Su última esperanza

נכתב על ידי almarianna

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Libro 3 Serie Peligro. ♡ Luego de un tiempo en la cárcel, Gabriel necesita empezar de nuevo. Sus acciones del... עוד

Sinopsis
Booktrailer
Nota de autora
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo
Personajes
Nota de autora

Capítulo 19

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נכתב על ידי almarianna

El camino de regreso al departamento transcurrió en el más absoluto silencio. Ana parecía nerviosa, inquieta, y él se sentía furioso. Con las manos aferradas alrededor del volante, cerraba los dedos con fuerza mientras recordaba el modo en el que Ana se había comportado con su amigo con el claro objetivo de provocar una reacción en él.

Desde el rincón al que había ido para atender la inoportuna y poco bienvenida llamada, había visto cómo ella se levantaba y moviéndose de forma sensual, instaba al muchacho a acercarse a su cuerpo. Cómo, con descaro y alevosía, coqueteaba con él delante de sus propios ojos. Ni siquiera recordaba lo que la persona al otro lado del teléfono le había dicho. Toda su atención estuvo puesta en la joven pareja que parecía a punto de besarse.

Sintiendo que su visión se tornaba roja debido a la furia que empezaba a invadirlo por dentro, había cortado la comunicación en el acto y avanzó hacia ellos. No sabía qué se proponía Ana con ese arriesgado y tonto juego de seducción, pero él le pondría fin. Estaba claro que buscaba ponerlo celoso, lo que no entendía era por qué. Incluso el muchacho lo había notado, ya que, aunque parecía seguirle la corriente, en ningún momento, cruzó la línea.

Experimentando la más violenta posesividad, una cruda y primitiva necesidad de reclamar lo que le pertenecía, la sacó de allí. No le importó que los demás se dieran cuenta de lo que tanto se habían esmerado ambos en disimular. Ya lidiaría con eso más tarde. Ahora, en lo único en lo que podía pensar era en recordarle que solo él podía tocarla de ese modo, que solo su nombre sería el que saliera de sus labios cuando el placer la desbordara en medio del orgasmo.

Todo su cuerpo estaba en tensión. Sabía que la había cagado y no tenía idea de qué hacer para arreglarlo. Podía notar lo molesto que estaba, no solo porque no había vuelto a hablarle, sino porque ni siquiera la miraba. Invadida por unos infundados celos al percatarse de que una mujer lo llamaba, había actuado con inmadurez e impulsividad y ahora tenía miedo de haber arruinado todo entre ellos.

Lo cierto era que ni siquiera podría culparlo si, luego de esto, decidiera que no valía la pena el esfuerzo. Después de todo, era un hombre misterioso, inteligente y atractivo. Sin duda, no le faltarían mujeres. ¿Por qué perdería el tiempo con ella? Demasiados obstáculos les impedían estar juntos. Era más fácil rendirse y seguir caminos separados. Sin embargo, la sola posibilidad la volvía loca.

¡Dios, se sentía aterrada! Si él se marchaba... No, no podía pensar así. Tenía que disculparse por su comportamiento. Explicarle que no deseaba en verdad animar a Rodrigo a nada, que jamás se había interesado en él de ese modo, que solo se trataba de ella reaccionando a algo que se había montado sola en su cabeza. Lo peor era que no entendía por qué se sentía así. Nunca antes había experimentado algo similar. Cuando las cosas con alguien se complicaban, simplemente le ponía fin y listo. Sin embargo, con él todo era diferente.

Tras pasar el umbral, sus miradas se encontraron. Advirtió la furia que destellaba en los ojos de él al tiempo que el pánico se apoderaba de ella. Necesitaba decirle lo que pensaba antes de que fuera demasiado tarde. Tenía que asegurarse de que entendiera que no tenía ningún interés especial en su amigo. ¡Mierda, no tenía interés en nadie que no fuese él!

—Gabriel, yo...

—Silencio.

Se calló de inmediato ante la orden lanzada en un grave susurro. Su tono era bajo, aunque imponente, y sus ojos transmitían un oscuro e intenso deseo que impactó de lleno en ella anclándola al piso. Tenía la misma expresión en el rostro que la vez que la había visto cantar con aquel vestido que tan poco dejaba a la imaginación y su postura era igual de rígida. Sin embargo, no había indicio alguno de la frialdad que había percibido en él en ese entonces. Por el contrario, el fuego que veía en sus ojos despertó en su interior un ansia imposible de ser ignorada.

Notó el efecto inmediato que tuvo en ella el cambio en su actitud y contuvo un gruñido. El animal en él se encontraba muy cerca de la superficie, todos sus instintos en tomar posesión de su presa, en marcarla de un modo que no dejara dudas de que ella le pertenecía. Era un pensamiento machista y lo sabía, pero no podía importarle menos. Ana era suya y nadie más que él tenía derecho a tocarla.

Atraído por la pasión que podía ver en sus ojos, dio un paso hacia adelante, la hizo girar y aprisionándola contra la pared, le alzó las manos por encima de su cabeza. Con la otra, le acarició la silueta desde la mitad de su muslo hasta el nacimiento de la cola y luego, la deslizó despacio hacia adelante, envolviendo su sexo con la totalidad de su mano. La oyó gemir ante la caricia a la vez que se arqueó hacia él, ansiosa por sentirlo más cerca.

Hundió la cabeza en el hueco de su cuello y lo raspó con sus dientes al tiempo que empezó a mover los dedos en forma circular para estimular su feminidad. Podía sentir su calor a través de la ropa y debió controlarse para no arrancársela de un tirón. Asegurándose de mantenerla inmovilizada, besó su hombro y lamió su piel hasta alcanzar el lóbulo de su oreja. Entonces, lo atrapó con su boca y succionó lentamente antes de tirar de este con intencionada alevosía.

Ana cerró los ojos ante la magnitud de lo que estaba viviendo. Ni siquiera la había tocado en verdad y ya se encontraba al límite. La caliente humedad de su boca, la presión de sus magníficos dedos sobre su atormentado centro y su respiración pesada y cálida sobre su oído la enardecían de un modo que jamás creyó posible. Pese a que ambos seguían vestidos, podía sentirlo en todo su cuerpo, así como a las abruptas e intensas descargas de placer que emanaban desde su núcleo bajo su experta mano.

Intentó darse la vuelta. Sentir sus fuertes brazos a su alrededor. Deseaba frotarse contra él y arder de deseo. Besarlo y beber de su boca como si fuese agua en medio de un desierto. Necesitaba sentirlo entrar en ella y colmarla por completo hasta que encontrasen juntos la liberación. No obstante, él no se lo permitió y tras agarrarla con más fuerza, siguió torturándola con su lengua y sus dedos mientras la llevaba al borde del precipicio.

Sabía que estaba al límite, que el placer era demasiado intenso para que pudiese contenerlo y pronto estallaría en mil pedazos, pero no estaba listo aún. Necesitaba saber que era a él a quien ella deseaba de forma tan visceral, que solo por él temblaba de anticipación y que nadie más que él tenía el poder y el privilegio de tomarlo todo de ella y hacerla volar.

Incapaz de seguir conteniéndose, le desprendió el jean e introdujo su mano bajo la ropa. La oyó jadear ante el contacto directo de sus dedos y exhaló de golpe al sentir en estos su ardiente humedad. Sin pausa, con un solo movimiento, los deslizó en su interior. A continuación, los apartó de nuevo solo para volver a enterrarlos dentro. Sus deliciosos gemidos lo envolvieron de inmediato, instándolo a aumentar el ritmo de sus embestidas.

Ana quería que le arrancara la ropa, que la hiciera envolverlo con sus piernas y se hundiera en ella sin piedad, pero Gabriel parecía tener otros planes. Sin soltarla, la mantenía de espaldas a él, mientras la atormentaba con su mano. La sorprendió notar lo mucho que solo eso bastó para ponerla a mil. No importaba cómo, lo único que tenía que hacer era tocarla y ella entraba en combustión.

—Gabriel, por favor... —susurró cuando sintió que no podía más.

Pero eso no lo detuvo. Por el contrario, aumentó la intensidad de sus movimientos al tiempo que frotaba su centro con el pulgar.

—¿Qué, Ana? ¿Qué querés? —preguntó con voz ronca sobre su oído.

Estaba tan cerca... Su interior se comprimió alrededor de sus dedos a la vez que todo su cuerpo tembló ante el inmenso placer que estaba experimentando.

—Quie... quiero sen... quiero sentirte... ¡Oh, Dios! —exclamó ante los primeros espasmos.

Al darse cuenta de que su orgasmo era inminente, Gabriel la liberó de su ropa y tras desprender la suya, con un solo movimiento la penetró con fuerza. Ambos jadearon ante la indescriptible sensación que los invadió en cuanto sus cuerpos se unieron.

Era consciente de que no estaba usando protección alguna, pero no había chance de que pudiera detenerse. Su necesidad por ella era demasiado intensa para refrenarla.

La tomó allí, demostrándole que, aunque estuviese con Gustavo y coqueteara con otros, él era el único que podía tocarla de ese modo, solo él era capaz de llevarla a la locura en un instante y su nombre, el que siempre gritaría en su momento más vulnerable.

Doblegándose por completo a su delicioso sometimiento, le permitió poseerla con salvaje pasión y arrebatada lujuria. Se daba cuenta de que era su forma de castigarla por lo que había hecho antes, pero no encontró la fuerza para resistirse. Su deseo por él era inagotable y una vez que crecía en su interior, no había forma de detenerlo.

Los dos alcanzaron juntos el éxtasis, y toda la tensión que momentos atrás había imperado en sus cuerpos fue reemplazada al instante por la más exquisita satisfacción.

Gabriel salió de ella cuando la sintió aflojarse y se apresuró a hacerla girar hasta quedar frente a frente. Entonces, la rodeó con sus brazos apretándola contra él mientras su respiración volvía a encontrar un ritmo normal. En ese momento más que nunca necesitaba de su cercanía. Sus sentimientos hacia ella estaban saliéndose de control y necesitaba aplacarse antes de decir algo equivocado.

Obnubilado como estaba en medio del momento de pasión, le había hecho el amor con brusquedad, de forma implacable. Ni siquiera le había importado el hecho de no estar usando ningún método anticonceptivo y si bien nada de lo que pudiese pasar a raíz de esto conseguiría alejarlo de ella, sabía que tendría que haber sido más cuidadoso. Protegerla y velar por su bienestar era una prioridad para él.

Tras inspirar profundo, se apartó lo suficiente para poder mirarla a los ojos. Le encantó ver en estos algunos restos de la bruma del ardiente deseo que ambos habían sentido. Tal vez, no le había molestado tanto, después de todo. Era como si a ella le gustara ese lado de él, esa impetuosidad y visceral necesidad que se apoderaba de su ser en ese momento.

Con delicadeza, le apartó el cabello del rostro y le acarició la mejilla con la palma de su mano. En el pasado, se había prometido a sí mismo no volver a actuar jamás por egoísmo y no iba a empezar ahora. No con ella.

—¿Estás bien? Creo que fui demasiado...

La hermosa sonrisa que esbozó eliminó cualquier deje de preocupación que hubiese podido tener.

—Jamás te disculpes por tu forma de demostrarme lo mucho que me deseás.

¡Dios, esta mujer era perfecta!

Sin más, se inclinó hacia ella y la besó. Ya más aplacado, se adentró con su lengua en su boca acariciando la suya despacio, recorriendo cada recoveco de esta, deleitándose con su exquisito sabor. Jamás se cansaría de beber de sus dulces labios.

—No usé preservativo, Ana, perdoname. No fui capaz de controlarme. Yo... estoy limpio, pero en cuanto a lo otro, podemos ir a la farmacia y...

Ella lo interrumpió apoyando un dedo sobre su boca.

—Tomo pastillas, tranquilo.

Exhaló, aliviado. No le temía a las posibles consecuencias, pero no creía que fuese el momento adecuado para convertirse en padres. Había muchas cuestiones que aclarar entre ellos antes de eso.

Sin darle tiempo a reaccionar, la alzó en sus brazos y la llevó al cuarto de baño de la habitación. Luego de una necesaria y exquisita ducha, volvería a amarla sin restricciones, como había querido hacer desde la primera vez que estuvieron juntos.

Desnudos y abrazados, se recuperaban de la segunda ronda de salvaje y apasionado sexo. Todavía estaban mojados, al igual que las sábanas, ya que ninguno de los dos se había molestado en secarse al salir de la ducha. Gobernado por la pasión que solía invadirlo cada vez que la tocaba, Gabriel la había arrojado a la cama y le había hecho el amor, una vez más.

Ana, por su parte, no se quejaba. Le encantaba su efusividad al momento de amarla y no lo habría detenido ni en sueños. Al fin y al cabo, las sábanas podían cambiarse y podían poner toallas para no sentir la humedad del colchón. En cambio, la necesidad que sentía por él cuando sus pieles se tocaban, el ansia que la invadía cada vez que sentía sus manos sobre su cuerpo, era inaplazable. Podía prescindir de cualquier cosa, menos de él.

—Tengo hambre —murmuró contra su pecho.

Gabriel se carcajeó al oírla.

—Siempre tenés hambre —la provocó.

Ana se irguió para mirarlo provocando que fijara los ojos en sus hermosos pechos por completo expuestos a él.

—¿Me estás diciendo gorda? —se quejó con el ceño fruncido, aunque su mirada brillaba con diversión.

Se apresuró a rodar por encima de ella y la cubrió con su cuerpo.

—Jamás me atrevería —reconoció con una sonrisa.

A continuación, se inclinó hacia abajo y posó los labios en la piel de su cuello. Descendiendo despacio, dejó un reguero de besos húmedos en su pecho hasta que alcanzó el valle entre sus senos.

—Sos perfecta —afirmó antes de apoderarse de uno de ellos.

Ana se arqueó al sentir la suave lengua sobre su endurecido pezón. Enterró los dedos en el nacimiento de su cuello mientras se deleitó con la exquisita sensación de su boca sobre su piel sensible.

—No empieces algo que no vas a terminar —indicó entre gemidos.

Era incapaz de resistirse a él.

Gabriel se detuvo al oírla y alzó la cabeza hacia ella. Había picardía en sus ojos y una sensual sonrisa que le provocó cosquillas en su centro nada más verla.

—¿Y quién dijo que no voy a terminar?

Antes de que pudiese responderle, sintió el fuego de su lengua sobre el inflamado nudo.

—¡Gabriel! —exclamó con un jadeo.

¡Dios! Su boca era tan pecaminosa como cada uno de los pensamientos que la invadía cuando estaban juntos. Con determinación inquebrantable, acarició su zona más íntima provocando que todo en su interior cobrase vida de nuevo.

Su nombre pronunciado de ese modo lo instó a dejarse llevar. Sí, eso era lo que quería que dijera cada vez que la pasión la desbordara. Él quería ser quien le brindase satisfacción y placer, solo él.

La sintió temblar a la vez que tiró de su cabello, y gruñó, desesperado por llevarla a la cima. Sin dejar de estimularla, enterró un dedo en su interior y luego otro. Estaba completamente mojada y eso lo enardeció aún más. Continuó saboreando su exquisito néctar mientras hundía una y otra vez los dedos dentro de ella. Sus sonidos eran la música de fondo perfecta. Todo su cuerpo pidiendo a gritos el suyo. ¡Carajo, tenía que tomarla en ese instante o enloquecería!

Sujetándola de la parte de atrás de sus rodillas, le separó aún más las piernas y de una sola embestida, se hundió de lleno en su interior. Su grito se mezcló con su propio gemido cuando volvieron a ser uno a la vez que los movimientos se volvieron impetuosos, profundos. Sin apartar los ojos de los de ella, la tomó de la garganta con suavidad mientras la penetraba con desatada pasión y candente deseo.

Su orgasmo casi acabó con él. Sintió cómo sus paredes se cerraban alrededor de su falo comprimiéndolo, ordeñándolo, al tiempo que contemplaba su rostro teñido de placer y satisfacción. Dejó escapar un ronco gemido cuando la embistió por última vez y ya sin fuerzas, se derramó en su interior.

—¡Dios mío, Ana, vas a matarme! —jadeó a la vez que se derrumbó sobre ella, exhausto.

—No puedo dejar que sigas haciéndolo entonces. No quisiera que... —pero él comenzó a hacerle cosquillas y no pudo seguir—. No, por favor, ahí no...

Se carcajeó cuando intentó patearlo para quitárselo de encima y continuó atormentándola por unos segundos más hasta que finalmente, ambos se rindieron.

Tras ducharse de nuevo, Gabriel volvió a vestirse y se levantó para ir a buscar algo de comer en la cocina. Ana no tardó en seguirlo. Se encontraba revisando la heladera cuando ella hizo la pregunta que había deseado formular desde que llegaron.

—¿Quién es Iris?

Notó la inmediata tensión en su cuerpo y su corazón se disparó comenzando a latir más rápido. Era evidente que había alcanzado a leer el nombre de la persona que lo llamó por teléfono antes. Ahora entendía por qué había reaccionado de esa manera y lo había provocado intentando acercarse al baterista de la banda. Sus celos la habían llevado a imaginarse cosas que no eran.

Dio media vuelta y la miró a los ojos. Ella lo observaba, expectante. Pasó una mano por su cabello en un gesto nervioso y exhaló. No quería hablar de su pasado. No esa noche. No todavía. Temía decir algo que la hiciera atar cabos, descubrir quién era y entonces lo que apenas había comenzado entre ellos, se derrumbaría en un instante.

Abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla. Sabía lo que estaba pensando y no podía estar más equivocada. No era nadie importante para él. Ya no. Solo quien le brindó un poco de sosiego en un momento duro de su vida. Alguien de su pasado con quién se había encontrado al salir de prisión y le permitió desahogarse en el lugar que tanto significaba para él.

No había estado en sus planes reconectar con ella, pero ansiando un roce, una caricia, le permitió aliviar un poco el estrés que lo estaba matando, ese que lo carcomía desde hacía tiempo y amenazaba con destruirlo por completo. No había sido más que sexo crudo, visceral y sin sentido para olvidarse un poco de toda la mierda que lo rodeaba. Ya no sentía nada hacia ella, ni entonces, ni ahora.

—Es una vieja amiga —se limitó a decir.

Ella frunció el ceño. Al parecer, no la había convencido su respuesta.

—¿Tuviste sexo con ella?

—¡Dios, Ana! —se quejó mientras se sacudía el cabello de nuevo.

Estaba nervioso y ella lo sabía. Empezaba a reconocer sus gestos, esos que ocultaba muy bien delante de otros.

—¡Respondeme! —insistió.

Dudó por un segundo. No tenía sentido mentirle. Se daría cuenta y él no tenía nada que ocultar. Al menos, no en lo referente a ella.

—Antes de conocerte y no significó nada para mí.

—¿Y por qué te llamó entonces?

—Quería saber cómo estaba. La última vez que nos vimos no me vio bien y... —Se calló al ver que había hablado de más.

—¿Por qué?

¡Mierda! De nuevo estaba caminando por una cuerda floja.

—Ya no importa eso.

—¡A mí sí me importa! ¿Por qué no estabas bien? ¡¿Qué es lo que no me estás diciendo?!

Gruñó.

—Carajo, ¿no podés dejarlo estar?

—¡No! —respondió, decidida.

Él suspiró, derrotado. No había caso. Ana estaba determinada a saberlo y él ya no tenía más fuerzas para seguir ocultándole cosas.

—Porque acababa de salir de la cárcel.

La sorpresa, rápidamente reemplazada por miedo, que alcanzó a ver en sus ojos le dolió más que un puñal. Armándose de coraje, procedió a contarle la razón por la que había sido detenido, sin dar nombres por supuesto, asegurándose de remarcarle que había sido declarado inocente. No obstante, sabía que era cuestión de tiempo para que leyera entre líneas y rellenara los espacios en blanco.

—Pero no entiendo, ¿por qué insistir? ¿Por qué no te fuiste cuando la viste en esa playa con...? —Se interrumpió de pronto.

Notó cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Sí, había llenado los huecos en su discurso.

—¡Sos ese Gabriel! —murmuró y el mundo se le vino abajo al percibir el desprecio en su voz—. Sos el ex de Lucila.

Cerró los puños al oír el nombre de la mujer a la que le había hecho tanto daño. Su dolor seguía atormentándolo incluso después de tanto tiempo.

—Ana.

Intentó acercarse, pero ella retrocedió, volviendo a poner distancia. De repente, le temía y percatarse de eso terminó por destruirlo.

—¿Sabías quién era yo? ¿Todo este tiempo supiste que Lucas era mi hermano?

—Sí, pero...

—¡Soy una tonta! —exclamó al tiempo que se llevó una mano al pecho—. Me estás usando para llegar a ella.

—¡No! No es así.

—¿Entonces por qué no me dijiste quién eras?

¡Carajo! Esto estaba teniendo un giro inesperado. Era cierto que no había sido del todo sincero, pero no por las razones que ella creía. Ni siquiera había pensado en volver a contactarla. Lucila había rearmado su vida y era feliz. Jamás atentaría contra eso. Además, ya no la quería de ese modo, ya no sentía nada hacia ella más que pesar por el sufrimiento que le había causado. Se frotó la nuca, nervioso.

—Porque no quería que eso te condicionara. Sé que cometí errores, pero te juro que cambié y quería que llegaras a conocerme antes de juzgarme.

Intentó acercarse de nuevo y una vez más, ella se apartó.

—No —murmuró a la vez que se cruzó de brazos en una postura defensiva.

—Escuchame, aunque sea. Dejame que te explique.

—Ya es tarde para eso. Por favor andate.

—Ana...

—¡Andate, Gabriel! —gritó a la vez que se limpiaba las lágrimas que comenzaron a caer por sus mejillas.

Incapaz de soportar el miedo y el dolor que podía ver en sus ojos, recogió sus cosas y se marchó. No renunciaría a ella. Volvería a intentar hablarle en unos días, pero de momento tenía que respetar su decisión.

En cuanto se quedó sola, rompió en llanto. No podía creer que la había engañado de ese modo. Se había enamorado de él y saber que ella solo era un medio para un fin le dolía demasiado.

No supo lo que hacía hasta que oyó la voz de su cuñada al otro lado del teléfono. Desde que tenía uso de razón, su hermano había sido su roca, su sostén y de forma inconsciente lo había llamado. Sin embargo, fue Lucila quien atendió. Al parecer, Lucas estaba volviendo tarde por cuestiones de trabajo.

—¿Estás bien? Te escucho rara —le preguntó luego de un rato.

—Sí, solo cansada. Disculpame, no me di cuenta de lo tarde que era —mintió. Lo que menos necesitaba su cuñada era que removiera el pasado.

—No te preocupes. Recién logré hacer que Emma se durmiera. Sabés que le cuesta cuando tu hermano no está.

Claro que lo sabía. En eso se parecían mucho. A ella también le costaba cuando todavía vivían juntos. De alguna manera tenerlo cerca le brindaba seguridad y protección. Tragó con dificultad a través del nudo en su garganta.

—¿Cuándo volvés? Te extrañamos acá.

—Pronto.

Y hablaba en serio. Volvería a Misiones. Ya no había nada más para ella en la ciudad.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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