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Cada vez que cerraba los ojos podía escuchar los gritos de su madre y el sonido del arma disparando contra su padre. Cada noche despertaba sudando, con la cara bañada en lágrimas y completamente sola.

Para Freya cada día de su vida se había convertido en una tortura. Hasta que descubrió algo que la volvió a levantar.

La mafia que había arruinado su vida seguía en pie bajo el mando de Luca Changretta.

Aquella era la oportunidad de conseguir su propia venganza. Ya era suficiente de vivir escondida en su casa de campo, sin dejar que sus hombres la vieran, sin ser ella misma. 

Freya Varjak había muerto ese mismo día en que su madre la encerró tras el hueco de un librero para salvar su vida, pero ahora nada la detendría de tomar otro nombre y hacerse con el poder que le correspondía: liderar a los Scarlet Eyes, la mafia más acaudalada de Inglaterra.

Ella misma reconstruiría su imperio desde los cimientos, haciendo conexiones y poniendo en práctica todo lo que desde su infancia había observado de su padre.

Fue un año duro para quien ahora emitía órdenes bajo el nombre de Frey Varjak. Aunque nunca había dado la cara a sus hombres, no realmente, la sangre y la lealtad eran suficientes para mantener a los Scarlets unidos. 

Con ayuda de Elliot y Lance, su más fieles perros y amigos de su infancia, ella había logrado reunir en un año todo lo que habían perdido. Eso mientras infiltraba a su gente para conseguir información de Changretta, de quien sabía que había conseguido sus propios hombres tras la muerte de su padre.

El poder lo tenía, también el dinero, los hombres y las armas. Sólo faltaba tener al soldado de los Spinietta arrodillado frente a ella, suplicando por su perdón. Y para ello sólo debía comenzar con una pequeña acción: llamar a Thomas Shelby, líder de los malditos Peaky Blinders.

—Escuche atentamente, señor Shelby —dijo apenas escuchó su ronca voz del otro lado de la línea.— Tengo información sobre Luca Changretta. Ahora mismo está pisando sus talones, así que debería tener mucho cuidado. 

—Con quien estoy hablando —exigió el hombre.

—Con una amiga en la que puede confiar. Se lo aseguro, señor Shelby — insistió con cuidado. Hablaba con delicadeza y seguridad, temiendo que el hombre no la tomara en serio.— Ahora tome su arma y revise a sus empleados. Es de vital importancia.

Después solo colgó.

Mientras tanto en la finca Shelby, la insistencia del chef  sobre la llegada de los invitados ponía a Thomas en alerta. La reciente llamada lo había dejado pensando y con sólo con mirar unos documentos ya estaba completamente seguro del peligro inminente que corrían en aquella casa.

No transcurrió demasiado tiempo para que tras una visita a la cocina, volviera a su despacho cubierto de sangre. 

Limpió rápidamente su rostro con un trapo, sentía la sangre hasta en su boca. De inmediato tomó el teléfono y llamó al Harold 335. Tendrían que volver a Small Heath en esos momentos, no después de navidad como había planeado antes. La amenaza de muerte era real y sería llevada a cabo más pronto de lo que había esperado.

Cambió su ropa por algo limpio y tomó los regalos que descansaban bajo el pino. Con un arma en mano volvió al teléfono, esta vez para llamar a Michael Gray.

—Hay que sacar a todos —habló rápidamente, sin dejar que el otro respondiera. Dio las instrucciones claramente para que nada saliera de su control.— Deja a Polly y Ada, y ve por John y tráelo.

Luego solo le quedó tomar a su hijo y salir de allí.

—Lleva a mamá —lo escuchó decir mientras se iban.

Thomas tomó el retrato de su difunta esposa y cuando se encontró en la puerta una sombra lo detuvo.

—No dispare, señor Shelby —dijo el hombre cuando el nombrado lo apuntó con el arma.— Tengo un mensaje de su amiga.

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Mientras Michael Gray conducía a toda velocidad, un grupo de hombres se acercaba a la casa de campo de John Shelby.  Caminaban en silencio a través de los extensos campos, llevando sus armas cargadas y sus bandanas escarlata atadas al cuello. 

Habían abandonado los autos tras un camino de álamos y desde entonces habían caminado en silencio entre los matorrales hasta esconderse tras la casa. Nadie había notado su presencia, esa era una de las grandes virtudes que poseían.

Se alistaron ubicándose en puntos estratégicos. Así tendrían total visión del panorama sin ser advertidos. Tal cual era la orden, que decía que sólo actuarían si las personas que habitaban el lugar corrían peligro.

Un automóvil  se estacionó fuera de la finca. Entonces uno de los hombres escondidos, mucho más pequeño y delgado que los demás, se dirigió a otro.

—Michael Gray ha llegado. Atentos.—advirtió con voz gruesa. Llevaba la bandana escarlata cubriendo la mitad de su rostro y el sombrero cayendo sobre la frente. 

El de ojos verdes asintió a sus palabras, repitiendo el mensaje con una seña a los otros hombres.

Un joven de ojos café y cabello azabache se acercó a la dupla. De inmediato dos de ellos se posicionaron de forma protectora a cada lado del hombre más pequeño.

—Chicos... no es necesario que hagan esto. Solo concéntrense en hacer bien su trabajo.

—Protegerlo a usted es nuestro trabajo, señor Varjak —respondió el mayor.

El más joven solo guiñó al protegido, regalándole una suave sonrisa.

—Sólo asegúrense de que nadie muera hoy —gruñó en respuesta, apoyando su rifle sobre un muro de sacos.

—Si, Freya —respondieron en un susurro.

Lo siguiente que hicieron fue escuchar como un hombre discutía con el recién llegado. El 'señor Varjak' soltó un suspiro, cansado de la discusión hasta que un movimiento del otro lado de la finca llamó su atención.

—John, ven a la reunión. Piensa en tus hijos.

Fue lo último que se permitió escuchar de los Shelby cuando vio que una carreta se detenía frente a la casa. Soltó un silbido que resonó en todo el lugar  y sus hombres rápidamente salieron a posición.

En la entrada de la casa John Shelby alzó su arma y comenzó a disparar a los hombres que salieron de la carreta. 

—¡Entra a la casa! —gritó a Michael, pero este miraba asombrado a su alrededor. Estaban siendo rodeados por los hombres con pañoletas escarlata que disparaban a los italianos.

Aún así, el enemigo empuñaba armas automáticas y rápidamente fueron alcanzados. 

—¡John! —lo llamó, pero entonces una bala le perforó la costilla y cayó al suelo. En cuanto lo hizo fue arrastrado por uno de los hombres con pañoletas, escondiéndose dentro de la casa. 

En tan solo una fracción de segundo la mitad de los enemigos habían caído pero John seguía al descubierto. 

—¡Frey-! —gritó el joven de ojos café que veía como su líder corría hasta donde había caído John Shelby. Al igual que su otro compañero, fue arrastrado hasta la casa mientras terminaba el enfrentamiento.

A cubierto, Varjak se acomodó su sombrero y observó con preocupación al hombre en el suelo. Sus ojos azules estaban entreabiertos mientras se quejaba de dolor. La camisa blanca se teñía de rojo y lo único que pudo hacer por él fue apretar la herida con sus manos mientras le hablaba.

—Lo siento mucho, John Shelby —dijo olvidando forzar su voz. La adrenalina corría por sus venas y estaba tan aturdida que sólo podía ver los bonitos ojos del hombre que le devolvía la mirada.

En ningún momento notó que su pañoleta ya no cubría su rostro y que un somnoliento John había visto sus delicados rasgos.


𝐕𝐚𝐫𝐣𝐚𝐤 | John ShelbyWhere stories live. Discover now