[HIATUS] No elegí Enamorarme...

By A-Malfoy-Potter

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Draco Malfoy es simpático, humilde y inteligente pero ¿sus padres ven eso? ¡claro que no! Nunca ha estado de... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Aviso importante
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20: LA CÁMARA SECRETA
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capitulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33: EL PRISIONERO DE AZKABAN
Capítulo 34
Capitulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45: EL CÁLIZ DE FUEGO (2)
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
50
51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capitulo 56
Capitulo 57 - debemos hablar

Capítulo 46

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By A-Malfoy-Potter

Tomaron todo lo que habían comprado y, siguiendo al señor Weasley, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles. Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Harry no podía dejar de sonreír. Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Harry sólo podía ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de juego, calculaba que dentro podrían haber cabido, sin apretujones, diez catedrales.

-Hay asientos para cien mil personas - explicó el señor Weasley, observando la expresión de sobrecogimiento de Harry -. Quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los muggles se acercan hasta aquí, recuerdan de repente que tenían una cita en otro lugar y salen pitando... ¡Dios los bendiga! - añadió en tono cariñoso, encaminándose delante de los demás hacia la entrada más cercana, que ya estaba rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas.

- ¡Asientos de primera! - dijo la bruja del Ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas -  ¡Tribuna principal! Todo recto escaleras arriba, Arthur, arriba de todo.

Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas. Harry tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que tenían a sus pies, cuyo aspecto nunca hubiera imaginado.

Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse, Harry se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el estadio:

La Moscarda: una escoba para toda la familia: fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada ... Quitamanchas mágico multiusos de la Señora Skower: adiós a las manchas, adiós al esfuerzo ... Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Hogsmeade...

Harry apartó los ojos de los anuncios y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le resultaron curiosamente familiares...

- ¿Dobby? - preguntó Harry, extrañado.

- ¿Dobby? - preguntó Draco volteado rápidamente.

La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate grande. No era Dobby... pero no cabía duda de que se trataba de un elfo doméstico, como había sido Dobby, el amigo de Harry, hasta que éste lo liberó de sus dueños, la familia de Draco los Malfoy.

- ¿El señor acaba de llamarme Dobby? - chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos. Tenía una voz aún más aguda que la de Dobby, apenas un chillido flojo y tembloroso que le hizo suponer a Harry (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era hembra. Ron y Hermione se volvieron en sus asientos para mirar. Aunque Harry y Draco les habían hablado mucho de Dobby, nunca habían llegado a verlo personalmente. Incluso el señor Weasley se mostró interesado.

- Disculpe - le dijo Harry a la elfina -, la he confundido con un conocido.

- ¡Yo también conozco a Dobby, señor! - chilló la elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada -. Me llamo Winky, señor... y usted, señor... - en ese momento reconoció la cicatriz de Harry, y los ojos se le abrieron hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños -. ¡Usted es, sin duda, Harry Potter!

- Sí, lo soy - contestó Harry.

- ¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! - dijo ella, bajando las manos un poco pero conservando su expresión de miedo, después volteo la mirada hacia Draco, pareció concentrarse un momento - ¡y de usted habla aun mas, señor! - grito, Draco sonrió. 

- ¿Cómo se encuentra? - preguntó Harry -. ¿Qué tal le sienta la libertad?

- ¡Ah, señor! - respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro -, no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor.

- ¿Por qué? - se extrañó Harry -. ¿Qué le pasa?

- La libertad se le ha subido a la cabeza, señor - dijo Winky con tristeza -. Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No encuentra dónde colocarse, señor.

- ¿Por qué no? - inquirió Harry.

Winky bajó el tono de su voz media octava para susurrar:

- Pretende que le paguen por trabajar, señor.

- ¿Que le paguen? - repitió Harry, sin entender - Bueno... ¿por qué no tendrían que pagarle?

La idea pareció espeluznar a Winky, que cerró los dedos un poco para volver a ocultar parcialmente el rostro.

- ¡A los elfos domésticos no se nos paga, señor! - explicó en un chillido amortiguado -. No, no, no. Le he dicho a Dobby, se lo he dicho, ve a buscar una buena familia y asiéntate, Dobby. Se está volviendo un juerguista, señor, y eso es muy indecoroso en un elfo doméstico. Si sigues así, Dobby, le digo, lo próximo que oiré de ti es que te han llevado ante el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Má gicas, como a un vulgar duende.

- Bueno, ya era hora de que se divirtiera un poco - opinó Harry.

- La diversión no es para los elfos domésticos, Harry Potter - repuso Winky con firmeza desde detrás de las manos que le ocultaban el rostro -. Los elfos domésticos obedecen. No soporto las alturas, Harry Potter... - Miró hacia el borde de la tribuna y tragó saliva -. Pero mi amo me manda venir a la tribuna principal, y vengo, señor.

- ¿Por qué te manda venir tu amo si sabe que no soportas las alturas? - preguntó Harry, frunciendo el entrecejo.

- Mi amo... mi amo quiere que le guarde una butaca, Harry Potter, porque está muy ocupado - dijo Winky, inclinando la cabeza hacia la butaca vacía que tenía a su lado -. Winky está deseando volver a la tienda de su amo, Harry Potter, pero Winky hace lo que le mandan, porque Winky es una buena elfina doméstica.

Aterrorizada, echó otro vistazo al borde de la tribuna, y volvió a taparse los ojos completamente. Harry se volvió a los otros.

- ¿Así que eso es un elfo doméstico? - murmuró Ron - son extraños, ¿verdad?

- Dobby era aún más extraño - aseguró Harry.

- No, el solo es especial - contradijo Draco.

Ron sacó los omniculares y comenzó a probarlos, mirando con ellos a la multitud que había abajo, al otro lado del estadio.

- ¡Sensacional! - exclamó, girando el botón de retroceso que tenía a un lado - puedo hacer que aquel viejo se vuelva a meter el dedo en la nariz una vez... y otra... y otra...

Hermione, mientras tanto, leía con interés su programa forrado de terciopelo y adornado con borlas.

- Antes de que empiece el partido habrá una exhibición de las mascotas de los equipos - leyó en voz alta.

- Eso siempre es digno de ver - dijo el señor Weasley -. Las selecciones nacionales traen criaturas de su tierra para que hagan una pequeña exhibición.

- ¿Estas bien? - le susurró a Draco, parecía mas pálido de lo normal.

- Si... Es solo que, siento que algo malo va a pasar.

- ¿Algo malo? - Draco asintió.

- Pero seguro solo es algo que me imagino, este lugar esta lleno de seguridad. 

Durante la siguiente media hora se fue llenando lentamente la tribuna. El señor Weasley no paró de estrechar la mano a personas que obviamente eran magos importantes. Percy se levantaba de un salto tan a menudo que parecía que tuviera un erizo en el asiento. Cuando llegó Cornelius Fudge, el mismísimo ministro de Magia, la reverencia de Percy fue tan exagerada que se le cayeron las gafas y se le rompieron. Muy embarazado, las reparó con un golpe de la varita y a partir de ese momento se quedó en el asiento, echando miradas de envidia a Harry, a quien Cornelius Fudge saludó como si se tratara de un viejo amigo. Ya se conocían, y Fudge le estrechó la mano con ademán paternal, le preguntó cómo estaba y le presentó a los magos que lo acompañaban.

- Ya sabe, Harry Potter - le dijo muy alto al ministro de Bulgaria, que llevaba una espléndida túnica de terciopelo negro con adornos de oro y parecía que no entendía una palabra de inglés -. ¡Harry Potter...! Seguro que lo conoce: el niño que sobrevivió a Quien-usted-sabe... Tiene que saber quién es...

El búlgaro vio de pronto la cicatriz de Harry y, señalándola, se puso a decir en voz alta y visiblemente emocionado cosas que nadie entendía.

- Sabía que al final lo conseguiríamos - le dijo Fudge a Harry cansinamente -. No soy muy bueno en idiomas; para estas cosas tengo que echar mano de Barty Crouch. Ah, ya veo que su elfina doméstica le está guardando el asiento. Ha hecho bien, porque estos búlgaros quieren quedarse los mejores sitios para ellos solos... ¡Ah, ahí está Lucius! - Draco tenso notablemente

Harry, Ron y Hermione se volvieron rápidamente. Los que se encaminaban hacia tres asientos aún vacíos de la segunda fila, justo detrás del padre de Ron, no eran otros que los antiguos amos de Dobby y la familia de Draco: Lucius Malfoy, su hijo Gael y una mujer que Harry supuso que sería la madre de Draco.

Harry y Gael Malfoy habían sido enemigos desde su primer día en Hogwarts. Era idéntico en aspecto a Draco, tenía la piel pálida, cara afilada y pelo. rubio platino, ambos se parecía mucho a su padre, solo que Draco tenía una personalidad completamente distinta. También su madre era rubia, alta y delgada, y habría parecido guapa si no hubiera sido por el gesto de asco de su cara, que daba la impresión de que, justo debajo de la nariz, tenía algo que olía a demonios.

- ¡Ah, Fudge! - dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia -. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcisa, ni a nuestro hijo, Gael.

- ¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? - saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy -. Permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... al señor... Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Arthur Weasley, quiero decir, su otro hijo esta con él.

Fue un momento muy tenso. El señor Weasley y el señor Malfoy se miraron el uno al otro, y Harry recordó claramente la última ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y se habían peleado. Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley y luego la fila en que estaba sentado, sus ojos se quedaron fijos en Draco, este tenía los puños fuertemente cerrados y parecía estar peleando una batalla interna, Harry se preocupo por él.

- Por Dios, Arthur - dijo con suavidad -, ¿qué has tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que no te ha llegado sólo con la casa... O lo pusiste a mendigar para conseguirlas - dijo apuntando con la cabeza a Draco que ahora enfrento su mirada - le quedaría bien el papel.

- Le agradecería que disfrutará de la noche y dejara de arruinarsela a otras personas, señor Malfoy - dijo fríamente Draco.

Fudge, que no escuchaba, dijo:

- Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido aquí como invitado mío.

- ¡Ah... qué bien! - dijo el señor Weasley, con una sonrisa muy tensa.

El señor Malfoy observó a Hermione, que se puso algo colorada pero le devolvió la mirada con determinación. Harry comprendió qué era lo que provocaba aquella mueca de desprecio en los labios del señor Malfoy: los Malfoy se enorgullecían de ser de sangre limpia, a pesar de que a Draco nunca le importo la "pureza de la sangre" ellos pensaban diferente, lo que quería decir que consideraban de segunda clase a cualquiera que procediera de familia muggle, como Hermione. Sin embargo, el señor Malfoy no se atrevió a decir nada delante del ministro de Magia. Con la cabeza hizo un gesto desdeñoso al señor Weasley, y continuó caminando hasta llegar a sus asientos. También Gael lanzó a Harry, Ron y Hermione una mirada de desprecio, este ignoro olímpicamente a Draco y luego se sentó entre sus padres.

- Draco - susurro uno de los gemelos que fueron rápidamente con el - ¿estas...?

- Estoy bien - afirmo muy seguro - es solo que no los había visto desde hace , así que me tomo por sorpresa, es todo.

Un segundo más tarde, Ludo Bagman llegaba a la tribuna principal como si fuera un indio lanzándose al ataque de un fuerte.

- ¿Todos listos? - preguntó. Su redonda cara relucía de emoción como un queso de bola grande -. Señor ministro, ¿qué le parece si empezamos?

- Cuando tú quieras, Ludo - respondió Fudge complacido.

Ludo sacó la varita, se apuntó con ella a la garganta y dijo:

- ¡Sonorus! - Su voz se alzó por encima del estruendo de la multitud que abarrotaba ya el estadio y retumbó en cada rincón de las tribunas - damas y caballeros... ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!

Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio (Grageas multisabores de Bertie Bott: ¡un peligro en cada bocado!) y mostró a continuación:

BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.

- Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!

Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.

- Me pregunto qué habrán traído - dijo el señor Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante -  ¡Aaah! - De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica -. ¡Son veelas!

- ¿Qué son vee...?

Pero un centenar de veelas acababan de salir al campo de juego, y la pregunta de Harry quedó respondida. Las veelas eran mujeres, las mujeres más hermosas que Harry hubiera visto nunca... pero no eran (no podían ser) humanas. Esto lo desconcertó por un momento, mientras trataba de averiguar qué eran realmente: qué podía hacer brillar su piel de aquel modo, con un resplandor plateado; o qué era lo que hacía que, sin que hubiera viento, el pelo dorado se les abriera en abanico detrás de la cabeza. Pero en aquel momento comenzó la música, y Harry dejó de preguntarse sobre su carácter humano. De hecho, no se hizo ninguna pregunta en absoluto.

Las veelas se pusieron a bailar, y la mitad de la mente de Harry se quedó totalmente en blanco, sólo ocupada por una suerte de dicha. En ese momento, lo único que en el mundo merecía la pena era seguir viendo a las veelas; porque, si ellas dejaban de bailar, ocurrirían cosas terribles, sin embargo, la otra parte de su mente le grito que tenía que dejar de ver. 

A medida que las veelas aumentaban la velocidad de su danza, los pensamientos desenfrenados, aún indefinidos, se iban apoderando de la aturdida mente de Harry, pero la otra parte le seguía diciendo que tenía que dejar de ver, pero la otra parte quería hacer algo muy impresionante, y tenía que ser en aquel mismo instante. Saltar desde la tribuna al estadio parecía una buena idea... pero ¿sería suficiente?

- Harry, ¿qué haces? - le llegó la voz de Hermione desde muy lejos.

Cesó la música. Harry cerró los ojos y volvió a abrirlos. Se había levantado del asiento, y tenía un pie sobre la pared de la tribuna principal. A su lado, Ron permanecía inmóvil, en la postura que habría adoptado si hubiera pretendido saltar desde un trampolín.

El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran, y lo mismo le pasaba a Harry. Por supuesto, apoyaría a Bulgaria, y apenas acertaba a comprender qué hacía en su pecho aquel trébol grande y verde. Ron, mientras tanto, hacía trizas, sin darse cuenta, los tréboles de su sombrero. El señor Weasley, sonriendo, se inclinó hacia él para quitárselo de las manos.

Draco miro a Harry con una ceja alzada, el permanecía sentado  no parecía para nada afectado.

- Lamentarás haberlos roto en cuanto veas a las mascotas de Irlanda - le dijo.

- ¿Eh? - musitó Ron, mirando con la boca abierta a las veelas, que acababan de alinearse a un lado del terreno de juego.

Hermione chasqueó fuerte la lengua y junto a Draco tiraron de Harry para que se volviera a sentar.

- ¡Lo que hay que ver! - exclamó.

- Y ahora - bramó la voz de Ludo Bagman - tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a... ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!

En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz. La multitud exclamaba «¡oooooooh!» y luego «¡aaaaaaah!», como si estuviera contemplando un castillo de fuegos de artificio. A continuación se desvaneció el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron: formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.

- ¡Maravilloso! - exclamó Ron cuando el trébol se elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar en los asientos y en las cabezas de la multitud. Entornando los ojos para ver mejor el trébol, Harry apreció que estaba compuesto de miles de hombrecitos diminutos con barba y chalecos rojos, cada uno de los cuales llevaba una diminuta lámpara de color oro o verde.

- ¡Son leprechauns! - explicó el señor Weasley, alzando la voz por encima del tumultuoso aplauso de los espectadores, muchos de los cuales estaban todavía buscando monedas de oro debajo de los asientos.

- ¡Aquí tienes! - dijo Ron muy contento, poniéndole a Harry un montón de monedas de oro en la mano -. ¡Por los omniculares! ¡Ahora me tendrás que comprar un regalo de Navidad! - termino y dejo salir una "risa malvada".

El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas, y se sentaron con las piernas cruzadas. para contemplar el partido.

- Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes... ¡Dimitrov!

Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que sólo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.

- ¡Ivanova!

Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.

- ¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy... ¡Krum!

- ¡Es él, es él! - gritó Ron, siguiendo a Krum con los omniculares. Harry se apresuró a enfocar los suyos.

Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina, con una nariz grande y curva y cejas negras y muy pobladas. Semejaba una enorme ave de presa. Costaba creer que sólo tuviera dieciocho años.

- Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! - bramó Bagman - les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy... ¡Lynch!

Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Harry dio vueltas a una ruedecilla lateral de los omniculares para ralentizar el movimiento de los jugadores hasta conseguir ver la inscripción «Saeta de Fuego» en cada una de las escobas y los nombres de los jugadores bordados en plata en la parte de atrás de las túnicas.

- Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!

Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote, que no tenía nada que envidiar al de tío Vernon. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata; bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora. Harry volvió a poner en velocidad normal sus omniculares y observó atentamente a Mustafá mientras éste montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color escarlata; las dos bludgers negras, y (Harry la vio sólo durante una fracción de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y minúscula snitch. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.

- ¡Comieeeeeeeeenza el partido! - gritó Bagman -. Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la quaffle! ¡Troy! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran!

Aquello era quidditch como Harry no había visto nunca. Se apretaba tanto los omniculares contra los cristales de las gafas que se hacía daño con el puente. La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores se arrojaban la quaffle unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía tiempo de decir los nombres. Harry volvió a poner la ruedecilla en posición de «lento», apretó el botón de «jugada a jugada» que había en la
parte de arriba y empezó a ver el juego a cámara lenta, mientras los letreros de color púrpura brillaban a través de las lentes y el griterío de la multitud le golpeaba los tímpanos.

Formación de ataque «cabeza de halcón», leyó en el instante en que los tres cazadores del equipo irlandés se juntaron, con Troy en el centro y ligeramente por delante de Mullet y Moran, para caer en picado sobre los búlgaros. Finta de Porskov, indicó el letrero a continuación, cuando Troy hizo como que se lanzaba hacia arriba con la quaffle, apartando a la cazadora búlgara Ivanova y entregándole la quaffle a Moran. Uno de los golpeadores búlgaros, Volkov, pegó con su pequeño bate y con todas sus fuerzas a una bludger que pasaba cerca, lanzándola hacia Moran. Moran se apartó para evitar la bludger, y la quaffle se le cayó. Levski, elevándose desde abajo, la atrapó.

- ¡TROY MARCA! - bramó Bagman, y el estadio entero vibró entre vítores y aplausos -. ¡Diez a cero a favor de Irlanda!

- ¿Qué? - gritó Harry, mirando a un lado y a otro como loco a través de los omniculares -. ¡Pero si Levski acaba de coger la quaffle!

- ¡Harry, si no ves el partido a velocidad normal, te vas a perder un montón de jugadas! - le gritó Hermione, que botaba en su asiento moviendo los brazos en el aire mientras Troy daba una vuelta de honor al campo de juego.

Harry miró por encima de los omniculares, y vio que los leprechauns, que observaban el partido desde las líneas de banda, habían vuelto a elevarse y a formar el brillante y enorme trébol. Desde el otro lado del campo, las veelas los miraban mal encaradas. Enfadado consigo mismo, Harry volvió a poner la ruedecilla en velocidad normal antes de que el juego se reanudara. Harry sabía lo suficiente de quidditch para darse cuenta de que los cazadores de Irlanda eran soberbios. Formaban un equipo perfectamente coordinado, y, por las posiciones que ocupaban, parecía como si cada uno pudiera leer la mente de los otros. La escarapela que llevaba Harry en el pecho no dejaba de gritar sus nombres: «¡Troy... Mullet... Moran!» Al cabo de diez minutos, Irlanda había marcado otras dos veces, hasta alcanzar el treinta a cero, lo que había provocado mareas de vítores atronadores entre su afición, vestida de verde.

El juego se tomó aún más rápido pero también más brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las bludgers con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de Bulgaria.

- ¡Cubran sus orejas! - les gritó el señor Weasley cuando las veelas empezaron a bailar para celebrarlo.

Harry además cerró los ojos: no quería que su mente se evadiera del juego, pero una mirada clavada en el lo hizo abrirlos, Draco lo miraba mientras su mano descansaba suavemente en su mejilla.

- ¡¿Pasa algo?! - grito, Draco negó mientras se encogía hombros en gesto inocente.

- Tu eres mas interesante que una Veela - susurro, pero Harry ante el ruido y por aun tener los dedos en las orejas no lo escucho.

- ¡¿Qué?! - Draco solo negó con una pequeña sonrisa.

Tras unos segundos, se atrevió a echar una mirada al terreno de juego: las veelas ya habían dejado de bailar, y Bulgaria volvía a estar en posesión de la quaffle.

-¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova... ¡ ¡eh!! - bramó Bagman.

Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando los dos buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picado por en medio de los cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas. Harry siguió su descenso con los omniculares, entrecerrando los ojos para tratar de ver dónde estaba la snitch...

- ¡Se van a estrellar! - gritó Hermione a su lado.

Y así parecía... hasta que en el último segundo Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch, sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el estadio. Un gemido brotó de la afición irlandesa.

(Creo que no es bueno leer "un gemido" mientras escucho Touch You...)

- ¡Tonto! - se lamentó el señor Weasley -. ¡Krum lo ha engañado!

- ¡Tiempo muerto! - gritó la voz de Bagman -. ¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Aidan Lynch!

- Estará bien, ¡sólo ha sido un castañazo! - le dijo Charlie en tono tranquilizador a Ginny, que se asomaba por encima de la pared de la tribuna principal, horrorizada - creo que es lo que andaba buscando Krum, claro...

Harry se apresuró a apretar el botón de retroceso y luego el de «jugada a jugada» en sus omniculares, giró la ruedecilla de velocidad, y se los puso otra vez en los ojos.

Vio de nuevo, esta vez a cámara lenta, a Krum y Lynch cayendo hacia el suelo. Amago de Wronski: un desvío del buscador muy peligroso, leyó en las letras de color púrpura impresas en la imagen. Vio que el rostro de Krum se contorsionaba a causa de la concentración cuando, justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras Lynch se estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la snitch: sólo se había lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara. Harry no había visto nunca a nadie volar de aquella manera.Krum no parecía usar una escoba voladora: se movía con tal agilidad que más bien parecía ingrávido. Harry volvió a poner sus omniculares en posición normal, y enfocó a Krum, que volaba en círculos por encima de Lynch, a quien en esos momentos los medimagos trataban de reanimar con tazas de poción. Enfocando aún más de cerca el rostro de Krum, Harry vio cómo sus oscuros ojos recorrían el terreno que había treinta metros más abajo. Estaba aprovechando el tiempo para buscar la snitch sin la interferencia de otros jugadores.

Finalmente Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafá volvió a pitar, los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que Harry no había visto nunca.

En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia.

Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la quaffle bajo el brazo, el guardián del equipo búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera lo que fuera lo que sucedió, ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafá indicó falta.

- Y Mustafá está reprendiendo al guardián búlgaro por juego violento... ¡Excesivo uso de los codos! - informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor -. Y... ¡sí, señores, penalti favorable a Irlanda!

Los leprechauns, que se habían elevado en el aire, enojados como un enjambre de avispas cuando Mullet había sufrido la falta, se apresuraron en aquel momento a formar las palabras: «¡JA, JA, JA!» Las veelas, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.

Todos a una, los chicos Weasley y Harry se metieron los dedos en los oídos; pero Hermione, que no se había tomado la molestia de hacerlo, no tardó en tirar a Harry del brazo. Él se volvió hacia ella, y Hermione, con un gesto de impaciencia, le quitó los dedos de las orejas, solo, ¿por que a Draco no le afectaban?

- ¡Fíjate en el árbitro! - le dijo riéndose, Draco, a su lado también reía.

Harry miró el terreno de juego. Hasán Mustafá había aterrizado justo delante de las veelas y se comportaba de una manera muy extraña: flexionaba los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.

- ¡No, esto sí que no! - dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha gracia -. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!

Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafá en la espinilla. Mustafá volvió en sí. Harry, mirando por los omniculares, advirtió que parecía muy embarazado y que les estaba gritando a las veelas, que habían dejado de bailar y adoptaban ademanes rebeldes.

- Y, si no me equivoco, ¡Mustafá está tratando de expulsar a las mascotas del equipo búlgaro! - explicó la voz de Bagman - esto es algo que no habíamos visto nunca... ¡Ah, la cosa podría ponerse fea...!

Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Bulgaria, Volkov y Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafá, y discutían con él furiosamente señalando hacia los leprechauns, que acababan de formar las palabras: «¡JE, JE, JE!» Pero a Mustafá no lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves soplidos al silbato.

- ¡Dos penaltis a favor de Irlanda! - gritó Bagman, y la afición del equipo búlgaro vociferó de rabia -. Será mejor que Volkov y Vulchanov regresen a sus escobas... Sí... ahí van... Troy toma la quaffle...

A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las bludgers golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la quaffle, y casi la derriba de la escoba.

- ¡Falta! - corearon los seguidores del equipo de Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron una ola.

- ¡Falta! - repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman -. Dimitrov pretende acabar con Moran... volando deliberadamente para chocar con ella... Eso será otro penalti... ¡Sí, ya oímos el silbato!

Los leprechauns habían vuelto a alzarse en el aire, y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las veelas que tenían enfrente. Entonces las veelas perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a los duendes lo que parecían puñados de fuego. A través de sus omniculares, Harry vio que su aspecto ya no era bello en absoluto. Por el contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.

- ¡Por eso, muchachos - gritó el señor Weasley para hacerse oír por encima del tumulto -, es por lo que no hay que fijarse sólo en la belleza!

Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las veelas y los leprechauns, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire. Harry movía los omniculares de un lado para otro sin parar porque la quaffle cambiaba de manos a la velocidad de una bala.

- Levski... Dimitrov... Moran... Troy... Mullet... Ivanova... De nuevo Moran... Moran... ¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!

Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por los gritos de las veelas, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego se reanudó enseguida: primero Levski se hizo con la quaffle, luego Dimitrov...

Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una bludger que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.

La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafá no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry no podía reprochárselo: una de las veelas le había tirado un puñado de fuego, y la cola de su escoba se encontraba en llamas.

Harry estaba deseando que alguien interrumpiera el partido para que pudieran atender a Krum. Aunque estuviera de parte de Irlanda, Krum le seguía pareciendo el mejor jugador del partido. Obviamente, Ron pensaba lo mismo.

- ¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar en esas condiciones, míralo...

- ¡Mira a Lynch! - le contestó Harry.

El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente, y Harry comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski»: aquello era de verdad.

- ¡Ha visto la snitch! - gritó Harry -. ¡La ha visto! ¡Míralo!

Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador... pero Krum fue detrás. Harry no sabía cómo conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo...

- ¡Van a estrellarse! - gritó Hermione.

- ¡Nada de eso! - negó Ron.

- ¡Lynch sí! - gritaron Harry y Draco.

Y acertaron. Por segunda vez, Lynch chocó contra el suelo con una fuerza tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darle patadas.

- La snitch, ¿dónde está la snitch? - gritó Charlie, desde su lugar en la fila.

- ¡La tiene...! ¡Krum la tiene...! ¡Ha terminado! - gritó Harry.

Krum, que tenía la túnica roja manchada con la sangre que le caía de la nariz, se elevaba suavemente en el aire, con el puño en alto y un destello de oro dentro de la mano.

El tablero anunció «BULGARIA: 160; IRLANDA: 170» a la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido. Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido se alzó entre la afición del equipo de Irlanda, y fue creciendo más y más hasta convertirse en gritos de alegría.

- ¡IRLANDA HA GANADO! - voceó Bagman, que, como los mismos irlandeses, parecía desconcertado por el repentino final del juego - ¡KRUM HA ATRAPADO LA SNITCH, PERO IRLANDA HA GANADO! ¡Dios Santo, no creo que nadie se lo esperara!

- ¿Y para qué ha atrapado la snitch?- exclamó Ron, al mismo tiempo que daba saltos en su asiento, aplaudiendo con las manos elevadas por encima de la cabeza -. ¡El muy idiota ha dado por finalizado el juego cuando Irlanda les sacaba ciento sesenta puntos de ventaja!

- Sabía que nunca conseguirían alcanzarlos - le respondió Harry, gritando para hacerse oír por encima del estruendo, y aplaudiendo con todas sus fuerzas- : los cazadores del equipo de Irlanda son demasiado buenos. Quiso terminar lo mejor posible, eso es todo...

- Ha estado magnífico, ¿verdad? - dijo Hermione, inclinándose hacia delante para verlo aterrizar, mientras un enjambre de medimagos se abría camino hacia él entre los leprechauns y las veelas, que seguían peleándose -. Está hecho una pena...

Harry volvió a mirar por los omniculares. Era difícil ver lo que ocurría en aquel momento, porque los leprechauns zumbaban de un lado para otro por el terreno de juego, pero consiguió divisar a Krum entre los medimagos. Parecía más hosco que nunca, y no les dejaba ni que le limpiaran la sangre. Sus compañeros lo rodeaban, moviendo la cabeza de un lado a otro y con aspecto abatido. A poca distancia, los jugadores del equipo de Irlanda bailaban de alegría bajo una lluvia de oro que les arrojaban sus mascotas. Por todo el estadio se agitaban las banderas, y el himno nacional de Irlanda atronaba en cada rincón. Las veelas recuperaron su aspecto habitual, nuevamente hermosas, aunque tristes.

- «Vueno», hemos luchado «vrravamente» - dijo detrás de Harry una voz lúgubre. Miró hacia atrás: era el ministro búlgaro de Magia.

- ¡Usted habla nuestro idioma! - dijo Fudge, ofendido - . ¡Y me ha tenido todo el día comunicándome por gestos!

- «Vueno», eso fue muy «divertida» - dijo el ministro búlgaro, encogiéndose de hombros.

- ¡Y mientras la selección irlandesa da una vuelta de honor al campo, escoltada por sus mascotas, llega a la tribuna principal la Copa del Mundo de quidditch! - voceó Bagman.

A Harry lo deslumbró de repente una cegadora luz blanca que bañó mágicamente la tribuna en que se hallaban, para que todo el mundo pudiera ver el interior. Entornando los ojos y mirando hacia la entrada, pudo distinguir a dos magos que llevaban, jadeando, una gran copa de oro que entregaron a Cornelius Fudge, el cual aún parecía muy contrariado por haberse pasado el día comunicándose por señas sin razón.

- Dediquemos un fuerte aplauso a los caballerosos perdedores: ¡la selección de Bulgaria! - gritó Bagman.

Y, subiendo por la escalera, llegaron hasta la tribuna los siete derrotados jugadores búlgaros. Abajo, la multitud aplaudía con aprecio. Harry vio miles y miles de omniculares apuntando en dirección a ellos.

Uno a uno, los búlgaros desfilaron entre las butacas de la tribuna, y Bagman los fue nombrando mientras estrechaban la mano de su ministro y luego la de Fudge. Krum, que estaba en último lugar, tenía realmente muy mal aspecto. Los ojos negros relucían en medio del rostro ensangrentado. Todavía agarraba la snitch. Harry percibió que en tierra sus movimientos parecían menos ágiles. Era un poco patoso y caminaba cabizbajo. Pero, cuando Bagman pronunció el nombre de Krum, el estadio entero le dedicó una ovación ensordecedora.

Y a continuación subió el equipo de Irlanda. Moran y Connolly llevaban a Aidan Lynch. El segundo batacazo parecía haberlo aturdido, y tenía los ojos desenfocados. Pero sonrió muy contento cuando Troy y Quigley levantaron la Copa en el aire y la multitud expresó estruendosamente su aprobación. A Harry le dolían las manos de tanto aplaudir.

Al final, cuando la selección irlandesa bajó de la tribuna para dar otra vuelta de honor sobre las escobas (Aidan Lynch montado detrás de Connolly, agarrándose con fuerza a su cintura y todavía sonriendo como aturdido), Bagman se apuntó con la varita a la garganta y susurró: ¡Quietus!

- Se hablará de esto durante años - dijo con la voz ronca - ha sido un giro verdaderamente inesperado. Es una pena que no haya durado más... Ah, ya... ya... ¿Cuánto les debo?

Fred y George acababan de subirse sobre los respaldos de sus butacas y permanecían frente a Ludo Bagman con una amplia sonrisa y la mano tendida hacia él.

- No le digan a su madre que han apostado - imploró a Fred y George el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura.

- No te preocupes, papá - respondió Fred muy alegre - tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen.

Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco, pareció decidir que prefería no saberlo.

Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse. No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido. El señor Weasley se mostró en desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento,

-¡... Es un atleta! - escucho la voz de Ron hablando con los gemelos y Draco.

- Sigo pensando que estas enamorado - dijo Draco.

- ¡Oh, Victor te amo...! - empezaron a cantar los gemelos y al poco tiempo Draco se les unió.

No se dio por finalizado el análisis del partido o las burlas hacia Ron, hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir. Hermione y Ginny se metieron en su tienda, y Harry, Draco y el resto de los Weasley se pusieron el pijama y se subieron cada uno a su litera. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.

- ¡Cómo me alegro de haber librado hoy! - murmuró el señor Weasley ya medio dormido -. No me haría ninguna gracia tener que decirles a los irlandeses que se acabó la fiesta.

Harry, que se había acostado en una de las literas superiores, encima de Ron, estaba boca arriba observando la lona del techo de la tienda, en la que de vez en cuando resplandecían los faroles de los leprechauns. Repasaba algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Saeta de Fuego y probar el «Amago de Wronski». Oliver Wood no había logrado nunca transmitir con sus complejos diagramas la sensación de aquella jugada... Harry se imaginó a sí mismo vistiendo una túnica con su nombre bordado a la espalda e intentó representarse la sensación de oír la ovación de una multitud de cien mil personas cuando Ludo Bagman pronunciaba su nombre ante el estadio: «¡Y con ustedes... Potter!», la so risa orgullosa de Draco al verlo también apareció.

Harry no llegaría a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supo fue que, de repente, el señor Weasley estaba gritando.

- ¡Despierten! ¡Ron, Harry... deprisa, levantaos, es urgente!

Harry se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza con la lona del techo.

- ¿Qué pasa? - preguntó.

Intuyó que algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría.

Bajó de la litera y tomo su ropa, pero el señor Weasley, que se había puesto los vaqueros sobre el pijama, le dijo:

- No hay tiempo, Harry... Sólo toma tu chaqueta y sal... ¡rápido!

Harry obedeció y salió a toda prisa de la tienda, delante de Ron.

A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pudo ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena.

A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Harry entornó los ojos para distinguirlos mejor. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendió que iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.

Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas de campaña. En una o dos ocasiones, Harry vio a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento.

Las personas que flotaban en el aire resultaron repentinamente iluminadas al pasar por encima de una tienda de campaña que estaba en llamas, y Harry reconoció a una de ellas: era el señor Roberts, el gerente del cámping. Los otros tres bien podían ser su mujer y sus hijos. Con la varita, uno de los de la multitud hizo girar a la señora Roberts hasta que quedó cabeza abajo: su camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba alegremente.

- Dan ganas de vomitar - susurró Ron, observando al más pequeño de los niños muggles, que había empezado a dar vueltas como una peonza, a veinte metros de altura, con la cabeza caída y balanceándose de lado a lado como si estuviera muerto - dan verdaderas ganas de vomitar...

- Y que lo digas - dijo Draco que trataba de mirar a los magos que tenían a la familia Roberts.

Hermione y Ginny llegaron a toda prisa, poniéndose la bata sobre el camisón, con el señor Weasley detrás. Al mismo tiempo salieron de la tienda de los chicos Bill, Charlie y Percy, completamente vestidos, arremangados y con las varitas en la mano.

- Vamos a ayudar al Ministerio - gritó el señor Weasley por encima de todo aquel ruido, arremangándose él también - ustedes vayan al bosque, y no se separen. ¡Cuando hayamos solucionado esto iré a buscaros!

Bill, Charlie y Percy se precipitaron al encuentro de la multitud. El señor Weasley corrió tras ellos. Desde todos los puntos, los magos del Ministerio se dirigían a la fuente del problema. La multitud que había bajo la familia Roberts se acercaba cada vez más.

- Vamos - dijo Fred, tomando a Ginny de la mano y tirando de ella hacia el bosque.

Harry, Draco, Ron, Hermione y George los siguieron. Al llegar a los primeros árboles volvieron la vista atrás. La multitud seguía creciendo. Distinguieron a los magos del Ministerio, que intentaban introducirse por entre el numeroso grupo para llegar hasta los encapuchados que iban en el centro: les estaba costando trabajo. Debían de tener miedo de lanzar algún embrujo que tuviera como consecuencia la caída al suelo de la familia Roberts.

Las farolas de colores que habían iluminado el camino al estadio estaban apagadas. Oscuras siluetas daban tumbos entre los árboles, y se oía el llanto de niños; a su alrededor, en el frío aire de la noche, resonaban gritos de ansiedad y voces aterrorizadas. Harry avanzaba con dificultad, empujado de un lado y de otro por personas cuyos rostros no podía distinguir. De pronto oyó a Ron gritar de dolor.

- ¿Qué ha sucedido? - preguntó Hermione nerviosa, deteniéndose tan de repente que Harry chocó con ella -. ¿Dónde estás, Ron? Qué idiotez... ¡Lumos!

La varita se encendió, y su haz de luz se proyectó en el camino. Ron estaba echado en el suelo.

- He tropezado con la raíz de un árbol - dijo de malhumor, volviendo a ponerse en pie.

- Bueno, con pies de ese tamaño, lo difícil sería no tropezar - dijo detrás de ellos una voz que arrastraba las palabras.

Harry, Draco, Ron y Hermione se volvieron con brusquedad. Gael estaba solo, cerca de ellos, apoyado tranquilamente en un árbol. Tenía los brazos cruzados y parecía que había estado contemplando todo lo sucedido desde un hueco entre los árboles.

Ron mandó a Malfoy a hacer algo que, como bien sabía Harry, nunca habría dicho delante de su madre.

- Cuida esa lengua, Weasley - le respondió Malfoy, con un brillo en los ojos -. ¿No sería mejor que se echarán a correr? No les gustaría que la vieran, supongo...

Señaló a Hermione con un gesto de la cabeza, al mismo tiempo que desde el cámping llegaba un sonido como de una bomba y un destello de luz verde iluminaba por un momento los árboles que había a su alrededor.

- ¿Qué quieres decir? - le preguntó Hermione desafiante.

- Que van detrás de los muggles, Granger - explicó Malfoy -. ¿Quieres ir por el aire enseñando las bragas? No tienes más que darte una vuelta... Vienen hacia aquí, y les divertiría muchísimo.

- ¡Hermione es bruja! - exclamó Harry.

- No les importaría - le susurró Draco.

- Sigue tu camino, Potter - dijo Malfoy sonriendo maliciosamente - pero si crees que no pueden distinguir a un sangre sucia, quédate aquí.

- ¡Te voy a lavar la boca! - gritó Ron. Todos los presentes sabían que sangre sucia era una denominación muy ofensiva para referirse a un mago o bruja que tenía padres muggles.

- No importa, Ron - dijo Hermione rápidamente, agarrándolo del brazo para impedirle que se acercara a Malfoy.

Desde el otro lado de los árboles llegó otra explosión, más fuerte que cualquiera de las anteriores. Cerca de ellos gritaron algunas personas Gael soltó una risita.

- Qué fácil es asustarlos, ¿verdad? - dijo con calma - supongo que papá les dijo que se escondieran. ¿Qué pretende? ¿Rescatar a los muggles?

- ¿Dónde están tus padres? - preguntó Harry, a quien le hervía la sangre - tendrán una máscara puesta, ¿no?

Malfoy se volvió hacia Harry, sin dejar de sonreír.

- Bueno, si así fuera, me temo que no te lo diría, Potter, pero cuidado con tus palabras, te recuerdo que aunque Draco lo niegue, los Malfoy siguen siendo su familia, ¿no es cierto, hermanito?

- Venga, vámonos - los apremió Hermione, arrojándole a Malfoy una mirada de asco -. Tenemos que buscar a los otros.

- Mantén agachada tu cabezota, Granger - dijo Gael con desprecio.

- Vámonos - repitió Hermione, y arrastró a Ron y a Harry de nuevo al camino, Draco, en cambio se quedo parado en su lugar mientras ellos corrían.

- ¿Él esta con ellos, verdad? - susurro, Gael cambio su sonrisa por una mueca.

- Sabes bien que si.

- ¿Y ella... Mamá también esta con ellos también?

- No... No estoy seguro de donde esta pero con ellos no.

- ¡Bueno, con un poco de suerte, el Ministerio los atrapará! - repuso Hermione enfáticamente - ¿Dónde están los otros? ¿dónde esta Draco? - preguntó dándose la vuelta, Draco venía corriendo detrás de ellos.

- ¿Donde te metiste?

- Tropecé - mintió.

Fred, George y Ginny habían desaparecido, aunque el camino estaba abarrotado de gente que huía sin dejar de echar nerviosas miradas por encima del hombro hacia el campamento.

Un grupo de adolescentes en pijama discutía a voces, un poco apartados del camino. Al ver a Harry, Ron y Hermione, una muchacha de pelo espeso y rizado se volvió y les preguntó rápidamente:

- Où est Madame Maxime? Nous l’avons perdue...
(¿Dónde está Madame Maxime? La perdimos ...)

- Eh... ¿qué? —preguntó Ron.

- ¡Oh...!

- Nous ne l'avons pas vue à aucun moment, je suis désolé - dijo Draco, ¿que demonios había dicho?
(No la vimos en ningún momento, lo siento)

¿Eso trate de decir, use el traductor de Google así que espero que este bien escrito)

La muchacha que acababa de hablar le dio la espalda asintiendo, pero escuchar decía un:

- «Ogwarts.»

- Beauxbatons - murmuró Hermione.

- ¿Cómo? - dijo Harry.

- Que deben de ser de Beauxbatons - susurró Hermione - Ya sabes: la Academia de Magia Beauxbatons... La que dijo Draco que conocía.

- Ah... Ya... - respondió Harry - ¿desde cuando sabes francés?

- Que importa en este momento - contestó Draco.

- Fred y George no pueden haber ido muy lejos - dijo Ron, que sacó la varita mágica, la encendió como la de Hermione y entrecerró los ojos para ver mejor a lo largo del camino.

Harry buscó la suya en los bolsillos de la chaqueta, pero no la encontró. Lo único que había en ellos eran los omniculares.

- No, no lo puedo creer... ¡He perdido la varita!

- ¿Bromeas?

- ¿Que?

Ron y Hermione levantaron las suyas lo suficiente para iluminar el terreno a cierta distancia, Draco de igual manera levanto su varita ahora encendida, Harry miró a su alrededor, pero no había ni rastro de la varita.

- A lo mejor te la has dejado en la tienda - dijo Ron.

- O tal vez se te ha caído del bolsillo mientras corríamos - sugirió Hermione, nerviosa.

- Sí - respondió Harry -, tal vez...

No solía separarse de su varita cuando estaba en el mundo mágico, y hallarse sin ella en aquella situación lo hacía sentirse muy vulnerable.

Un crujido los asustó a los tres. Winky, la elfina doméstica, intentaba abrirse paso entre unos matorrales. Se movía de manera muy rara, con mucha dificultad, como si una mano invisible la sujetara por la espalda.

- ¡Hay magos malos por ahí! - chilló como loca, mientras se inclinada hacia delante y trataba de seguir corriendo -. ¡Gente en lo alto! ¡En lo alto del aire! ¡Winky prefiere desaparecer de la vista!

Y se metió entre los árboles del otro lado del camino, jadeando y chillando como si tratara de vencer la fuerza que la empujaba hacia atrás.

- Pero ¿qué le pasa? - preguntó Ron, mirando con curiosidad a Winky mientras ella escapaba - ¿Por qué no puede correr con normalidad?

- Me imagino que no le dieron permiso para esconderse - explicó Harry.

Se acordó de Dobby: cada vez que intentaba hacer algo que a los Malfoy no les hubiera gustado, se veía obligado a golpearse.

No parecía eso pensó Draco, pero eliminó esa idea de su cabeza, nadie podría estar con Winky, ¿cierto?

- ¿Saben? ¡Los elfos domésticos llevan una vida muy dura! - dijo, indignada, Hermione -. ¡Es esclavitud, eso es lo que es! Ese señor Crouch la hizo subir a lo alto del estadio, aunque a ella la aterrorizara, ¡y la ha embrujado para que ni siquiera pueda correr cuando aquéllos están arrasando las tiendas de campaña! ¿Por qué nadie hace nada al respecto?

- Bueno, los elfos son felices así, ¿no? - observó Ron - ya oíste a Winky antes del partido: «La diversión no es para los elfos domésticos...» Eso es lo que le gusta, que la manden.

- Es gente como tú, Ron - replicó Hermione, acalorada -, la que mantiene estos sistemas injustos y podridos, simplemente porque son demasiado perezosos para...

Oyeron otra fuerte explosión proveniente del otro lado del bosque.

- ¿Qué tal si seguimos? - propuso Ron.

Harry lo vio dirigir una mirada inquieta a Hermione. Tal vez fuera cierto lo que Gael les había dicho. Tal vez Hermione corría más peligro que ellos. Reemprendieron la marcha. Harry seguía revolviendo en los bolsillos, aunque sabía que la varita no estaba allí.

Siguieron el oscuro camino internándose en el bosque más y más, todavía tratando de encontrar a Fred, George y Ginny. Pasaron junto a unosbduendes que se reían a carcajadas, reunidos alrededor de una bolsa de monedas de oro que sin duda habían ganado apostando en el partido, y que no parecían dar ninguna importancia a lo que ocurría en el cámping. Poco después llegaron a una zona iluminada por una luz plateada, y al mirar por entre los árboles vieron a tres veelas altas y hermosas de pie en un claro del bosque, rodeadas por un grupo de jóvenes magos que hablaban a voces.

- Yo gano cien bolsas de galeones al año - gritaba uno de ellos - me dedico a matar dragones a cuenta de la Comisión para las Criaturas Peligrosas.

- De eso nada - le gritó su amigo -: tú te dedicas a lavar platos en el Caldero Chorreante. Pero yo soy cazador de vampiros. Hasta ahora he matado a unos noventa...

Un tercer joven, cuyos granos eran visibles incluso a la tenue luz plateada que emitían las veelas, lo cortó:

- Yo estoy a punto de convertirme en el ministro de Magia más joven de todos los tiempos.

A Harry le hizo mucha gracia porque reconoció al de los granos. Se llamaba Stan Shunpike, y en realidad era cobrador en un autobús de tres pisos llamado autobús noctámbulo.

Se volvió para decírselo a Ron, pero vio que éste había adoptado una extraña expresión relajada, y un segundo después su amigo decía en voz muy alta:

- ¿Les he contado que he inventado una escoba para ir a Júpiter?

- ¡Este idiota! - grito Draco dándole un golpe en la cabeza.

- ¡Lo que hay que oír! - exclamó también Hermione con un resoplido, y entre ella y Harry agarraron firmemente a Ron de los brazos, le dieron media vuelta y siguieron caminando. Para cuando las voces de las veelas y sus tres admiradores se habían apagado, se encontraban en lo más profundo del bosque. Estaban solos, y todo parecía mucho más silencioso.

Harry miró a su alrededor.

- Creo que podríamos aguardar aquí. Podemos oír a cualquiera a un kilómetro de distancia.

Apenas había acabado de decirlo cuando Ludo Bagman salió de detrás de un árbol, justo delante de ellos.

Incluso a la débil luz de las dos varitas, Harry pudo apreciar que Bagman estaba muy cambiado. Había perdido su aspecto alegre, su rostro ya no tenía aquel color sonrosado y parecía como si le hubieran quitado los muelles de los pies. Se lo veía pálido y tenso.

- ¿Quién está ahí? - dijo pestañeando y tratando de distinguir sus rostros - ¿Qué hacen aquí solos?

Se miraron unos a otros, sorprendidos.

- Bueno, en el campamento hay una especie de disturbio - explicó Ron.

Bagman lo miró.

- ¿Qué?

- El cámping. Unos cuantos han atrapado a una familia de muggles...

Bagman lanzó un juramento.

- ¡Maldición! - dijo, muy preocupado, y sin otra palabra desapareció haciendo «¡plin!».

- No se puede decir que el señor Bagman esté a la última, ¿verdad? - observó Hermione frunciendo el entrecejo.

- Pero fue un gran golpeador - puntualizó Ron, que salió del camino para dirigirse a un pequeño claro; se sentó en la hierba seca, al pie de un árbol - Las Avispas de Wim bourne ganaron la liga tres veces consecutivas estando él en el equipo.

Se sacó del bolsillo la pequeña figura de Krum, lo posó en el suelo y lo observó caminar durante un rato.

Como el auténtico Krum, la miniatura resultaba un poco patosa y encorvada, mucho menos impresionante sobre sus pies que montado en una escoba. Harry permanecía atento a cualquier ruido que llegara del cámping. Todo parecía tranquilo: tal vez el jaleo hubiera acabado.

- Espero que los otros estén bien - dijo Hermione después de un rato.

- Estarán bien - afirmó Ron.

- Pero esos pobres muggles... - dijo Hermione con nerviosismo - ¿Y si no pueden bajarlos?

- Podrán - le aseguró Ron -. Hallarán la manera.

- Exacto, - coincidió Draco - aquí se encuentran Aurores, Inefables y demás gente del Ministerio, tienen entrenamiento para casos como este.

- Es una idiotez hacer algo así cuando todo el Ministerio de Magia está por allí - declaró Hermione - lo que quiero decir es que ¿cómo esperan salirse con la suya? ¿Creéis que habrán bebido, o simplemente...?

Pero de repente dejó de hablar y miró por encima del hombro. Harry, Draco y Ron se apresuraron a mirar también. Parecía que alguien se acercaba hacia ellos dando tumbos. Esperaron, escuchando el sonido de los pasos descompasados tras los árboles. Pero los pasos se detuvieron de repente.

- ¿Quién es? - llamó Harry.

Sólo se oyó el silencio. Harry se puso en pie y miró hacia el árbol. Estaba demasiado oscuro para ver muy lejos, pero tenía la sensación de que había alguien justo un poco más allá de donde llegaba su visión.

- ¿Quién está ahí? - preguntó.

Y entonces, sin previo aviso, una voz diferente de cualquier otra que hubieran escuchado en el bosque desgarró el silencio. Y no lanzó un grito de terror, sino algo que parecía más bien un conjuro:

- ¡MORSMORDRE!

Draco jadeo al instante mientras se ponía mas pálido de lo que ya estaba.

Algo grande, verde y brillante salió de la oscuridad que los ojos de Harry habían intentado penetrar en vano, y se levantó hacia el cielo por encima de las copas de los árboles.

- ¿Qué...? - exclamó Ron, poniéndose en pie de un salto y mirando hacia arriba.

Durante una fracción de segundo, Harry creyó que aquello era otra formación de leprechauns. Luego comprendió que se trataba de una calavera de tamaño colosal, compuesta de lo que parecían estrellas de color esmeralda y con una lengua en forma de serpiente que le salía de la boca. Mientras miraban, la imagen se alzaba más y más, resplandeciendo en una bruma de humo verdoso, estampada en el cielo negro como si se tratara de una nueva constelación.

De pronto, el bosque se llenó de gritos. Harry no comprendía por qué, pero la única causa posible era la repentina aparición de la calavera, que ya se había elevado lo suficiente para iluminar el bosque entero como un horrendo anuncio de neón. Buscó en la oscuridad a la persona que había hecho aparecer la calavera, pero no vio a nadie.

- ¿Quién está ahí? - gritó de nuevo.

- ¡Harry, vamos, muévete! - Hermione lo había agarrado por la parte de atrás de la chaqueta, y tiraba de él - ¡Draco tu también! - le grito a el chico que miraba horrorizado la calavera en el cielo.

- ¿Qué pasa? - preguntó Harry, sobresaltándose al ver la cara de ella tan pálida y aterrorizada.

- ¡Es la Marca Tenebrosa, Harry! - gimió Hermione, tirando de él con toda su fuerza -. ¡El signo de Quien-tú-sabes!

- ¿El de Voldemort?

- ¡Vamos, Harry!

Harry se volvió, mientras Ron recogía a toda prisa su miniatura de Krum y empezaba a jalar a Draco los cuatro se dispusieron a cruzar el claro. Pero tan sólo habían dado unos pocos pasos, cuando una serie de ruiditos anunció la repentina aparición, de la nada, de una veintena de magos que los rodearon.

Harry paseó la mirada por los magos y tardó menos de un segundo en darse cuenta de que todos habían sacado la varita mágica y que las veinte varitas los apuntaban. Sin pensarlo más, gritó:

- ¡AL SUELO! - y, agarrando a sus tres amigos, los arrastró con él sobre la hierba.

- ¡Desmaius! - gritaron las veinte voces.

Hubo una serie de destellos cegadores, y Harry sintió que el pelo se le agitaba como si un viento formidable acabara de barrer el claro. Al levantar la cabeza un centímetro, vio unos chorros de luz roja que salían de las varitas de los magos, pasaban por encima de ellos, cruzándose, rebotaban en los troncos de los árboles y se perdían luego en la oscuridad.

- ¡Alto! - gritó una voz familiar -. ¡ALTO! ¡Es mi hijo!

El pelo de Harry volvió a asentarse. Levantó un poco más la cabeza. El mago que tenía delante acababa de bajar la varita. Al darse la vuelta vio al señor Weasley, que avanzaba hacia ellos a zancadas, aterrorizado.

- Ron... Harry... - Su voz sonaba temblorosa -  Hermione... Draco... ¿Están bien?

- Apártate, Arthur - dijo una voz fría y cortante.

Era el señor Crouch. Él y los otros magos del Ministerio estaban acercándose. Harry se puso en pie de cara a ellos. Crouch tenía el rostro crispado de rabia.

- ¿Quién de ustedes lo ha hecho? - dijo bruscamente, fulminándolos con la mirada - ¿Quién de ustedes ha invocado la Marca Tenebrosa?

- ¡Nosotros no hemos invocado eso! - exclamó Harry, señalando la calavera.

- ¡No hemos hecho nada! - añadió Ron, frotándose el codo y mirando a su padre con expresión indignada - ¿Por qué nos atacan?

- ¡No mienta, señor Potter! - gritó el señor Crouch. Seguía apuntando a Ron con la varita, y los ojos casi se le salían de las órbitas: parecía enloquecido -. ¡Lo hemos descubierto en el lugar del crimen! Tú - dijo mirando a Draco fijamente.

- ¿Yo que? - dijo a la defensiva.

- Tu eres un Malfoy, debido a su historial con la Magia oscura, no me sorprendería que tu hubieras...

- Barty... - susurró una bruja vestida con una bata larga de lana - son niños, Barty. Malfoy o no, Nunca podrían haberlo hecho...

- Decidme, ¿de dónde ha salido la Marca Tenebrosa? - preguntó apresuradamente el señor Weasley.

- De allí —respondió Hermione temblorosa, señalando el lugar del que había partido la voz -. Estaban detrás de los árboles. Gritaron unas palabras... un conjuro.

- ¿Conque estaban allí? - dijo el señor Crouch, volviendo sus desorbitados ojos hacia Hermione, con la desconfianza impresa en cada rasgó del rostro -. ¿Conque pronunciaron un conjuro? Usted parece muy bien informada de la manera en que se invoca la Marca Tenebrosa, señorita.

Pero, aparte del señor Crouch, ningún otro mago del Ministerio parecía creer ni remotamente que Harry, Draco, Ron y Hermione pudieran haber invocado la calavera. Por el contrario, después de oír a Hermione habían vuelto a alzar las varitas y apuntaban a la dirección a la que ella había señalado, tratando de ver algo entre los árboles.

- Demasiado tarde - dijo sacudiendo la cabeza la bruja vestida con la bata larga de lana - se han desaparecido.

- No lo creo - declaró un mago de barba escasa de color castaño. Era Amos Diggory, el padre de Cedric - nuestros rayos aturdidores penetraron en aquella dirección, así que hay muchas posibilidades de que los hayamos atrapado...

- ¡Ten cuidado, Amos! - le advirtieron algunos de los magos cuando el señor Diggory alzó la varita, fue hacia el borde del claro y desapareció en la oscuridad.

Hermione se llevó las manos a la boca cuando lo vio desaparecer.

Al cabo de unos segundos lo oyeron gritar:

- ¡Sí! ¡Los hemos capturado! ¡Aquí hay alguien! ¡Está inconsciente! Es... Pero... ¡caray!

- ¿Has atrapado a alguien? - le gritó el señor Crouch, con tono de incredulidad -. ¿A quién? ¿Quién es?

Oyeron chasquear ramas, crujir hojas y luego unos pasos sonoros hasta que el señor Diggory salió de entre los árboles. Llevaba en los brazos a un ser pequeño, desmayado. Harry reconoció enseguida el paño de cocina. Era Winky.

El señor Crouch no se movió ni dijo nada mientras el señor Diggory depositaba a la elfina en el suelo, a sus pies. Los otros magos del Ministerio miraban al señor Crouch, que se quedó paralizado durante unos segundos, muy pálido, con los ojos fijos en Winky. Luego pareció despertar.

- Esto... es... imposible - balbuceó - No...

Rodeó al señor Diggory y se dirigió a zancadas al lugar en que éste había encontrado a Winky.

- ¡Es inútil, señor Crouch! - dijo el señor Diggory -. No hay nadie más.

Pero el señor Crouch no parecía dispuesto a creerle. Lo oyeron moverse por allí, rebuscando entre los arbustos.

- Es un poco embarazoso - declaró con gravedad el señor Diggory, bajando la vista hacia la inconsciente Winky - la elfina doméstica de Barty Crouch... Lo que quiero decir...

- Déjalo, Amos - le dijo el señor Weasley en voz baja -. ¡No creerás de verdad que fue la elfina! La Marca Tenebrosa es una señal de mago. Se necesita una varita.

- Sí - admitió el señor Diggory -. Y ella tenía una varita.

- ¿Qué? - exclamó el señor Weasley.

- Aquí, mira. - El señor Diggory tomo una varita y se la mostró -. La tenía en la mano. De forma que, para empezar, se ha quebrantado la cláusula tercera del Código de Usó de la Varita Mágica: «El uso de la varita mágica no está permitido a ninguna criatura no humana.»

Entonces oyeron otro «¡plin!», y Ludo Bagman se apareció justo al lado del padre de Ron. Parecía despistado y sin aliento. Giró sobre si mismo, observando con los ojos desorbitados la calavera verde.

- ¡La Marca Tenebrosa! - dijo, jadeando, y casi pisa a Winky al volverse hacia sus colegas con expresión interrogante -. ¿Quién ha sido? ¿Los han atrapado? ¡Barty! ¿Qué sucede?

El señor Crouch había vuelto con las manos vacías. Su cara seguía estando espectralmente pálida, y se le había erizado el bigote de cepillo.

- ¿Dónde has estado, Barty? - le preguntó Bagman - . ¿Por qué no estuviste en el partido? Tu elfina te estaba guardando una butaca... ¡Gárgolas tragonas! - Bagman acababa de ver a Winky, tendida a sus pies -. ¿Qué le ha pasado?

(¡Gárgolas tragonas! Joder, definitivamente va a mi vocabulario)

- He estado ocupado, Ludo - respondió el señor Crouch, hablando aún como a trompicones y sin apenas mover los labios -. Hemos dejado sin
sentido a mi elfina.

- ¿Sin sentido? ¿Ustedes? ¿Qué quieres decir? Pero ¿por qué...?

De repente, Bagman comprendió lo que sucedía. Levantó la vista hacia la calavera, luego la bajó hacia Winky y terminó dirigiéndola al señor Crouch.

- ¡No! - dijo - ¿Winky? ¿Winky invocando la Marca Tenebrosa? ¡Ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Para empezar, necesitaría una varita mágica!

- Y tenía una - explicó el señor Diggory -. La encontré con una varita en la mano, Ludo. Si le parece bien, señor Crouch, creó que deberíamos oír lo que ella tenga que decir.

Crouch no dio muestra de haber oído al señor Diggory, pero éste interpretó su silencio como conformidad. Levantó la varita, apuntó a Winky con ella y dijo:

- ¡Enervate!

Winky se movió lánguidamente. Abrió sus grandes ojos de color castaño y parpadeó varias veces, como aturdida. Ante la mirada de los magos, que guardaban silencio, se incorporó con movimientos vacilantes y se quedó sentada en el suelo.

Vio los pies de Diggory y poco a poco, temblando, fue levantando los ojos hasta llegar a su cara, y luego, más despacio todavía, siguió elevándolos hasta el cielo. Harry vio la calavera reflejada dos veces en sus enormes ojos vidriosos. Winky ahogó un grito, miró asustada a la multitud de gente que la rodeaba y estalló en sollozos de terror.

- ¡Elfina! - dijo severamente el señor Diggory -. ¿Sabes quién soy? ¡Soy miembro del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas!

Winky se balanceó de atrás adelante sobre la hierba, respirando entrecortadamente. Harry no pudo menos que acordarse de Dobby en sus momentos de aterrorizada desobediencia.

- Como ves, elfina, la Marca Tenebrosa ha sido conjurada en este lugar hace tan sólo un instante - explicó el señor Diggory -. ¡Y a ti te hemos descubierto un poco después, justo debajo! ¡Si eres tan amable de darnos una explicación...!

- ¡Yo... yo... yo no lo he hecho, señor! - repuso Winky jadeando -. ¡Ni siquiera hubiera sabido cómo hacerlo, señor!

- ¡Te hemos encontrado con una varita en la mano! - gritó el señor Diggory, blandiéndola ante ella.

Cuando la luz verde que iluminaba el claro del bosque procedente de la calavera dio de lleno en la varita, Harry la reconoció.

- ¡Eh... es la mía! - exclamo.

Todo el mundo lo miró.

- ¿Cómo has dicho? - preguntó el señor Diggory, sin dar crédito a sus oídos.

- ¡Que es mi varita! - dijo Harry -.  ¡Se me cayó!

- ¿Que se te cayó? - repitió el señor Diggory, extrañado -. ¿Es eso una confesión? ¿La tiraste después de haber invocado la Marca?

- ¡Amos, recuerda con quién hablas! - intervino el señor Weasley, muy enojado -. ¿Te parece posible que Harry Potter invocara la Marca Tenebrosa?

- Eh... no, por supuesto - farfulló el señor Diggory -. Lo siento... Me he dejado llevar.

- De todas formas, no fue ahí donde se me cayó - añadió Harry, señalando con el pulgar hacia los árboles que había justo debajo de la calavera -. La eché en falta nada más internarnos en el bosque.

- Así que - dijo el señor Diggory, mirando con severidad a Winky, que se había encogido de miedo - la encontraste tú, ¿eh, elfina? Y la tomaste y quisiste divertirte un rato con ella, ¿eh?

- ¡Yo no he hecho magia con ella, señor! - chilló Winky, mientras las lágrimas le resbalaban por ambos lados de su nariz, aplastada y bulbosa -. ¡Yo... yo... yo sólo la recogí, señor! ¡Yo no he conjurado la Marca Tenebrosa, señor, ni siquiera sabría cómo hacerlo!

- ¡No fue ella! - intervino Hermione. Estaba muy nerviosa por tener que hablar delante de todos aquellos magos del Ministerio, pero lo hacía con determinación -. ¡Winky tiene una vocecita chillona, y la voz que oímos pronunciar el conjuro era mucho más grave! - Miró a los chicos, en busca de apoyo -. No se parecía en nada a la de Winky, ¿a que no?

- No - confirmó Harry, negando con la cabeza -. Sin lugar a dudas, no era la de un elfo.

- No, era una voz humana - dijo Ron.

Draco solo negó con la cabeza.

- Bueno, pronto lo veremos - gruñó el señor Diggory, sin darles mucho crédito -. Hay una manera muy sencilla de averiguar cuál ha sido el último conjuro efectuado con una varita mágica. ¿Sabías eso, elfina?

Winky temblaba y negaba frenéticamente con la cabeza, batiendo las orejas, mientras el señor Diggory volvía a levantar su varita y juntaba la punta con el extremo de la varita de Harry.

- ¡Prior Incantato! - dijo con voz potente el señor Diggory.

Harry oyó que Hermione ahogaba un grito, horrorizada, cuando una calavera con lengua en forma de serpiente surgió del punto en que las dos varitas hacían contacto. Era, sin embargo, un simple reflejo de la calavera verde que se alzaba sobre ellos, y parecía hecha de un humo gris espeso: el fantasma de un conjuro.

- ¡Deletrius! - gritó el señor Diggory, y la calavera se desvaneció en una voluta de humo -. ¡Bien! - exclamó con una expresión incontenible de triunfo, bajando la vista hacia Winky, que seguía agitándose convulsivamente.

- ¡Yo no lo he hecho! - chilló la elfina, moviendo los ojos aterrorizada -. ¡No he sido, no he sido, yo ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Soy una elfina buena, no uso varita, no sé cómo se hace!

- ¡Te hemos atrapado con las manos en la masa, elfina! - gritó el señor Diggory -. ¡Te hemos atrapado con la varita que ha obrado el conjuro!

- Amos - dijo en voz alta el señor Weasley -, piensa en lo que dices. Son poquísimos los magos que saben llevar a cabo ese conjuro... ¿Quién se lo podría haber enseñado?

- Quizá Amos quiere sugerir que yo tengo por costumbre enseñar a mis sirvientes a invocar la Marca Tenebrosa. - el señor Crouch había hablado impregnando cada sílaba de una cólera fría.

Se hizo un silencio muy tenso. Amos Diggory se asustó.

- No... no... señor Crouch, en absoluto...

- Te ha faltado muy poco para acusar a las dos personas de entre los presentes que son menos sospechosas de invocar la Marca Tenebrosa: a Harry Potter... ¡y a mí mismo! Supongo que conoces la historia del niño, Amos.

- Por supuesto... Todo el mundo la conoce... - musitó el señor Diggory, desconcertado.

- ¡Y yo espero que recuerdes las muchas pruebas que he dado, a lo largo de mi prolongada trayectoria profesional, de que desprecio y detesto las Artes Oscuras y a cuantos las practican! - gritó el señor Crouch, con los ojos de nuevo desorbitados.

- Señor Crouch, yo... ¡yo nunca sugeriría que usted tuviera la más remota relación con este incidente! - farfulló Amos Diggory. Su rala barba de color castaño conseguía en parte disimular su sonrojo.

- ¡Si acusas a mi elfina me acusas a mí, Diggory! - vociferó el señor Crouch -. ¿Dónde podría haber aprendido la invocación?

- Po... podría haberla aprendido... en cualquier sitio...

- Eso es, Amos... - repuso el señor Weasley -. En cualquier sitio. Winky - añadió en tono amable, dirigiéndose a la elfina, pero ella se estremeció como si él también le estuviera gritando -, ¿dónde exactamente encontraste la varita mágica?

Winky retorcía el dobladillo del paño de cocina tan violentamente que se le deshilachaba entre los dedos.

- Yo... yo la he encontrado... la he encontrado ahí, señor... - susurró -. Ahí... entre los árboles, señor.

- ¿Te das cuenta, Amos? - dijo el señor Weasley -. Quienesquiera que invocaran la Marca podrían haberse desaparecido justo después de haberlo hecho, dejando tras ellos la varita de Harry. Una buena idea, no usar su propia varita, que luego podría delatarlos. Y Winky tuvo la desgracia de encontrársela un poco después y de haberla levantado.

- ¡Pero entonces ella tuvo que estar muy cerca del verdadero culpable! - exclamó el señor Diggory, impaciente -. ¿Viste a alguien, elfina?

Winky comenzó a temblar más que antes. Sus enormes ojos pasaron vacilantes del señor Diggory a Ludo Bagman, y luego al señor Crouch. Tragó saliva y dijo:

- No he visto a nadie, señor... A nadie.

- Amos - dijo secamente el señor Crouch -, soy plenamente consciente de que lo normal, en este caso, sería que te llevaras a Winky a tu departamento para interrogarla. Sin embargo, te ruego que dejes que sea yo quien trate con ella.

El señor Diggory no pareció tomar en consideración aquella sugerencia, pero para Harry era evidente que el señor Crouch era un miembro del Ministerio demasiado importante para decirle que no.

- Puedes estar seguro de que será castigada - agregó el señor Crouchbfríamente.

- A... a... amo... - tartamudeó Winky, mirando al señor Crouch con los ojos bañados en lágrimas -. A... a... amo, se lo ruego...

El señor Crouch bajó la mirada, con el rostro tan tenso que todas sus arrugas se le marcaban profundamente. No había ni un asomo de piedad en su mirada.

- Winky se ha portado esta noche de una manera que yo nunca hubiera creído posible - dijo despacio - le mandé que permaneciera en la tienda. Le mandé permanecer allí mientras yo solucionaba el problema. Y me ha desobedecido. Esto merece la prenda.

- ¡No! - gritó Winky, postrándose a los pies del señor Crouch -. ¡No, amo! ¡La prenda no, la prenda no!

Harry sabía que la única manera de liberar a un elfo doméstico era que su amo le regalara una prenda de su propiedad. Daba pena ver la manera en que Winky se aferraba a su paño de cocina sollozando a los pies de su amo.

- ¡Pero estaba aterrorizada! - saltó Hermione indignada, mirando al señor Crouch -. ¡Su elfina siente terror a las alturas, y los magos enmascarados estaban haciendo levitar a la gente!
¡Usted no le puede reprochar que huyera!

El señor Crouch dio un paso atrás para librarse del contacto de su elfina, a la que miraba como si fuera algo sucio y podrido que le podía echar a perder los lustrosos zapatos.

- Una elfina que me desobedece no me sirve para nada - declaró con frialdad, mirando a Hermione - . No me sirve para nada un sirviente que olvida lo que le debe a su amo y a la reputación de su amo.

Winky lloraba con tanta energía que sus sollozos resonaban en el claro del bosque.

Se hizo un silencio muy desagradable al que puso fin el señor Weasley diciendo con suavidad:

- Bien, creo que me llevaré a los míos a la tienda, si no hay nada que objetar. Amos, esa varita ya no nos puede decir nada más. Si eres tan amable de devolvérsela a Harry...

El señor Diggory se la devolvió a Harry, y éste se la guardó en el bolsillo.

- Vamos, ustedes cuatro - les dijo en voz baja el señor Weasley. Pero Hermione no quería moverse. No apartaba la vista de la elfina, que seguía sollozando -. ¡Hermione! - la apremió el señor Weasley. Ella se volvió y siguió a Harry y a Ron, que dejaban el claro para internarse entre los árboles.

- ¿Qué le va a pasar a Winky? - preguntó Hermione, en cuanto salieron del claro.

- No lo sé - respondió el padre de Ron.

- ¡Qué manera de tratarla! - dijo Hermione furiosa -. El señor Diggory, sin dejar de llamarla «elfina»... ¡y el señor Crouch! ¡Sabe que no lo hizo y aun así. la va a despedir! Le da igual que estuviera aterrorizada, o alterada... ¡Es como si no fuera humana!

- Es que no lo es - repuso Ron.

Hermione se le enfrentó.

- Eso no quiere decir que no tenga sentimientos, Ron. Da asco la manera...

- Estoy de acuerdo contigo, Hermione - se apresuró a decir el señor Weasley, haciéndole señas de que siguiera adelante -, pero no es el momento de discutir los derechos de los elfos. Me gustaría que estuviéramos de vuelta en la tienda lo antes posible. ¿Qué ocurrió con los otros?

- Los perdimos en la oscuridad - explicó Ron -. Papá, ¿por qué le preocupaba tanto a todo el mundo aquella cosa en forma de calavera?

- Se los explicaré en la tienda - contestó el señor Weasley con cierto nerviosismo.

Pero cuando llegaron al final del bosque no los dejaron pasar: una multitud de magos y brujas atemorizados se había congregado allí, y al ver aproximarse al señor Weasley muchos de ellos se adelantaron.

- ¿Qué ha sucedido?

- ¿Quién la ha invocado, Arthur?

- ¡No será... él!

- Por supuesto que no es él - contestó el señor Weasley sin demostrar mucha paciencia -. No sabemos quién ha sido, porque se desaparecieron. Ahora, por favor, perdonadme. Quiero ir a dormir.

Atravesó la multitud seguido de Harry, Draco, Ron y Hermione, y regresó al cámping. Ya estaba todo en calma: no había ni rastro de los magos enmascarados, aunque algunas de las tiendas destruidas seguían humeando.

Charlie asomaba la cabeza fuera de la tienda de los chicos.

- ¿Qué pasa, papá? - le dijo en la oscuridad -. Fred, George y Ginny volvieron bien, pero los otros...

- Aquí los traigo - respondió el señor Weasley, agachándose para entrar en la tienda. Harry, Draco, Ron y Hermione entraron detrás.

Bill estaba sentado a la pequeña mesa de la cocina, aplicándose una sábana al brazo, que sangraba profusamente. Charlie tenía un desgarrón muy grande en la camisa, y Percy hacía ostentación de su nariz ensangrentada. Fred, George y Ginny parecían incólumes pero asustados.

- ¿Los han atrapado, papá? - preguntó Bill -. ¿Quién invocó la Marca?

- No, no los hemos atrapado - repuso el señor Weasley -. Hemos encontrado a la elfina del señor Crouch con la varita de Harry, pero no hemos conseguido averiguar quién hizo realmente aparecer la Marca.

- ¿Qué? - preguntaron a un tiempo Bill, Charlie y Percy.

- ¿La varita de Harry? - dijo Fred.

- ¿La elfina del señor Crouch? - inquirió Percy, atónito.

Con ayuda de Harry, Ron y Hermione (Draco parecía no querer hablar), el señor Weasley les explicó todo lo sucedido en el bosque. Al finalizar el relato, Percy se mostraba indignado.

- ¡Bueno, el señor Crouch tiene toda la razón en querer deshacerse de semejante elfina! - dijo -. Escapar cuando él le mandó expresamente que se quedara... Avergonzarlo ante todo el Ministerio... ¿En qué situación habría quedado él si la hubieran llevado ante el Departamento de Regulación y Control...?

- Ella no hizo nada... - lo interrumpió Hermione con brusquedad -. ¡Sólo estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado!

Percy se quedó desconcertado. Hermione siempre se había llevado muy bien con él... Mejor, de hecho, que cualquiera de los demás, Draco también se llevaba bien con él, pero mantenía mas conversaciones con la chica.

- ¡Hermione, un mago que ocupa una posición cómo la del señor Crouch no puede permitirse tener una elfina doméstica que hace tonterías con una varita mágica! - declaró Percy pomposamente, recuperando el aplomo.

- ¡No hizo tonterías con la varita! - gritó Hermione -. ¡Sólo la recogió del suelo!

- Bueno, ¿puede explicar alguien qué era esa cosa en forma de calavera? - pidió Ron, impaciente -. No le ha hecho daño a nadie... ¿Por qué le dan tanta importancia?

- Ya te lo dije, Ron, es el símbolo de Quien-tú-sabes - explicó Hermione, antes de que pudiera contestar ningún otro -. He leído sobre el tema en Auge y calda de las Artes Oscuras.

- Y no se la había vuelto a ver desde hacia trece años - añadió en voz baja el señor Weasley -. Es natural que la gente se aterrorizara... Ha sido casi cómo volver a ver a Quien-tú-sabes.

- Sigo sin entenderlo - dijo Ron, frunciendo el entrecejo - quiero decir que no deja de ser simplemente una señal en el cielo...

- Ron, Quien-tú-sabes y sus seguidores mostraban la Marca Tenebrosa en el cielo cada vez que cometían...

- Un asesinato - termino Draco hablando con voz cansada.

- Exacto. El terror que inspiraba... No puedes ni imaginártelo: eres demasiado joven. Imagínate que vuelves a casa y ves la Marca Tenebrosa flotando justo encima, y comprendes lo que estás a punto de encontrar dentro... - El señor Weasley se estremeció -. Era lo que más temía todo el mundo... lo peor...

Se hizo el silencio. Luego Bill, quitándose la sábana del brazo para comprobar el estado de su herida, dijo:

- Bueno, quienquiera que la hiciera aparecer esta noche, a nosotros nos fastidió, porque los mortífagos echaron a correr en cuanto la vieron. Todos se desaparecieron antes de que nosotros hubiéramos llegado lo bastante cerca para desenmascarar a ninguno de ellos. Afortunadamente, pudimos atrapar a la familia Roberts antes de que dieran contra el suelo. En estos momentos les están modificando la memoria.

- ¿Mortífagos? - repitió Harry -.  ¿Qué son los mortífagos?

- Es como se llaman a sí mismos los partidarios de Quien-tú-sabes - explicó Bill -. Creo que esta noche hemos visto lo que queda de ellos; quiero decir, los que se libraron de Azkaban.

- Pero no tenemos pruebas de eso, Bill - observó el señor Weasley -, aunque es probable que tengas razón - agregó, desesperanzado.

- Pero ¿qué pretendían los partidarios de Voldemort...? - empezó a decir Harry.

Todos se estremecieron. Como la mayoría de los magos, los Weasley evitaban siempre pronunciar el nombre de Voldemort.

- Lo siento - añadió apresuradamente Harry -. ¿Qué pretendían los partidarios de Quien-ustedes-saben, haciendo levitar a los muggles? Quiero decir, ¿para qué lo hicieron?

- ¿Para qué? - dijo el señor Weasley, con una risa forzada -. Harry, ésa es su idea de la diversión. La mitad de los asesinatos de muggles que tuvieron. lugar bajo el poder de Quien-tú-sabes se cometieron nada más que por diversión. Me imagino que anoche bebieron bastante y no pudieron aguantar las ganas de recordarnos que todavía están ahí y son unos cuantos. Una encantadora reunión para ellos - terminó, haciendo un gesto de asco.

- Pero, si eran mortífagos, ¿por qué se desaparecieron al ver la Marca Tenebrosa?  - preguntó Ron -. Tendrían que haber estado encantados de verla, ¿no?

- Piensa un poco, Ron - dijo Bill -. Si de verdad eran mortífagos, hicieron lo indecible para no entrar en Azkaban cuando cayó Quien-tú-sabes, y dijeron todo tipo de mentiras sobre que él los había obligado a matar y a torturar a la gente. Estoy seguro de que ellos tendrían aún más miedo que nosotros si volviera. Cuando perdió sus poderes, negaron haber tenido relación con él y se apresuraron a regresar a su vida cotidiana. Imagino que no les guarda mucho aprecio, ¿no crees?

- Entonces... los que hicieron aparecer la Marca Tenebrosa... - dijo Hermione pensativamente - ¿lo hicieron para mostrar su apoyo a los mortífagos o para espantarlos?

- Puede ser cualquier cosa, Hermione - admitió el señor Weasley -. Pero te diré algo: sólo los mortífagos sabían formar la Marca. Me sorprendería mucho que la persona que lo hizo no hubiera sido en otro tiempo un mortífago, aunque no lo sea ahora... Escuchen: es muy tarde, y si su madre  entera de lo sucedido se preocupará muchísimo. Lo que vamos a hacer es dormir unas cuantas horas y luego intentaremos irnos de aquí en uno de los primeros trasladores.

A Harry le zumbaba la cabeza cuando regresó a la litera. Tenía motivos para estar reventado de cansancio, porque eran casi las tres de la madrugada; sin embargo, se sentía completamente despejado... y preocupado.

Hacía tres días (parecía mucho más, pero realmente eran sólo tres días) que había despertado con la cicatriz ardiéndole. Y aquella noche, por primera vez en trece años, había aparecido en el cielo la Marca de lord Voldemort. ¿Qué significaba todo aquello?

Pensó en la carta que le había escrito a Sirius antes de dejar Privet Drive. ¿La habría recibido ya?¿Cuándo contestaría? Harry estaba acostado de cara a la lona, pero ya no tenía fantasías de escobas voladoras que lo fueran introduciendo en el sueño paulatinamente.

- Oye - le susurraron al odio, dio un salto ante la repentina voz de Draco, - lo siento, yo, mhm, me preguntaba si ¿puedo dormir contigo? - dijo la pregunta aun mas bajo de lo que ya estaba hablando.

- Seguro-  dijo  con una pequeña sonrisa, no lo admitiria en voz alta si Draco no quería, pero el rubio parecía asustado y, al igual que el preocupado, pero si Draco se lo quería contar, se lo contaría, no lo iba a presionar.

Draco se apresuro a subir y se aferro fuertemente a la cintura de Harry dejando su cabeza recortada en su pecho, Harry se sorprendió un poco, pero puso sus manos al rededor del cuerpo de  al igual que el cuando habían despertado juntos en La Madriguera.

- Buenas noches.

- Buenas noches.

Ya había pasado mucho tiempo desde que comenzaron los ronquidos de Charlie hasta que, él también cayó dormido abrazando a aquel rubio preocupado.

Pues la actualización si vino rápido, hasta yo estoy sorprendida, cuando termino el tercer libro me dijeron que si podía incluir mas Drarry/Harco, y creo que lo estoy haciendo bien, ¿o es muy poco? Bueno, de igual manera espero que les guste, porque yo también había empezado a sentir que dejaba de lado su relación.

Adiós.

Att: Malfoy-Potter

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