Su última esperanza

By almarianna

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Libro 3 Serie Peligro. ♡ Luego de un tiempo en la cárcel, Gabriel necesita empezar de nuevo. Sus acciones del... More

Sinopsis
Booktrailer
Nota de autora
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo
Personajes
Nota de autora

Capítulo 9

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By almarianna

Nada más oírla, se inclinó un poco más cerca a la vez que pasó el pulgar sobre su labio inferior. Notó el inmediato efecto que este gesto tuvo en ella y sonrió. Incapaz de seguir conteniéndose, deslizó la mano hasta su nuca a la vez que le rodeó la cintura con la otra pegándola a su cuerpo. Sus ojos no se despegaron en ningún momento de los de ella permitiéndole reconocer el ardiente deseo que había en ellos. Ana lo deseaba con igual intensidad.

—¿Estás segura de esto? —preguntó a escasos centímetros de su boca—. Si te beso de nuevo, no voy a detenerme.

Ella se estremeció al sentir su cálida respiración sobre la piel y todo en su interior vibró al oírlo hablar de ese modo. ¿Que si estaba segura había dicho? ¡No había dejado de soñar con que lo hiciera desde el día en que lo había conocido!

Decidida a mostrarle lo mucho que ansiaba ese momento, lo sujetó con ambas manos del cuello de su camisa y lo atrajo hacia su boca. Ambos gimieron cuando sus labios se estrellaron y, con una ferocidad que apenas podían controlar, unieron sus lenguas.

Su respuesta pareció enardecerlo ya que, tras una inspiración profunda, se aferró a su cintura, acercándola aún más. Gabriel no estaba siendo nada suave. Más bien lo opuesto. Por completo desatado, la besaba con pasión, con absoluto desenfreno y eso no hizo más que aumentar su propio deseo.

Interrumpiendo el beso de forma abrupta, se apartó de él lo suficiente como para mirarlo a los ojos y, con una sonrisa traviesa, apoyó una mano en su pecho instándolo a retroceder. Él no opuso resistencia. Le permitió llevarlo hasta el sofá donde se dejó caer sin apartar la mirada en ningún momento de ella.

—Yo tampoco pienso detenerme —susurró a la vez que comenzó a desprenderse los botones de su abrigo, uno a uno.

Gabriel no se perdió detalle de ninguno de sus movimientos. Ana mostraba su lado juguetón y él estaba de lo más encantado. La contempló mientras se deshacía del piloto y las botas, y tragó con dificultad cuando la vio sacarse las medias deslizándolas hacia abajo con sensualidad.

—No —la detuvo con voz ronca y, sujetándola de la mano, la hizo pararse justo frente a él—. De lo demás me encargo yo.

Con las palmas abiertas, le acarició las piernas desde la pantorrilla hasta los muslos. Al llegar a la cadera, se aventuró aún más y las metió debajo de su vestido con extrema y deliberada lentitud. Su piel era tan suave como lo había imaginado.

—No tenés una idea de lo mucho que deseaba hacer esto —susurró mientras enroscaba los pulgares en su ropa interior para comenzar a quitársela arrastrándola despacio hacia abajo.

Ana apoyó las manos en sus hombros para no caerse debido al inmenso placer que esa suave caricia le estaba provocando. Cerró los ojos al sentir la invasión de tan deliciosas sensaciones. La forma en la que la tocaba la volvía loca de deseo, de necesidad.

—Yo también —alcanzó a decir con voz entrecortada.

Él no se detuvo y, al llegar a los tobillos, la hizo levantar los pies de forma alternada librándola así de la pequeña prenda. A continuación, volvió a acariciarla trazando círculos con la yema de sus dedos conforme ascendía.

—¿Vos también qué? —preguntó masajeando la cara interna de sus muslos, instándola a separarlos un poco más—. ¿Querías que te tocara así? —insistió a la vez que pasó el pulgar alrededor de su centro.

Ella gimió cuando su caricia se volvió más íntima y él tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no recostarla sobre el sofá y tomarla en ese instante.

—S... sí —la oyó responder, por completo ida.

—Sos tan hermosa —continuó él sin dejar de frotar su feminidad con pequeños movimientos circulares—. ¿Te gusta sentir mis manos en tu cuerpo?

Pero Ana no respondió. ¡No podía! La deliciosa tortura a la que él la estaba sometiendo parecía haberle arrebatado la capacidad de habla. Apenas podía pensar. Solo sentir y dejarse llevar por esa increíble espiral de sensaciones que estaba experimentando bajo su toque.

Gabriel sonrió al verla arquearse y, decidido a volverla loca, deslizó un dedo en su interior. Apretó la mandíbula cuando sintió que este se cerraba, cual prensa, alrededor de él. ¡Mierda! Solo pensar en cómo se sentiría cuando estuviese enterrado profundamente en ella lo hizo vibrar.

La exquisita invasión hizo que sus piernas amenazaran con dejar de sostenerla. No obstante, él debió advertirlo, ya que, en ese momento, la atrajo hacia su regazo y la hizo sentarse a horcajadas sobre él. Sin dejar de estimular su centro con un dedo, con el otro entraba y salía de ella con tortuosa lentitud.

Sujetándola de la nuca con su mano libre, la atrajo hacia su boca y, en cuanto ella separó sus labios, la invadió con su lengua al mismo tiempo que lo hacía en su sexo. La oyó emitir un sensual gemido que él devoró justo antes de aumentar el ritmo de sus estocadas.

Ana se aferraba a sus brazos con desesperación. La forma en la que la besaba, a la vez que la estimulaba, la llevó, en segundos, al borde del precipicio. Estaba muy cerca de alcanzar ese punto de no retorno y no había nada que pudiese hacer para frenarlo. Pero entonces, él se detuvo retirando sus dedos de repente, lo que provocó que la frustración creciera en su interior.

Gabriel notó su desconcierto cuando, todavía aturdida, abrió los ojos y los clavó en los de él. Fuego. No encontraba otra palabra que definiese la emoción que estos transmitían. ¡Dios, apenas podía contener el impulso de liberar su erección y hundirse en ella! Sabía que estaba al límite. La pasión la desbordaba. Sin embargo, no quería que fuesen sus dedos los que la hicieran llegar a la cima.

—¿Por qué paraste? —se quejó.

—No paré, preciosa. Recién estoy empezando.

Oyó su jadeo cuando giró con ella hasta depositarla de espaldas sobre el sofá. Sin dejar de mirarla, le subió el vestido hasta la cadera y le separó las piernas. Necesitaba probarla, sentir su dulce néctar en su boca, su sabor en su lengua y beber de ella mientras la hiciese alcanzar la liberación. ¡Carajo, su miembro palpitó de anticipación con solo pensarlo!

La contempló por unos segundos, maravillado por la imagen que tenía frente a él. En esa posición, semi desnuda, aunque totalmente expuesta a él, estaba más sexy que nunca. Sujetándola de la pantorrilla, le subió una pierna hasta dejarla enganchada sobre su hombro y, sin más preludios, enterró el rostro en su zona más íntima.

—¡Oh, Dios! —exclamó Ana a la vez que se arqueó ante el contacto de su boca sobre ella.

Entregada a las atenciones de su experta lengua, se dejó llevar por el fuego arrollador que había encendido en ella. Cerró una mano en su cabello con fuerza cuando él sumó sus dedos y, ya incapaz de mantenerse quieta, movió sus caderas hacia adelante rogando por más, más y más.

Gabriel gruñó al percibir su pasión. La forma en la que respondía a él, tan sensible y ansiosa por su toque, lo estaba volviendo loco. Podía sentir su humedad en sus dedos, prueba irrefutable de su deseo, y su sabor le pareció de lo más adictivo. Jamás había probado algo similar. Ana era deliciosa en todos los sentidos de la palabra.

