Capítulo 20

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Después de una semana, y de la inesperada confesión de Gabriel, la vida de Ana se había vuelto del revés. Recordaba haber escuchado en ocasiones a su hermano y cuñada mencionar su nombre, seguido por algunas maldiciones por parte de Lucas, pero nunca prestó la debida atención. Sin embargo, sabía lo que había pasado y cómo, por su culpa, Lucila había vivido una experiencia aterradora y corrido un grave peligro.

Hacía días que venía sintiendo una horrible opresión en el pecho. Él había sabido en todo momento quién era ella y, aun así, decidió ocultarlo. Lo que no entendía era por qué. ¿Qué ganaba al no decírselo? O, mejor dicho, ¿qué perdía? Para peor, no podía sacarse de la cabeza la idea de que todo había sido parte de un plan para acercarse a Lucila. Después de todo, conocía la historia. No había mucho más que indagar, ¿cierto?

Se sentía nerviosa, inquieta. Gustavo había vuelto de su viaje esa misma tarde y le había pedido de hablar. Al parecer, su mal desempeño en el concierto del fin de semana anterior, justo después de su discusión con Gabriel, había llegado a sus oídos y no estaba para nada contento. No le importaba, la verdad. Ya había tomado la decisión de regresar a Misiones en cuanto dejara todo resuelto allí y nada la haría cambiar de opinión. No obstante, odiaba tener que enfrentarlo.

Desde el día en el que este había golpeado la pared en medio de una pelea, evitaba quedarse a solas con él. Había algo en su actitud, en la forma en la que la miraba, que lograba intimidarla. Era extraño, nunca nadie lo había logrado hasta ese momento. Aun así, no lo dilataría. Escucharía lo que tuviese que decirle y se encargaría de hacerlo ella también. Cuanto antes lo solucionase, más pronto volvería con su familia.

Todavía faltaba una hora para que abrieran al público cuando entró en la discoteca. Saludando a cada uno de los empleados con los que se cruzaba conforme avanzaba, se dirigió al despacho del representante. No necesitaba verlo para saber que Gabriel andaba cerca. Aunque se aseguraba de mantener la distancia, no había dejado de estar pendiente de ella. Había seguido cuidándola, incluso después de haberle pedido que no lo hiciera.

Por un momento, sintió el impulso de girar la cabeza y mirar hacia atrás. Podía sentir su presencia a su espalda. No obstante, se contuvo. No tenía nada qué decirle y tampoco quería escuchar sus excusas. Odiaba las mentiras, los secretos y el engaño, y él había hecho todo eso.

Tras inspirar profundo, golpeó la puerta y la abrió. A continuación, entró en la oficina. Un escalofrío la recorrió entera en cuanto su mirada se cruzó con la de Gustavo. Parecía molesto.

—Hola, muñeca, tanto tiempo sin vernos —ronroneó con una sonrisa seductora que contradecía por completo la dureza que mostraban sus ojos.

—Hola —se limitó a responder.

Se tensó al verlo incorporarse y avanzar hacia ella. No estaba segura de lo que tenía pensado hacer, ni siquiera de cómo la saludaría, pero se apartaría sin dudarlo si atinaba a besar sus labios. Por mucho que él se negara a aceptarlo, ya no estaban juntos.

Cerró los puños hasta sentir la presión que ejercían las uñas en su piel. El dolor la mantenía firme en su lugar cuando todo en su interior la instaba a alejarse. Se relajó cuando le besó la mejilla y aunque le pareció que se demoraba más de la cuenta, se lo permitió.

El hombre era un conquistador, un seductor nato, eso no podía negarlo. Se mostraba seguro de sí mismo, se veía increíble y olía impresionantemente bien. Sin embargo, no le generaba nada. Ya no. Por el contrario, sentía un profundo y marcado rechazo.

—Estás tan preciosa como siempre —señaló, moviendo la mano con la que sostenía un vaso de lo que parecía ser whisky.

Se envaró al oír el apelativo que solía usar con ella Gabriel cada vez que le hablaba. ¡Dios, cómo lo extrañaba! A pesar de todo, de la decepción y el enojo, seguía añorándolo con una intensidad que la asombraba. Incluso había llegado a soñar con él, con sus caricias y sus besos, con la sensación de sus brazos alrededor de su cuerpo, pero luego despertaba y la realidad volvía a golpearla con fuerza.

Su última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora