2. Peor que Pepito Grillo, el tío

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- ¿Leah?

No sé cuánto llevo corriendo; unas cuantas horas mínimo, un par de días máximo. Como sea, nadie me ha molestado ni ha intentado contactar conmigo hasta ahora.

- ¿Qué pasa, Jacob? - decido responder, quizá para agradecerle que me haya dejado ese espacio.

Me sorprende darme cuenta de que me cuesta un par de segundos encontrar mi voz humana en ese lío que es ahora mi mente.

- ¿Estás bien? – mis patas no reducen la velocidad mientras su voz llega a mi cabeza – Seth está preocupado por ti.

Una punzada de culpabilidad ataca a mi pecho al oír el nombre de mi hermanito. Mi trote se vuelve lento y torpe durante un segundo.

- Estoy de maravilla – respondo, aunque el sarcasmo podría olerse incluso a las millas que nos separan.

Entonces lo noto. No solo Seth está preocupado por mí, él también lo está y siento un pequeño brote de calor en mi interior. Esto es lo que significa tener amigos. Lo que significa pertenecer de verdad a una manada.

- Quizá no tan bien – admito, finalmente. Con esta mierda de la telepatía, no iba a engañarle de todos modos.

Se produce un silencio que dura unos segundos, antes de que vuelva a oírle en mi cabeza.

- ¿Quieres hablar o prefieres que te deje espacio? – pregunta, y esto es algo maravilloso en mi actual alfa. No presiona, no insiste, comprende.

Y justo eso es lo que me anima a contestar:

- Creo que me vendría bien hablar.

Noto su asentimiento y hago una finta para cambiar de dirección. Ambos sabemos cuál será el punto de destino, ni siquiera nos hace falta confirmarlo.

- Ah, Jake... - le llamo de nuevo – ¿Puedes traerme algo de ropa?

...

Me paso la camiseta por la cabeza y sacudo esta, para después recoger mi melena en una descuidada cola de caballo y atarlo con una cinta. Quizá ya es hora de cortarlo pues, con la llegada del calor, empieza a ser incómodo al transformarme. Pero me da tanta pena... Recuerdo hace años, cuando mi larga melena era la envidia de todas las chicas de la reserva, pero eso fue hace mucho, cuando yo misma era una chica popular, cuando me rodeaba de amigos y reía con tanta facilidad. Dios... cómo me gustaría volver a esos tiempos, ser esa persona de nuevo. Pero sé que es imposible, y que dejar crecer mi cabello es solo una manera infantil de rebelarme al destino.

Una vez presentable, salgo de detrás de los árboles y avanzo hasta la playa, donde vislumbro a Jacob esperándome sentado en el tronco de siempre. Mis pasos no hacen ningún ruido en la arena, pero él se vuelve antes de que le alcance. Me sonríe e intento corresponder, pero me cuesta, así que desisto y me siento a su lado.

- Sue no estaba en casa – es lo primero que me dice, señalando mi ropa. O, mejor dicho, la ropa de mi hermano – Y supuse que me matarías si entraba en tu cuarto.

- Supusiste bien – respondo, solo medio en broma. Soy maniática con mis cosas, ¿vale? Tampoco es algo raro. Aunque no puedo evitar sonreír al imaginar al gran alfa Jacob Black temblando al tener que elegir qué ropa interior traerme – Gracias. – respondo, simplemente, porque es un detalle por su parte.

Tampoco me extraña que mi madre estuviese ausente, prácticamente se ha instalado con Charlie. Es raro, y mi padre nunca va a ser reemplazado, ni en mi corazón, ni en el de mamá. Pero el jefe Swan es un buen tío, y prácticamente nos ha visto crecer. Y que esté al corriente del asunto sobrenatural lo hace todo más fácil. Mamá está claramente feliz, y yo no estoy lo suficientemente amargada como para no alegrarme de eso. No me extrañaría tener que acudir pronto a otra boda, y en esa pienso quedarme hasta el final.

Mi expresión debe haberme delatado, puesto que Jacob parece leerme el pensamiento sin necesidad de transformarnos.

- Fue duro, ¿eh? – me mira con intensidad, con una mirada de comprensión en sus enormes ojos oscuros.

Me encojo de hombros, gesto que no engaña a nadie y me quedo en silencio. Claro que lo fue, pero no pienso lloriquear.

- ¿Sabes? – comienza de nuevo – Paul le apostó a Jared cincuenta pavos a que perderías los nervios y te transformarías en la boda.

Supongo que debería cabrearme, pero me sorprendo a mí misma sonriendo.

- Me alegro de que el capullo perdiera – respondo – Aunque me hubiese gustado ver su cara al apoquinar. – habría merecido la pena quedarme hasta el final solo por eso.

Reímos juntos, y tardo unos segundos en volver a arroparme en mi manto de autocompasión.

- Lo siento si monté un numerito – me disculpo, aunque sé que no es él con quien debería hacerlo – Es lo que intenté evitar, de verdad.

Niega con la cabeza.

- Tranquila. Fuiste muy discreta, un ejemplo de elegancia – me propina un codazo juguetón y, aunque noto la burla en su voz, sé que hay algo de verdad en sus palabras – En serio, Lee, yo me porté mucho peor en la boda de Bella.

Eso es cierto, y me siento algo mal porque recordarlo me consuele.

- Eso es verdad – le pico, a mi vez – Entonces debería haber apostado yo.

Recibo una mirada de falso enfado por su parte y la ignoro. Estoy ya tan acostumbrada a que la gente me mire mal que eso es casi una muestra de afecto por su parte.

- Supongo que debería disculparme con Emily – suspiro, al fin y veo como encoge sus enormes hombros.

- No creo que sea lo que ella espera. Pero ha preguntado por ti, parecía preocupada – responde, y sé que es cierto. Mi perfecta prima es incapaz de albergar cualquier mal pensamiento. Otra notable diferencia entre nosotras.

Suspiro de nuevo.

- De todos modos, le debo una visita – murmuro, levantándome – Y, antes de eso, tengo que pasar por casa para tranquilizar a Seth y... - tomo un mechón de mi cabello entre los dedos y lo llevo a la nariz – necesito una ducha.

- Eso no te lo voy a negar – me dice, y recibe una colleja por mi parte.

Lleva una mano a la nuca y se queja, como si de verdad le hubiese hecho daño.

- De todos modos, quiero pasar un rato con Nessie – continúa, levantándose también, y asiento.

Entiendo lo que es la imprimación, demasiado bien para no haberla sentido en mis propias carnes.

- Genial, saluda al pequeño monstruo de mi parte – me despido, con la clara intención de provocarle.

Y lo consigo. Jacob intenta atraparme, pero soy más rápida. Quizá es mi única ventaja con respecto a los otros lobos, y lo único que me gusta de ser uno de ellos. La velocidad es genial.

- ¡Ya te pillaré, arpía! – me amenaza y se me escapa una pequeña sonrisa.

- No lo creo, Jake – le digo, desde una distancia prudencial, echando a correr hacia mi casa – Nunca lo haces.

Una loba en el armarioWhere stories live. Discover now