Alec

Od nayftes

120K 8.7K 880

Una nueva guerra trae consigo a una futura directora en prácticas al Instituto de Nueva York. Bajo la tutela... Více

ALEC
01
02
03
04
05
06
07
08
09
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
CAPÍTULO ESPECIAL
29
30
31
32
33
35
36
37
37(SEGUNDA PARTE)
38
39
40
41
42
43
44
45
46
47
48
49

34

2.2K 164 46
Od nayftes

╭─━━━━━━━━━━━━─╮
EPISODIO 34:
novato
╰─━━━━━━━━━━━━─╯

El recorrido desde el invernadero hasta mi habitación había sido más propio de unos adolescentes que disfrutan de la adrenalina de un romance prohibido, que de un matrimonio.

Con mi maño en su muñeca, la había guiado hacia mi habitación entre las sombras, deteniéndonos de vez en cuando para besarnos de manera desenfrenada. Había logrado abrir la puerta en el tercer intento, y tan pronto como la cerramos una vez nos adentramos, volví a arrisconarla entre mi cuerpo y la puerta. Su cuerpo temblando en anticipación.

-Alexander... -su voz suspirando mi nombre sería mi perdición.

Sus manos se aferraron a mi camiseta de algodón. Cuando pensé que me empujaria, Hera volvió a sorprenderme y me acercó más a ella. Más a su cuerpo tembloroso que exigía más de mi atención.

Mi boca no abandonó su cuello. Besando, chupando, mordiendo y lambiendo. Ni si quiera estaba seguro de a quien excitaba más el lamber su piel. Con mi erección clavada en su estómago, empujando contra la tela de los pantalones que llegados a este punto resultaba doloroso. Al igual que ella yo también necesitaba más, lo quería todo. ¿Pero a qué precio?

¿Compensaría el placer la culpabilidad que me atacaria después, esta vez sin piedad alguna?

Su empujón me saca de mis pensamientos de manera abrupta. La veo ponerse de rodillas frente a mí, con su pelo cayendo en cascada por su espalda, y sus labios rojos e inchados ante los besos fogosos que hemos compartido hasta llegar aquí. Sus ojos me miran dispuesta a todo y más, para ponerle fin a este infierno que habita en nosotros y se propaga a medida que más nos tocamos y necesitamos.

Veo en sus ojos chocolate la petición silenciosa, y como siempre que se trata de ella me vuelvo débil. Mi silencio le otorga la respuesta que necesita para con dedos seguros desabrochar primero el botón del pantalón vaquero. La veo humedecerse los labios con la lengua, ansiosa y preparada para lo que vendrá después. Con la seguridad de una mujer que sabe lo que hace, baja la cremallera de manera lenta y tortuosa que me hace gruñir en respuesta.

-¿Ansioso, director?

La lentitud con la que bajó la cremallera, no tiene punto de comparación con la forma en la que sus dedos enganchan no sólo mi pantalón si no también mi calzoncillo. Ambas prendas se arremolinan en el suelo junto mis zapatos, y siento las yemas de sus dedos deslizarse por mis pantorrillas acariciando mi piel.

Mis nervios están ahí, presentes, pero la excitación es mayor. Mis ojos no se apartan de su rostro, queriendo ver en primicia su reacción cuando vea esa parte de mi que su cuerpo a pedido a súplicas y gimoteos.

Me saco la camiseta, sintiendo que me estorba y se interpone entre mis ojos y la vista que Hera me ofrece. Escucho el jadeo que se escapa de sus labios entreabiertos cuando sus ojos se encuentran con mi polla erguida. Sus pupilas se dilatan y la veo removere producto de la propia excitación que ella siente.

Primero es su mano izquierda, la dominante, la primera en hacer contacto con aquel músculo duro y caliente. Su contacto no es suave, ni si quiera precisa tiempo para acostumbrarse a la sensación de tenerla en la mano. Sabe lo que hace y pronto empieza a deslizar su mano de arriba a bajo, ejerciendo una fuerza media que me hace suspira y sentar mi cuerpo. Más cuando en su próxima subida, su dedo pulgar acaricia la punta rosada y mojada por el presemen, debo apoyarme en la puerta para no caer de rodillas junto a ella.

Su mano restante se mantiene sobre mi muslo usándolo de apoyo. Su mano sigue trabajando mi erección cuando sin mirarme, introduce mi huevo derecho en su boca. Mi cuerpo se tensa, mi miembro se endurece aún más en su pequeña mano. Su lengua acaricia la piel que cubre mi huevo todavía en su boca, absorbiendo ligeramente e incluso raspando sus dientes contra la sensible piel que me hace temblar.

-Joder... -mascullo, apoyando ahora también mi frente contra la madera.

Mi mano busca a tientas el manubrio solo para aferrarme a él en busca de un ancla que me mantenga erguido. Su boca se separa de mi cuerpo, y aprecio el hilo de saliva que todavía se aferra a su labio inferior. Pestañea un par de veces, acostumbrándose de vuelta a la iluminación después de haber permanecido con los ojos cerrados. Su mano dominante detiene su movimiento quedándose en la base de mi miembro, y cuando la vuelvo a ver pasarse la lengua por los labios ya mojados, rojos e inchados, se que estoy perdido.

Su cabeza se alza, así como su mirada me escanea de arriba abajo, deteniéndose más tiempo en la zona de mis abdominales. Sus ojos me miran entre sus pestañas negras, y su sonrisa lasciva me hace temblar una vez más. Veo las oscuras intenciones plasmadas en sus iris, y entonces me maldigo a mi mismo por haber tardado tanto.

-¿Estás seguro, Alexander?

Esposa descarada. Es todo en lo que puedo pensar mientras asiento en su dirección concediéndole el segundo permiso de la noche.

Sin apartar su mirada chocolate de la mía, saca su lengua la cuál desliza desde la base hasta la punta, donde traza varios círculos que me hacen jadear.

-Oh, mierda.

Cierro mis ojos con fuerza ante el placer que su simple lengua me proporciona, por mucho que no quiera perderme ni un solo segundo de la imagen ante mi. Mis nudillos se ponen blancos ante la fuerza con la que me aferro al manubrio, y debo contar hasta diez para no metersela yo mismo en la boca.

Su lengua vuelve a la base, y con la punta repasa las venas calientes que reluce bajo la saliva que ahora me envuelve. Mi cuerpo se estremece y mi polla se sacude contra su lengua cuando prácticamente le escupe encima. Su mano vuelve a entrar en acción, esta vez en movimientos mucho más rápidos que me hacen maldecir.

-Joder, Hera.

El estado en el que me encuentro solo parece animarla e incitarla más, por lo que finalmente la punta roja desaparece dentro de su boca. Su cavidad bucal está caliente y muy húmeda gracias a toda la saliva segregada. No sólo chupa ahuecando sus mejillas, si no que su lengua también se mueve y desliza trazando líneas aleatorias y enroscándose en la punta.

Hera aletea sus pestañas mirándome a través de estás cuando profundiza más. Siento su garganta abrirse para dejarle paso a mi miembro el cuál parece sentirse como en casa. La vuelve a sacar un poco, solo para tomar una bocada de aire antes de introducirla entera.

-Mmm... Por Raziel. Sigue, no te pares -digo viendo sus ojos ahora llorosos desde arriba.

Mi mano se mueve hasta la parte posterior de su cabeza, donde mis dedos retienen una cantidad considerable de pelo, y como si lo hubiéramos hecho antes su cuerpo entero se relaja. Toda ella parece ponerse a mi disposición, en espera de que la use y me complazca con su boca, la cuál me ha demostrado que sirve para mucho más que soltar comentarios filosos.

Mantengo su cabeza quieta, y son mis caderas las que se mueven al ritmo que yo determino. Su garganta es estrecha y me aprieta, mientras su lengua inquieta sigue causando estragos allá por donde pasa. Siento mi piel cubierta de sudor, y como el orgasmo se forma en mi interior.

-Aaah, Hera. Joder -digo incoherencias, demasiado perdido en el placer.

Ella permanece quieta, tranquila a pesar de clara excitacion que estar chupandomela de rodillas en mi habitación le produce. Lo sé por la forma en la que aprieta sus muslos, y su mano ahora libre gracias a que su boca se encarga del trabajo sucio, se ha colado entre sus piernas hace un par de minutos.

-¿Te excita? -se la entierro más profundo, hasta que su primera arcada llegada-. ¿Te calienta que te folle la boca? ¿Qué yo tenga el control?

Con las lágrimas escurriéndose por sus mejillas arrastrando consigo el maquillaje, asiente con su boca todavía llena por mí. Siento su garganta vibrar ante la respuesta verbal que ha intentado darme. Tirando de su cabeza hacia atrás, saco mi polla de su boca dejando que respire mejor.

-Respóndome, Hera. Usa esa lengua filosa que tienes -la incito-. ¿Te calienta que te folle la boca?

-S-Sí -habla con su mirada perdida en la mía, totalmente ida ante el placer que la aturde.

Me inclino, lo suficiente para que nuestras narices casi se rocen. Tiro de su cabello hacia abajo, levantando más su rostro. La vista de su máscara de pestañas escurriendo bajo sus ojos resulta ser mucho más erótica de lo esperado.

-Esposa descarada.

Mi boca se encuentra con la suya. El beso es brusco, desenfrenado e incluso algo descordinado. Nuestras lenguas pelean por el control, incluso cuando la tengo sujeta por el pelo manteniendo su rostro levantado, ella no desiste.

Sus dientes se aferran a mi labio inferior y muerden hasta que el sabor metálico se mezcla con nuestras salivas. Un jadeo se escapa de su boca y es entonces cuando me vuelvo a enderezar. Sin darle tiempo a procesarlo, vuelvo a introducir mi polla dentro de su boca y otra maldición se escapa de mi boca. ¿Cómo haré para verla sin pensar en cómo su garganta se moldea a mi miembro? ¿Verla hablar, sin recordar la forma en que su lengua se pasea a sus anchas por toda mi longitud?

-Hera, me falta poco -le advierto, notando al instante como pone más empeño-. Si no quieres que me corra en tu boca, es el momento para decírmelo.

Pero Hera no responde. Su garganta tiembla mientras veo como la mano entre sus piernas toma velocidad. Suelto un gruñido, sintiendo el orgasmo aproximarse cada vez más.

-N-No te toques más -logró decir mientras suelto el manubrio para apoyar toda la mano contra la puerta-. Es una orden, Hera.

Me mira de mala manera todavía sin dejar de chupar y lamber, pero acata mi orden y saca su mano de su centro. Ahora, con la mano que hasta entonces había tenido ocupada envuelve mis huevos y los masajea. Los aprieta ligeramente e incluso llega a deslizar una de sus uñas por ellos en patrones aleatorios.

-Aaaah, Hera. Me voy a correr.

De rodillas frente a mi en una posición en la que jamás pensé que volvería a tener a alguien, Hera se traga mi semen con su maquillaje corrido sin apartar su mirada de mí. Me exprimo en su boca, y no veo indicio alguno de atragantemiento de su parte.

Mi cuerpo todavía tiembla mientras acabó de vaciarme. Apoyo mi frente sobre la mano apoyada contra la puerta, y doy un par de respiraciones profundas. Saco mi polla de su boca todavía sin soltar su cabello castaño, y la veo pasar su lengua por la comisura de sus labios incluso cuando no se ha escurrido nada por fuera. Saborea mi semen unos segundos más mientras suelto su pelo y con el pulgar limpio su mentón y boca todo lo que puedo.

Me saco los tenis con ayuda de mis propios pies y salgo de los pantalones y calzoncillos que se habían arremolinado en mis tobillos. La sujeto por las axilas así como hice en el invernadero cuando se arrodilló la primera vez y la levanto. Su boca busca la mía y le ayudo inclinando mi cabeza hacia abajo. Sus manos serpentean por mi cuerpo, tocando en especial mi pecho y espalda ante la desnudez que me tiene en desventaja en comparación con ella.

-Nunca lo he hecho antes, Hera -mi voz suena débil ante su boca que ahora se entretiene con mi cuello.

-Lo sé -no atisbo ningún tipo de preocupación ante mis palabras-. Pero si hay alguien que sabe lo que me gusta soy yo misma.

Su boca muerde mi piel antes de chupar sin piedad. Siento el ardor en esa zona incluso después de haber pasado su lengua para aliviar el dolor.

-Por una vez seré yo quien da la órdenes, director.

Todavía sintiendo los estragos del reciente orgasmo, me libro de su camiseta lanzándola por los aires. Ella misma mete su mano tras su espalda y se encarga de desabrocharse el sujetador, por lo que tan sólo la ayudo deslizando las tiras por sus brazos. El sujetador se une al resto de ropa en el suelo, mientras mis ojos aprecian sus pecho totalmente libre por primera vez.

No son grandes ni pequeños. Encajan con la forma de su cuerpo aunque si pude percatarme del detalle del que el derecho es un poco más grande que el izquierdo. Sus pezones color arena están erguidos exigiendo una atención que estoy dispuesto a darle, a pesar del nerviosismo que mi inexperiencia me provoca. Los lunares en la orilla del pezon uno encima del otro me pedían a gritos que los besara. ¿Y quién soy yo para negarle tal cosa?

Mi brazo se enrosco en su cintura para atrearle más hacia mi. Arqueó su espalda, haciendo su pecho hacia delante en una postura que parecía ofrecermelos en una súplica silenciosa. Su respiración era agitada, y el ambiente estaba caldeado ya desde antes. Aún así, Hera no me metió presión. Se mantuvo callada, con su mirada fija en mi y sus pecho desnudos a centímetros de mi rostro con sus pezones erguidos y orgullosos. Estaba dejando que fuese a mi ritmo, incluso cuando resultaba evidente que el ritmo que ella necesitaba ahora es otro.

Mi mano libre ahueco su pecho izquierdo, acostumbrándome a su peso y la suavidad de su piel contra mi mano áspera. Sentía su pico duro contra mi palma, y como su cuerpo entero tembló haciendo muestra de la sensibilidad de la zona. Resultaban moldeables, agradables al tacto y sorpresivamente suaves, aunque lo que más me gustó fue como ella reaccionaba ante las caricias. ¿Es por ella? ¿Es su cuerpo demasiado receptible, sus peones demasiado sensibles al tacto ajeno, o es algo normativo?

-Alexander, por favor -me suplicó con su espalda todavía arqueada contra la puerta.

-¿Me estás suplicando? Pensé que serías tú quien daría las órdenes -le seguí el juego, en parte agradecido por que de esa manera me dirá exactamente que es lo que necesita.

Quería complacerla de la misma manera en que ella lo había hecho conmigo. Necesitaba verla al borde. Escucharla suplicar y pedirme que la hiciera llegar a un orgasmo que la dejase extasiada. Su cuerpo se retorceria quizás contra esta misma puerta o en la cama, mientras gemidos escapan de su boca. Y yo, sería el causante.

