Diciembre 18, 2041

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Primera carta.

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Fue a principios de verano, en un día caluroso en pleno enero, tan soleado como suele ser. ¿Es repentino empezar así?

No creo recordar la fecha a la perfección, por más que desee. Únicamente sé que llevaba las agujetas desatadas, como solo un niño de doce años podría, y que era, tal vez, dos mil nueve.

En ese momento, vivía en la antigua casa de papá, aquella sobre la colina más alta en un pueblo pequeño cercano al muelle. Mamá siempre había deseado mudarse a un lugar así de tranquilo y me arrastró al cambio, a pesar de mis negativas. Debido a ello, no contaba con demasiados amigos con los que pasar los días calurosos correteando por ahí, mucho menos siendo un nuevo vecino en la zona.

Jugaba solo la mayor parte del tiempo.

Igualmente, aunque fuera sin compañía, nunca desaprovechaba la oportunidad de salir a pasear. Tomaba prestada la bicicleta de mi padre y simplemente así me dirigía por la carretera, con la determinación de pasar el día explorando cada rincón oculto del pueblo. Lo hacía varias veces a la semana y siempre a escondidas.

Aquel día era de mañana, muy temprano. 

Lo que más disfrutaba de mis paseos diarios era permanecer hasta el mediodía en la estación, simplemente contemplando el vaivén de los trenes. Allí admiraba los rostros desconocidos de adultos que se desplazaban de un lado a otro, ataviados con trajes formales; sus indumentarias elegantes despertaban en mí el anhelo de tener la oportunidad de abordar un tren y explorar el mundo como ellos.

Así transcurrían mis días fuera de casa.

A las doce en punto, abandonaría la estación para regresar a casa y tomar el almuerzo. Posteriormente, pasearía por el muelle, observando a los demás niños con la esperanza de ser invitado a jugar, aunque esa anhelada invitación nunca llegaba.

Todo solía fluir sin interrupciones, hasta que quizás el destino decidió jugar sus cartas.

¿Crees en él? ¿En las almas gemelas o en el hilo rojo? En aquel entonces, no compartía esa creencia, pero ahora me veo ante la desgracia de replantearme todo.

Descendiendo por las escaleras de la estación, lo divisé en un rincón, encogido con las rodillas pegadas al pecho. Sus hombros temblaban con fuerza y su pequeña maleta yacía descuidada a sus pies.

Un niño, quizás de mi misma edad.

En realidad, no tuve mucho tiempo para reflexionar, pues ya me encontraba acercándome.

'¿Estás bien?'

Pregunté, inclinándome para descubrir su rostro, que permanecía dirigido hacia el suelo.

Tenía las mejillas empapadas y la frente enrojecida, marcada por el apoyo constante en sus rodillas.

Era una escena peculiar.

'¿Qué sucede, niño? ¿Alguien te hizo algo? Tengo grandes conocimientos en artes marciales, ¿sabes?'

Hablé con precaución, intentando evitar que se sintiera amenazado.

Aunque en realidad fuera demasiado débil como para infligir daño a alguien, al menos buscaba transmitirle un mínimo de confianza.

Entonces, señaló la carretera con un dedo, secándose las lágrimas que brotaban.

'¿No vinieron por ti? Uhm, eso es malo.... He escuchado que se llevan niños por aquí'.

Y más lágrimas caían.

él  jujae.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora