17. Vino, tatuajes ¡y rock & roll!

2.9K 341 64
                                    

POV Leah


Estoy temblando.

Y esta vez no se trata de ese temblor que precede a la transformación, sino de miedo. De auténtico terror.

Trago saliva y miro al frente, sabiendo que es inminente, que solo quedan unos minutos hasta que pase, hasta que me enfrente cara a cara a este peligro. Y es que no viene a por mí, yo voy a su encuentro, de manera – más o menos – voluntaria.

La mano de Lizzie encuentra la mía, que está cerrada en un puño sobre mi pierna, y el frescor de la piel ajena hace que mi propia mano se abra, como una flor en busca del sol.

- No muerden. - dice la pelirroja, sin separar la vista de la carretera, pero permitiéndose entrelazar los dedos con los míos, y alzar mi mano para depositar un beso en el dorso, antes de soltarme para volver a posar la suya en el volante.

Y lo curioso es que me he rodeado y enfrentado con gente que sí que mordía, literalmente, y nunca, ni siquiera la primera vez que me enfrenté a un vampiro, he estado tan nerviosa.

- No, pero juzgan. Tal vez es peor. – murmuro, y ella dibuja media sonrisa.

No sé cómo hemos llegado a esto. Al parecer, como Lizzie ha conocido a mi familia – aunque haya sido de la manera menos convencional – ahora es mi turno de conocer a sus padres. Supongo que una cena es una forma mucho mejor que enrollándonos en el salón de su casa. En ese aspecto salgo ganando.

- Cariño, te van a adorar. – asegura, y al ver mi gesto escéptico, añade – Y, si no lo hacen, no será por ti, de verdad. Será simplemente otra decepción por mi parte; ya están acostumbrados.

Frunzo el ceño al oírla, pues no me gusta que hable así de sí misma, y tampoco quiero creer que habla en serio. No puedo ir a esta cena con la predisposición a que mis suegros me caigan mal.

Dejo un besito en su hombro.

- Me vale con que me adore un solo miembro de la familia. – le digo, con toda sinceridad.

- ¿Mi perro? – intenta adivinar, con media sonrisa, y le doy un golpecito en el brazo que le hace reír.

- Tú, idiota. – aclaro, aunque no haga falta.

- Mejor, – responde, con humor - porque no tengo perro.

...

Aliso una vez más la blusa blanca, para deshacer las imaginarias arrugas que siento que se forman con cada una de mis respiraciones. Me coloco bien la americana y ahueco mi melena.

- Para, estás fantástica.

Lizzie me sujeta la mano con la que no sostengo la botella, de modo que, cuando la puerta se abre y me enfrento por primera vez con mi potencial futura suegra, ella baja los ojos – iguales en forma y color a los de su hija, pero sin toda esa calidez que muestran estos – a nuestros dedos entrelazados, y siento el impulso de soltarme, como si en vez de tomadas de la mano nos hubiese pillado enrollándonos contra su puerta.

- Hola, mamá. – saluda la pelirroja, dejando un beso en su mejilla – Te presento a Leah.

Así, simple y rápido, como quitar una tirita de golpe, y los orbes marrones están sobre mi rostro esta vez.

Sonrío nerviosa y espero lo que me parecen horas, pero que seguramente son menos de dos segundos, antes de que la mujer me devuelva el gesto, de una forma que parece más educada que sincera.

- Encantada de conocerla, señora MacNeill. – me apresuro a saludarla.

Ella asiente.

- Igualmente. – dice – Y llámame Vivian, por favor.

Una loba en el armarioWhere stories live. Discover now