Vi sus mejillas tomar color cuando me dio la siguiente orden. Aún así, e incluso con la vergüenza inicial, el deseo era mucho mayor.

-Por favor, tócame. Muérdeme. Lámbeme. Sólo hazlo, Alexander.

Acate sus órdenes y todavía sujetando su pecho con mi mano acerqué mi boca a su pezón. Mi aliento contra su pertuberancia fue suficiente para hacerla suspirar y removerse ligeramente.

-Oh, mierda.

Primero fue un lenguetazo con la punta. Un primer contacto que me supo a poco. Pronto mi boca chupaba su aréola cual bebé buscando amamantarse de su madre.

No era la primera vez que chupaba o estimulaba un pezón, pero nunca este antes había sido tan receptivo como los de ella. Me pregunté entonces si sería posible hacer que se corriese únicamente estimulando sus pezones.

Su mama es cálida, extremadamente suave contra mi lengua y jodidamente adictiva. La forma en que podía introducirla en mi boca, usando mis dientes para mantenerla dentro mientras la punta de mi lengua se divertía acariciando y golpeando, a la vez que mis oídos se deleitaban con sus suspiros y pequeños ruidos que no supe clasificar.

Sentí sus manos enterarse en mi pelo, haciendo presión contra su pecho en una orden silenciosa de que por nada de este mundo se me ocurriese detenerme. Podía haber una tercera guerra fuera estallando, que ni a ella ni a mi nos importaría.

Cambia de pecho, ahora chupando y torturando el que tenía un tamaño ligeramente más grande. Esta vez torturandola un poco más, mordí la sensible piel a su alrededor, solo para darle un lambeton con la parte plana de mi lengua antes de continuar con las mordidas y pequeños besos húmedos.

Alce la mirada sin separar mi boca de su piel. Su mandíbula se marcaba más de lo habitual gracias a la tensión en sus músculos y a su cabeza que mantenía mirando hacia arriba. Su boca se abría y cerraba, más de ella no salía más que pequeños sonidos jodidamente calientes.

-Me-Necesito qué...

La frase se quedó a medias, cuando con mi mano restante volví a acariciar su otro pezón todavía mojado e inchado por mi trato.

-¿Qué? ¿Qué necesitas? -la incité-. Dímelo y lo haré, Hera.

...

¿Lo quería? ¿Quería que siguiera? La respuesta estaba clara. Quería al frívolo director dentro de mi. Sus manos apretando y estrujando mis tetas. Su boca en cada centímetro de mi piel. ¿Pero a costa de qué?

El motivo por el cuál no me había abalanzado sobre él, la razón por la cuál no me había puesto antes de rodillas para hacerle una mamada no fue por falta de ganas. La atracción y tensión sexual que sentía hacia Alexander llevaba más tiempo ahí del que soy capaz de admitir. Pero verlo huir después de aquellos besos fogosos era una tortura. Y lo comprendí la primera vez, lo aguante una segunda, pero la tercera vez le advertí. ¿Pero verlo huir después de preliminares? No. Eso sí que no.

Y quizás debí haberme replanteado estas dudas y cuestiones antes de dejar que me llevase hasta su habitación, dónde yo solita me puse de rodillas dispuesta para darle una comida de polla que le resultará difícil olvidar. Pero el hubiera no existe, y la mamada hecha está.

Ahora, tenía al frívolo director con una de sus grandes y ásperas manos sobre mi pecho, amasando la carne bajo su palma la cuál se amoldeaba a su extremidad como si hubiera sido creada por y para. Sus pupilas dilatadas me miraban con un hambre voraz mientras de su boca se colgaba amenazante una súplica. Lo tenía con su cabeza a la altura de mi pecho, esperando una respuesta que parecía no llegar por la ansiedad que con el paso de los tortuosos segundos se infiltraba por los poros de su piel.

Todavía saboreaba en mi paladar su esencia que con tanto gusto me tragué, y la idea de enseñarle como a mí me gustaba sonaba tan exicitante que casi no me cabía en el cuerpo. Porque sabía que esto no pasaría a más de unos intensos y ansiados preliminares, así como tiempo atrás no trascenderia de unos besos fogosos contra algún mueble de la habitación. Pero así como en aquel entonces me sentí conforme con aquello, ahora podía complacerme y limitarme a sentir su boca, lengua y falanjes en mi botón palpitante y en mi cueva húmeda y caliente, que latía por y para.

—Sí, Alexander.

No supe describir los sentimientos que parecieron inundar su cuerpo y cambiar su rostro. Tampoco es como si me hubiera dado mucho tiempo, ya que a penas mi respuesta llegó a sus oídos volvió a centrar en mis peones que todavía se erguian necesitados. Una atención que el azabache ofreció y atendió sin rechistar.