Estimulado por su receptividad y ferviente reacción, aumentó la intensidad de sus besos. Lamió los pequeños pliegues moviendo su lengua hacia arriba y hacia abajo, para luego hacerlo en círculos sobre su inflamado y nervioso nudo. Succionó y hasta raspó con sus dientes cuidándose de no lastimarla, alimentándose de ella con desenfrenada pasión y urgencia. Sus gemidos lo envolvían y el tirón de su cabello no hacía más que enardecerlo cada vez más.

Ana se dejó llevar, invadida por el inmenso placer que solo él era capaz de proveerle. Se entregó entera y lo dejó devorarla con hambre voraz mientras sentía emociones nuevas, jamás experimentadas antes. Entonces, un brutal y arrollador orgasmo que amenazó con dejarla sin aire la alcanzó finalmente y todo a su alrededor estalló en mil pedazos.

Su clímax casi desencadenó el suyo y, aunque deseaba seguir durante horas disfrutando de ese exquisito manjar, supo que había llegado el momento de detenerse. Todavía quedaba mucho por explorar y la noche recién comenzaba.

Apartándose de ella, la observó con adoración. Sus pliegues brillaban, mezcla de su excitación con su saliva, y un imperioso sentimiento de pertenencia lo invadió, de pronto, sorprendiéndolo. Ahora que la había probado, no concebía la posibilidad de alejarse de ella, y la idea de que alguien más tomara lo que ya consideraba suyo, lo enfureció.

Alzó la vista en busca de sus ojos. ¡Ah, carajo! El deseo seguía allí, incluso con más intensidad que antes. Al parecer, para ella tampoco había sido suficiente y él no iba a dejarla con las ganas. Arrodillándose en el sofá, se incorporó lo suficiente hasta alcanzar sus labios y, sin darle tiempo a nada, los cubrió con los suyos.

Sintiendo aún el remanente de placer en su tembloroso cuerpo, Ana le devolvió el beso con la misma pasión. Con sus brazos, lo rodeó del cuello y empujó hacia abajo para pegarlo a ella. La ropa de ambos empezaba a molestarle. No podía esperar a pasar sus manos por su fuerte y sensual torso desnudo y acariciar las duras ondulaciones de sus músculos.

—¿Dónde está tu habitación? —susurró él contra sus labios antes de volver a apoderarse de ellos.

Su corazón bombeó con fuerza al oír su pregunta. Por un momento, había temido que se detuviese, pero no podía estar más equivocada y contuvo un gemido al sentir su ansia. Su voz había salido más ronca que de costumbre, lo cual provocó que una electricidad la recorriera entera hasta desembocar en una violenta descarga justo en su centro.

—Por ahí —alcanzó a decir, casi sin aire, cuando él se apartó para permitirle responder.

Gabriel siguió el trayecto que le había indicado con la mano y volvió a centrar sus ojos en los de ella. Luego, enroscó un brazo alrededor de su cintura y se puso de pie obligándola a rodearlo con sus piernas. Sin dejar de besarla, caminó hacia el lugar señalado cerrando la puerta con un pie.

Al llegar a la cama, la recostó con cuidado y prosiguió a buscar el cierre del vestido. La quería desnuda debajo suyo y no podía esperar un minuto más. No obstante, no podía encontrar el maldito broche y la frustración comenzó a apoderarse de él. Probablemente se trataba de esos invisibles o, tal vez, el ansia lo volvía torpe impidiéndole verlo, aunque estuviese a simple vista. Fuera como fuese, estaba agotando su paciencia.

Ana debió advertir su conflicto, ya que, tomando una de sus manos, lo llevó hacia el minúsculo broche que había pasado por alto. Sin demorarse, lo deslizó hacia abajo, pero este se trabó a mitad de camino al engancharse con el borde de la tela. ¡Puta mierda!

—Rompelo, no me importa —susurró ella, igual de impaciente.

—¿Qué? —Su pedido había llamado su atención. Si bien estaba ansioso por quitárselo, no deseaba destrozarle la ropa.

—¡Rompelo ya, Gabriel! —exclamó, frustrada.

Sin pensarlo más, sujetó los extremos con ambas manos y tiró del vestido, desgarrándolo en el acto. El sonido de la tela se mezcló con el jadeo de ella y la temperatura pareció subir unos grados más, si acaso eso era posible.

Como no se había puesto corpiño, sus pechos quedaron, de inmediato, expuestos, sus firmes y endurecidos pezones apuntando hacia él, rogando porque los besara.

—Dios, sos tan hermosa —dijo mientras acercaba su boca a uno de ellos.

La sintió arquearse al sentir su lengua sobre la sensible punta, y sus dedos se aferraron al nacimiento de su cabello. Nunca había sido demasiado suave en la cama, por lo que le gustó comprobar que ella tampoco lo era.

Enardecido por la pasión que parecía desbordarla, chupó el delicioso pico atrapándolo entre sus labios y succionó de él para luego volver a atormentarlo con suaves lamidas.

—Ahhhh.

Ana no era silenciosa tampoco y cada uno de los sonidos que salía de su boca lo encendía más y más haciendo peligrar el poco control que aún conservaba.

—¿Te gusta? —preguntó incapaz de contener el deseo de escuchar su voz transformada por el placer que él mismo le estaba brindando.

—Sí, más fuerte —rogó ella en un lamento que hizo que su miembro latiera.

¡Carajo! Esa mujer acabaría con él.

Mordió despacio y tiró del pezón con sus dientes a la vez que jugó con el otro entre sus dedos. Ella tembló al sentirlo. ¡Dios, no iba a aguantar mucho más! Quería enterrarse en ella, una y otra vez, hasta que ambos perdiesen la cordura.

Sus fallidos intentos por desabrochar su camisa le recordaron que todavía se encontraba vestido y, antes de que sufriera la misma suerte que su vestido, se apresuró a quitársela. Le siguieron los pantalones y finalmente, sus bóxers.

En todo momento, sintió su mirada sobre él y advirtió cómo sus ojos brillaban con hambre al ver su falo en todo su esplendor. Entonces, la vio sentarse en la cama a la espera de su regreso.

Tragó con dificultad al darse cuenta de lo que se proponía, pero no la detuvo y en cuanto estuvo frente a ella, le permitió tomarlo con su boca.

No pudo contener un largo y ronco gemido cuando sintió su ardiente calor envolviéndolo. Sus labios rodearon su gruesa virilidad y empujaron suavemente mientras su lengua lo acariciaba con una suavidad que le quitó la respiración. Ver su pene entrando y saliendo de su boca era la imagen más sexy que había visto alguna vez.

—Dios, vas a matarme —murmuró de forma entrecortada mientras le acariciaba el cabello enterrando los dedos en él.

Ella mantuvo el ritmo lento y suave, como si supiera que el mínimo cambio lo llevaría directo al borde del precipicio. Por supuesto, no era la primera vez que una mujer le hacía esto, pero no recordaba haberlo disfrutado tanto. Se encontró a sí mismo queriendo prolongar el momento, consciente de que podía estar horas así, simplemente gozando de la dulce tortura de su boca. Sin embargo, eso no era posible. Definitivamente no quería terminar así. Al menos, no la primera vez.

No sabía qué carajo se había apoderado de ella para besarlo de ese modo. Nunca había tenido problemas en hacerlo con los hombres con los que dormía, pero tampoco era algo que le gustara demasiado. No obstante, con Gabriel fue distinto. La complació la sensación de tomarlo con la boca, de saborear su masculinidad. Sentir su placer aumentó el suyo y, por primera vez en su vida, no pensó en las consecuencias. Solo percibir su debilidad ante lo que ella estaba haciéndole la llevó de nuevo a la cima.

—Pará, preciosa, pará... —jadeó él mientras la sujetaba del mentón en un intento por detenerla, pero ella no parecía escucharlo y lo tomó más profundamente—. ¡Basta, Ana!

