El Beso de la Muerte. #1 [✓]

By just_unity

1K 206 12

Una chica sin nombre y complicada. Un chico físicamente perfecto. Un mundo desconocido. Ambos buscados por un... More

Prólogo
1
2
3
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
Epílogo
Mini guía

4

48 6 0
By just_unity

♑︎

Me despertaron unos insistentes golpes en la puerta. Fui a levantarme para abrir a quien fuera que estaba llamando, pero casi caí al apoyarme en la escayola. Estaba confusa. Ni siquiera estaba segura de por qué tenía rota la pierna. Era consciente de que alguien había peleado contra Az, y de que luego había desaparecido. Todo había ocurrido demasiado rápido como para que me diera tiempo a procesarlo. Pero estaba segura de algo: era obvio que Az no era normal, al menos no del todo.

Los golpes en la puerta continuaban y me estaba poniendo de los nervios. Miré por encima del hombro a Az, que seguía dormido profundamente, sin que le molestaran los golpes. Me detuve por un momento y me fijé en él. Era perfecto hasta dormido, con la boca entreabierta y un rastro de baba en la comisura de la boca. Y es que había algo en él. Algo que lo hacía tan especial y atrayente como siniestro. Era complicado de explicar; porque aquella perfección que poseía lo hacía muy diferente, misterioso y llamativo; pero algo detrás de aquello, resultaba oscuro, peligroso.

Continuaban los golpes de fondo, agarré a Az por el brazo y lo sacudí fuerte para que se despertara. Se quejó, y abrió los ojos con el ceño fruncido, claramente molesto por mi forma de despertarlo.

―¿Qué? ―preguntó poniéndose un brazo sobre los ojos, para ocultarse de la luz que entraba por la ventana.

―Llaman a la puerta, y yo no me puedo levantar ―respondí señalando la obviedad de mi escayola y los fuertes golpes que sonaban a unos cuantos metros. Suspiró pesadamente antes de levantarse de la cama.

Se agachó para coger su camiseta, pero estaba rota y manchada de un extraño líquido negro. La tiró al suelo de nuevo con un bufido. Me miró con cara de disgusto.

―Yo también estoy herido, por si no es evidente. ―Señaló su herida vendada.

La venda alrededor de su torso estaba manchada, pero no de sangre, sino de la misma sustancia que la camiseta en la zona del corte, y me preocupó el color tan oscuro del que estaba teñida; no era normal. Fruncí el ceño y lo miré, no se había movido del sitio para ir a abrir la puerta. Seguía parado junto a la cama mirándome fijamente.

―Tendrías que ir al hospital.

―No hace falta, luego traeré algo para que nos curemos más rápido, no te preocupes.

Salió por la puerta de la habitación. No escuché cómo llegaba a la puerta, pero sí el chasquido que produjo esta al abrirse. Podía oír el rumor de una conversación , pero no sabía identificar a quién pertenecía la segunda voz o qué decía. Me levanté de la cama y fui a la pata coja hasta la puerta de entrada. Aunque Az no me dejaba ver a la persona al otro lado de la puerta, supe por la voz, quién era exactamente.

―¿Galatea? ―pregunté algo extrañada. Sabía lo mucho que odiaba el barrio en el que vivía.

Al escuchar mi voz, le dio un empujón a Az para apartarlo de la puerta y poder pasar. En cuanto estuvo frente a mí me estrechó con fuerza, sin darse todavía cuenta de mi pierna rota. Al separarnos, vio la escayola ahogando una exclamación de sorpresa y disgusto, y me condujo al sofá. Se sentó a mi lado y me miró preocupada. Señaló la escayola con sus ojos clavados en los míos.

―¿Qué te ha pasado? Porque me parece increíble. Desapareces dos días; sólo dos, que no es que te hayas ido todo un año. Y de repente, tienes la pierna rota, al parecer te han reducido el turno en el trabajo y me abre la puerta este...―Señaló a Az, que entraba en el salón― individuo. Así que, ¿puedes hacerme el favor de explicarme qué te ha pasado?

Abrí la boca para responder, pero no supe qué. Tenía la opción de contarle la verdad, decirle que nos había atacado alguien y me había roto la pierna y a Az le había hecho un corte. O podía contarle otra mentira, y odiaba mentirle a Galatea, aunque fuera en algo tan sencillo como aquello.

―Se cayó por las escaleras ―respondió Az por mí, sentándose en el sillón.

―¿Y a ti? ―cuestionó mi mejor amiga, enarcando una ceja.

Cada vez Galatea me sorprendía más. La conocía desde hacía años y aún así conseguía que cada día viera algo nuevo de ella. Me sorprendió la naturalidad con la que le habló a Az, como si no se hubiera dado cuenta de aquella misteriosa perfección que lo rodeaba.

―Yo no soy importante ―respondió él levantándose del sofá y entrando en la cocina.

Mi amiga devolvió su atención a mí y sonrió de oreja a oreja. Miró durante un instante en dirección a la puerta de la cocina para comprobar que Az no volvía y me miró de nuevo.

―Espero seriamente que te hayas dado cuenta de que este chico se puede reír a carcajadas de tus discursos sobre la inexistencia de la perfección ―dijo emocionada, en susurros.

―¡Ma ha dicho que doy asco por eso! ―exclamó Az desde la cocina. Galatea y yo nos echamos a reír.

―Tiene razón. Pero es que hasta hace unos tres días pensaba que teníamos una palabra para algo que no existe ―comenté con la mirada fija en la puerta―. Y aparece él de la nada.

En cuanto terminé de hablar, entró Az al salón. Llevaba en la mano tres vasos de zumo de naranja como si llevara haciendo sólo eso toda su vida. Nos dio un vaso a Galatea y a mí, y se bebió lo que quedaba en su vaso de un trago.

―Te he traído el tuyo para que no te vuelvas a beber el mío ―me dijo, con una sonrisa burlona. Iba a replicar, pero habló antes―. Tengo que salir a por unas cosas, luego vuelvo.

Iba a salir, pero entonces se dio cuenta de que iba sin camiseta. Volvió sobre sus pasos y entró en mi habitación, salió a los diez segundos con una camisa de cuadros azules puesta, de mi padre.

Algo me oprimió el pecho, se me formó un nudo en la garganta y se me retorció el estómago. Lo miré fijamente mientras caminaba hacia la entrada, de espaldas a nosotras, pero debió de sentir el peso de mi mirada, porque se giró hacia mí.

―¿Te importa que me la ponga? ―Negué con la cabeza, él se encogió de hombros y salió por la puerta. En cuanto estuvimos solas, Galatea me miró preocupada.

―¿Qué le ha pasado a tu padre? Es un hombre muy simpático, pero dudo que le haga gracia que un chico como él esté por aquí.

―Me vas a tomar por loca si te lo cuento ―suspiré, pasándome una mano por la cara.

―Jamás haría eso ―aseguró muy seria―. Además, un poco de locura está bien.

―No, es que de verdad siento que se me ha terminado de ir la olla por completo.

Le terminé contando lo que había visto que le había ocurrido a mi padre. Desde el pitido que me hizo caer de rodillas hasta que lo vi convertirse en polvo. Ella escuchó con atención, sin interrumpir y sólo asintiendo cuando era necesario; como ella sabía que me gustaba. Cuando terminé de explicarle todo, incluyendo en el relato la otra chica muerta del local y mi despido, me recosté en el sofá. Galatea no había variado su seria expresión, como si no le sorprendiera en lo más mínimo todo lo que le acababa de contar.

―¿No vas a salir corriendo? ―bromeé.

―No. Nunca. Ni pensarlo. Te ha tocado aguantarme hasta el fin de los tiempos.

―No es una desgracia tan grande. ¿No te parece que estoy loca?

―En realidad, no. Sólo creo que estás cansada, pero no he venido a verte dormir, así que ya dormirás esta noche. ―Me cogió un brazo y me irguió en el sofá hasta que estuve sentada ―. Busca la playlist esa tan deprimente que te voy a hacer las trenzas.

Estuvimos toda la tarde juntas. Escuchando las mismas cinco canciones, una y otra vez. En parte, me recordó al día que conocí a Az, y ocurrió lo de mi padre. Era incluso cómica, la forma tan repentina en la que Az se había convertido en parte de mi vida.

Nos habíamos quedado calladas y recordé la pelea en la que aparentemente había ganado Az. Las palabras que estaba pensando que quería decirle a mi mejor amiga escaparon de mi boca como si tuvieran vida propia.

―¿Sabes? No me caí por las escaleras.

―He de confesar que me lo imaginaba ―comentó.

―Alguien nos atacó, a mí me rompió la pierna y a Az le hizo el corte que tenía vendado.

Entonces Galatea sí que me miró sorprendida. Se levantó de golpe del sofá y me miró con las manos sobre la cabeza.

―Vale, uhmm ―reflexionó unos instantes―. ¿Cómo te llamas hoy?

―Amber.

―Vale, Amber, necesito que me digas qué aspecto tenía quien os atacó. Por favor ―dijo por último al ver mi cara de sorpresa.

―Te lo puedo decir, pero peleando con Az, desapareció tras un fogonazo de luz azul.

―Da igual, necesito que me lo digas.

―Era alto ―empecé a enumerar―, tenía el pelo negro recogido en una coleta corta y sus ojos... sus ojos brillaban. Daba un poco de miedo.

―¿Nada más?

―No, estaba oscuro. Bastante es que te puedo describir ese poco.

Asintió, completamente seria, tal vez lo más seria que la había visto nunca. Me dio un beso rápido en la mejilla y salió disparada de mi casa, con el teléfono en la oreja. Me quedé sola en casa, sumida en un profundo silencio. Un silencio que apenas duró un instante porque Az entró de nuevo en la casa. Llevaba un saquito blanco en una mano y una pequeña televisión bajo el otro brazo.

―Me encanta el detalle de la tele, pero no tengo dinero para pagar lo que consume ―comenté en cuanto dejó la televisión en un viejo mueble que estaba en desuso por la falta de un televisor. Pero ya no faltaba, porque al parecer Az parecía decidido a dejar el aparato en mi casa.

―Esta es especial, no hay que pagar nada.

Se sentó a mi lado en el sofá y la encendió con un mando a distancia. Apareció en la pantalla un canal en el que empezaba una película romántica. Quise coger el mando para cambiar de canal, pero Az lo apartó para que yo no lograra alcanzarlo. Se giró hacia mí y cogió mi pierna para dejarla sobre la mesa de café. Abrió el pequeño saco, metió sus dedos índice y corazón y al sacarlos estaban manchados de un polvo de un azul intenso. Levantó su cabeza para mirarme de nuevo, y elevó la comisura izquierda de su boca formando una sonrisa burlona. Volvió a meter la mano en el saco y extrajo algo del polvo. Se acuclilló frente a mi pierna e introdujo el polvo por dentro de la escayola, y encima también. Para cuando iba a quejarme y preguntar qué hacía ya había puesto aquel polvo sobre mi pierna. Lo miré confundida. Él siguió atento a mi pierna. Juntó las palmas de sus manos aún sin mirarme y las posó sobre mi pierna. Cerró los ojos y empezó a mover los labios; estaba diciendo algo, pero sin dejar que el sonido de las palabras escapara de su boca. No entendía qué estaba haciendo, pero no parecía querer ser interrumpido. Cuando terminó de hacer lo que quiera que estuviera haciendo, se levantó y se sentó en el sofá a mi lado. De repente el polvo que había sobre la escayola empezó a brillar con una luz azul intensa, que me hizo apartar la mirada. Cuando dejó de brillar Az se inclinó hacia mi pierna y cogió el borde del yeso. Con un movimiento rápido rompió aquel material como si fuese papel. Cuando terminó, el suelo bajo nuestros pies estaba lleno de trozos de amalgama y de polvo blanquecino que también se había desprendido. No había polvo azul en el suelo, porque había desaparecido en cuanto la luz había dejado de brillar. Se recostó en el sofá en cuanto hubo acabado.

―Ya puedes caminar otra vez ―dijo cambiando de canal la televisión.

―Esto ya si que no es normal ―sentencié levantándome del sofá. En parte para alejarme un poco de él―. No es posible―dije mientras lo señalaba con mi dedo índice tembloroso―. Una pierna rota no se puede curar así, con polvo mágico y unas palabrejas en voz baja. Es que es imposible...

Seguí dando vueltas por la habitación con las manos sobre la cabeza. Estaba confundida, asustada y furiosa, todo a la vez. No entendía nada, y Az tampoco hacía el intento de explicarse. Cuando se cansó de que diera vueltas por el pequeño salón, se levantó y me cogió por los hombros. Me miró fijamente a los ojos hasta que todo lo que estaba diciendo se transformó en un balbuceo y finalmente en un completo silencio. Me acompañó al sofá y me obligó a sentarme, él se sentó en el sillón. Me quedé callada, y él también; ninguno tenía intención de hablar. Nos quedamos en silencio, sin decir nada, sólo mirándonos a los ojos. Tenía unos ojos profundos, como dos carreteras infinitas en mitad de una noche sin estrellas. En verdad tenía unos ojos impactantes.

De repente, se oyeron unos golpes en la puerta. Me sorprendió la reacción de Az. Se enderezó por completo en el sillón, abrió mucho los ojos. Estaba alerta. Tenía las manos agarradas a los brazos del sillón, con los músculos completamente tensos. Sonreí de lado.

―Tranquilo, sólo es la pizza que he pedido antes con Galatea.

Me levanté del sofá y le abrí la puerta al repartidor. Era un chico alto con el pelo negro recogido en una coleta en la nuca. Sus ojos relucían en la penumbra del pasillo.

Ariael.

Se me había quedado grabado su nombre. Era él. Por supuesto que lo era. En cuanto comprendió que lo había reconocido sonrió. Pero su sonrisa era la más horrible que jamás había visto. En cuanto las comisuras llegaron a la mitad de sus mejillas, dos cortes empezaron a atravesarle el resto de la cara, hasta casi las orejas. De los dos cortes que había en los extremos de su boca empezó a brotar un líquido negro y espeso. El líquido resbaló por su cara y cuello, y algunas gotas cayeron al suelo. Las gotas de aquel líquido quemaron y deshicieron el suelo, como ácido. Grité.

Un gritó que desgarró mi garganta y que hizo que Az apareciera a mi lado en menos de un segundo y en completo silencio. La sonrisa de Ariael había dejado de crecer, pero seguía dejando salir, sin parar, aquel espeso ácido por los cortes. El pelinegro iba a extender una mano hacia mí, pero Az se interpuso entre nosotros. Vi en su mano relucir el cuchillo de hoja ondulada de la otra noche. La hoja del arma brillaba con luz propia de alguna manera, e iluminaba el pasillo tenuemente. Más rápido de lo que mi mente lo pudo procesar, Az le clavó a Ariael el cuchillo en el corazón. La hoja entró en contacto con la piel del pelinegro y a éste empezó a oscurecérsele la piel. Az, con el semblante serio e imperturbable y mirando a Ariael a los ojos, empezó a bajar el cuchillo, haciendo una raja en la ropa y la carne del pelinegro. Pensé, estremeciéndome, en los huesos y carne que estaba atravesando, en la fuerza que aquello requería. Cuando se oscureció por completo hasta ser del mismo color que el espeso ácido, empezó a derretirse, convirtiéndose enteramente en ese líquido que antes expulsaba sólo por los cortes.

Me quedé paralizada, viendo atónita cómo el cuerpo de ese chico se convertía en nada y deshacía el suelo a su vez. Frente a nosotros finalmente, quedó un agujero en el suelo. Me giré hacia Az, que respiraba pesadamente, apretaba el cuchillo con una fuerza innecesaria y tenía la vista clavada en el agujero que había provocado aquel veneno que desprendía Ariael. Estuvimos allí parados mucho tiempo, tal vez incluso un par de horas. Sin hacer nada; simplemente mirando con una fijeza rompedora el suelo, o la falta de él. Entonces Az soltó el cuchillo, que al caer al suelo rebotó y cayó por el agujero. Se escuchó el rumor del ruido que hizo al caer al suelo del piso inferior. Me pareció un ruido muy lejano, como si solo mi cuerpo estuviera en aquel lugar físicamente, pero yo en realidad estuviera en otra parte. En cualquier otra parte menos allí.