Su lengua ofrecía a mi pezón abandonado el mismo trato que a mi boca. Chupa, lambe y muerde mis pecho como besa. Como si estuviera hambriento. Lo hace con urgencia, con una desesperación que no se molesta en ocultar, y que sólo hace que mi tanga se moje aún más. Por ello, y entre los pequeños gemidos y sonidos casi incoherentes que se escapan de mi boca, tiro de su pelo. Agarro entre mis falanjes aquellos mechones oscuros que en un principio tantas ganas tuve te jalar pero me parecía algo tan lejano e imposible al mismo tiempo.

Sus manos y boca abandona mis pechos, y empiezan a bajar a la misma altura por mi esternón. Sus dientes muerde mi piel por encima de mi ombligo, y se queda por un segundo quieto antes de adentrar su lengua en este mismo, quizás sopesando si era buena idea o no.

—Oooh, Dios mío.

Su punta se adentra en mi ombligo solo para salir casi de inmediato y morder con sus dientes la piel de alrededor. Sus manos suben y bajan por mis laterales, acariciando de vez en cuando con sus uñas. Pronto, su boca se encuentra con el inicio de mi pantalón y sus ojos me miran ahora si desde abajo mientras sus manos se quedan quietas sobre el botón.

Incluso cuando es mi respuesta es evidente, él sigue deteniéndose, mirándome de esa forma que me hace arder de deseo por él, y espera de manera paciente una respuesta. Y sé, con certeza, que si un «no» sale ahora de mi boca, él lo respetará.

—Hazlo ya, Alexander.

El fantasma de una sonrisa se posa en su boca mientras me desabrocha el botón e inmediatamente después baja la cremallera. Lo ayudo a bajar el pantalón con mi ropa interior incluida y las prendas se arremolinan en el suelo a la altura de mis tobillos.

Como siempre que se trataba de él, sentí el peso de su mirada esta vez en un lugar concreto entre mis piernas, las cuales estaban ligeramente separadas debido a que me había bajado los pantalones. Mentiría si digo que no me puse nerviosa, principalmente porque es algo que siempre me pasa cuando me voy a acostar con alguien. Añadiéndole el hecho de que es Alexander quien está arrodillado con su cabeza a la altura de mi entrepierna, solo lo hace peor.

Sus ojos mieles escrutan mi zona íntima. La primera vagina que ha visto en la vida real, y es evidente que le causa curiosidad al igual que excitacion. No puedo evitar pensar en lo diferente que es mi cuerpo al de un hombre, o en este caso concretamente al cuerpo de Magnus. Pero incluso siendo su primera vez con una mujer, sigue viéndose igual de imponente y dominante.

Lo veo humedecerse los labios rojos e inchados a causa del asalto a mi boca, y la atención previamente prestada a mis pezones. Traga grueso, con sus manos ahora subiendo y bajando por mis muslos hasta mi cintura. Se desvían hasta la parte trasera de mi cuerpo, donde se acomodan sobre mi culo. Lo amasa, lo aprieta e incluso clava las puntas de sus dedos inquietos.

—¿Alexander?

Su nombre sale con duda de mi boca, debido a que sigue callado con su mirada fija en mi monte de venus y lo que puede apreciar de mi intimidad desde su posición.

—A la cama —sentencia.

—¿Pero...?

—Ahora, Hera.

Y así como mis compañeros, yo tampoco replico antes sus órdenes. Salgo de mi pantalón que seguía arremolinado en mis tobillos, y antes de que pueda dar un paso en dirección a su cama, sus manos que se habían entrenetido en mis nalgas se deslizan hasta la parte trasera de mis muslos. Allí, se aferran a mi carne y cuando el se incorpora mis pies dejan de tocar el suelo. Un pequeño chillido ante la sorpresa se escapa de mi boca a la vez que sus manos se encargan de acomodar mis piernas en sus caderas. El momento en el que mi centro húmedo y caliente toca la piel de su estómago lo siento tensarse bajo mi cuerpo.

Una maldición sale de su boca mientras me recuesta sobre la cama, con él entre mis piernas las cuales poco a poco liberan sus caderas. Su mirada escruto mi cuerpo, y la lascivia en sus ojos me hizo temblar.

Su mano derecha le dio un último apretón a uno de mis pechos antes de deslizarse entre ellos, y continuar recto pasando por encima de mi ombligo. Esta vez ya no había ninguna tela que se interpusiera en su camino, y la yema de su dedo índice sobre mi pubis me obligó a soltar todo el aire de golpe.

—Déjame, Hera. Por favor.

En respuesta separé más mis piernas. Entonces su dedo siguió su camino, primero pasando por encima de mi botón lleno de terminaciones nerviosas, el cuál ni si quiera precisó de presión alguna para hacerme soltar un jadeo. Siguió por mi raja la cuál a estas alturas estaba ya empapada, y toda la vergüenza que mi humedad por él me hizo sentir se esfumó en el segundo en el que lo escuché murmurar.

—Estás tan mojada para mi —sus dedos acariciando mis pliegues—. ¿Eso está bien?

¿Qué si lo está? Claro que sí, joder.

—Sí —gemi, y su mirada subió rápidamente a mi rostro.

El placer que mi cara mostraba, la necesidad en mi mirada lo alentó a proseguir e investigar por su cuenta. Como un niño que aprieta y pulsa los botones de su nuevo juguete solo para ver qué sucede, Alexander hacia igual. Con cada pequeño movimiento o gesto, buscaba en mi rostro la respuesta y la reacción que yo tenía ante él.

—Joder —siseó viendo mi rostro retorcerse, así como mi espalda arquearse sobre las sábanas arrugadas de su cama—. Mírame, Hera.

Mi mirada fue a la suya mientras el mismo dedo índice hacia presión contra mi entrada. Se deslizó lentamente dentro de mí, provocando que mi cuerpo se sacudiera. Entonces, la nueva oleada de placer llegó acompañada de la curiosidad por saber que pensaba mientras me metía poco a poco su dedo.

Está tan caliente y húmeda. Su interior se aprieta y envuelve mi dedo con necesidad. Está tan mojada, que no es necesario lubricante ni saliva para prepararla y que no le duela.

Sí se la metiera ahora, seguro que...

Dejé de leer su mente en el momento en que adentró su dedo del todo en mi interior.

Dentro. Fuera. Dentro. Fuera.

Mis manos arrugaban las sábanas, mientras mi espalda se arqueaba y me removia temblorosa sobre la cama. Sus ojos iba de mi rostro hasta el punto donde su falange se perdía en mi interior solo para salir y volver a entrar. Sentí la punta de su dedo corazón contra mi entrada, retomando el ritmo lento y pausado del inicio, no se si por miedo a lastimarme, o para tomarse su tiempo en sentir como mi cuerpo lo aceptaba.

—Más rápido, Alexander —exigí mientras apretaba mis paredes internas alrededor de sus dedos.

—Oh, joder —gruñó mientras seguía mi petición y aumentaba la velocidad. Sus nudillos alcanzado a tocar mi piel, mientras nuestro anillo de bodas se sentía frío contra mi piel sensible—. Estás tan apretada.

El pulgar de su mano libre se posó sobre mí clitoris inchado y necesitado, que palpitaba al mismo tiempo que mi corazón.

—En círculos. Pon tu dedo pulgar sobre él, ejerce presión y haz círculos —le expliqué.

Alexander una vez más hizo caso a mi mandato, y cuando le dije que podía ejercer un poco más de fuerza sobre aquel botón palpitante, me sentí desfallecer. Con dos de sus dedos entrando y saliendo, el sonido de mi humedad llenaba todo el espacio acompañado de mis gemidos y sus gruñidos de excitacion.

—¿Esto se siente bien? —preguntó una vez más.

—Sí, joder —mis caderas levantándose hacia él, queriendo más.

El frívolo director no sólo parecía complacer aquellas órdenes que salían por mi boca de manera verbal, si no que también acataba aquellas pedidas por mi cuerpo. Ante mi movimiento de cadera, donde ahora parecía ser yo quien montaba sus dedos y no estos los que me follaban a mi, añadió un tercero.

El orgasmo se estaba formando en la zona baja de mi vientre cuando detuvo cualquier movimiento. Sacó los dedos de mi interior, y el vacío me abrumo por unos instantes. Me mentalice casi al instante de que este sería el punto donde Alexander se bloqueaba. El punto de quiebre donde el fantasma de su difunto marido lo atacaba y me invitaba de manera poco amable a retirarme de su habitación.

—Alexander —lo llamé.

Sus ojos mieles se posaron en mi todavía cargados de un irrefrenable deseo, mientras retrocedía en la cama. Sus dedos se enrroscaron en mis tobillos y levantó mis piernas hasta situarlas por encima de sus hombros. Las yemas de sus dedos se deslizaron por mis piernas hasta mis rodillas, las cuales ahora se encontraba en sus hombros con mis talones en su espalda. Cuando sus dedos empezaron a subir por mis muslos, lo miré por encima de mis peonesz erguidos, los cuales subían y bajaban de forma errática.

—Alexander, no es necesario...

Me abrió con la punta de su lengua, deslizándola a penas rozando mi centro húmedo lo suficientemente como para concienciarme de que realmente tenía al azabache con mis piernas sobre sus hombros, y su lengua probandome.

Un primer contacto.

Lo vi saborear los resquicios en su lengua. Me atrevería a decir que se tomó su tiempo, porque en comparación con los hombres con los que estuve anteriormente, Alexander se tomaba su tiempo. El segundo contacto fue más seguro. La punta de su lengua hizo el amago de colarse en mi interior solo para seguir su recorrido hasta mi clitoris. No le costó mucho identificarlo, ayudado por lo inchado y rojo que estaba, y eso, que a penas y había empezado.

Alexander fue lento. Tanteando el terreno y mirándome tras cada pequeño movimiento buscando mi reacción. Mi aprobación. No se detuvo cuando mis muslos se tensaron contra sus manos, las cuales se habían mantenido firmes para evitar cualquier movimiento de mi parte. Alexander solo emitió un gruñido, intenso y grave. Pasó la nariz por la piel que se unía a mi abdomen e inhaló con fuerza.

Por primera vez, sentir vergüenza.

