Alec

By nayftes

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Una nueva guerra trae consigo a una futura directora en prácticas al Instituto de Nueva York. Bajo la tutela... More

ALEC
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CAPÍTULO ESPECIAL
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37(SEGUNDA PARTE)
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EPISODIO 20: Alera

—Ya casi estoy, me faltan los tacones —habló cuando escuchó la puerta abrirse, pensó que se trataba de Raphael que venía a buscarla.

Se miró al espejo por última vez. El mismo vestido que Isabelle le había mostrado, unos pequeños pendientes de aro dorados con una perla colgando y el anillo que Alexander le había entregado cuando le propuso matrimonio. Había seguido el consejo de Lydia, su cuello desnudo debido a que en pocos minutos su marido le podrá el collar que le corresponde durante la ceremonia.

—Me parece que te falta esto.

La voz cálida de su padre la tomó desprevenida. Su contacto con él se había reducido de manera considerable desde el anuncio de su matrimonio, y eso a Hera le dolía. No podía que interpretase el papel de padre feliz cuando no lo estaba, de eso ya se había encargado muy bien su madre. ¿Pero darle la espalda? Ella también está asustada, incluso si es algo temporal como ambos estipularon, aquello no quitaba que para el resto de personas sería real.

En sus manos, el mayor de los Hadid sostenía el ramo de rosas blancas que llevaría consigo. Estaba bien acomodado, muy elegante al igual que el resto de las decoraciones. Isabelle había hecho un trabajo fantástico como organizadora de bodas. Aunque bueno, ¿qué cosa hace Isabelle que no se le de bien?

—Di algo papá —le pidió su hija mientras aceptaba el ramo.

Christian solo podía pensar en lo bonita que se veía su hija, más en los sentimientos negativos que opacaron sus ojos cafés. A diferencia de otros días, Hera no irradia luz propia por primera vez. Comparar la luz que proporciona ahora, es como comparar los rayos de Sol con una bombilla. Alumbra, pero no reconforta.

—Hay errores que es mejor cometer una sola vez en la vida.

El hombre busca entre los rasgos de su hija la niña que una vez fue. La que lo recibía con brazos abiertos y sonrisas, y combatía contra el sueño para no dormirse antes de que su padre llegara. Pero esa niña, su pequeña ya no está. No sólo por el tiempo que hizo sus mellas en ella, y su propio cuerpo que la convirtió en toda una mujer, si no que también su madre, la mujer de la cuál él llevaba tantos años enamorado la convirtió en la mujer que es ahora, sin darle opción alguna a decidir que quería ser.

—Se que para ti todo esto es un error papá —se mordió el labio, luchando contra el nudo que amenazaba con hacerle temblar la voz. Si su padre percibía su miedo, su duda, no dejará que se case—. Pero es necesario.

Sus dedos ásperos a causa de los años y el trabajo rozaron la piel rosada de sus mejillas a causa del colorete que con tanto esmero Isabelle le había puesto. Se había negado a que profesionales la preparasen, sentía que era totalmente innecesario. Soltó un suspiro, siendo consciente de que con sus acciones estaba defraudando al hombre que siempre estuvo ahí para ella.

—Siempre serás mi niña, estés o no casada, con o sin hijos e incluso cuando tengas cuarenta años —sus palabras sonaron a promesa para ella—. Quizás ahora no entiendes mucha de las decisiones que he tomado, pero cuando seas madre, me darás la razón.

—¿Hera? —Raphael se asomó por la puerta, interrumpiendo el momento entre padre e hija—. Isabelle esta a punto de venir aquí y arrastraerte por los pelos hasta allí.

Hera sonrió por primera vez en todo el día ante las ocurrencias de la morena. No le dio tiempo a abrazar a su padre, pues este ya había salido. No sabía si sería capaz de ver como su hija se casa con un hombre que no ama, pero ella lo necesitaba allí, aunque su boca no lo dijese sus ojos cafés se lo habían gritado todo ese tiempo que acaban de compartir juntos.

Los dos amigos caminaron en silencio por los pasillos que ahora ella se sabía del derecho y del revés. Los cazadores que habían quedado de guardia, puesto que el instituto no podía quedar desatendido, se tomaban unos segundos para apreciar a la novia y futura esposa de Alexander. Su belleza era indiscutible, en especial ese día.

—Aún estamos a tiempo de irnos —le susurró cuando se detuvieron tras Claryssa, quien le sonrió y le susurró que estaba preciosa. Desde lo de ayer, veía a la zanahoria con otros ojos.

—A lo hecho, pecho —le sonrió mientras le daba un pequeño apretón en el brazo al cuál iba aferrada.

Su nerviosismo, su inquietud no llegaba a traspasar su piel. Su mentón se había mantenido alzado y sus ojos habían mirado al frente durante todo el recorrido desde su habitación hasta la sala donde se llevaría a cabo la ceremonia. Pasos firmes, sin piernas temblorosas ni titubeos.

Sin embargo, en ese instante dos corazones latian desbocados mirando las mismas puertas que permanecían cerradas, uno desde el interior, y otros desde el exterior. El leve murmullo que Hera percibía desde fuera cesó en el momento en el que las grandes puertas que alcanzaban el techo se abrieron de par en par. Los instrumentos de música clásica iniciaron su inminente melodia, y si bien era suave y bonita, en ese momento le recordaba a una música de terror propia de una película de Guillermo del Toro.

Con Isabelle y Clary situadas en sus correspondientes lugares, era su turno. Dio el primer paso sobre la alfombra azul que Isabelle había escogido a juego con las cortinas intercaladas con las doradas que portaban las runas del amor, matrimonio y lealtad. Las rosas blancas, tal y como había dicho la morena, adornando los costados del altar y los bancos que habían montado para los invitados.

Tantos rostros desconocidos presenciando la unión entre un hombre y una mujer que sentía de todo el uno por el otro menos amor. En las primeras filas, visualizó a sus padres, acompañados de Maryse quien a pesar de todo se veía feliz. Su mano, sujetaba la de Lucian en su regazo, quizás con la esperanza de que al igual que aquella vez, alguien interrumpiese la ceremonia. Había tantos sentimientos mezclados, que el aire se sentía denso y pesado sobre su cuerpo. Le sonrió a Raphael cuando se encontraron frente a los dos pequeños escalones que daban al altar, donde su prometido al cuál todavía no había mirado, le esperaba.

La respiración de Alexander se entrecorto mucho antes de que ella entrara. Sentía la molestia de Jace a través del vínculo, y miraba constantemente al primer banco donde el padre de Hera aún no estaba. Sabía por Simon que este se encontraba con su hija entregándole el ramo de flores.

Nada más entrar Christian, las puertas se cerraron tras él. La próxima vez que estas se abriesen, sería para darle la bienvenida a su hermana, seguida de Clary quien por petición de su prometida sería la dama de honor, una costumbre mundana según le había explicado también Simon. Así como correspondía, cuando las puertas se abrieron y ambas mujeres se encontraba en sus respectivos puestos, ella entró aferrada al brazo de Raphael. Miró toda la estancia, sus ojos cafés posandose en cada rostro desconocido para ella e incluso alguno que otro para él. Supo que le había gustado el trabajo que hizo su hermana cuando después de un vistazo rápido, le guiñó un ojo a la morena.

No titubeo, no se veía nerviosa. Mantuvo su frente en alto con una sonrisa que tan solo los allegados a ella sabían que es falsa, de mera cortesía. Aquel vestido no se parecía en absoluto al que uso Lydia en su boda, quien al igual que el resto miraba maravillada a la novia sentada en uno de los bancos junto Catarina. Parecía sacada de un cuento de princesas que a las niñas mundanas les fascinaba leer.

—¿Estás bien hermano? —le preguntó Jace en un susurro mientras Hera soltaba el brazo de Raphael.

Alec simplemente asintió en respuesta, incapaz de decir alguna palabra en ese momento. Su nudo en su garganta era mayor que en su boda con Lydia, sus nervios se habían triplicado y aún así, no se sentía ni un pizca de emocionado e ilusionado como con Magnus. Sus sensaciones y sentimientos se habían magnificado.

Para Hera, ver al azabache vistiendo otro color que no sea el negro o azules oscuros es algo totalmente nuevo. Con su pajarita negra perfectamente acomodada, y el saco del traje dorado, con el puño y el dobladillo tejidos con un patrón de runas en un tono igual de dorado al vestido que llevaba. En sus ojos, pudo atisbar el miedo, los nervios que ambos compartían. A diferencia de aquella foto que tenía enmarcada en su despacho, esta vez sus ojos mieles no resplandecian.

Desvío su mirada hacia las dos chicas que se veían preciosas con sus vestidos. Clary había optado por un vestido negro con una abertura en la pierna y un escote en pico con tirantes. Iba a juego con Simon, un traje totalmente negro de Armani que le había robado a Raphael, y este usaba corbata a diferencia de los dos parabatais. Jace e Isabelle por su parte, también se habían combinado. Ella con un traje ocre brillante, que no desentonaba con el resto de colores ni le robaba protagonismo a la novia. Jace, iba totalmente de negro como es usual en él. Hera dedujo que la unica forma de que vistiera otro color sería en un funeral donde los cazadores visten de blanco. Aunque el chaleco dorado le sentaba de maravilla con su pelo rubio.