Como acto reflejo bajé las escaleras hasta el piso de debajo y rescaté el cuchillo, que había caído en el felpudo de la puerta del piso bajo el mío. Subí de nuevo las escaleras pero Az ya no estaba. Entré en el apartamento y encontré al rubio sentado en el sofá, con la mirada fija en la caja de pizza que había dejado él sobre la mesa, y que de alguna manera había quedado intacta. Estaba tan concentrado en la caja cerrada de pizza que dudé seriamente si se había percatado de mi presencia. Me senté a su lado y me incliné para abrir la caja. El olor que desprendió fue delicioso, pero Az no se inmutó. Estaba serio, impertérrito, con la mirada perdida, y me preocupé. Me preocupé sobre todo porque ahora estaba tan frío que incluso desprendía aquella temperatura. Se me puso la carne de gallina, pero no me moví. Cogí un trozo de la pizza y una de sus manos, e hice que agarrara el trozo.

―Come ―dije a media voz. Me llevé un trozo de pizza a la boca.

―Nunca he comido pizza antes ―susurró muy bajo, tanto que si no hubiera estado al lado no lo habría oído.

―Pues no sé en qué mundo has estado viviendo ―respondí, intentando animar un poco la situación, aunque sabía que nada iba a lograrlo.

―Te aseguro que en uno muy diferente al tuyo.

Seguimos comiendo en silencio. La pizza se acabó, por lo que supuse que a Az le había gustado, pero tampoco había comentado nada al respecto.

―¿Por qué me encuentro tan mal? ―preguntó de repente.

―Yo tampoco me encuentro de maravilla.

―¿Te ha hecho algo a ti también? ―inquirió, parecía incluso asustado.

La forma en la que me miró me dejó perpleja. Parecía vulnerable, parecía un niño asustado. Siempre daba la impresión de que tenía todo bajo control, que de verdad era invencible, que pasara lo que pasase él sabría qué hacer; pero en aquel momento, allí sentado, parecía que necesitaba ser salvado. Que no era él quien te salvaba.

―¿También? ¿Qué te ha hecho? ¿Cuándo te ha herido?

―¡No es una herida física! ―exclamó, entre furioso y asustado―. Tengo esta sensación en el pecho, una voz en mi cabeza que me repite que lo he hecho mal, pero iba a hacerte daño y...

―Te sientes culpable ―lo interrumpí.

Me miró como si no hubiera comprendido lo que acababa de decirle. No dijo nada, sólo me miraba fijamente, como esperando que dijera algo más.

―¿Nunca te has sentido culpable antes?

―Es complicado ―murmuró, bajando la cabeza y mirando sus manos, quietas sobre su regazo.

―No sé si te has dado cuenta, pero al parecer contigo todo es complicado. ―Levantó la cabeza de golpe con el ceño fruncido.

―¿Qué significa eso?

―Que desde que te conozco me han pasado cosas muy raras. Para empezar, ¿qué has hecho con el polvo ese? Porque lo has puesto en mi pierna, has dicho algo, el polvo ha brillado, luego ha desaparecido y mi pierna se ha curado mágicamente. Pero hay un problema: la magia no existe.

―¿Quién ha dicho que no?

Continue Reading

You'll Also Like

47K 1.7K 39
Les vengo a informar que si demoró en publicar más capítulos es por falta de ideas o porque estoy ocupada y si no les gusta el ship por favor no haga...
102K 8.1K 66
☆ Premio Wattys 2017 en la categoría: las lecturas fascinantes ☆ ☆ Destacada del mes de septiembre 2020 en @SuperheroesEs ☆ ☆ Destacada en marzo 2021...
21K 2.4K 33
Él ha vuelto al mundo, Lyonel se vio envuelto en la locura al no recordar su vida, sin embargo estaba destinado a encontrarse con Madison nuevamente...
217K 15.4K 51
Días después de su decimoctavo cumpleaños, Aurora Craton siente la atracción de apareamiento mientras trabaja como camarera en una fiesta de los líde...