Su última esperanza

Oleh almarianna

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Libro 3 Serie Peligro. ♡ Luego de un tiempo en la cárcel, Gabriel necesita empezar de nuevo. Sus acciones del... Lebih Banyak

Sinopsis
Booktrailer
Nota de autora
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo
Personajes
Nota de autora

Capítulo 10

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Oleh almarianna

Se desperezó en la cama emitiendo un largo gemido de placer. Le dolía todo, cada músculo de su cuerpo, incluso de esos que ni siquiera sabía que tenía; pero, a su vez, se sentía completamente relajada. En el acto, una secuencia de exquisitas y sensuales imágenes pasaron por su mente recordándole la maravillosa noche que había compartido con Gabriel.

El recuerdo de sus caricias y sus besos le provocó un repentino, aunque agradable, cosquilleo en la boca del estómago y, sin poder contenerlo, un suspiro escapó de sus labios. Cautelosa, estiró un brazo hacia el costado en su busca, pero las sábanas estaban frías, lo que le indicó que no se encontraba en la cama.

Se frotó los ojos antes de abrirlos y se colocó en una posición sentada. Miró a su alrededor. A pesar de la apasionada noche, todo se encontraba en su lugar, incluso su roto vestido el cual, prolijamente doblado, descansaba sobre la silla. Recordó al instante la forma en que nada más llegar, Gabriel se había quitado su chaqueta para luego dejarla colgada en el respaldo.

Era evidente que al hombre le gustaba el orden. Negó al darse cuenta de que ella, por su parte, era por completo opuesta. Solía hacer las cosas de forma apresurada y, en su acelere, dejaba todo tirado en cualquier lado. No obstante, sabía perfectamente dónde estaba cada cosa.

Una punzada de decepción la invadió de repente al caer en la cuenta de que, no solo se había marchado, sino que lo hizo sin despedirse. Tal vez se había equivocado y lo que para ella fue la mejor noche de su vida, para él solo se trató de una simple aventura.

De pronto, un papel doblado sobre la mesita de luz llamó su atención. Conteniendo apenas la ansiedad, lo desdobló y procedió a leerlo. "Buenos días, preciosa. Me surgió algo urgente y tuve que irme, pero me llevo tu hermoso recuerdo conmigo."

Su corazón se aceleró al leer las líneas. Nunca le había gustado que usaran ese tipo de apelativos genéricos con ella, sin embargo, le encantaba cuando él lo hacía. De algún modo que no entendía, le resultaba cariñoso, íntimo.

Aun así, seguía sintiéndose un tanto inquieta. Había algo en aquel mensaje breve y ambiguo que no le cerraba del todo. ¿Qué había querido decir eso de que se llevaba consigo su recuerdo? ¿Acaso no se verían de nuevo? ¿No volverían a dormir juntos? Gruñó al darse cuenta de que le estaba dando demasiadas vueltas al asunto. Se estaba enroscando como jamás creyó que lo haría por un hombre y no le gustaba cómo se sentía.

Ofuscada, apartó las mantas de un tirón y se levantó para dirigirse al cuarto de baño. Necesitaba con urgencia relajarse y nada mejor para eso que una ducha caliente.

Veinte minutos después, con el cabello aún húmedo y la toalla alrededor de su cuerpo, buscaba entre los cajones algo que ponerse. Era preciso que se mantuviese ocupada para evitar pensar en Gabriel, así que se pondría a limpiar y ordenar un poco antes de que su amiga regresara. En especial el living, donde, si su memoria no le fallaba, habría quedado parte de su atuendo de la noche anterior cuando se desvistió para él.

Resopló al darse cuenta de que todo la hacía recordarlo. Se negaba a ser como esas mujeres que están pendientes de su teléfono a la espera de un mensaje. De hecho, ni siquiera lo había sacado de la cartera aún. Mejor. Lo pondría a cargar y se olvidaría del mismo mientras que, con buena música, se ocupaba de que no quedase rastro alguno de lo sucedido. Lo que menos necesitaba era que Estefanía se pusiese a hacerle preguntas.

El estridente sonido del timbre la sobresaltó. Frunció el ceño, confundida, al reconocer que no se trataba del que se encontraba abajo en la entrada del edificio, sino del que estaba junto a la puerta del departamento. Tal vez su amiga se había olvidado las llaves —no sería la primera vez— y el encargado la había dejado subir.

Resopló cuando este sonó de nuevo y maldijo por lo bajo. Ajustándose el nudo de la toalla, salió de la habitación en dirección a la entrada, dispuesta a reclamarle por su impaciencia. No obstante, no fue a ella a quien encontró del otro lado.

Reprimió un jadeo cuando vio a Gustavo, de pie bajo el umbral de la puerta mirándola con lascivia. Unos metros más atrás, vestido con la misma ropa del día anterior, Gabriel la observaba con la misma expresión imperturbable que siempre solía tener en presencia de su jefe.

Pese a que desvió la vista con rapidez, antes de que sus magnéticos ojos celestes la atraparan, alcanzó a ver que su aspecto distaba mucho de la impecabilidad que lo caracterizaba.

—¡Gustavo! ¿Qué estás haciendo acá? —preguntó con más brusquedad de la que pretendía a la vez que sujetó con firmeza el nudo de la toalla.

Por inercia, miró hacia el sofá donde sabía que estaría su ropa en el piso. Sin embargo, todo estaba despejado.

—¿Desde cuándo necesito una excusa para visitar a mi novia? —preguntó llamando su atención de nuevo.

Se estremeció al oírlo. ¿Acaso era una broma?

Al volver a fijar los ojos en él, advirtió su piloto colgado del perchero junto a la puerta. Definitivamente, Gabriel lo había ordenado todo antes de irse. No tenía idea de dónde estarían sus medias o su ropa interior, pero en ese momento, era lo que menos le importaba.

Estaba por pedirle que se fuera, que hablarían otro día, cuando este avanzó hacia ella, adentrándose sin permiso en el departamento. Retrocedió para mantener la distancia, pero eso no pareció detenerlo y, acunando su rostro entre sus manos, se inclinó para besarla. Aunque giró la cara, él fue más rápido y, sin darle tiempo a apartarse, estampó sus labios contra los suyos.

—¡No! —exclamó al tiempo que lo empujó con su mano libre.

Notó cómo le cambiaba la cara de desconcierto a sorpresa y, un instante después, a furia. No le importaba. Creyó que las cosas entre ellos habían quedado claras luego del viaje a Rosario.

—Sé lo que hiciste anoche —siseó Gustavo con evidente molestia.

Su corazón se disparó al oírlo. Por un breve momento, miró a Gabriel, pero este no parecía afectado en lo más mínimo. Más bien todo lo contrario, era como si le diera igual lo que le pasara. Comenzó a sentir el enojo crecer en su interior, pero antes de que pudiera volver a hablar, Gustavo prosiguió con su discurso, volviendo a acaparar su atención.

—Es asombroso lo que uno puede encontrar en las redes sociales hoy en día —dijo con tono mordaz—. Como sabrás, me tomo muy en serio mi trabajo y me entero cada vez que mencionan a la banda o la etiquetan en alguna publicación.

Ana tragó con dificultad al darse cuenta de lo que eso significaba. ¡Qué idiota había sido! La noche anterior, cuando bailó con Gabriel, no había pensado en ningún momento que alguien pudiera fotografiarla. Sintió que su boca se secaba debido a los nervios. Pese a que estaba segura de que no habían hecho nada a la vista de todos, también era consciente de lo mucho que una imagen podía llegar a malinterpretarse —bueno, o interpretarse correctamente, en su caso—.

—¿Y qué fue lo que viste? —preguntó, desafiante, intentando disimular los nervios.

Si bien no le importaba lo que él pensase, de algún modo, su actitud conseguía siempre intimidarla.

Este arqueó una ceja al oírla. No había pasado por alto su reacción.

—Solo a dos hermosas mujeres bailando de forma sensual —indicó con una media sonrisa que le puso los pelos de punta—. Pero, aunque reconozco que es algo digno de ver, no me hace ninguna gracia que otros miren con deseo a mi chica.

Un escalofrío le recorrió la columna y se apartó, de nuevo, cuando intentó acariciarle el cabello.

—Yo no soy tu chica —murmuró con voz temblorosa.

Gustavo gruñó en respuesta.

—¡Terminá de una vez por todas con esta distancia absurda, Ana!

A pesar del temor que estaba sintiendo, su carácter se impuso. No iba a dejar que le gritase de ese modo, que intentase controlarla como hacía con todo el mundo. A ella nadie le decía qué hacer. No lo había hecho su padre cuando era chica, mucho menos lo haría un hombre. ¡Dios, ¿cómo estuvo tan ciega durante todos esos meses?!

—¿¡Absurda?! ¡Creí que había quedado claro que ya no quiero nada con vos! No pienso estar al lado de alguien que no controla sus emociones; que, así como golpea a una pared, puede pegarme a mí si digo o hago algo equivocado. ¡Aceptá de una vez que lo nuestro terminó, Gustavo!

Notó cómo su mirada se oscurecía a la vez que sus manos se cerraban en puños. Un segundo después, se abalanzó sobre ella acorralándola contra la pared.

—No estoy de humor para juegos, chiquita —siseó a la vez que le sujetó el mentón con brusquedad—. Me importa un huevo lo que quieras hacer o no. Lo nuestro se termina cuando yo lo diga. ¡¿Está claro?! No te olvides de que sos mía hasta que se acabe tu contrato. A menos claro que quieras que toda la banda se perjudique por tus acciones.

—Señor Deglise, se está haciendo tarde para su reunión.

La voz del custodio, grave, profunda, pausada, los alcanzó de repente provocando que Gustavo la soltase al instante. Ella, por su parte, no se movió. Por completo estática, permaneció junto al muro sintiendo cómo su cuerpo temblaba como una hoja. ¿Acababa de amenazarla?

Furiosa, lo buscó con la mirada. Estaba asustada, sí, pero no se iba a quedar callada. Jamás lo hacía. Pero entonces, sus ojos se cruzaron con los de Gabriel y encontró en ellos un ruego silencioso. Le estaba pidiendo que no la siguiese, que guardase silencio.

—Nos vemos el viernes en la discoteca, muñeca —dijo el representante, sin siquiera mirarla, justo antes de salir por la puerta.

Gabriel permaneció unos segundos con la mirada fija en ella. Su expresión seguía siendo igual de imperturbable, indescifrable, por lo que fue incapaz de saber qué estaba pensando. Odiaba cuando actuaba de ese modo. Si bien sabía que era parte de su trabajo no dejar que sus emociones se mostrasen, no podía evitar pensar que tal vez, simplemente se debía a que no sentía absolutamente nada.

En cuanto ambos se fueron, cerró la puerta con llave y, apoyando su espalda en la madera, flexionó las rodillas y se deslizó hasta quedar sentada en el piso. Luego, rompió en llanto.

En el interior de su auto, Gabriel mantenía sus puños apretados con fuerza alrededor del volante. Su corazón latía desenfrenado y le costaba respirar con normalidad debido a la furia que sentía dentro de él. Todo su cuerpo estaba en tensión y la adrenalina corría vertiginosamente por sus venas. Le había llevado cada gramo de autocontrol no tirarse encima de su jefe y empujarlo lejos cuando este había osado agarrar a Ana de ese modo.

Esa mañana, pese a que le había dicho que no lo necesitaría hasta la tarde, lo llamó para solicitar su presencia y tuvo que dejarlo todo para ir a buscarlo. Al parecer, le había surgido una reunión imprevista e impostergable y necesitaba que lo llevase al lugar de encuentro.

Pero lo peor no fue eso —era consciente de que, cuando había aceptado el trabajo, acordó estar disponible a toda hora—. No, lo que no soportaba era la forma en la que lo trataba, como si más que su jefe, fuera su dueño.

En el poco tiempo desde que se había vuelto su guardaespaldas, llegó a conocerlo un poco más. Tenía un modo de relacionarse con todos que dejaba claro su posición de poder. Menos con su hermano. En presencia de Ariel, por el contrario, se volvía callado, servicial, incluso pasivo. Curioso que no se parecieran en nada. Mientras Gustavo debía recurrir a la imposición de autoridad, su hermano imponía respeto con su sola presencia.

Aun así, ninguno de los dos le terminaba de cerrar. Su jefe, además de las razones obvias, porque le parecía un maldito cobarde y rastrero y el otro, por ese aire de misterio y peligro que lo envolvía. Solo bastaba con prestar un poco de atención para darse cuenta de que sus negocios no se limitaban solo a la discoteca. Andaba en algo paralelo y, por lo que había alcanzado a ver, sucio también. No obstante, no tenía prueba alguna, por lo que, de momento, lo mejor era mantenerse al margen.

