3. De perdón y pizza... ¿O perdón por la pizza?

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- Es con piña. – son las primeras palabras que salen de mi boca. Nada de "hola" u otros saludos socialmente aceptados.

La caja de pizza calienta mis manos cuando se la ofrezco a la sorprendida mujer que me abre la puerta, y sus ojos oscuros, abiertos por la sorpresa al verme, comienzan a brillar con la amenaza de una emoción que no estoy segura de poder soportar.

- Si lloras, pienso comerme la pizza entera, no te dejaré ni los bordes. – amenazo, y respiro aliviada al oír a mi prima reír. Aquel sonido me traslada tan fácilmente a los viejos tiempos que casi sonrío yo también. Casi.

- Esa es una amenaza vana; aborreces la pizza con piña – me recuerda, mientras se seca uno de los ojos y su magullado rostro esboza una enorme sonrisa.

- Eso es porque es una abominación.

¿Por qué, entonces, estoy en la casa de una de las personas a las que más me duele ver, con una comida que odio?

Fue Seth quien me informó de que Emily y Sam volvieron ayer de su luna de miel. Sé que mi hermano no intentaba torturarme, sino que, al contrario, sabía que yo no dejaría de tener esa picazón en la nuca que me da la culpabilidad hasta que les hiciese la visita que les debía. A veces es una bendición que alguien me conozca tan bien, y no solo por poder leer mi mente siendo lobos. Seth ha madurado mucho durante este tiempo, pero dado que para mí siempre será un niño, va siendo hora de que yo dé ejemplo de madurez, como buena hermana mayor.

Lo he demorado tanto como he podido, pero eso han sido solo unas cuantas horas. Nunca he sido una persona paciente y, de todos modos, sabía que si lo iba dejando, cada vez se me iba a hacer más difícil y el malestar persistiría.

La pizza favorita de Emily es, simplemente, una ofrenda de paz.

- No es una ponchera, pero creí que serviría de regalo... de boda. – las últimas palabras se me atragantan, pero me obligo a soltarlas.

Entonces sus brazos me rodean y tiran de mí; es casi un milagro que la caja no se me caiga al suelo, pero más aún lo es, quizá, que mi brazo libre devuelva el abrazo que no se parece nada a los que hemos compartido hace tiempo. Quizá por la intensidad de Emily, o por la tensión de mi cuerpo... O porque antes teníamos la misma altura y ella se ha mantenido así mientras ahora yo casi rondo el metro ochenta de estatura.

- Pasa, por favor. – me invita, en cuanto nos separamos, dándose cuenta entonces de que quizá una conversación en la puerta no es lo más civilizado.

Dudo, y ella lo nota. Mira sobre su hombro y luego a mí de nuevo.

- Sam no está.

Eso es todo lo que necesitan mis pies para moverse y entrar. Sé que ya va siendo hora de que acepte que la casa de Emily es también la suya, pero quizá aún no me he recuperado suficiente de la boda como para pasar el rato con el matrimonio Uley recién llegado de la luna de miel. Así que agradezco a cualquier deidad que haya hecho que mi prima esté sola justo cuando decido visitarla.

Avanzo tras ella y no debería sorprenderme que la casa siga como la recuerdo. ¿Qué esperaba? Quizá que estuviese llena de fotos de ambos haciéndose arrumacos, corazones colgados por doquier y... bueno, en general una muestra de todo el amor y pasteladas que hiciesen físicas mis peores pesadillas. Una cámara de tortura personalizada para Leah Clearwater.

Me siento en la mesa de la cocina ante su gesto y ella pone la pizza en el centro. En esta casa, el lugar de reunión es este, no el salón. Al menos era así cuando yo formaba parte de la manada de Sam, y siempre había comida para llenar el estómago de un regimiento... O de media docena de licántropos, que es prácticamente lo mismo.

Una loba en el armarioWhere stories live. Discover now