4. Inspira... Espira... ¡Al diablo!

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Inspira...

Espira...

Parecen dos pasos sencillos de seguir, tanto que hasta un idiota podría hacerlo... Hasta Paul podría hacerlo. Bueno, quizá él no, pero sí una persona algo más... persona.

He hecho esto mil veces desde que me apunté a las clases de yoga, esperando una mejora que no parece llegar nunca. Vale, es verdad que mi ira parece estar más bajo control que antes, pero eso no era difícil, teniendo en cuenta que antes podían sacarme de quicio con solo respirar fuerte... Como lo hace la rubia que tengo al lado. ¿Eso es una nariz o un silbato? Madre mía.

Sí, puedo decir que he avanzado en eso de controlar mi temperamento y, con él, mis transformaciones, pero no es suficiente. Creo que nunca será suficiente. La boda fue la prueba, aunque Jacob insista en que me he exigido demasiado a mí misma.

Por eso, para evitar algo así en el futuro (aunque espero que no me vuelva a pasar eso de que el amor de mi vida se imprime con mi prima, pero oye, el destino es caprichoso y algo capullo), viajo un par de veces a la semana desde La Push hasta Seattle. Unas tres horas en coche de ida y lo mismo para la vuelta. Un enorme gasto de tiempo y gasolina, exagerado para tomar unas clases de yoga, pero lo sentía necesario, y ni en la reserva ni en Forks contaba con algo así. Una lástima, porque creo que podría ser un negocio próspero, con todos los hombres lobo que necesitan aprender a relajarse... Quizá me lo plantee yo en un futuro.

Si es que aprendo a inspirar y espirar sin que mis pensamientos pesimistas sigan evitando que aleje la ansiedad de mí.

- Inútil – concluyo, finalmente, y recibo varias miradas de reproche por romper la paz de la clase. No me siento ni un poco culpable, mientras esa parte mezquina de mí que me ha estado dominando durante los últimos años dice en mi mente que se fastidien; si yo no tengo paz, ¿por qué ellos sí?

Chasqueando la lengua, me levanto y salgo de la sala, dudando que a alguien le importe lo que haga. Me dirijo al vestuario femenino y me meto en la ducha directamente. No he sudado precisamente en clase, pero me ilusiono con la idea de que, aunque el yoga no ha funcionado hoy, quizá la clásica ducha caliente logre relajarme y despejar mi mente, aunque sea unos minutos.

Al principio parece funcionar. Dejo que el agua recorra mi cuerpo y que su calor, combinado con el mío propio, mantenga mi mente en blanco. Pero no dura mucho, y las imágenes del fin de semana inundan mi mente como flashbacks de una peli mala.

Inspira...

Espira...

Cuando creo que ya he hecho esto las suficientes veces y que, de seguir así acabaré desmayándome por el vapor de agua respirado, cierro el grifo y me envuelvo en la toalla, abriendo la cortina y dando un salto al encontrarme a una pelirroja fuera, mirándome fijamente.

- ¡Joder! – suelto, asustada, y me pregunto cómo es que no la he olido antes, con tanto inspirar y espirar – Renesmee, ¿qué haces aquí?

La figura menuda del monstruito Cullen no encaja en este lugar. Se supone que este es mi refugio, el lugar donde puedo escapar de los rollos de la manada. Pero ni siquiera eso se me permite.

Voy hacia mi taquilla y saco mi ropa, pero antes de que me ponga ni la ropa interior, caigo en algo y mi cuerpo se hiela. Si Renesmee está aquí... solo puede haber una razón.

- ¿Qué le ha pasado a Jacob?


...


Corro por los pasillos del gimnasio, con el cabello aún mojado y, seguramente, con la camiseta del revés.

- Mi madre nos espera afuera, con el coche. – me informa el monstruito, que corre detrás de mí.

No pregunto por qué ha entrado ella a buscarme, en vez de Bella, pues la respuesta está clara para las tres. Si hubiese olido el hedor a vampiro sin esperármelo, a saber qué habría hecho.

No me importa que Renesmee parezca tan tranquila, clara señal de que lo que le ocurre al alfa no es grave; si han tenido que venir a buscarme hasta aquí, lo mejor será que nos demos prisa en volver.

- ¡Eh! – se queja una voz, cuando choco contra su hombro en mi carrera.

- ¡Perdón! ¡Lo siento! – grito, deteniéndome solo lo justo para ayudar a levantarse a la chica que he derribado, de la cual solo capto que posee también una melena rojiza. ¿Es que se trata de una invasión?

Después sigo corriendo, y salgo al lluvioso clima de Seattle.

- Allí. – la pequeña Cullen me señala el coche, lo que es innecesario, puesto que está claro. El coche de la chupasangre destaca entre los otros, mucho más modestos, como si fuese de neón.

Abro la puerta del copiloto y me meto dentro del auto, sin importarme un bledo si acababa de usurpar el lugar de la niña. En cuanto cierro de un portazo, me apresuro a bajar la ventanilla.

- No te ofendas. – murmuro, mirando de reojo a la hermosa mujer a mi lado. Aunque lo cierto es que me da exactamente igual si lo hace o no.

- No me ofendo. – dice, y baja también su ventanilla. No puedo evitar una pequeña sonrisa.

Nunca me he llevado bien con ella, y no creo que llegue a hacerlo en la vida. Es más fácil no sentirme mal cuando sé perfectamente que la antipatía es mutua.

Una pequeña risa nos hace girarnos a la vez para mirar a Renesmee, que pasa sus ojos chocolate de su madre a mí.

- ¿Qué te hace tanta gracia? – pregunto, arqueando una ceja.

Su sonrisa adorable a mí no me lo parece tanto.

- Que el abuelo Charlie aún no se ha casado con Sue, pero vosotras ya os peleáis como hermanas.

Cullen y yo intercambiamos una mirada horrorizada, quizá porque por nuestras cabezas nunca ha pasado la idea de que pronto seremos realmente familia.

- Ponte el cinturón, cielo. – dice, simplemente Bella.

- Sí, cielo, ponte el cinturón y cierra la boca. – añado, y me gano una mirada furiosa de la vampira.

- Leah... - me advierte, y yo chasqueo la lengua.

- Tranquila, hermana. – ruedo los ojos, mirando las manos blancas, que parecen a punto de romper el volante. Esa tipa ya debería saber que nunca haría daño a su hija – Pero como me empiece a llamar tía Leah, yo me largo. – advierto.

Parece que mi amenaza sirve para aliviar el ambiente, incluso creo percibir como la comisura de los labios de Bella se curvan levemente hacia arriba en una sonrisa que intenta contener.

Entonces arranca el coche, y el motor ruge justo antes de que salgamos como una centella de vuelta a la reserva.

Una loba en el armarioWhere stories live. Discover now