Más de allá que de acá ©

Bởi fernatlagos

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Brid, a sus cortos diecinueve años, se encuentra en una crisis emocional que le ha arrebatado el sentido de l... Xem Thêm

Nota del autor
MÁS DE ALLÁ QUE DE ACÁ
I
II
III
IV
V
VI
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
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XXIV
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XXVI
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XXVIII
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XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII
LIII
Nota final de autor

VII

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Bởi fernatlagos


Brid


¿Existía algo peor que sentirse muerto en vida? Era una pregunta difícil de responder. La madrugada del sábado, hundida en mi depresión, en uno más de mis desvelos, me dediqué a reflexionar sobre esto. Del mismo modo, pensé que este fin de semana sería la oportunidad perfecta para acabar con mi deplorable existencia. La ausencia de mi papá me daba todo el tiempo del mundo para llevar a cabo cualquier plan que se me ocurriera.

     No obstante, pensándolo con detenimiento, todavía no me veía lo suficientemente valiente para hacerlo. A menudo, cuando pensaba en la cuestión de la valentía, me parecía incomprensible cómo muchos creían que el suicidio era un acto de cobardía; yo opinaba justo lo contrario, ya que se requería de un coraje inverosímil.

     Mañana —domingo— sería buen día para dejar de existir. Pero, además de carecer de las agallas necesarias, no sabía cómo hacerlo. La mayoría de los métodos tradicionales me asustaban. Creo que, en mi interior, anhelaba irme sin ningún tipo de dolor. Ya tenía bastante con el que pasaba día a día. Tal vez mis ideas se aclararían si iba al centro del vecindario en la noche.

     Ahora bien, ¿y si Noam llegaba a interrumpirme de nuevo...? Bueno, era mejor no considerar tal caso de momento.

     Eran las dos de la tarde y no había probado bocado hasta ahora. Mi pereza no me dejaba ir a buscar comida. Qué novedad, ¿no? Mi celular empezó a sonar y miré que era una llamada de mi papá. No sabía si contestarle o no; la verdad, no tenía ganas de responder al interrogatorio que me haría. Pero, al cabo de un rato, pensé que, después de todo, él era la única persona que se preocupaba por mí, así que terminé llamándolo devuelta

     Me contestó casi al instante.

     —¡Brid, al fin apareces! ¿Está todo bien? Te he estado llamando toda la mañana.

     Era cierto; tenía varias llamadas perdidas de mi papá, pero las había escuchado porque estaba dormida.

     —Está todo bien, papá. No había visto tus llamadas —le expliqué y, para darle otro rumbo a nuestra conversación, agregué—: ¿Cómo te está yendo en tu viaje?

     —Me está yendo de maravilla. Estoy haciendo un excelente trabajo con mi jefe.

     —¿Crees que conseguirás ese ascenso que tanto quieres?

     —Eso espero, hija —me respondió él, casi riéndose de la emoción—. Pero cuéntame, ¿cómo la pasaste la primera noche sin mí?

     —Muy bien —mentí. La típica respuesta para no preocuparlo—. Me he sentido muy cómoda.

     —¿Te has tomado tus medicamentos?

     —Sí, no me he saltado ninguno. —Me sentía mal por mentirle así.

     —Bueno. —Mi papá me creyó y, según parece, se quedó más tranquilo—. Pásala bien en lo que queda de fin de semana. Te veo el lunes.

     —Te veo el lunes. —Me despedí, sabiendo que, si ponía en marcha lo que tenía en mente, no volvería a verlo jamás.

     Hago hincapié en que me dolería demasiado dejarle el dolor de mi pérdida a mi papá. Ojalá no tuviera que ser así. Pero sería más doloroso para mí seguir con una vida sin rumbo alguno. Lo peor no era estar perdida y no saber cómo volver, sino estar perdida y tener la seguridad de que no iba encontrar la manera de volver.

     Tras terminar la llamada con mi papá, bajé a la cocina con el fin de comer algo. Pese a que no tenía hambre, probar bocado me daría la energía para aguantar el resto del día. Como no había ninguna chuchería (debido a que ya me las había acabado todas), tuve que cocinar. Me preparé unos huevos fritos con chorizos revueltos. No me quedaron bien que digamos, pero me dio bastante igual.

     Tan rápido como terminé de comer, volví a mi habitación y me dejé caer en la cama. Ahora solo me quedaba esperar hasta la medianoche para irme al centro del vecindario. Mientras miraba el techo, Noam se me vino a la mente. Deseé no encontrármelo esta noche. Quiero decir, su presencia no me molestaba, pero, en las circunstancias de este día, no estaba para que nadie interrumpiera mis pensamientos. 



Caí en un sueño profundo y desperté en medio de la noche. Lo bueno de dormir era que el tiempo se pasaba volando. Me levanté con pereza, fui al baño y, al ver mi reflejo en el espejo, advertí que mi cabello estaba hecho un desastre. Tomé un peine y lo cepillé hasta lograr que luciera decente. Mi apariencia física no me importaba, en efecto, pero no quería que alguien, de casualidad, me viera por la calle y me confundiera con la llorona por mi aspecto.

     La noche estaba fría y me percaté de ello hasta que iba a mitad de camino. Debí haberme puesto un suéter, al menos. Sin embargo, no me planteaba regresarme a mi casa solo por este pequeño inconveniente, ya que a duras penas había podido de salir de la misma.

     Con frío y todo, llegué al centro del vecindario. Y, por fortuna, no había ni rastro de Noam por ningún lado. Esto me brindó alivio y provocó que me olvidara de la brisa helada que no cesaba. A continuación, con toda la calma del mundo, me senté en el banco y contemplé el cielo por unos instantes. Había muchas estrellas y la luna estaba hermosa. No sé por qué, pero una tristeza, distinta a la de otras noches, se adueñó de mí. ¿Acaso esta era la última noche que vería este bonito espectáculo?

     Pasados veinte minutos, escuché que una moto se acercaba a lo lejos. Aun sin haberle visto la cara, supe que era Noam. No me pude librar de él ni siquiera esta noche. La velocidad de la moto fue bajando de forma gradual hasta que se frenó en frente de mí.

     —¡Qué buena suerte que te encuentro por aquí!

     Qué buena suerte la tuya y qué mala suerte la mía, pensé.

     —¿Buena suerte? —le respondí—. No me digas que deseabas encontrarme aquí

     Noam me miró, dibujando una pequeña sonrisa en su rostro.

     —Para qué mentir. La verdad es que sí.

     —¿Quieres hablar sobre algo conmigo?

     —Solo quiero hablar contigo —respondió él, que se bajó de la moto para sentarse a mi lado—. Me caes muy bien. ¿No te lo he dicho?

     ¿Le caía bien? ¿A quién le caería bien yo? Si yo fuera él, no me acercaría a mí ni de broma.

     ¿Por qué te caigo bien? No tengo nada interesante para decir.

     —Venga, no te creo. Las personas como tú suelen ser las más interesantes.

     —Yo no lo soy.

     —Vamos, sé que podemos hablar de algo interesante si lo intentas.

     —No tengo nada de qué hablar.

     —Inténtalo —insistió él.

     Noam era muy molesto, pero no tenía intención de dejarlo hablando solo. No me caí mal, por no decir que me caía bien. Por lo tanto, tratando de sacar un tema de conversación interesante, le hice una pregunta.

     —¿Alguna vez has pensado en el momento de tu muerte?

     Mi pregunta le cayó a quemarropa porque se quedó pensativo.

     —La verdad no lo he pensado —respondió él con sinceridad—. De hecho, cuando era niño me aterraba la palabra muerte.

     —Pero ahora eres un adulto —le dije, y me reí. Mi risa fue algo fingida, pero lo hice para conseguir que no se tomara el tema de una forma tan fatalista.

     —Da igual que esté grande. —Se rio también.

     —Mira, vamos a jugar a algo que acabo de pensar. —No era broma, se me acababa de ocurrir un juego divertido—. Se llama «elige tu manera de morir».

     —¿«Elige tu manera de morir»? —repitió en tono de pregunta—. Nunca había escuchado de ese juego.

     —Yo tampoco. Me acabo de inventar el nombre. 

     —A ver, ¿y cómo sería el juego?

     Enseguida, pensé en algo así como el típico juego «qué prefieres?», pero centrándonos en la muerte. 

     —El juego se tratará de decir dos maneras de morir —expliqué—. Y la otra persona tendrá que elegir la que considere menos terrible.

     —Lo tengo —aseguró, haciendo una leve afirmación con la cabeza—. Comienza tú. Las damas primero.

     —¿Qué prefieres? —lo miré a los ojos—, ¿morir ahogado o ardiendo en fuego?

     —¿Tan difícil me la pones? —Él negó con la cabeza, acomodándose su cabello medio largo.

     —De eso se trata el juego, Noam, de ponerte a sufrir en tu elección.

     Pensó su respuesta unos momentos hasta que finalmente dijo:

     —Me iré con morir ahogado. No quiero ni pensar lo que sería morir quemado. Tampoco digo que lo de ahogarse sea la octava maravilla, pero comparando las dos opciones, desde mi punto de vista, es preferible que se te llenen los pulmones de agua.

     —¿Ves que el juego está interesante? —Me reí, y esta vez lo hice de manera genuina.

     —No está mal —admitió riendo conmigo.

     Ahora le tocaba a él.

     —Bien, es tu turno.

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