella se levantaba y moviéndose de forma sensual, instaba al muchacho a acercarse a su cuerpo. Cómo, con descaro y alevosía, coqueteaba con él delante de sus propios ojos. Ni siquiera recordaba lo que la persona al otro lado del teléfono le había dicho. Toda su atención estuvo puesta en la joven pareja que parecía a punto de besarse.

Sintiendo que su visión se tornaba roja debido a la furia que empezaba a invadirlo por dentro, había cortado la comunicación en el acto y avanzó hacia ellos. No sabía qué se proponía Ana con ese arriesgado y tonto juego de seducción, pero él le pondría fin. Estaba claro que buscaba ponerlo celoso, lo que no entendía era por qué. Incluso el muchacho lo había notado, ya que, aunque parecía seguirle la corriente, en ningún momento, cruzó la línea.

Experimentando la más violenta posesividad, una cruda y primitiva necesidad de reclamar lo que le pertenecía, la sacó de allí. No le importó que los demás se dieran cuenta de lo que tanto se habían esmerado ambos en disimular. Ya lidiaría con eso más tarde. Ahora, en lo único en lo que podía pensar era en recordarle que solo él podía tocarla de ese modo, que solo su nombre sería el que saliera de sus labios cuando el placer la desbordara en medio del orgasmo.

Todo su cuerpo estaba en tensión. Sabía que la había cagado y no tenía idea de qué hacer para arreglarlo. Podía notar lo molesto que estaba, no solo porque no había vuelto a hablarle, sino porque ni siquiera la miraba. Invadida por unos infundados celos al percatarse de que una mujer lo llamaba, había actuado con inmadurez e impulsividad y ahora tenía miedo de haber arruinado todo entre ellos.

Lo cierto era que ni siquiera podría culparlo si, luego de esto, decidiera que no valía la pena el esfuerzo. Después de todo, era un hombre misterioso, inteligente y atractivo. Sin duda, no le faltarían mujeres. ¿Por qué perdería el tiempo con ella? Demasiados obstáculos les impedían estar juntos. Era más fácil rendirse y seguir caminos separados. Sin embargo, la sola posibilidad la volvía loca.

¡Dios, se sentía aterrada! Si él se marchaba... No, no podía pensar así. Tenía que disculparse por su comportamiento. Explicarle que no deseaba en verdad animar a Rodrigo a nada, que jamás se había interesado en él de ese modo, que solo se trataba de ella reaccionando a algo que se había montado sola en su cabeza. Lo peor era que no entendía por qué se sentía así. Nunca antes había experimentado algo similar. Cuando las cosas con alguien se complicaban, simplemente le ponía fin y listo. Sin embargo, con él todo era diferente.

Tras pasar el umbral, sus miradas se encontraron. Advirtió la furia que destellaba en los ojos de él al tiempo que el pánico se apoderaba de ella. Necesitaba decirle lo que pensaba antes de que fuera demasiado tarde. Tenía que asegurarse de que entendiera que no tenía ningún interés especial en su amigo. ¡Mierda, no tenía interés en nadie que no fuese él!

—Gabriel, yo...

—Silencio.

Se calló de inmediato ante la orden lanzada en un grave susurro. Su tono era bajo, aunque imponente, y sus ojos transmitían un oscuro e intenso deseo que impactó de lleno en ella anclándola al piso. Tenía la misma expresión en el rostro que la vez que la había visto cantar con aquel vestido que tan poco dejaba a la imaginación y su postura era igual de rígida. Sin embargo, no había indicio alguno de la frialdad que había percibido en él en ese entonces. Por el contrario, el fuego que veía en sus ojos despertó en su interior un ansia imposible de ser ignorada.

Su última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora