11. El silencio de los inocentes (y el no silencio de los idiotas)

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"Mira quien ha vuelto."

Mis patas apenas hacen ruido al trotar por el bosque, y no tardo demasiado en ponerme a la altura de mis compañeros.

"Me habéis echado de menos, ya lo sé" — dejo ir el pensamiento, con ironía.

No me siento demasiado orgullosa de haber dejado a la manada tirada durante estos días, pero los necesitaba para poder procesar todo lo ocurrido y mantener mis pensamientos a raya. No me apetece nada compartir mis recuerdos de la playa y de Lizzie, y los de los días que le han seguido, con una panda de adolescentes hormonados.

"En realidad, nos alegramos de ahorrarnos el pastelón romántico", comenta Karl, uno de las últimas incorporaciones a la manada, ahora mismo un lobo oscuro con una graciosa mancha blanca en el ojo, generalmente un muchacho larguirucho de dieciséis años. 

"¿Bromeas? A mí el rollo chica-chica me pone a cien", ahora es Jeff quien habla, un chaval de la edad de mi hermano que se cree un casanova y que, desgraciadamente, se ha vuelto muy cercano a él.

"Tío, que es mi hermana", le reprocha Seth, y siento que no está perdida toda esperanza. Aún no se le ha pegado del todo la estupidez del otro.

"Chicos, concentraos", interviene Jacob, y menos mal, porque si no seguramente Jeff volviese a casa magullado. "El rastro es débil, y si llueve de nuevo lo perderemos",  informa.

A eso hemos venido, a rastrear al que puede ser el cazador de monstruos. Claro que también podría ser un excursionista cualquiera disfrutando de su día de verano. No sé cuál de las dos opciones prefiero porque, si se trata de un inocente campista, la búsqueda del friki Van Helsing seguirá activa, pero si efectivamente encontramos al tipo que disparó a Jake... ¿Qué haremos con él?

"Ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos", responde el alfa, al oír mis pensamientos.

"Oye, Leah, ¿y es verdad que las pelirrojas son tan fogosas como dicen?", de nuevo se trata de Jeff, y gruño preguntándome si realmente necesitará las cuatro patas.

"¿Qué más te da? Si tú no vas a estar nunca con una mujer, ya sea pelirroja, rubia o morena, pringado", le respondo, e incluso mentalmente puedo oír las risas del resto.

"Claro, te las llevas tú todas", replica él, enfurruñado.

"Hombre, si todos los tíos fueran como tú, me habría pasado a la otra acera hace mucho", aseguro, "pero, vamos, que solo me he enrollado con una. Si las demás pasan de ti, creo que no puedes culparme."

"Jeff, Leah, en serio", nos regaña el jefe, aunque sé que también le está haciendo gracia nuestra discusión.

"¿Qué? Puedo rastrear y dejarle por los suelos al mismo tiempo", me jacto, y el chico comienza a protestar, aunque no importa. Le estoy aplastando, yo lo sé, él lo sabe, Jacob lo sabe...

"¡Tengo algo!", exclama entonces Karl, dando por terminada definitivamente la disputa. "Hacia el este", informa, y corre como un loco hacia allí, aullando de la emoción.

Suelto una maldición silenciosa, pero que mis compañeros pueden oír por nuestra conexión.

Es imposible un ataque por sorpresa con el sigilo de los miembros más jóvenes de la manada implicados.

"Leah", me llama Jacob, y no hace falta que diga nada más.

"Voy", asiento y acelero para reunirme con el joven.

No es un secreto que tanto Jake como yo intentamos evitar en todo lo posible el peligro a los otros miembros de la manada. Hace no mucho era yo la que pecaba de impulsiva, lanzándome al peligro sin pararme a pensar en las consecuencias, cuando sufría por mi condición y solo quería demostrar que era mejor que el resto. Demostrarle a Sam que era valiosa.

Jacob fue quien pagó las consecuencias, y aunque en esa época él no era para mí más que otro crío molesto como los demás, me asusté. Me asusté mucho cuando descubrí que los demás podían salir lastimados por mis acciones, ¿y si el próximo era mi hermanito?

Desde ese momento me volví más cuidadosa y, cuando entré a formar parte de la manada de Jacob y esta comenzó a llenarse de niños, ninguno de los dos pudimos evitar asumir el rol de sus protectores.

Efectivamente, el aroma aquí es más fuerte, un rastro claramente humano sencillo de seguir, y gruño levemente.

"Conozco este olor", afirmo, aunque no logro ubicar de dónde, "Karl, vuelve con los demás. Sigo yo desde aquí", le ordeno. Pero yo no soy el alfa.

"¡No! No soy un crío, ¿vale?", se queja y resoplo.

"Jake, un poco de ayuda por aquí", solicito, pues sé que aunque no le gusta usar su poder de dominación sobre nosotros, lo hará si es para proteger al muchacho.

Pero antes de que el alfa pueda decir nada, el lobo a mi lado ya no está, y en su lugar se encuentra el muchacho quileute. Menudo idiota. Claro que así evitará que Jacob le ordene retirarse, al menos hasta que llegue a nuestra altura, pero también se ha puesto en peligro.

Le gruño, pero viendo que no obtengo ningún resultado, yo también me transformo hasta quedar sobre mis dos piernas. No me molesto en cubrir mi desnudez.

- ¿Acaso eres idiota? ¡Vuelve a entrar en fase! - le grito, nerviosa.

Sé que ni siquiera estoy segura de que el rastro que seguimos es el del cazador, pero Jacob lo cree, y yo confío en él. Y, además, tengo una mala sensación.

- ¡No soy...! - comienza a protestar.

Pero entonces un estruendo le interrumpe, un ruido que me deja helada y a él mudo.

Un disparo. Y demasiado cerca.

Tardo un par de segundos en acordarme de respirar y solo entonces compruebo que estoy bien.

Pero él...

- ¡Karl!

Corro hacia el chico y alcanzo a rodearle con los brazos justo antes de que toque el suelo, y ambos caemos por su peso.

Le han dado.

Una loba en el armarioWhere stories live. Discover now