ENIGMA

Par angievts

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corrí y corrí por el extenso bosque. Mis pies me dolían, como si quemaran. Las voces se escuchaban al fondo... Plus

PRÓLOGO
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
Azahar
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
CAPÍTULO XXXVIII
CAPÍTULO XXXIX

CAPÍTULO XXII

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Par angievts



Dash.

Después de lo sucedido anoche, decidí pasar la noche fuera de la biblioteca. Lo que menos necesitaba era un bombardeo de preguntas por parte de mi hermana cuando ni yo mismo entendía mis sentimientos en este momento.

Era consciente que lo que había estado haciendo estos últimos días era una falta de consideración y responsabilidad. Es decir, la chica tenía toda la razón en llamarme enfermo. ¿Cómo se me ocurría espiarla desde las sombras como un maldito acosador y así exigiéndole que se mantuviera lejos?

Me odiaba, de verdad me odiaba por no ser racional o coherente con respecto a Arienne. Mi mente decía que debía, en verdad era correcto alejarla de todo esto, pero otra parte, también insistía en tan siquiera poder mirarla un par de minutos y no lograba descifrar el porqué de tan descabellada necesidad.

Terminé de fumarme el cigarrillo aun recostado en la dura corteza del árbol donde había decidido pasar la noche. Pasé la noche fuera de la biblioteca para tratar de ordenar mis pensamientos y sentimientos con respecto a esa chica, pero necesitaba estar lejos de todo y de todos, sobre todo de Melody y sus preguntas fastidiosas y agobiantes.

Toda la noche me limité a fumarme una cajetilla completa de cigarros, prendí uno tras sin importar que tan perjudicial era para salud. Observé la oscuridad profunda que me rodeaba a al compás que escuchaba los sonidos que emitían los animales que rondaban por el extenso bosque.

No encontré paz, pero pude tener un espacio para mí. Aunque trataba de concentrarme en la chica de sus ojos bonitos, los recuerdos amenazaban con volver a perturbar la poca tranquilidad. Entonces era en ese preciso momento donde prendía otro cigarro y lo fumaba con frenesí, como tratando de acallar mi mente que insistía en torturarme.

Apagué la colilla, y levantándome despacio tratando de estirar mis músculos que se encontraban contraídos por las largas horas que había permanecido en la misma posición.

Suspiré y llenándome de fuerza para continuar hacia el lugar donde si podía encontrar la mínima pizca de paz que tanto aclamaba.

***


Media hora después llegué a la tumba de mi madre que nuevamente se encontraba repletaba de hojas secas que cubrían su nombre con la caligrafía delicada en el mármol que había mandado a realizar con tanto cariño.

Suspiré con nostalgia por no haberla podido disfrutar más años de su hermosa presencia que podía iluminar hasta la oscuridad más profunda. A cualquier lugar que llegara irradiaba luz, aunque sintieras que nada podía estar peor y no sentías que no dabas con más, su presencia hacía todo más bonito, al menos ella fue la que me sostuvo mucho tiempo a mi hermana y a mí. Sin embargo ella era de aquellas personas que entregaba sin esperar nada a cambio. Esa era su esencia, una persona tan maravillosa que no me incomodaba dar sin importar que ese proceso ella se apagara y eso fue lo que sucedió. Se encargó tanto de lograr que su entorno tuviera al menos instantes de alegría y bienestar, que sufría en silencio y fue hundiéndose al paso que trataba de mantener a flote lo que ya no tenía salvatoria.


«―¿ Por qué le hablas a las plantas mami? ―pregunté extrañado, viéndola arrodillada contemplando unas florecitas amarillas.

Ella se giró a verme entusiasmada y riéndose tiernamente me hizo un gesto para que le hiciera compañía a su lado.

Corrí a sus brazos quien me recibió cariñosamente como siempre, y con una dulzura tan característica de mi mami empezó a explicarme:

― Las plantitas son como nosotros los humanos―señaló la florecita amarilla y continuó―: Hay que hablarles con amor para que crezcan.

No entendía muy bien a que se refería, y al ver mi cara de confusión rió levemente y pacientemente quiso explicarme hasta que entendiera.

―Dash a ti te gusta que te hablen con cariño ¿Cierto?

Asentí, pero a mi mente vino mi papá que su forma de ser no era como la de mi madre, pero lo quería mucho.

―Bueno, las flores, las plantas y los arboles también le gustan que las mimen, las cuiden, se preocupen por ellas para que crezcan sanas y fuertes. Si tú tienes una plantita y la descuidas, no le das agua, no le das sol, no le hablas, ella se pondrá fea y morirá. Algo parecido sucede con nosotros, hijo. Necesitamos el amor y los cuidados para poder estar bien, ¿No te sentirías muy triste si nadie te hablara y te cuidara?

Me entristecí de solo pensar que una plantita podía morir por no cuidarla como se debía.

― A las plantas se les debe cuidar sus ramitas, sus pétalos, y sobre todos sus raíces. Muchas veces les hacemos daño a las plantas sin tener en cuenta que ellas también sienten, al igual que con las personas, muchas veces no las cuidamos, y no solo me refiero a no darles agua, darles amor o atenderlas, porque con nuestras acciones lastimamos, y eso va creando grietas en nuestros corazones.

Se detuvo un segundo y haló una hojita y me la pasó. La sostuve delicadamente y la observé con detalle.

― Para que una plantita crezca linda y fuerte hay que cuidarla desde pequeñas, y seguir cuidándola con más amor y empeño cuando este grande, porque se vuelven más vulnerables en cierta forma. Los corazones de nosotros son como sus raíces, son fuertes, pero si las lastiman y descuidan, sus raíces se debilitan y pierde su color, su esencia y la hermosura que las caracteriza.

― ¿Entonces debo cuidar mi corazón como las plantitas? ―pregunté aun observando la hojita que iba a secarse pasado unos días, porque ya no tenía su fuente de vida: la plantita.

―Puedes... pero a veces somos como ellas, somos muy indefensas ante la maldad, y lamentablemente en muchas ocasiones nuestro corazón depende de que lo cuide alguien más.

­― ¿Y por qué?

―Porque solemos entregarlo con facilidad, o en ocasiones, así no lo entreguemos, la maldad puede llegar hacer tanta que nuestro corazón es el que sufre las peores heridas.

― ¿Pero me puedo defender? ― pregunté angustiado y no entendía por qué.

―Claro que sí, puedes luchar mucho por ello, siempre rodeándote de personas que quieran cuidar de tu corazón como si fuera una plantita, pero también llegaran podadores a querer quitar todo lo lindo que tienes en tu interior― sonrió, pero esta vez podía ver tristeza en sus ojitos―. Prometo cuidar tu corazón, hijo, y cuando no esté, alguien más también lo hará. »

Limpié las lágrimas que se habían escapado observando atentamente en lo único que me quedaba de mi madre; una tumba que utilizaba como consuelo.

Iba a dar media vuelta y marcharme, ya que la paz que había venido a buscar no había llegado a mí, solo sentía la presión en el pecho y la nostalgia y tristeza de no tener a mi madre con vida. Me sentía impotente y sobre todo culpable, algo que me atormentaba cada puto día de mi vida, sin descanso alguno.

Ya había emprendido el andar hacia la biblioteca, cuando sentí como una bolsa negra se estampó en la tumba de mi madre. Confuso miré todo a mi alrededor ,pero no había rastro de ninguna presencia en el bosque a excepción mía.

Cautelosamente, me acerqué a la bolsa, con curiosidad por abrirla, pero cauteloso porque no sabía de qué se podía traer. Muy bien podía ser alguien de los matones de Akram y Hasam. Despacio desenvolví la bolsa que se encontraba húmeda, dejando al descubierto una nota con letra poco legible

"te encontré"

¿Quién coño me había encontrado?

Aun más perdido y con una sensación asquerosa que recorría cada centímetro de mi cuerpo, abrí la bolsa, encontrándome la peor escena que había presenciado hasta el día de hoy.

Sentí unas horribles ganas de vomitar y la sensación de que un ataque iba a empezar una vez más, me desesperó al punto de soltar la bolsa gritando con desespero, horror y con la impotencia invadir mi sistema nervioso.

― ¡Dash!― escuché la voz de mi hermana que venía corriendo con su rostro pálido y agitada de seguro por lo rápido que corrió hasta llegar a mí.

Intenté responderle, pero no encontraba mi voz por ningún lado, solo podía escuchar la taticardia, sudoración excesiva, y la falta de aire que comprimía mi pecho y las ganas de vomitar no queriendo desaparecer.

Haber visto los dedos de mi madre después de tantos años, había sido sin duda una imagen que no iba a poder volver a sacar de mi mente.

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