Capítulo 10

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Se desperezó en la cama emitiendo un largo gemido de placer. Le dolía todo, cada músculo de su cuerpo, incluso de esos que ni siquiera sabía que tenía; pero, a su vez, se sentía completamente relajada. En el acto, una secuencia de exquisitas y sensuales imágenes pasaron por su mente recordándole la maravillosa noche que había compartido con Gabriel.

El recuerdo de sus caricias y sus besos le provocó un repentino, aunque agradable, cosquilleo en la boca del estómago y, sin poder contenerlo, un suspiro escapó de sus labios. Cautelosa, estiró un brazo hacia el costado en su busca, pero las sábanas estaban frías, lo que le indicó que no se encontraba en la cama.

Se frotó los ojos antes de abrirlos y se colocó en una posición sentada. Miró a su alrededor. A pesar de la apasionada noche, todo se encontraba en su lugar, incluso su roto vestido el cual, prolijamente doblado, descansaba sobre la silla. Recordó al instante la forma en que nada más llegar, Gabriel se había quitado su chaqueta para luego dejarla colgada en el respaldo.

Era evidente que al hombre le gustaba el orden. Negó al darse cuenta de que ella, por su parte, era por completo opuesta. Solía hacer las cosas de forma apresurada y, en su acelere, dejaba todo tirado en cualquier lado. No obstante, sabía perfectamente dónde estaba cada cosa.

Una punzada de decepción la invadió de repente al caer en la cuenta de que, no solo se había marchado, sino que lo hizo sin despedirse. Tal vez se había equivocado y lo que para ella fue la mejor noche de su vida, para él solo se trató de una simple aventura.

De pronto, un papel doblado sobre la mesita de luz llamó su atención. Conteniendo apenas la ansiedad, lo desdobló y procedió a leerlo. "Buenos días, preciosa. Me surgió algo urgente y tuve que irme, pero me llevo tu hermoso recuerdo conmigo."

Su corazón se aceleró al leer las líneas. Nunca le había gustado que usaran ese tipo de apelativos genéricos con ella, sin embargo, le encantaba cuando él lo hacía. De algún modo que no entendía, le resultaba cariñoso, íntimo.

Aun así, seguía sintiéndose un tanto inquieta. Había algo en aquel mensaje breve y ambiguo que no le cerraba del todo. ¿Qué había querido decir eso de que se llevaba consigo su recuerdo? ¿Acaso no se verían de nuevo? ¿No volverían a dormir juntos? Gruñó al darse cuenta de que le estaba dando demasiadas vueltas al asunto. Se estaba enroscando como jamás creyó que lo haría por un hombre y no le gustaba cómo se sentía.

Ofuscada, apartó las mantas de un tirón y se levantó para dirigirse al cuarto de baño. Necesitaba con urgencia relajarse y nada mejor para eso que una ducha caliente.

Veinte minutos después, con el cabello aún húmedo y la toalla alrededor de su cuerpo, buscaba entre los cajones algo que ponerse. Era preciso que se mantuviese ocupada para evitar pensar en Gabriel, así que se pondría a limpiar y ordenar un poco antes de que su amiga regresara. En especial el living, donde, si su memoria no le fallaba, habría quedado parte de su atuendo de la noche anterior cuando se desvistió para él.

Resopló al darse cuenta de que todo la hacía recordarlo. Se negaba a ser como esas mujeres que están pendientes de su teléfono a la espera de un mensaje. De hecho, ni siquiera lo había sacado de la cartera aún. Mejor. Lo pondría a cargar y se olvidaría del mismo mientras que, con buena música, se ocupaba de que no quedase rastro alguno de lo sucedido. Lo que menos necesitaba era que Estefanía se pusiese a hacerle preguntas.

El estridente sonido del timbre la sobresaltó. Frunció el ceño, confundida, al reconocer que no se trataba del que se encontraba abajo en la entrada del edificio, sino del que estaba junto a la puerta del departamento. Tal vez su amiga se había olvidado las llaves —no sería la primera vez— y el encargado la había dejado subir.

Su última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora