18. Sin pijama, sin pijama

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POV Lizzie


No pasa ni un segundo entre que cierro la puerta de mi habitación y tiro de la americana de Leah, aprovechando su sorpresa para empujarla hasta que su espalda da contra la madera. Busco sus labios con ganas y, pese a que está claramente sorprendida por mi arrebato, no tarda ni un segundo en corresponder al beso.

- Eso ha sido increíble. - susurro, separándome lo mínimo.

- ¿El beso? - pregunta, esbozando una media sonrisa socarrona.

Qué idiota. Pero me encanta.

- Lo que le has dicho a mi madre. - aclaro, mirándola todavía sin acabar de procesar la escena.

Ladea la cabeza y finge pensarlo.

- ¿Si, no? Pero creo que Vivian se lo ha tragado.

Ruedo los ojos cuando se lleva mis palabras a lo literal y atrapo de nuevo sus labios para que no pueda decir más tonterías. 

- Mírate. - le digo, con una sonrisita - Y pensar que hace unas horas temblabas con la idea de conocerla. - le pico, y ahora es Leah la que rueda los ojos.

- No temblaba. - niega, pero las dos sabemos que miente - Además, hace unas horas no era una rockera salvaje. - añade, y las dos reímos.

- ¿Tocas algún instrumento? Sería muy sexy si de verdad tuvieses una banda de rock.

Niega con la cabeza y baja los ojos a la vez que las manos por mi cuerpo hasta posarse en las caderas. Los dedos quedan allí descansando mientras los ojos vuelven a los míos.

- Siento desilusionarte. - dice. Como si eso fuera posible - Pero aprenderé a tocar la pandereta si tú me lo pides.

Y aunque su tono es de broma, hay un brillo de sinceridad en sus ojos, que casi me abruma. Porque hay un segundo durante el que la certeza de que Leah haría cualquier cosa por mí me golpea. Y siento que tanta intensidad en tan poco tiempo debería asustarme pero, por alguna razón, no lo hace.

La manera en la que me ha defendido, el modo en que me ha estado cuidando desde que nos conocimos, la forma en que sus ojos hablan sin palabras con los míos... No he experimentado esto antes, y pese a la inquietud de lo desconocido, me gusta. ¿Cómo no va a gustarme? 

- Me disculparé con tu madre - no me consulta, lo da por hecho, sabiendo que, por mucho que me haya molestado su actitud, la quiero y no sería agradable que le declarase la guerra a mi novia -, pero no podía quedarme callada mientras te decía esas cosas...

Me muerdo el labio inferior y bajo la mirada. Ahí está, lo que antes no había aparecido. El miedo. Viene lento y suave. Débil, como si no pudiese ser del todo en presencia de la morena. Pero está, el miedo a que mi madre tenga algo de razón y la chica se decepcione.

-  Leah, yo no soy perfecta.

Alzo la mirada justo para ver como frunce el ceño, confundida.

- Claro que no lo eres. - responde, con el tono de quien confirma una obviedad. Y no me esperaba su respuesta, pero el alivio me invade porque no intente negarlo, y el miedo se vuelve tan pequeño que ya casi ni lo noto - Tampoco yo lo soy. Es parte de ser... - parece que duda un segundo antes de finalizar - humanas.

Por fin le sonrío, y me corresponde al momento, como siempre. Parece que es imposible que una esboce una sonrisa y la otra no haga lo mismo, o que llore y la otra no sienta que se rompe por dentro.

- ¿Y no te da miedo descubrir mis defectos? ¿O que yo conozca los tuyos?- le pregunto, tomando su mano y jugando con sus dedos entre los míos.

Ella baja la mirada a estos y se queda pensativa. Ojalá pudiese saber lo que está pensando, el por qué de la arruguita que aparece en su ceño.

Una loba en el armarioWhere stories live. Discover now