Con lo que no podía mirar hacia otro lado, era con Ana. Quiso matarlo cuando, primero, la había besado y luego, al imponerse a ella, intimidándola. Aunque no se había movido del lugar, sus ojos no perdieron detalle de esa mano que se cerraba sobre su bello rostro, atento a cada una de sus palabras y a cualquier paso que este diese. Se había sentido al límite, con los puños cerrados con tanta fuerza que temía le hubiesen quedado marcas en las palmas. Había estado a punto de mandar todo a la mierda y apartarlo de ella y eso era algo que no podía suceder. Al menos, no todavía.

Después de haber pasado dos años en la cárcel por errores de su pasado —errores que asumía y de los que se había arrepentido casi de inmediato—, no podía dejarse llevar por el impulso, menos con alguien como su jefe. No obstante, también tenía claro que tampoco iba a permitir que volviese a ponerle las manos encima o tratarla del modo en que acababa de hacerlo en su presencia.

Si bien la conocía hacía apenas un mes, significaba mucho para él. Esa hermosa y jovial mujer se había vuelto el centro de su mundo en un abrir y cerrar de ojos. No solo lo atraía su indiscutible belleza, sino su personalidad, su carácter fuerte y valentía, su sensualidad y picardía. Ella era todo lo que alguna vez deseó para su vida, incluso sin saberlo.

Aun así, estaba aterrado. No quería volver a equivocarse y arruinarlo todo. No podía dejarse llevar por sus sentimientos y cagarla de nuevo. Se le había dado otra oportunidad en el amor y no pensaba desaprovecharla. Ana era su última esperanza para ser feliz.

No pudo evitar recordar la expresión en su rostro cuando los encontró al abrir la puerta. Estaba desorientada y, aunque lo había disimulado muy bien, lo miró con miedo al oír que Gustavo sabía lo que había hecho la noche anterior. Por un instante, había dudado de él y eso le había dolido más que cualquier otra cosa. Necesitaba que supiera que jamás la expondría de ese modo, que no dejaría que nadie, incluso él mismo, le hiciera daño alguna vez.

Ella era lo más importante. Ni su pasado ni su trabajo, mucho menos sus miedos, eran capaces de impedir que velara por su bienestar y su seguridad, aun si significaba que tomase distancia, y eso, estaba seguro, era amor. No el que creyó haber sentido antes, sino el verdadero amor, ese que siempre había ansiado tener en su vida. Y la noche compartida le había confirmado lo que él en su interior ya sabía: Estaba completamente enamorado de Ana.

Necesitaba decirle cómo se sentía. Esa mañana no tuvieron oportunidad de hablar debido a que había salido corriendo cuando su jefe lo llamó. Ya de por sí, había sido arriesgado pasar la noche en su casa y no quería seguir tentando su suerte. Por mucho que lo deseaba, sabía que Gustavo no renunciaría a ella tan fácilmente.

Antes de dejarla, se había tomado el tiempo para escribirle una nota con la esperanza de poder llamarla después. También había acomodado el desorden por si su amiga regresaba temprano. Ella era la única que sabía que él la había llevado a su casa y no quería que se sintiese comprometida de algún modo a tener que hablarle sobre lo sucedido.

Con lo que no contó fue con que nada más llegar a la casa de Gustavo, este le pidiese que lo llevase hacia allí. Aprovechando un momento de distracción de su jefe, intentó advertirle y le envió un mensaje rogando en su interior que lo viese antes de que ellos llegaran. No obstante, por cómo los recibió y la sorpresa que evidenciaba su rostro, estaba claro que no lo había conseguido.

—Creí que tendrías mejor cara después de anoche —señaló Gustavo, de pronto, rompiendo el silencio que imperaba dentro del vehículo.

—¿Disculpe?

Su corazón dio un vuelco al oírlo. ¿Acaso...? No, era imposible.

—Bueno, es obvio que no dormiste en tu casa y pensé que había sido por una buena causa. Tal vez me equivoqué.

¡Mierda! El tipo sí que era observador. Evidentemente, había reparado en que tenía la misma ropa del día anterior y, peor aún, que su camisa estaba bastante arrugada. Con la urgencia, no tuvo tiempo de pasar por su departamento antes de ir a verlo, mucho menos de planchar su ropa. Solo esperaba que la misma no tuviese el perfume de ella impregnado. No por él, ahora mismo lo que menos le importaba era su trabajo. Lo único que le preocupaba era que ella quedase en una situación complicada e, incluso, peligrosa.

—Sí, se equivocó —se limitó a decir a riesgo de sonar impertinente. No tenía por qué hablar de su vida privada con él.

Gustavo sonrió al escucharlo y desvió la mirada hacia el exterior a través de la ventanilla. Si no lo conociera, pensaría que sabía perfectamente donde había estado y solo jugaba con él. No obstante, eso era imposible. Si tuviese una mínima sospecha de que Ana y él habían estado juntos, se le notaría en la mirada. Era un hombre posesivo y territorial y ella se había vuelto su más precioso tesoro. No había chance de que dejara pasar algo así.

Apretó aún más las manos sobre el volante. No veía la hora de que el puto día acabase para poder llamarla. Sabía que estaría molesta y decepcionada porque él no había intervenido y quería explicarle que la única razón que lo detuvo fue su seguridad. Si él hubiese hecho algo, los dos habrían quedado expuestos al instante y jamás haría nada que pudiese ponerla en peligro. Tenía que decírselo. Ella debía saberlo.

Como solía quedarse lejos cada vez que Gustavo se reunía con alguien, en especial si era a pedido de su hermano, aprovecharía ese momento para enviarle otro mensaje. Su mirada asustada y triste no dejaba de atormentarlo y quería corroborar que estuviese bien. Más tarde, vería la forma de ir a verla. Pero entonces, su jefe volvió a hablar, arruinando en un segundo todos sus planes.

—Esta vez, quiero que te quedes cerca de mí —indicó, serio—. Ariel me dijo que este tipo es muy pesado y que no me confíe. Necesito que estés atento a cualquier movimiento extraño mientras converso con él.

¡Mierda!

—Muy bien, señor.

Luego de estacionar frente a la plaza de uno de los barrios más costosos de la zona norte del conurbano bonaerense, bajó del auto y le abrió la puerta. Con atención, miró a su alrededor evaluando cada punto ciego que podría llegar a haber.

A lo lejos, un hombre con traje y anteojos negros, que tenía todo el aspecto de ser un guardaespaldas al igual que él, habló por radio en cuanto los vio y, segundos después, otro hombre, elegante y de avanzada edad, bajó de un vehículo con vidrios polarizados, acompañado de otro custodio.

"¿Por qué tanta seguridad?", pensó al ver, unos metros más atrás, otro auto con las ventanillas igual de oscuras y dos guardias más en los asientos de adelante.

—Señor Bermúdez, un placer volver a verlo —lo oyó decir a Gustavo mientras le daba la mano al anciano.

Pero este ignoró el gesto y, por completo inmutable a los encantos de su jefe, se giró para tomar asiento en uno de los bancos de madera.

—Señor Deglise, como sabrá soy un hombre muy ocupado, así que le sugiero que vaya al grano. Su hermano me dijo que tenía una propuesta para mí. Lo escucho.

Gustavo se aclaró la garganta antes de hablar. Parecía nervioso.

—Por supuesto.

A pesar de que se encontraba cerca de los dos, no podía escucharlos con claridad. Ambos utilizaban un tono de voz bajo y solían usar palabras que no tenían sentido alguno. Era evidente que se trataba de algún tipo de clave o código entre ellos. Sin embargo, logró captar la idea general.

Ariel le estaba ofreciendo su discoteca para que pudiesen llevar a cabo allí la entrega de mercadería con absoluta discreción durante el próximo recital de las bandas que él mismo representaba. Le informó, además, que contaban con el personal suficiente para que no hubiese ningún imprevisto y estaban dispuestos a negociar un precio más que beneficioso para ambas partes, mucho más de lo que conseguirían con sus actuales socios.

Notó cómo, justo en ese momento, el hombre lo miró fugazmente antes de decir algo que no fue capaz de escuchar y, a continuación, Gustavo le pidió que aguardase junto al auto. Manteniendo su expresión imperturbable, asintió y caminó en la dirección indicada.

¡Carajo! Esto no estaba bien. Nada bien. Ahora entendía la razón por la que su hermano tenía tantos guardaespaldas. No se trataba de una simple discoteca. Por lo visto, utilizaban el lugar como fachada para otro tipo de negocios, ilícitos por supuesto.

Se tensó al caer en la cuenta de que Ana podría salir perjudicada por simple asociación. Todos conocían su relación con el representante y si este caía, sin duda, la arrastraría con él. Al menos hasta que la policía corroborara que no tenía nada que ver. Aun así, la pasaría muy mal. Tenía que averiguar en qué andaba este junto a su hermano y con quienes se relacionaban. Pero más importante aún, tenía que alejar a Ana de toda esa mierda. 

Para cuando por fin regresó a su departamento, su celular había muerto. Tras conectarlo al cargador, se metió en el cuarto de baño para darse una larga y necesaria ducha. Luego, comería el resto de pizza que había quedado de dos noches atrás mientras buscaba en internet algo sobre el hombre con el que se había citado Gustavo. El apellido le sonaba, aunque no recordaba haberlo conocido antes.

Una hora después, descubrió por qué le resultaba tan familiar ese nombre. Cuando aún estudiaba en la escuela de policía había oído hablar de él. Era mucho más joven para entonces, pero se trataba de la misma persona. Franco Bermúdez fue acusado a fines de los noventa por venta ilegal de medicamentos y, debido a eso, desapareció del mapa.

La policía no pudo dar con él y los medios no volvieron a mencionarlo, lo que indicaba que, o bien lo habían bajado, o hubo mucho dinero de por medio para que todo quedase en el olvido. Por lo visto, resultó ser la segunda opción, ya que este seguía operando desde las sombras y los hermanos Deglise parecían ansiosos por formar parte del negocio del narcotráfico.

Reclinándose sobre el respaldo de la silla, exhaló, agotado. Tenía que advertirle de alguna manera a Ana sobre esto, pero no podía arriesgarse a ponerla en peligro. Era una extraordinaria y fuerte mujer con mucho carácter y temperamento y eso justamente la hacía fácil de leer. Era demasiado transparente y, la mayoría de las veces, las expresiones de su cara hablaban por ella. Estaba seguro de que, así como él se daba cuenta, Gustavo también lo hacía.

No pudo evitar pensar en Lucas, su hermano. Al igual que Pablo, era un policía especialmente entrenado en esa área. Si había alguien que podía llegar a tener información sobre este tipo era él. No obstante, no se atrevía a contactarlo luego de todo lo sucedido dos años atrás. Eso, sin mencionar lo que estaba pasando en el presente entre él y su hermana. No, hacerlo sería una catástrofe. Lo mejor que podía hacer era permanecer atento y, con la mayor cautela posible, intentar recabar más datos de su jefe.

Apagó la notebook y, luego de lavar lo que había utilizado para comer, se dirigió a su habitación en busca de su teléfono. La carga ya debía de estar completa y no quería seguir esperando para hablar con Ana. Tras encenderlo, esperó unos segundos para buscar su contacto. Pero entonces, vio que tenía un mensaje de ella. Ansioso por leer lo que le había puesto, abrió su chat. Nada lo preparó para el impacto que sus palabras causarían en él.

"Lo que hicimos anoche no puede volver a suceder."

Contuvo el impulso de gruñir, mandar todo al carajo y volver a su departamento para demostrarle, de todas las maneras posibles, lo mucho que necesitaban volver a estar juntos. Sin embargo, antes debía serenarse. Se había prometido a sí mismo no volver a actuar por impulso y, aunque le resultaba muy difícil, lo cumpliría. No estaba dispuesto a perderla. No a ella.

Dejando el teléfono a un lado, se recostó sobre su espalda y colocó un brazo debajo de su cabeza. Lo desesperaba la idea de que ella estuviese siquiera considerando no volver a verlo. No obstante, no se apresuraría. Le daría el tiempo necesario para que se tranquilizase y luego la buscaría.

Si había algo de lo que estaba seguro era de que con Ana ya no había vuelta atrás. Sentía mucho más que mera atracción física. La quería. Y, a juzgar por el modo en el que se había entregado a él la noche anterior, sabía que ella sentía lo mismo.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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