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La abuela siempre me contó historias.

Cuando era muy chico me leía cuentos o solamente me relataba pasajes de su vida. Al principio yo melo creía todo, de principio a fin, si mi abuela me decía que la bruja del cuento tenía 7 pelos en el bigote, yo podía jurar ante un notario público que esa era la verdad absoluta: 7 pelos, no 9, no 23... eran 7 pelos en el bigote y punto.

Un día ella me dijo que en un pueblo había conocido a un hombre que tenía la oreja situada en medio de los ojos, en el lugar mismo donde debería ubicarse la nariz. Me contó que todos lo miraban con lástima e incluso con miedo, pero que él, extrañamente, se mostraba muy feliz. Según mi abuela, ella decidió un día ir hasta donde el hombre vivía para preguntarle la razón de su felicidad. Él le dijo entonces:

-todas las personas en el mundo acercan una ros a su nariz y perciben su perfume. Yo soy afortunado por que cuando me aproximó a una rosa puedo escucharla cantar para mi.

La abuela me relata esta historia, la del hombre que escuchaba a las flores, y yo estaba seguro de que cada palabra sería la exacta y real.

Luego, con el paso del tiempo, comencé a darme cuenta de que mucho de lo que la abuela me contaba tenía su pincelada propia, su cuota de fantasía, su dosis de exageración.

-Es como añadir condimento a la comida-me decía ella para justificar sus ideas locas-a veces es bueno probar otros sabores, jugar con lo dulce o hacer una mueca con lo amargo. Si todo tuviera el mismo sabor y la misma temperatura, la vida sería muy aburrida, ¿no crees?

Pero hay algo mucho más importante que la abuela me enseñó en esos tiempos larguísimos en que yo me sentaba a su lado para escuchar sus historias y compartir sus lecturas. Recuerdo que llegado un instante cualquiera del relato, instante elegido por la abuela, sin importar que a la historia todavía le faltara 180 páginas para llegar al final, ella se detenía, cerraba el libro, lo guardaba y me decía:

-Quiero que pienses Javier, ¿qué pasaría, si el final de la historia fuera este?

-pero, abuela, aún Cenicienta ni siquiera ha conocido al príncipe, el cuento no puede terminar así.

-Eso no importa, lo que quiero que pienses es en otra manera o en otro momento para terminar la historia.

Entonces yo me quedaba en blanco por unos minutos dando vueltas y vueltas a la propuesta que la abuela me hacía, y al final le respondía:

-Bueno, si el cuanto llegara hasta cuando las dos hermanastras se muestran antipáticas y odiosas, tendríamos  que pensar que o Cenicienta se sacude o termina por acostumbrarse a que la digan tratando como a un trapo viejo por el resto de su vida.

-O tal vez lo más conveniente sería que Cenicienta acudiera a una comisaria para denunciarlas por maltrato, imagino que hasta en los cuentos de hadas existen comisarios y agentes de policía.... quizás hasta podría llevarlas a prisión-decia la abuela emocionada y con claro espíritu justiciero.

-O podría acudir a un periodista que se interesara en publicar su caso en un periódico. O podría hacerse millonaria viajando por varios países con unos ratones que hablan y con unos pajaritos que cosen vestidos de fiesta.

La abuela me interrumpía y agregaba sus propios ingredientes:

-O podría llamar a su hada madrina y, en lugar de solicitarle un vestido y unos zapatos de cristal, podría dejarse de deseos bobos y pedir directamente unos pantalones vaqueros, una mochila y una supermotocicleta para viajar por todo el mundo.

La abuela me enseñó a jugar con los finales. Aún ahora, cuando recordamos los viejos cuentos, ella me invita a que sigamos encontrando nuevas maneras de llegar a la palabra FIN.

Hace unas semanas le pregunté:

-Oye, abuela...no hemos pensado en la eventualidad de que Cenicienta realmente quiera, a toda costa, casarse con un príncipe, ¿crees que deberíamos contemplar la posibilidad de que se casen, sean felices y coman perdices?

Yo sabía que a la abuela no le gustaban los finales con matrimonio.... ella decía que antes de ese final, los escritores deberían ser más creativos y proponer cosas tipo: "y se enamoraron, y estudiaron en la universidad, y conocieron el mundo, y se matricularon en un curso para conocer las estrellas, y adoptaron una mascota, y subieron a varias montañas, y aprendieron a cocinar platos típicos de Kuala Lampur, y aprendieron italiano y portugués, y se juntaron a un grupo de activistas por La Paz, y se dedicaron a recolectar manzanas en cada abril....".

Ella me preguntó:

-¿Crees que Cenicienta quiera casarse con el príncipe?

-Bueno, no lo sé, peor que pasaría si así fuera.

-Es un buena pregunta Javier, y creo que entre las buenas alternativas de un final adecuado podría estar la del matrimonio. Si Cenicienta y el príncipe insisten en casarse con tanta urgencia, yo diría que esta bien, pero le buscaría una vuelta más creativa, escribiría: "se casaron, fueron felices y jamás comieron perdices por que Cenicienta y el príncipe pertenecían a la Asociación de Vegetarianos Protectores de las Aves Silvestres en Peligro Extinción de los Cuentos de Hadas", ¿qué te parece?

Creo que no lo dije antes... mi abuela es vegetariana.

cupido es un murciélagoOnde histórias criam vida. Descubra agora