No sabía si fue por él. Por mi. Por la situación, o porque llevaba un tiempo considerable sin tener ningún tipo de contacto sexual con un hombre. Pero se sintió distinto. Más intenso y abrasador. Como siempre que se trata del frívolo director. Su simple tacto me quemaba, y recordé entonces que por muy frío que se muestre, el hielo también quema.

—N-No uses sólo la punta —le aconsejé, arqueando mi espalda cuando volví a sentir su lengua abriéndome—. Usa también la parte plana de t-tu lengua.

Alexander ejecutó mi instrucción sin miramientos. La parte plana de su lengua ejerció presión contra mi clítoris y yo me contraje y exhalé con fuerza. Lo sentí sonreír contra mi intimidad.

Aquello lo incentivó, y lo llevó a succionar uno de los labios con un ruido fuerte y húmedo. Tuve que llevarme la mano a la boca y morder la parte carnosa de la palma.

—Aah, joder.

Entonces tenía su lengua dura dentro de mi, causando estragos en mi cuerpo. Solo podía retorcerme contra el colchón arrugando y desordenando más la cama. Una de sus manos ahora estaba sobre mi estómago, ejerciendo fuerza hacia abajo.

—Joder —dijo alguien. No fui yo, así que tuvo que ser él—. Joder.

La sensación era increíble. Aunque no tanto como verlo experimentando probando. Cuando mi cuerpo reaccionaba, repetía el movimiento, ejerciendo más presión o incluso usando un poco sus dientes. La lengua de Alexander salía y entraba, trazaba círculos y lambía. Su nariz contra mi carne, los ruidos amortiguados que a él le brotaban desde el pecho.

Alexander parecía un hombre hambriento.

Sentía mi orgasmo cada vez más cerca, y mi cuerpo y mente se había divido en dos. Quería más. Quería que Alexander permaneciese con su cabeza enterrada en mi entrepierna hasta el fin de los tiempos. Pero también quería correrme. Ver si beberia todo mi orgasmo con la misma intensidad en que lo persigue y lo provoca.

—Hera —Alexander se separó unos centímetros, y volvió a hundir su nariz en mi monte de venus—. No puedes correrte todavía.

Me rozó los pliegues con los labios, y mordió uno ligeramente antes de succionar mi clítoris. Creí que moriría de placer en ese momento. Tuve que cerrar los ojos con fuerza, y enterrar mis dedos en su mata negra en lo alto de su cabeza, en busca de algo a lo que aferrarme. Una misión imposible.

Alexander.

—No. Dos minutos más.

Continuó succionando. Dios, sí. Ahí.

—Lo siento —gemí.

—Uno más...

Uno de sus dedos tanteo mi entrada una vez más, mientras su boca no le daba tregua a mi botón palpitante. Sentí la punta de su dedo introducirse, y ambos geminis ante la sensación tan satisfactoria. Mis paredes se amoldearon a su dedo, y pronto sentí el frío de su anillo contra mi piel ardiente.

—No puedo.

Concéntrate, Hera.

Fue su tono demandante. Ese que usa para dirigirse a los cazadores de sombras bajo su cargo lo que me hizo estallar en mil pedazos. Me rompí y me deshice sobre su cama, con su lengua sustituyendo sus dedos en mi interior absorbiendo, chupando y saboreando aquello que con tanto esmero había buscado.

Me perdí en una nube de placer, donde lo único que sentía era mi orgasmo recorrme de pies a cabeza. Con mis dedos aferrados a su cabello, sentía su cabeza moverse entre mis piernas. Su sedoso pelo acariciaba mis muslos mientras tomaba todo lo que tenía para darle.

Sediento. Alexander parecía sediento.

Cuando aterricé de nuevo en la tierra de una forma suave y elegante que hasta una hoja seca de otoño cayendo de un árbol envidiaria, Alexander seguía lambiéndome.

Eran lambidas casi superficiales. Estaba segura de que ya no quedaba rastro de mi orgasmo, y él seguía allí. Como si tuviera toda la eternidad.

Sus manos ya no estaban quietas ejerciendo algún tipo de agarre en mi. Principalmente, porque mi cuerpo estaba demasiado exhausto como para hacer nada. Ahora, sus manos subían y bajaban por los laterales de mi cuerpo, desde mis rodillas hasta mis pechos, solo para luego deslizarse por el centro hasta abajo y volver a subir.

Su boca se alejó de mi cuerpo. Con su cabeza aún entre mis piernas me miró. Su boca y barbilla brillaban por mi lubricacion natural que había quedado en su mentón y boca. Nunca antes había mirado a alguien tan nerviosa como lo miró a él.

¿Qué pasaría ahora?

Bipolar se quedaba corto para describir el comportamiento de Alexander. Un momento puede estar dispuesto a hacerme de todo contra la cómoda de mi habitación, y al segundo estaría huyendo despavorido pensado en que crueldad hacerme.

Así como acomodó mis piernas sobre sus hombros ahora también las bajó. Se quedó de rodillas sentado entre mis piernas, y su mirada quemó cada centímetro de mi piel a medida que iba subiendo a una lentitud espasmosa por mi cuerpo totalmente expuesto.

Me recargue sobre mis brazos, mirándolo desde abajo. Estaba serio. Más serio de lo habitual. Su pecho descubierto subía y bajaba, y no parecía incomodarle su desnudez, ni tampoco la mía. Se veía imponente, con los músculos marcados bajo su piel bronceada. Su pelo estaba despeinado por mis dedos, y lejos de verse mal, solo se veía más caliente. Más apetecible.

—Es tarde.

Enmudeci. No sabía que hora era, ni si quiera si era realmente tarde. ¿Era una indirecta? ¿Un «vete a tu habitación quiero estar solo»?

—Depende.

Su ceño se frunce mientras gatea hacia atrás en la cama. Camina hacia su armario dándome la espalda, y detallo su cuerpo una vez más.

No es el culo de América, pero no está nada mal.

—¿Depende de qué? —habla con medio cuerpo dentro de su armario. Parece buscar una prenda de ropa en concreto.

—De lo que quieras hacer. Nunca es tarde para leer, o recordar viejos tiempos —murmuro mientras apoyo mi espalda en el cabecero de la cama. Agarro uno de los dos cojines y lo sujeto sobre mi pecho, de pronto, sintiéndome inquieta ante mi desnudez.

Lo veo colocarse un calzoncillo verde muy oscuro, y luego, acomodarse otro calzoncillo sobre el hombro seguido de una camiseta negra de tiras que lo veo usar al inicio de los entrenamientos, aunque siempre se la acaba quitando. Camina de vuelta a la cama con ambas prendas sobre su hombro derecho, y se detiene para apagar la luz y encender la lamparita de noche que descansa en la mesilla a mi izquierda.

—¿No me vas a echar...?

Lo escucho soltar un suspiro mientras me ofrece las prendas anteriormente nombradas. No lo veo relajado, ni si quiera cómodo con que siga medio recostada en su cama, pero aún así no me dice que me vaya.

—¿Tú quieres irte? —me mira todavía sosteniendo las prendas en mi dirección. Niego con mi cabeza bajo su atenta mirada a la vez que acepto tanto la camiseta como el calzoncillo limpio.

No insisto más y me cubro lo más rápido que puedo. Cuando estoy lista, él ya se encuentra bajo las sábanas con ambas manos juntas bajo su mejilla. Sus ojos parecen estar fijos en la ventana situada tras de mi al otro lado de la habitación.

—¿Estás?

Asiento y ocupo mi lugar frente a él. Bajo las sábanas, el calor corporal que desprende su cuerpo ya han calentado la cama. Adopto una posición similar a la suya, mirando en la misma dirección. Mi pelo castaño esparcido por la almohada parece no molestarle, y lo confirmo cuando siento sus dedos juguetear con este.

Ninguno dice nada, ni si quiera para romper la tensión. Era curioso como incluso no sintiéndonos cómodos en una situación así, yo no hacía el amago de irme, y él tampoco me hechaba. No sabía el motivo, y en este momento tampoco es algo que me importase. Sentir el calor que desprende su cuerpo, sus dedos jugando con los mechones de mi pelo se siente demasiado bien.

Siento mi cuerpo cansado, y aunque mis párpados pesan, no quiero dormir. La sensación de que cuando me despierte todo lo que avanzamos se irá a piques es demasiado grande, y me abruma lo suficiente como para luchar contra el sueño. Con Alexander siempre parece ser así. Dos pasos hacia delante, y tres hacia atrás. Y llegados a este punto, donde mis sentimientos se intensifican incluso con cada paso hacia atrás, me es imposible no querer atesorar momentos como estos, y a su vez, alargarlos el mayor tiempo posible.

—Duérmete, Hera.

—No tengo sueño —miento.

—Esposa mentirosa.

La habitación vuelve a sumirse en silencio. Me acabo girando, quedando cara él. Su dedo pulgar acaricia las ojeras bajo mis ojos, y un suspiro se escapa de mi boca ante ese mínimo contacto. Su dedo sigue trazando un recorrido imaginario por todo mi rostro, cuello, y lo que su camiseta deja de mi pecho. Siento mis párpados más cansados, y sin apartar mis ojos de los suyos, siento como los voy cerrando.

Pokračovat ve čtení

Mohlo by se ti líbit

7.1K 854 18
❝ aveces tienes que sufrir en la vida. No porque seas mala, sino porque aun no entiendes, donde y cuando tienes que dejar de ser la buena. ❞ ~ Athena...
102K 7.6K 30
𝙀𝙇𝙄𝙊 | Felicity con tan solo veinticuatro años se volvió en madre soltera. Con tan solo un pequeño hijo de cuatro años de edad, se había las habí...
MIO Od jimecad

Fanfikce

359K 29.7K 86
¿Cuánto es capas de cambiar una persona con el corazón rotó? ¿Asta donde es capas de llegar para estar con ser que ama? ¿Cuanto dolor puede causarle...
359K 20K 120
*Estoy corrigiendo algunos capítulos* One Shot con este punto > • < en el nombre es por qué ya está editado...