—¿Preparada? —le habló Alexander por primera vez, tendiendole su mano para ayudarle a subir los dos escalones hasta el altar.

No hubo piropos, ni si quiera una sonrisa suave y cálida. Solo tensión, dudas y una pizca de arrepentimiento. Ambos se aferraban y repetían para si mismos en su cabeza que todo eso es por un bien mayor.

—Sí —respondió junto la aceptación de su mano. Sus pieles se tocaron, y si bien sus sentimientos no eran los propios a una pareja a punto de casarse, su cuerpo reaccionaba al contrario como si hubieran esperado mucho tiempo para volver a encontrarse en esta vida.

—Empecemos.

La voz del Hermano Silencioso de hizo presente en todas las cabezas. Los músicos detuvieron entonces su melodía, dejando la sala en un silencio sepulcral.

—Esta noche, Alexander Lightwood y Hera Hadid unen sus vidas y corazones, estamos listos para reconocer esa unión. Para presenciar un verdadero vínculo entre dos almas que se han unido la una con la otra.

Verdadero. Tuvo que morderse el labio para no poner los ojos en blanco. En ese momento, ambos se sentían como unos auténticos hipócritas.

—Hera Veronica Hadid. ¿Has encontrado aquel que tu alma ama?

Su mirada se dirigió hasta su padre, quien en ese momento luchaba por no levantarse del banco y sacar a ambos jóvenes de allí. No se querían, no querían estar allí. Tan sólo había que mirar sus ojos para saber aquello.

Al ver que su padre no le daría ninguna palabra de aliento, se tragó el nudo en su garganta y pestañeó varias veces para ahuyentar las lágrimas.

Es por un bien mayor, Hera. Nada más —se repitió, antes de aclarar su voz y hablar.

—Lo he encontrado. Y no lo dejaré ir.

Su voz resonó por todo el salón; alta, clara y fuerte tal como debía ser. Había estado presente en alguna que otra boda, Lydia le había entregado un pequeño papel con todo lo que debería decir. Se sabía cada frase casi tan bien como los diálogos que Simon y ella habían recitado de memoria.

—Alexander Gideon Lightwood. ¿Has andado entre los centinelas y las ciudades del mundo? ¿Has encontrado a la que tu alma ama?

Ella apreció como su nuez de adán se movía cuando tragó grueso. El hombre miró a su hermana, que le sonreia con calidez. Tenía la certeza que si ahora decidía dejar todo ahí, huir lejos, ella lo apoyaría incondicionalmente. La seguridad en la mirada de su madre fue todo lo que necesito para desviar su mirada hacia la preciosa chica que lo miraba con el ceño fruncido y su cabeza ligeramente inclinada.

Está tardando demasiado en responder.

Pensó en Magnus, en que quizás estaba viendo desde arriba como se casaba con una mujer a la que no amaba. ¿Le odiaría? ¿Comprendería que el motivo por el cual estaba allí de pie vestido de blanco jurando amor a esa hermosa y peculiar mujer, es por él?

—La he encontrado —habló finalmente, sin apartar su mirada lagrimosa de la de ella. Sintió el suave apretón que Hera le otorgó en señal de apoyo—. Y no la dejaré ir.

Isabelle dio dos pasos hacia delante, ofreciendo el cojin rectangular donde se encontraba la pulsar y la estela de la castaña. Soltando un suspiro, cogió la pulsera dorada con una abertura en el lateral para poder ponérsela al azabache. Evitó mirarle a los ojos en el proceso.

Isabelle retomó su posición y fue el turno de Jace para adelantarse y ofrecerle a su parabatai el collar. La castaña se giró, quedando de frente a las dos chicas que la miraban transmitiendole esa seguridad que le hacia falta en ese momento.

Sintió el frío del collar en su pecho, y luego los dedos de Alexander rozarle la nuca mientras lo enganchaba. Sujetó con su mano el dije, mientras se giraba para volver a enfrentarse a su prometido.

—Ahora es el momento para Alexander Lightwood y Hera Hadid marcarse el uno al otro con la runa del matrimonio —el Hermano Silenciosos se giró hacia la gran piedra blanca que parecía tener luz propia. Con su bastón, tocó el centro de la piedra, está mostró la runa correspondiente, la cuál deberían tocar con sus estelas antes de marcar la runa en el cuerpo del contrario—. Una runa en la mano, una runa en el corazón.

Al igual que con el collar y la pulsera, ella fue la primera en aceptar la estela y tocar la piedra preciosa de tamaño considerable. Esta se iluminó momentáneamente, y por primera vez titubeo mientras acercaba el extremo de la estela a la piel descubierta del brazo.

Hera apreció como su piel se erizo a medida que iba recitando su parte correspondiente mientras la punta se deslizaba por su piel grabando la runa.

—El amor brilla como el fuego, el tipo de llama más brillante. Todas las aguas no pueden apagar el amor, ni las inundaciones lo pueden ahogar.

Ambos se miraban, asegurándose de que el otro estaba dispuesto a seguir con aquello.

Una rara sensación invadió el cuerpo del hombre cuando ella acabó de trazar la runa. Era distinta a todas las anteriores. Una chispa en el pecho que aceleró su pulso y le hizo temblar.

Fue entonces su turno para coger la estela que el rubio le tendía, y repitiendo el proceso tocó la piedra. Cuando se giró, Hera había bajado la tira de su vestido para dejar al descubierto la zona superior sobre su pecho, donde debía trazar la misma runa. La miró, viendo la determinación en su mirada. Ella no iba a echarse para atrás, no ahora.

Tembloroso, sujetó la estela que tantas veces había usado como si de un lápiz se tratara. Por primera vez, se sentía nervioso por trazar una runa.

La piel de la chica se erizo, al igual que había sucedido con él. Algo en su pecho se removió y luego se expandió por su cuerpo a medida que Alexander iba hablando.

—Ahora colócame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo: porque el amor es tan fuerte como la muerte. Y así estamos atados: más fuertes que las llamas, más fuertes que el agua, más fuertes que la muerte misma.

Alexander tomó la osadía de ser el mismo quien acomodó de vuelta la tira del vestido sobre su hombro. Hera desvío su mirada tras el azabache, posandose en Jace quien al igual que ella recordaba su conversación la mañana de ayer en la habitación de Isabelle.

Ambos tomaron sus manos, mirando al Hermano Silencioso para que dictase las últimas palabras y así oficializar su unión.

—Hera Veronica Hadid Lightwood y Alexander Gideon Lightwood. Ahora están casados. Regocijémonos.

Una ovación resurgió de los invitados, quienes no dudaron en ponerse de pie y aplaudir rompiendo finalmente el silencio y la calma que se mantuvo durante todo el proceso. Las decenas de miradas puestos en ellos, esperando con ansias que sellasen sus promesas y palabras como era costumbre.

Un beso.

Ambos de humedecieron los labios en sincronía, mentalizándose para ese momento que los había torturado todo este tiempo. Alexander volvería a besar a alguien después de meses, y esa persona no es Magnus.

Hera tomó la iniciativa. Dio un paso hacia delante y apoyándose en los hombros de su ahora esposo, acercó su rostro al del azabache. Primero notaron sus narices rozarse, sus alientos mezclarse en el pequeño espacio que separaba sus bocas, y todo ese júbilo y aplausos que emitían sus invitados había desaparecido, todos expectantes del beso que vendría a continuación.

Fue un roce. Una presión ínfima y breve que no les dio tiempo ni a memorizar la sensación de sentir sus labios juntos. Alexander ni si quiera hizo el amago de tocarla, se quedó a medio camino de sus manos hacia su cintura.

Se separaron como un resorte. Como dos imanes que se repelan y fueron obligados a permanecer juntos mucho tiempo. Abrieron sus ojos con miedo, los aplausos no eran más que un ruido de fondo. El beso había durado un segundo, tal vez ni eso, y sin embargo fue necesario para que sintieran el fuego arder en sus venas, el pinchazo que habían sentido en sus pechos mientras trazaban las runas se intensificó esta vez.

¿Era lo normal cuando se trazaban las runas de matrimonio? ¿Ese vínculo? Ya no eran Hera y Alexander, como si sus cuerpos se hubieran fusionado. Dejaron de ser dos entes individuales a ser uno. Ahora era Alera, en conjunto.

La castaña juraba poder sentir lo que el moreno sentía. Su miedo, los nervios, la confusión ante lo que él también percibía de ella. No era ni de cerca la misma intensidad con la que percibía a Jace, pero ahí estaba.

La profecía se cumplió. Cuando ambos individuos marquen la piel del contrario, el lazo se forjara, más no será si ambos se aman que la unión se fortalecerá con las acciones y el paso del tiempo.

Hero volvió a escuchar aquella voz en su mente, más por primera vez no le importó. Los nuevos sentimientos que percibía más no le correspondían la tenían abrumada.

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