Con un gruñido, se apartó de ella y la empujó sobre la cama. Luego, apoyó una rodilla sobre el colchón, justo entre sus piernas, y se apresuró a ponerse un preservativo. Por un momento, temió que su brusquedad y la expresión que debía tener en su rostro a causa de sentirse tan al límite la asustase. Sin embargo, fue todo lo contrario. Lo miraba expectante, ansiosa.

Inclinándose sobre ella, apenas pudiendo controlarse, la sujetó de la parte posterior de sus rodillas y, tras alzar sus piernas y separarlas un poco más, se enterró de lleno en su interior. Ambos gimieron ante la repentina invasión.

¡Dios santo! Estaba tan apretada que tuvo que quedarse quieto para no culminar en ese preciso instante. Su calor lo envolvió como brasa encendida comprimiéndolo entre sus músculos internos, succionándolo con fuerza.

Susurró su nombre, desesperada porque empezara a moverse. La había penetrado con ímpetu elevándola alto solo con eso, pero necesitaba más de él. ¡Lo necesitaba todo! Ansiaba sentirlo entrar y salir de ella hasta que ya no pudiese más. Quería sentirse suya y saber que era él a quien le estaba entregando su cuerpo.

Alzó las caderas en una silenciosa petición y gimió al sentir cómo ese simple movimiento la llenó por completo.

—Dios, Ana —murmuró entre dientes, incapaz de seguir reprimiéndose.

Retrocedió un poco solo para volver a entrar en ella comenzando así un lento y sensual vaivén que, poco a poco, los condujo al paraíso.

Su carne lo devoró con avidez en cada embate, su delicioso calor envolviéndolo, volviéndolos uno. Sentía sus uñas clavándose en su espalda mientras el ardiente fuego arrasaba con ambos.

Por completo extasiado, buscó su boca y, empujando con su lengua, se abrió paso en su interior. La besó despacio mientras sus cuerpos unidos se movían a un ritmo firme y pausado. La había deseado desde el instante en que la vio y no podía creer que por fin la tenía entre sus brazos.

Ana pasó las manos por sus brazos, sintiendo bajo sus dedos la increíble fuerza de sus músculos, y cerró las piernas alrededor de él mientras recibía, gustosa, cada embestida. Estas eran cada vez más rápidas, más profundas. Gimió contra sus labios cuando los primeros espasmos la invadieron y, sin dubitación alguna, cedió ante el intenso placer, experimentando el mejor orgasmo de toda su vida.

Advirtió el momento exacto en el que ella alcanzó la cima, la prensa de su sexo alrededor del suyo, su clímax desencadenando el propio, y ya no fue capaz de seguir resistiéndose. Escondiendo su cara en el hueco entre su cuello y su hombro, emitió un ronco gemido y se dejó ir.

Tardó más de la cuenta en recuperar el control de sí mismo. Lo que acababa de experimentar había superado cualquier otra cosa que hubiese vivido antes. Ana despertaba su parte más visceral, sus más bajas pasiones y lo exigía todo de él a cambio. Sin embargo, no se quejaba. Al contrario, si no lo hubiese sentido en carne propia, no lo habría creído posible.

Apoyándose sobre sus antebrazos, se irguió para poder mirarla. ¡Estaba más hermosa que nunca! Su cabello revuelto, sus mejillas sonrosadas y sus labios inflamados a causa de sus besos. Y cuando ella abrió los ojos y sus miradas se encontraron, ya no fue capaz de apartar los suyos. Había satisfacción en ellos. Y también algo más, aunque no podía especificar de qué se trataba.

—¿Estás bien? —le preguntó acariciándole el pelo, apartándolo de su bello rostro.

—Sí —aseguró, sonriente.

Sus ojos bajaron irremediablemente hasta su boca. Entonces, lo supo. No entendía cómo había sucedido en tan poco tiempo, ni siquiera que fuese capaz de hacerlo, pero no tenía dudas de sus sentimientos. Estaba enamorado de Ana.

El repentino fogonazo de luz, seguido por la explosión de un trueno, los devolvió al presente. Al parecer, la tormenta estaba en pleno auge en el exterior y eso le recordó la conversación que habían tenido antes de que la pasión los desbordara.

Acomodándose de costado, dobló el codo para apoyar su cabeza sobre la palma de su mano.

—Espero haber podido quitarte el frío —señaló con una sonrisa traviesa mientras pasaba un dedo sobre el valle entre sus senos. Su piel se erizó ante la suave caricia provocando que sus pezones volvieran a endurecerse—. Mmm, creo que debo esforzarme más —continuó, deslizándolo ahora alrededor del tentador pico.

Antes de que pudiese preverlo, Ana rodó sobre su espalda y, subiéndose a horcajadas sobre él, lo sujetó de las muñecas.

—Creo que se te olvida que son los hombres los que necesitan tiempo para recuperarse —replicó y se mordió el labio de forma provocativa.

Gabriel también rodó y, aplastándola contra el colchón, apresó sus manos en una de él mientras comenzó a acariciarla con la otra.

—Eso es porque nunca estuviste con el hombre correcto, preciosa.

Ana abrió grande los ojos cuando sintió su dureza contra su muslo. Él no pudo evitar sonreír, triunfante, al ver su expresión.

—Empiezo a darme cuenta.

No estaba seguro de por qué lo había dicho. Si era por su asombrosa y rápida recuperación o tenía que ver con algo más, pero no quería presionarla. No tenía claro aún qué iba a pasar entre ellos de ahora en más y no deseaba empañar esa increíble noche con preguntas que, tal vez, ninguno de los dos podía responder.

—Voy a ducharme —anunció antes de depositar un suave beso en sus labios y ponerse de pie.

Ana lo observó alejarse hacia el cuarto de baño que había en la habitación. No pudo evitar suspirar ante la asombrosa visión de su cuerpo desnudo.

—¿Venís o solo vas a quedarte ahí mirándome el culo? —preguntó, divertido, sin siquiera girarse.

Ana se carcajeó. Gabriel era toda una cajita de sorpresas. Con lo serio y distante que siempre solía mostrarse, jamás imaginó que tenía un lado juguetón. Sin embargo, le encantaba. Ella era muy parecida y le gustó saber que compartían eso. Y la forma en la que le había hecho el amor... ¡Dios querido! Nunca antes había estado con alguien así, dominante y seguro de sí mismo. Pero, más importante aún, que supiese exactamente cómo darle placer. Tenía que tener cuidado o podría terminar enamorándose de él.

Luego de una ducha igual de sensual que divertida, volvieron a la cama en donde hicieron el amor, una vez más, con absoluto desenfreno. Ahora que finalmente se habían probado, parecían ser incapaces de dejar de tocarse, besarse, adorarse. Aunque lo que más llamaba la atención era la increíble química que había entre ellos. No se trataba solo de deseo. También podían hablar de lo que fuese y les llevaba tan solo un segundo comenzar a reír por cualquier tontería.

Ana se quedó dormida al instante. Estar en sus brazos la hacía sentirse segura y protegida, y el calor de su cuerpo junto con el maravilloso sonido de la lluvia cayendo en el exterior, hizo que, poco a poco, los párpados le pesaran haciéndole imposible mantener los ojos abiertos.

Gabriel, por su parte, no tenía pensado pasar la noche allí. Esperaría a que ella se durmiese y, tras arroparla y asegurarse de que estuviera bien, se marcharía. Si bien se moría por quedarse, sabía que hacerlo era demasiado arriesgado. Lo mejor era atenerse al plan.

No obstante, hacía días que no dormía bien y, luego del increíble sexo compartido, el agotamiento físico finalmente equiparó al mental y el sueño terminó por vencerlo.

No volvió a abrir los ojos hasta la mañana siguiente cuando su celular vibró con una llamada entrante de su jefe. ¡Carajo!

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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