Capítulo IV

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Capítulo IV

Aitana

Mientras me dirigía al aeropuerto, organizaba mis próximos planes. Decidí viajar a Inglaterra, Londres para ser más específica. Creo que si voy a un lugar desolado y no tan conocido me van a encontrar más rápido.

Durante estos dos años que he cambiado de casa y de región más de lo normal, me di cuenta de tres situaciones que me han causado problemas:
1. Estar en Canadá.
2. Estar sola como si estuviera en cuarentena.
3. No ir a la escuela.

Por lo tanto, decidí que en Reino Unido me voy a integrar, como si fuera la adolescente más normal del mundo.

– Tengo que ser tan tarada para quedarme en territorio de mi familia, por eso me podían encontrar tan rápido – mascullé molesta –. Al menos no se me ocurrió ir a Alberta.

De pronto los recuerdos diáfanos de mi infancia y la mitad de mi adolescencia llegaron a mí.

Mi prima Elaia.

Ella siempre está en mi mente como la pequeña golondrina que es.

Mi respiración se volvió irregular, el ritmo cardiaco se elevó, mis manos temblaban y mi sudor se volvió frío.

– Ay, mierda, otro ataque de ansiedad.

Prendí las luces de parqueo y me detuve en el arcén, para calmarme un poco, no era posible manejar en estas condiciones sin poner en riesgo a los demás automóviles.

– Dios, no la he visto en casi dos años, no sé si está bien– hice una pausa por el escozor en mi garganta –. Sólo sé que después del ataque y la muerte de mi madre dejaron Canadá lo más pronto posible – di un suspiro tembloroso para no empezar a llorar –. Sí, ellas están bien, deben estar bien – lo dije como si fuera verdad, reiterándome varias veces para poder calmar la ansiedad que crecía en mi estómago.

Di otras respiraciones hasta que el ataque se disipó. Quité las luces y continué con mi camino hacia el aeropuerto.

– Amaris te juro que me haces tanta falta ahorita – una lágrima rodó por mi mejilla hasta mi boca, no pude aguantar más las ganas de llorar.

(...)

Al llegar al Aeropuerto Internacional de Vancouver, compré un ticket para el vuelo a Londres. El único disponible y más cercano era a las 18:00, entonces tenía que esperar alrededor de dos horas. Había otro que era a las 20:00 y otro a las 9:30 de la mañana siguiente, no podía quedarme otro día en Canadá ni esperar más de dos horas.

Decidí ir a la librería, y cómo conozco este aeropuerto como la palma de mi mano no me tomó mucho tiempo en llegar ahí. Entré a aquel lugar que olía a libros y a madera con un poco de canela, me encantaba esa fragancia que cada estante de la biblioteca emanaba. No perdí el tiempo en ojear todo el lugar, en vez me dirigí a la sección de Misterios/Asesinatos, buscando un libro que ha estado en mi mente ya desde hace mucho tiempo: El perfume, historia de un asesino de Patrick Süskind, uno de mis autores favoritos.

La portada es hermosa. Se puede observar a una mujer de tez blanca, acostada de espaldas y envuelta en una sábana del mismo color. Pero lo que me llamó la atención fue, cómo el diseño permite que el cabello rojo vivo de la joven se pierda en un charco de sangre. Por este color, su piel es casi imperceptible al igual que la rosa que tiene en su mano inerte.

Me dirigí al mostrador para poder pagar este libro que me va a dar varios minis infartos cuando lo lea. Antes de salir de la tienda, con el rabillo de mi ojo pude ver a un joven más o menos de mi edad, observar El retrato de Dorian Gray del irlandés Oscar Wilde. Me sorprendí al ver que alguien de tan corta edad escogiera aquel libro con un gran nivel de análisis y filosofía. Es bastante complicado entender a Dorian y, al leerlo en inglés/ español se pierde ligeramente a la voz del autor. Siempre he querido leer esa obra en el idioma original.

Sol-Luna, Kira y Amaris Where stories live. Discover now