Capítulo 9

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Nada más oírla, se inclinó un poco más cerca a la vez que pasó el pulgar sobre su labio inferior. Notó el inmediato efecto que este gesto tuvo en ella y sonrió. Incapaz de seguir conteniéndose, deslizó la mano hasta su nuca a la vez que le rodeó la cintura con la otra pegándola a su cuerpo. Sus ojos no se despegaron en ningún momento de los de ella permitiéndole reconocer el ardiente deseo que había en ellos. Ana lo deseaba con igual intensidad.

—¿Estás segura de esto? —preguntó a escasos centímetros de su boca—. Si te beso de nuevo, no voy a detenerme.

Ella se estremeció al sentir su cálida respiración sobre la piel y todo en su interior vibró al oírlo hablar de ese modo. ¿Que si estaba segura había dicho? ¡No había dejado de soñar con que lo hiciera desde el día en que lo había conocido!

Decidida a mostrarle lo mucho que ansiaba ese momento, lo sujetó con ambas manos del cuello de su camisa y lo atrajo hacia su boca. Ambos gimieron cuando sus labios se estrellaron y, con una ferocidad que apenas podían controlar, unieron sus lenguas.

Su respuesta pareció enardecerlo ya que, tras una inspiración profunda, se aferró a su cintura, acercándola aún más. Gabriel no estaba siendo nada suave. Más bien lo opuesto. Por completo desatado, la besaba con pasión, con absoluto desenfreno y eso no hizo más que aumentar su propio deseo.

Interrumpiendo el beso de forma abrupta, se apartó de él lo suficiente como para mirarlo a los ojos y, con una sonrisa traviesa, apoyó una mano en su pecho instándolo a retroceder. Él no opuso resistencia. Le permitió llevarlo hasta el sofá donde se dejó caer sin apartar la mirada en ningún momento de ella.

—Yo tampoco pienso detenerme —susurró a la vez que comenzó a desprenderse los botones de su abrigo, uno a uno.

Gabriel no se perdió detalle de ninguno de sus movimientos. Ana mostraba su lado juguetón y él estaba de lo más encantado. La contempló mientras se deshacía del piloto y las botas, y tragó con dificultad cuando la vio sacarse las medias deslizándolas hacia abajo con sensualidad.

—No —la detuvo con voz ronca y, sujetándola de la mano, la hizo pararse justo frente a él—. De lo demás me encargo yo.

Con las palmas abiertas, le acarició las piernas desde la pantorrilla hasta los muslos. Al llegar a la cadera, se aventuró aún más y las metió debajo de su vestido con extrema y deliberada lentitud. Su piel era tan suave como lo había imaginado.

—No tenés una idea de lo mucho que deseaba hacer esto —susurró mientras enroscaba los pulgares en su ropa interior para comenzar a quitársela arrastrándola despacio hacia abajo.

Ana apoyó las manos en sus hombros para no caerse debido al inmenso placer que esa suave caricia le estaba provocando. Cerró los ojos al sentir la invasión de tan deliciosas sensaciones. La forma en la que la tocaba la volvía loca de deseo, de necesidad.

—Yo también —alcanzó a decir con voz entrecortada.

Él no se detuvo y, al llegar a los tobillos, la hizo levantar los pies de forma alternada librándola así de la pequeña prenda. A continuación, volvió a acariciarla trazando círculos con la yema de sus dedos conforme ascendía.

—¿Vos también qué? —preguntó masajeando la cara interna de sus muslos, instándola a separarlos un poco más—. ¿Querías que te tocara así? —insistió a la vez que pasó el pulgar alrededor de su centro.

Ella gimió cuando su caricia se volvió más íntima y él tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no recostarla sobre el sofá y tomarla en ese instante.

—S... sí —la oyó responder, por completo ida.

—Sos tan hermosa —continuó él sin dejar de frotar su feminidad con pequeños movimientos circulares—. ¿Te gusta sentir mis manos en tu cuerpo?

Su última esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora