―¿Tan transparente luzco?

―Sí. Por suerte aún tu carne y huesos no se notan. ¿Es por Owen? ―su voz es baja, asegurándose que nadie escuche.

―No ―muerdo mi labio inferior.

―Emma... ―dice Celina, como regañándome.

Me rindo. ―Sí.

―¡Lo sabía! Le pegaré, te juro que lo haré... y no... ―ahora está comenzando a chillar. Así que me apresuro a hablar para silenciarla antes de que pueda escucharnos toda el aula.

―Celina, calma. No... No es su culpa. ―mi voz tiembla, y ella me mira cómo si hubiese enloquecido.

―¡¿No recuerdas verlo en labios de esa pelirroja?! Porque yo sí, ¡y qué bien que la estaba pasando! ―ahora ella está molesta. No sé si conmigo o con Owen.

―¿Tú estás segura que se trataba de él? ―pregunto más bajo aún, como un susurro.

Ella se pone rígida. Parece pensarlo y su cara toma una mueca madura.

―En verdad... no lo sé. Pudo haber sido... ¡Estaba igual vestido!

¿Y si había culpado injustamente a Owen después de todo?

La cagué. La cagué hasta el fondo.

Lágrimas se asoman en mí. Qué bronca. ¿Qué pasa conmigo?

―No te culpes, Emma. Él seguro volverá. Además, todavía no podemos determinar su inocencia. No sabemos si realmente se besó o no y...

―Me va a odiar, ¿verdad?

Ella no contesta. Genial.

Owen, lo siento, digo en mis pensamientos. Quiero llegar a casa. Enterrar la cara en la almohada y ahogar gritos. Oculto semblante para que nadie me vea, sin éxito.

―¿Qué sucede, Cusnier? ―pregunta el profesor, acercándose a mí.

Toda el aula se gira a vernos... mejor dicho: a verme. Mierda. Intento encontrar mi voz, pero no puedo. Miro a Celina en busca de ayuda, pero cuando iba a abrir la boca para hablar, Carla y su timbre irritante salen a la luz.

―Tiene síndrome pre-menstrual. Es claro. ―Truenan risas en todo el salón. Mi cara estalla en carmesí.

―¿Pue-puedo, i-ir al b-baño? ―pregunto temblando de rabia y de tristeza.

―Sí, claro. Casas, acompáñela. Pero intenten volver pronto.

Mi deseo de salir del salón incrementa paso a paso que doy hasta llegar a la puerta. Oigo más risas detrás de mí, mientras el profesor intenta acallarlas. Los pasillos huelen a producto de limpieza y no casi nadie caminando por allí. Una chica de segundo año, de pelo largo negro, me observa curiosa.

Llegamos al salón de preceptoras para pedir las llaves del baño. Una de ellas me ve y se acerca sin vacilar.

―¿Qué pasó, cariño? ―Pregunta María. Mi primera preceptora en ese colegio. Ella es una persona genial, querida por todos. Seguro está llegando a sus setenta años, pero sigue trabajando siempre con una sonrisa. ¿La verdad? Admiro a María. Ella es una persona fuerte y cariñosa. La quiero.

Y ahí es cuándo sucede. Las demás preceptoras se giran a mirarme, todas curiosas.

No quiero llamar la atención, no cuando estoy llorando.

―Me siento algo mal... y hubo un...

Celina da un paso al frente ―Carla está muy pesada con ella, y Emma además no está teniendo una buena semana. Carla se aprovechó de eso ―corta, sin dar más información―. Queremos las llaves del baño, por favor.

Corazón de cristal [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora