La Guerra del Corazón Astilla...

By EugenioTena

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Una jovencita, la última de su raza, una espada que bebe las almas de sus enemigos y un clérigo en busca de r... More

I. Los Niños de Erheä.
II. Islas.
III. La Gran Cadena
IV. El Ojo de la Gorgona
V. El Clérigo de Cilión.
VI. La Bebedora de Almas.
VII. La Vestal de Lunulaë.
VIII. El Sueño de Lorindol.
IX. El Crestemplos.
X. Bienvenido a Ciudad Gruta
XI. A Orillas del Río.
XII. El Cónclave de Lunulaë.
XIII. La Prueba del Acantilado.
XIV. Rhaine, la cazadora de la Luna Escarlata.
XV. La Ciudad de la Cobra Real.
XVI. El Sable Celeste
XVII. Escaramuza en la Montaña.
XVIII. Scriptórum y muerte.
XX. La Undécima Legión.
XXI. Expiación.
XXII. Kórceres señor de las profundidades.
XXIII. El Sable Celeste. Parte 2.
XXIV. Terkhefal.
XXV. Ikyios.
XXVI. Cisma en la Orden
XXVII. El Sable Celeste 3a. Parte.

XIX. Pacto de Sangre.

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By EugenioTena

La luz de las antorchas curiosea entre las estalactitas, entre los péndulos y urbes de piedra clara que como enormes gotas se hallan suspendidas por encima de su cabeza. La verdadera altura de la caverna es imprecisa y lo único que Va'hal puede deducir es que aquella media esfera podría albergar sin esfuerzo la torre más alta del Heucleriodón, el Templo Sagrado de Helios.

Los últimos rastros de edificaciones humanas han quedado atrás hace ya un buen rato, tras descender por galerías y túneles de formas imposibles, de paredes mohosas y suelo irregular, mientras que todo el tiempo la caverna crece, como el vientre inflamado de una bestia arcaica, de aquellas que regían el mundo en la Segunda Era.

Al llegar a una bifurcación en el desfiladero, como un cuerno de piedra curvo y partido en dos, el techo de la caverna desaparece de la vista del guerrero, en una noche sobrenatural, perpetua y húmeda, digna de las antípodas subterráneas en las que se encuentran.

- Podrías matar a un par de guardias, esconderte y después huir de este lugar, exclama la espada desde su vaina.

- Nos perderíamos para siempre en estas malditas cavernas, dice en voz alta Va'hal, lo que hace que los soldados que lo acompañan lo miren, extrañados. - Además de que no pienso abandonar a Dirce, tercia el guerrero entre dientes.

Va'hal camina escoltado por media docena de hombres, también por el hombre de la máscara sin rostro. Se trata de aquellos asesinos a los que se enfrentó en el puente. Aunque no son demasiados, Va'hal sabe que hay más hombres ocultos, observando cada uno de sus movimientos desde las tinieblas.

La Bebedora de Almas, ávida de sangre, lo maldice y para responder el guerrero tiene que hablar en voz alta, lo que resulta siempre incómodo, extraño, una circunstancia que jamás ha superado, puesto que nunca ha encontrado el tiempo ni la paciencia para entrenarse, para que la espada escuche sólo sus pensamientos.

Pero cada vez que Va'hal recuerda las riñas que Akimah tenía con la espada, se convence de que aquello no vale la pena. Su maestro siempre se lamentó el tener un intruso en la cabeza, el no sentirse libre de pensar lo que le viniera en gana, una maldición difícil de entender en realidad.

Con el paso de los años Va'hal ha descubierto otras cualidades de la Bebedora de Almas. Por ejemplo que, a cierta distancia, se pierde el vínculo que ha formado con ella y deja de escucharla. En más de una ocasión, en contra de su buen juicio se ha apartado lo suficiente como para acallar el filo de las palabras de la espada. Pero ahora no puede hacer nada, puesto que depende del arma para salir del predicamento en el que se halla envuelto.

Al frente de la procesión camina Dirce, aquella que alguna vez fue su amante, esa mujer a la que no se atreve siquiera a mirar, a pesar de que varías veces, durante el descenso, ha sentido el deseo de tocar su mejilla herida, liberar sus manos atadas y besarla, a sabiendas de que el hombre de la máscara parece verlo todo y un gesto de ese tipo evidenciaría una debilidad inadmisible.

- Exijo saber a dónde nos dirigimos, reclama Va'hal al llegar a una pendiente en la cual se ha improvisado una escalinata de madera para descender.

El misterioso hombre de la máscara lo mira, inclina un poco la cabeza, como ave curiosa, luego hace un gesto a sus soldados y éstos rodean al ladrón, señalándole las escaleras con sus armas.

- La paciencia es una virtud que harías bien en ejercitar Va'hal Sihertes. Has tenido toda una semana para dudar, ahora es demasiado tarde, le dice el extraño.

Va'hal siente que un escalofrío recorrerle el cuerpo, al mirarse reflejado en la máscara, al notar una vez más que aquella careta de metal lisa, cromada, no tiene mirillas ni abertura alguna para los ojos. A pesar de ello, este monstruo puede verme, piensa el guerrero, y lo peor de todo es que parece saber todo sobre mí.

Al terminar las escaleras, tras avanzar por otro desfiladero, aparecen al fondo de la caverna una docena de fuegos que se encienden de forma sucesiva, que trazan una espiral descendente. Va'hal nota que las hogueras nacen al interior de unas cestas de metal enormes, que a los costados llevan bruñidas inscripciones y runas toscas, cuyo significado quizás se ha perdido en el tiempo.

El guerrero distingue también, entre las sombras, las siluetas de aquellos que encienden las hogueras, un hombre por cada fuego, seres imprecisos, de túnica oscura, muy similar a la que porta aquel que los guía. Hombres que son tragados por las tinieblas una vez que termina su tarea.

Espero que todo esto no tenga que ver conmigo, piensa Va'hal antes de alcanzar la última curva del túnel, al entender que en medio de los fuegos se abre un vacío, una oquedad colosal que sin duda se pierde en las entrañas de la tierra.

- El Ombligo de Mítridas, una de las heridas de la creación, dice el hombre de la máscara, como si pudiera leer la mente de Va'hal.

Y en ese momento se escucha un rugido ensordecedor, profundo, que estremece la caverna en derrumbes de piedra y polvo y entonces Va'hal despierta empapado en sudor, con un grito en la boca.

- Ésta vez no he soñado el final, por suerte, dice el guerrero incorporándose.

Desde su partida de Amil-Doth no ha dejado de soñar con aquel encuentro. Los sueños cada vez son más reales y cada vez que los tiene, Va'hal vuelve a sufrir el calor insoportable, la humedad y la putrefacción de las profundidades, como si se encontrara otra vez por debajo de la ciudad imperial de Amil-Doth.

El guerrero se sienta en la red en la que ha pasado la noche y mira a su alrededor. El concierto ensordecedor que ofrecen los cientos de aves e insectos nocturnos parece compuesto para acentuar con su estridencia el insoportable calor de Nebbia.

Sobre su cabeza una sola lámpara pende de uno de los soportes de la pérgola, iluminando tenuemente la terraza en la que se encuentra. A su lado se halla Zethia, la joven esclava de ojos grises con la que ha pasado las últimas noches, que ahora parece dormir profundamente, ajena al calor y los gritos del guerrero.

- Es tu última noche en Nebbia, Va'hal.

La voz surge desde el fondo de la terraza y Va'hal no necesita mirar para saber que se trata de Belestes, su viejo compañero de correrías.

- Es momento de que escuches mis condiciones, querido amigo, dice Belestes aproximándose a la pérgola de cristal.

- Escucho entonces, dice Va'hal en voz baja, tratando de no despertar a la esclava.

- Si las autoridades imperiales te atrapan te torturarán, hasta que les digas quién te ha enviado y también quién te ha ayudado, dice Belestes, cuya sombra se estira a lo largo de la terraza, bajo una luna llena, anaranjada, que transita pesada a través del firmamento nocturno.

- Sobra que lo digas, responde Va'hal.

- Lo que no sobra es pedirte que si llega a suceder lo peor, no me menciones. Nunca has estado en mi casa ni te he ayudado.

- Cuenta con ello, asiente Va'hal.

- La segunda condición es un poco más complicada, dice Belestes sirviéndose una copa de vino. -Requiero de tus servicios.

- ¿A qué te refieres? pregunta Va'hal mirando de soslayo a su anfitrión.

- Necesito que una vez que obtengas la información que buscas, te deshagas de Johnir Faustios. Es un trabajo menor para alguien de tus capacidades.

- ¿Por qué habría de matarlo? pregunta Va'hal.

- Para no dejar testigos de tu visita a Ikyios, dice Belestes sonriendo.

- ¡Qué considerado eres! ¿Y tú qué ganas con su muerte?, pregunta Va'hal.

- ¿En verdad no imaginas que una vez que desaparezca Faustios me haré cargo de sus negocios?, dice Belestes sonriendo, su dentadura dorada brillando bajo la luz de la luna.

- Esa es tu segunda condición, ¿cuántas más vas a ponerme querido amigo?, exige Va'hal, estirándose hasta alcanzar una copa de bronce, medio llena de licor.

- Hace unos días, cuando te trajeron aquí, medio muerto de fiebre, pensé en entregarte a la prefectura imperial, dice Belestes, pero después de escucharte delirar, de saber lo que buscas, me lo pensé mejor.

- ¿Otra vez los delirios?, niega Va'hal con la cabeza, mientras bebe un poco de licor.

- Sé que buscas a uno de los niños de Erheä, el último si no me equivoco, afirma el hombretón encarando al guerrero.

- Te equivocas, afirma Va'hal secándose el sudor de la frente, maldiciendo en su fuero interno la fiebre que sufrió en altamar.

- Vas a lograr que pierda la paciencia Va'hal y cuando eso suceda, no quedará razón alguna para no entregarte al imperio, dice Belestes azotando su copa contra el suelo, despertando a la esclava.

- Vamos a suponer por un momento, que tienes razón Belestes, que busco al último de los niños de Erheä, aventura Va'hal, tratando de calmar al gigantón.

- Entonces vamos a suponer que lo encuentras también, dice Belestes.

- ¿En dónde?, pregunta Va'hal.

- Se rumora que Johnir Faustios, ese al que habrás de enfrentar en Ikyios, además de tratar con los elfos de Eiandiel, ha socorrido en el pasado a las apostatas que se hacen llamar Sacerdotisas de Lunulaë.

- ¿La antigua Orden de Lunulaë? ¿La que desapareció hace cientos de años?, pregunta Va'hal riendo.

- Nunca desparecieron por completo. Se rumora que aún quedan unas cuantas, en las periferias del Imperio y de la civilización.

- El último de los niños de Erheä, sería una niña entonces, dice Va'hal.

- Es muy probable, afirma mientras empina con ambas manos una ánfora translúcida, colmada de vino con miel. -¿Qué es lo que pretendes hacer si encuentras a esa niña?

- Suponiendo que eso sea lo que busco, agrega Va'hal, agradeciendo que su anfitrión no pueda ver la contrariedad en su rostro.

- Suponiéndolo. No me importa lo que hagas con la niña, lo que me interesa es aquella la parte de la leyenda que habla de las Astillas, dice Belestes limpiándose la boca con el dorso de la mano.

- Las Astillas, los fragmentos del corazón de Erheä, repite Va'hal mientras que su mente evoca el guijarro rojizo que remata la empuñadura de su espada, la Bebedora de Almas. - ¿Por qué habría de dártela, por qué no utilizarla en mi espada?

- Porque me debes la vida, porque al ayudarte estoy poniendo en riesgo toda mi fortuna, ¿No te basta con haber asesinado y robado la espada de Akimah, nuestro maestro?, protesta Belestes al borde de la cólera, posando la mano en la empuñadura de su cuchillo.

- Sabes que no la robé, que me la entregó antes de morir, dice Va'hal entre dientes, la frente perlada de nuevo de sudor.

- Como sea, me corresponde una de las astillas, es mi turno. Es hora de despertar mi khamkri, dice Belestes mostrando el cuchillo al guerrero.

- Así será entonces, acepta Va'hal después de un largo silencio.

- En otros tiempos me bastaría con tu palabra Va'hal, pero ahora es indispensable que uno de mis hombres te acompañe, dice Belestes mirando hacia el océano que a la distancia reluce como un tejido de azabache.

- Eso nunca, protesta Va'hal, a pesar de que sabe que Crassio, la mano derecha de Belestes se esconde próximo a las escaleras que dan acceso a la terraza.

- No es una condición negociable, dice Belestes.

- Sabes que trabajo solo.

- Si no accedes, lo mandaré por la Astilla, mientras tú te pudres en uno de los calabozos imperiales, dice Belestes.

- Está bien querido amigo, ¿cómo no aceptar? No deja de sorprenderme que, a pesar de toda la riqueza que has acumulado, sigas siendo el mismo malnacido que conocí en Amil-Doth.

- Cuida tus palabras querido Va'hal, nuestra amistad tiene límites, dice Belestes y sus pequeños ojos negros brillan por un instante con una furia animal. - Pero como la amistad no me basta, necesito que me jures lealtad, como antaño, como si aún existiese esa hermandad a la que pertenecimos.

El murmullo de la noche Nebbiana se apodera entonces de la terraza, las paredes, que por las mañanas presumen un mármol pálido y claro, parecen ahora carcomidas por las miles de pequeñas manchas oscuras que vuelan y corren de un lado a otro, ensombreciéndolo todo.

Va'hal sabe que es imposible rechazar las condiciones de Belestes. Su anfitrión no está acostumbrado a que lo contraríen ñ. Si se niega, no sólo morirá él, también Dirce y probablemente otros muchos inocentes. Es demasiado lo que está en juego.

El guerrero respira profundo y sus pulmones se inundan de un calor húmedo, insoportable, muy similar a los vapores de las termas de Amil-Doth, luego avanza lentamente hasta la mesilla a lado de su hamaca y frente a la mirada de la esclava que parece no entender lo que sucede, toma un pequeño trinche dispuesto junto a la fruta que ahora devoran cientos de bichos, y lo entierra en la palma de su mano derecha, vertiendo unas cuantas gotas de sangre al interior la copa de la que ha estado bebiendo. Luego la levanta y mira a Belestes.

- Por los dioses viejos y los nuevos, por Belial el cruel y la majestuosa Keres y por el Enclave de la Serpiente, por sus hijos, mis hermanos, dice dando un trago a su propia sangre, juro que si apareciese alguna de las Astillas, será tuya, luego pasa el recipiente a su anfitrión.

- Oraré para que tengas éxito querido amigo, dice Belestes mientras se hace una pequeña incisión en el pulgar y vierte su sangre en el cáliz. Al terminar de beber el rostro de Belestes se torna oscuro, sus pequeños ojos negros se encienden de nuevo. -Crassio se asegurará de que cumplas con tu parte del trato, remata arrojando la copa fuera de la terraza, - Sería una pena que intentaras traicionarme y murieras antes de lograr tu cometido, querido amigo.

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